Hablar bien de la Obra: ¿por qué no?

Por E.B.E., 4 de marzo de 2005


Este es un foro de testimonios y reflexiones sobre la Opus Dei, pero particularmente sobre aquello que la Obra no quiere hablar públicamente ni deja que sus miembros hablen entre sí. Aquí se elabora la crítica y autocrítica que la Obra impide que suceda dentro de sus paredes. Difícilmente, entonces, este sea un foro donde esa institución reciba alabanzas.

Los mismos actuales miembros de la Obra podrían contribuir en este foro, pero tenemos experiencia de su resistencia a hacerlo.

Muchas pueden ser las razones por las cuales no se hable positivamente de la Obra. El odio por ejemplo.

Pero creo que hay una, en particular, más importante que todas las demás, y desde luego, más legítima...

Se trata de un temor justificado, y es, que un día la Obra -en su afán, ampliamente testimoniado, de borrar y reelaborar su pasado- «cambie su imagen» y borre todo lo sucedido como si no hubiera pasado nunca nada. Esa imagen sólo la puede cambiar en nosotros, que somos el testimonio vivo de que la Obra no es una incondicional fuente de bondad.




Lo primero que hay que lograr es que «la autoridad competente» «encierre a la Obra», no que la deje actuar libremente, al menos mientras no esté «claro» todo su pasado «oscuro», el cual testimoniamos. Primero tiene que quedar claro todo el mal que hace y ha hecho, y luego se podrá hablar de lo bueno que ha hecho.

Hablar «bien» de la Obra puede tener como intención «matizar» los relatos y la imagen «demasiado negativa» de la Obra.

A veces puede parecer que «es todo malo» lo que aquí se relata y en realidad es probablemente así: pues lo que se relata es lo malo.

Pues el mal que produce la Obra no se puede matizar. Matizar equivaldría a quitarle importancia a todo el mal que la Obra hace.

Mientras no haya juicios, mientras no quede clara la dimensión del daño que la Obra causa, hablar «bien» de ella es peligroso, es contribuir a la construcción de su propia impunidad, más aún si quienes hablan bien de ella son los mismos damnificados.

Esto no quita la necesidad de precisión a la hora de señalar ese mal: el caso concreto de incluir a todos los miembros de la Obra como si fueran una única persona. Esta diferencia es fundamental: una cosa son los miembros sin responsabilidad de gobierno y otra son los que dirigen y diseñan las medidas de gobierno. Esta diferencia es necesaria para ser precisos, pero no implica «hablar bien», al contrario, implica señalar mejor aún dónde está el origen del mal que produce la Obra.




Todavía no hemos ahondado en el significado y el alcance del daño que la Obra provoca. No, no hemos llegado al fondo aún. Si esto fuera así, pocas razones de existir tendría OpusLibros (además de las funciones de solidaridad, ayuda, que resumió muy poéticamente Jacinto hace unos días).

Y pensar «en subir a la superficie» para «matizar» con el sol y el cielo que la Obra puede contener, no tiene mucho sentido, al menos desde esta perspectiva, de aclarar cuál es el perjuicio que la Obra produce.

Puede suceder que las personas que la hayan pasado menos mal, tiendan, con más facilidad, a hablar bien de la Obra. Y a la inversa. Lo importante aquí no es lograr «un equilibrio» sino descubrir hasta dónde llega el mal que produce la Obra. Esa es la «objetividad» que necesitamos para conocer la «verdad».

¿Pero la verdad no se completa de lo bueno y lo malo? Lo que no puede suceder es que lo bueno sea una justificación de lo malo. La verdad no es «un equilibrio» entre lo bueno y lo malo.

Todo lo «bueno» de la Obra no nos dice nada acerca de lo malo de la Obra, al contrario, tiende a camuflarlo, a encubrirlo. Lo bueno de la Obra «no nos sirve» para entender el daño que produce. Al contrario, confunde más.

Y quienes sufrimos menos deberíamos interesarnos por quienes sufrieron más y no, contrariamente, intentar «equilibrar» la imagen negativa de la Obra. Se trata de una solidaridad para con quien más ha sufrido y ver hasta dónde llega la profundidad del daño cometido, que también supone la percepción subjetiva –el daño psicológico- de quien sufre el «daño objetivo».

Ciertamente sería más agradable «quemar» los recuerdos negativos del pasado y quedarnos sólo con los buenos recuerdos. Pero eso sólo lo podremos hacer una vez que quede en claro ese pasado, una vez que la Obra sea juzgada por sus actos inmorales. Mientras esto no suceda, nos estamos perjudicando y no estamos siendo solidarios, además. Nos perjudicamos porque el pasado que quemamos está sólo «en nuestras mentes», porque la Obra «como pasado» sigue viva circulando libremente. Esa «quema del pasado» es un autoengaño y lo será mientras la Obra conserve su impunidad.




La Opus Dei, corporativamente, tiene una personalidad compulsiva: seguirá produciendo daño mientras no la frene alguien, en particular, «la autoridad competente». Y mientras esto no suceda, que los mismos damnificados hablen bien de ella, es peligrosísimo. Ayuda al olvido de «lo malo» y argumenta en favor de la libertad del «violador», en este caso, del violador de la intimidad de las personas, del violador de la confianza que las personas depositaron en la Obra, etc. La figura del violador es fuerte, pero la Obra comparte esas características en cuanto a su compulsividad a cometer el mal -repite siempre las mismas conductas-, en cuanto al daño que produce -ataca lo más intimo de las personas-, en cuanto a su apariencia -parece la persona «más buena del mundo» y nadie puede creer que «sea cierto» lo que se dice de ella- lo cual hace más peligrosa aún su peligrosidad, porque su apariencia externa es la de pura bondad.

Mientras «su encierro» en alguna «cárcel» no esté asegurado, hablar «bien» de la Obra –por nuestra parte- no tiene sentido, porque no es «oportuno». No se trata de la «verdad» en el sentido filosófico. Se trata de «oportunidad» en el sentido moral.

En su sentido más profundo, para llegar a la verdad de lo sucedido, es importante el sentido de la oportunidad. Porque si con el afán de «la verdad» uno termina contribuyendo a tapar el «pasado malo», no se contribuye en nada a la verdad.

Que la «imparcialidad» quede para los historiadores sobre la Obra, para los «científicos del pasado». Para nosotros, los testigos del mal que produjo y produce la Obra, lo importante es señalar el mal que hace la Obra, que no tiene ninguna justificación.

Por eso, porque no tiene justificación posible, es importante, y moralmente necesario, plantear ese mal «aislado de todo bien».

Pues comenzar a «hablar bien» de la Obra puede -y la Obra lo usará así- implicar una especie de «justificación» o de intento de «equilibrar el barco», lo cual es siniestro.

Y la Obra, porque es compulsiva, obsesiva y va sólo a lo suyo, tomará esa oportunidad para hacer del pasado un olvido absoluto.

No es «necesario» hablar «también de lo bueno» de la Obra en estos momentos. ¿Para qué? ¿Cuál sería el sentido? Esta es la pregunta. Y la respuesta debe satisfacer la demanda moral de justicia y verdad sobre los daños producidos por la Obra.

No se trata de ocultar ninguna verdad: se trata de que no quede oculto el mal que la Obra hace y ha hecho, al contrario, que salga a la luz en toda su dimensión.

Sin duda es necesario no exagerar y que el odio no lleve a deformar el recuerdo de lo sucedido. Es necesario ser lo más preciso posible para saber lo que pasó en verdad. Pero la exageración no se evita recordando «lo bueno» sino profundizando más sobre lo doloroso.

Cada uno puede recordar aquí su pasado con más o menos alegría, haciendo un balance más o menos positivo. Pero no creo que tengamos el «deber moral» de «equilibrar» lo malo de la Obra con elementos «buenos» que haya que atribuirle.

Una vez que quede claro todo el mal que ha hecho, no tengo problemas de comenzar a hablar de lo bueno de la Obra y de mis propios recuerdos positivos, que los hay y muchos. Pero mientras eso no suceda, creo que, simplemente, no es oportuno.


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