Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, Roma, 2001/Disposiciones personales que debe fomentar quien ejerce la dirección espiritual

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DISPOSICIONES PERSONALES QUE DEBE FOMENTAR QUIEN EJERCE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL


Introducción

La fidelidad a la vocación recibida de Dios es obra de la gracia y de la correspondencia personal. Pero es deber especial de los que llevan charlas de dirección espiritual y de los sacerdotes ayudar a sus hermanos a ser fieles: es el primer proselitismo: La primera manera de ganar es no perder. Y por eso, el primer proselitismo es procurar que no se pierdan los que ya están junto a nosotros, en la barca de la Obra, (...) hijos míos, defended la vocación de vuestros hermanos, porque es -después del don de la fe- el tesoro más grande que han recibido[1].

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El director espiritual, por tanto, ha de tener un gran sentido de responsabilidad, pues la eficacia de la acción de la gracia, que llega con los medios sobrenaturales -los sacramentos, etc.-, y el consiguiente desarrollo de la vida interior de los fieles de la Prelatura depende en gran medida del modo como realice su tarea: Para ti, que ocupas ese puesto de gobierno. Medita: los instrumentos más fuertes y eficaces, si se les trata mal, se mellan, se desgastan y se inutilizan[2].

Necesidad de vida interior y visión sobrenatural

Quien lleva la dirección espiritual de otras personas ha de tener presente aquella enseñanza de nuestro Padre, siempre actual, de que la primera preocupación del Director debe ser el Director mismo: santificarse para santificar a los demás, porque de otro modo no podrán servirles[3]. Recuerdo a los Directores locales que, al darse a los demás en las tareas de formación y en las apostólicas, no deben olvidar que siempre lo más importante para ellos mismos, para la Obra y para la Iglesia, es su propia vida interior: que todo el trabajo exterior o interno, con mayor razón el de los Directores, debe fundamentarse en una sólida piedad, en el fiel cumplimiento de nuestras Normas y de nuestras Costumbres[4].

Nadie da lo que no tiene, y hay un determinado conocimiento experiencial de Dios y de las cosas divinas que no puede obtenerse por ninguna ciencia humana. Santo Tomás lo explica diciendo que la rectitud del juicio acerca de las cosas de Dios, implica una sabiduría que

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se alcanza «por cierta connaturalidad»[5]; y señala: «Así pues, tener juicio recto sobre las cosas divinas por inquisición de la razón incumbe a la sabiduría en cuanto virtud natural; tener, en cambio, juicio recto sobre ellas por cierta connaturalidad con las mismas proviene de la sabiduría en cuanto don del Espíritu Santo»[6]. Es el conocimiento habitual que se adquiere con el trato asiduo de la persona amada. Por eso, nuestro Padre nos decía que si no hay vida interior, si no hay una búsqueda constante de Dios que inhabita en el centro del alma en gracia, la labor se hace precaria o incluso ficticia[7].

Esto ha de llevar a quien ejerce la dirección espiritual a buscar el verdadero bien con rectitud de intención[8], a fomentar personalmente una oración y mortificación generosas; y a ofrecerlas por aquellos a los que atiende, con la certeza de que ésos son los principales medios para ayudar en la dirección espiritual. También en esta tarea se aplica aquel orden indicado en Camino: Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción[9].

El Señor da su luz y sus dones a quien se esfuerza por tratar a Dios, haciéndole "descubrir" modos concretos de ayudar a los demás. No bastan la buena voluntad y la experiencia, porque para llevar a término una labor sobrenatural hay que poner medios sobrenaturales;

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es necesario acudir siempre al auxilio del Espíritu Santo, implorando sus Dones: Invocamos al Espíritu Santo a la hora de gobernar, y eso va bien. No somos nosotros con nuestros defectos, sino El con su gracia y con sus luces[10].

Junto a la mortificación y la petición de ayuda al Paráclito, el director ha de desarrollar, con la gracia divina, las cualidades del Buen Pastor, hasta adquirir los mismos sentimientos que tuvo el Señor[11]; y con el empeño diario de imitarle a El, que es perfectus Deus, perfectus homo[12], llegar a ser ipse Christus, de acuerdo con aquello que nos decía nuestro Padre: En la dirección espiritual hemos de ser sobrenaturales. Pero yo pido cada día al Señor que, también y siempre, seamos humanos[13].

Muy humanos para poder ser muy divinos, pero sin olvidar nunca que nos dedicamos a una empresa sobrenatural, en la que no caben las consideraciones meramente humanas: quien lleva la dirección espiritual no puede omitir el cumplimiento de su deber con la persona a quien tiene que ayudar, pensando en que es mayor en edad o tiempo en Casa, que su trabajo es de gran responsabilidad, etc. El Señor cuenta con las limitaciones propias, y se sirve de ellas para la santificación personal y para santificar a los demás; cuando se es dócil al Espíritu Santo y se vive la unión con el Padre y los Directores no ha de faltar la gracia de Dios, que resiste a los soberbios, y a los humildes da la gracia[14]

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Caridad y paciencia con los demás

Sed sobrenaturales y, a la vez y siempre, sed muy humanos. Tened afán de almas, deseos de santificar, caridad: que os hará estar pendientes de los demás, conociéndolos bien para poder ayudarles[15].

Del mismo modo que la caridad es como la forma de todas las virtudes[16], es también la raíz que alimenta las virtudes necesarias para ejercer la dirección espiritual, y el núcleo sobre el que se desarrollan; se puede decir que bastaría con amar y comprender de verdad a las personas para poder dirigirlas convenientemente: la ciencia de gobierno es, en último término, comprensión y caridad[17].

Pastores os he dicho que sois, y también padres. Suena mal hoy la palabra paternalismo, porque la entienden como una actitud que quita la libertad de los súbditos. Pero si yo no sintiera por vosotros un afecto paternal, efectivo y afectivo, esto sería un erial. Y acabaríamos siendo unos funcionarios. Puedo deciros con el Apóstol: ego vos genui (I Cor. IV, 15), yo os he engendrado para Dios[18]. Quien ejerce la dirección espiritual se ha de comportar siempre como un padre con su hijo -con caridad efectiva y afectiva[19]-, de modo que nada pueda resultar indiferente; se ha de interesar con sincera preocupación de todo, desde lo más material a lo espiritual. Este cariño recto y noble no es sentimentalismo egoísta; quien recibe la charla fraterna pone el

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corazón como alfombra, porque sabe que está sirviendo a hijos de Dios, a otros Cristos [20] . Han de conocerlas [las almas de los que hacen la Confidencia] una a una y comprenderlas a todas, con sus equivocaciones, con sus flaquezas, con sus errores -no son sinónimas estas palabras- y también con sus virtudes, con sus posibilidades, que han de orientar y encauzar para que respondan a lo que el Señor les pide[21]. A ese conocimiento profundo -teologal- de las personas a las que atiende, se debe añadir la vertiente humana: el modo de ser, los gustos y aficiones, las virtudes y límites, etc. Cuando alguien aprecia -experiencialmente- que se le conoce y se siente querido, le resulta mucho más fácil tener confianza, ser sincero, dejarse exigir[22]. Y ambos conocimientos, como ya se ha dicho, se adquieren con el Señor, meditando en la oración la vida interior de las personas que se atienden y pidiendo luces al Espíritu Santo para saber aconsejar con prudencia.

Los que gobiernan y forman a sus hermanos han de alegrarse con sus alegrías, y llorar cuando ellos lloran (cf. Rom. XII, 15): han de ser todos carne de su misma carne, de suerte que sientan como trallazos sus dolores y experimenten el gozo de su contento, acompañándoles en el camino de la fidelidad a los deberes que lleva consigo la vocación[23]. El director espiritual ha de comprender a fondo a los

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demás, viendo las cosas desde su perspectiva (la de los demás); entendiendo cómo y cuánto les afectan: asuntos que objetivamente no tienen relevancia, en un determinado momento pueden llegar a ser "importantes" para una persona. Es preciso valorar justamente, en la presencia de Dios, qué puede tener importancia, o puede llegar a tenerla aunque se trate de algo pequeño.

Por eso, no puede limitarse a oír: debe aprender a preguntar y a escuchar lo que dicen sus hermanos en la charla, y, también, a observarlos en la vida ordinaria: en las tertulias, en el trabajo, en los encargos, en el modo de cumplir las Normas, etc.; y sacar experiencia de las posibles correcciones fraternas, además de preguntar al Director local lo que pueda ser de interés. Esta actitud, lejos de suponer algún tipo de control, es manifestación de caridad vigilante.

Junto a esto, es preciso no escandalizarse nunca de nada -ni siquiera un gesto de extrañeza, o una manifestación de asombro-, especialmente si alguien comenta algo que se salga de lo normal y que precisamente por eso pueda resultar más difícil de contar. Hemos de comprender, hemos de convivir, hemos de disculpar sin escandalizarnos nunca de nada ni de nadie: porque esto alentará a vuestros hermanos y les animará a buscar vuestra ayuda[24].

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La paciencia, manifestación de la caridad, es virtud principal en el que ejerce encargos de dirección espiritual[25]. Las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo. Dios Nuestro Señor, si se exceptúan algunos casos a lo Saulo, cuenta también con el tiempo para santificar a los hombres[26].

En primer lugar, el director ha de ejercitar la paciencia para no dejarse arrastrar por el desaliento cuando no se ven los frutos apostólicos inmediatos en las almas, y para saber atinar con el momento propicio de pedir más cuando se ve que es posible o necesario. Sabed esperar. Hay almas que no responden durante algún tiempo: no hay que empeñarse en exigir, entonces, lo que no se quiere o no se puede dar. Seguid el trato, rezad y esperad (...) sabiendo que vuestra labor no es vana delante de Dios[27].

Paciencia y fortaleza, también, para dominar el propio carácter[28]: suavidad en las formas, amabilidad en el trato, interés sincero por los problemas de los demás. Hablando de la labor de San Rafael -pero, sirve para toda tarea de dirección espiritual-, nuestro Padre escribió: No queráis acortar las confidencias de los muchachos, ni interrumpir bruscamente el aluvión de sus preguntas, a veces impertinentes e indiscretas. Por el contrario: aprended a escuchar, e interesaos por todos sus pequeños asuntos. Yo os aseguro que es éste un magnífico medio de apostolado[29]En ningún momento se ha de mostrar impaciencia, y esto evidentemente no como táctica, sino como expresión

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veraz de la presencia de Dios; más aún, si el que acude a la dirección se extiende al exponer su estado interior. Sed pacientes: en ocasiones, el simple hecho de encontrar a alguno que escucha con interés, sin impaciencias, es un hecho definitivo para que un alma se acerque a Dios[30].

Paciencia, en definitiva, con las fragilidades y limitaciones de los demás. Fijarse sólo en los defectos o dejarse llevar por el pesimismo, son dos tentaciones que es preciso evitar, porque denotarían falta de fe en los medios sobrenaturales y de esperanza en el poder de Dios: Procura ser rectamente objetivo en tu labor de gobierno. Evita esa inclinación de los que tienden a ver más bien -y a veces, sólo- lo que no marcha, los errores. -Llénate de alegría, con la certeza de que el Señor a todos ha concedido la capacidad de hacerse santos, precisamente en la lucha contra los propios defectos[31].

En la labor de almas hay que colmarse de esperanza -que es optimismo y confianza sobrenaturales- para poder transmitir la alegría y la paz de Dios ante las posibles caídas o fracasos[32], con la convicción de que cuando hay dolor, hay lucha, y el Señor puede sacar grandes bienes de grandes males[33]: In patientia vestra possidebitis animas ves-tras[34].

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Prudencia

Explica Santo Tomás que «las acciones se dan en los singulares, y por lo mismo es necesario que la persona prudente conozca no solamente los principios universales de la razón, sino también los objetos particulares sobre los cuales se va a desarrollar la acción»[35]. Precisamente porque es virtud imprescindible para determinar qué es más conveniente sugerir en cada situación, sin dejarse llevar por "recetas generales", el director debe pedir para sí, y cultivar, la virtud de la prudencia. Nuestro Padre decía a propósito de los Directores, que su sentido de la responsabilidad les obliga a ser psicólogos, a conocer a la gente, y que esa obligación es un deber de justicia y de caridad con sus hermanos: y también con la Obra[36].

Esta psicología del Director, la describió con frase gráfica: Hace muchos años, en Madrid, se decía -bromeando- que era necesario llegar a tiempo, estar de vuelta y saber trigonometría. Yo os digo que, humanamente hablando y también con un poco de broma, podemos aplicar esas condiciones a los que tienen la misión de gobernar y formar a sus hermanos en la Obra[37]. Llegar a tiempo, porque hemos de amar tanto a los que el Señor nos ha encomendado, que preveamos los peligros en que puedan caer, de manera que se les ponga oportunamente en guardia, ante una situación capaz de hacerles mal[38] . El que ejerce la dirección espiritual ha de manifestar una prudencia diligente, que le lleve a emprender con solicitud lo que debe obrar, una vez ponderado previamente en la oración y con el consejo, cuando sea oportuno[39]. Llegar a tiempo: previendo el peligro, adivinando con intuición de madre.

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Que no os falte el discernimiento de espíritu: porque, cuando uno está enfermo, se le nota en la cara, en la mirada, en la desgana para hacer las cosas, en la languidez, en la imposibilidad del esfuerzo[40].

Estar de vuelta, quiere decir que el director espiritual no puede escandalizarse o extrañarse por nada, ni hacer las cosas por la tremenda, sino que -según las circunstancias- las personas requieren distinto trato, para que la reacción sea siempre sobrenatural y humanamente eficaz; aplicando la justicia de las madres, y esa justicia no es tratar a todos igual, sino comportarse de modo desigual con los hijos desiguales[41].

Y saber trigonometría, es decir, saber triangular porque mu-

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chas veces el camino más breve no es la línea recta[42]. Es decir, hay que aconsejar con sensatez y perspicacia de juicio, para discernir el mejor de entre los medios posibles con vistas a un fin concreto; también cuando hay que juzgar situaciones que se salen de las reglas comunes[43].

El director que ha llegado a adquirir el conocimiento profundo de las personas, tiene presentes los defectos y las miserias de cada uno, pero no se asusta porque sabe que el Señor llama al Opus Dei a quien quiere; y en su labor de dirección espiritual aprende a contar con esas limitaciones en la realización de la obra de la santidad. Nunca se puede decir "éste no sirve": denotaría falta de sentido común y de sentido sobrenatural, porque la llamada a la Obra supera con creces las expectativas de nuestra naturaleza, y todos pueden "servir" si hay verdadera correspondencia -a pesar de las propias limitaciones- al don divino de la vocación cristiana.

Por eso, es importante aprender a cambiar los campos de lucha por un tiempo, y no empeñarse en insistir en un aspecto determinado, aunque sea objetivo, cuando las personas no están en condiciones de sacarlo adelante; y a saber proponer metas asequibles en la vida interior. La caridad ha de guiar a la prudencia a buscar el bien de cada uno, del modo más acorde con su modo de ser y sus disposiciones: hemos de ser comprensivos, sabiéndonos poner en el lugar de cada alma; teniendo en cuenta que las normas generales son generales, y que necesitan su aplicación prudencial a cada caso[44].

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En ocasiones, las indicaciones que hayan de darse necesitarán de una madura reflexión. Si alguno de esos hijos míos, que dependen de vosotros, acude con problemas que no son ordinarios, no os apresuréis los Directores a responder: vuestra prudencia, para poder consultar o para ir a la oración, hará que quienes preguntan vean que sus Directores no se consideran señores de sus hermanos, sino transmisores de la Voluntad de Dios[45].

Por último, como siempre en negocios de vida interior, será necesario implorar la asistencia del Espíritu Santo que perfecciona -de manera intuitiva y terminante- el obrar según virtud: hace descubrir la verdad, enseña a mandar, y ayuda a aplicar lo juzgado a lo que se ha de hacer.

Humildad de saberse instrumento

El director espiritual ayuda en su lucha a los que hacen con él la Confidencia, pero no es ni el modelo ni el modelador[46], sino instrumento querido por Dios para dar a conocer su Voluntad a cada uno. Las almas son únicamente de Dios, y por tanto no tiene sobre ellas dominio ni potestad alguna: Nadie es director espiritual propietario. El alma sólo es de Dios, como dice el clásico castellano. La autoridad del director espiritual no es potestad. Dejad siempre una gran libertad de espíritu a las almas[47].

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Para lograr crear el clima de sinceridad, de confianza, de fraternidad auténtica, que es propio de la dirección espiritual, se requiere una profunda humildad, que lleve a los que la ejercen a poner el corazón en el suelo, para que los demás pisen blando[48], como tantas veces repetía nuestro Fundador. Humildes, hijos míos. Mirad que Jesucristo nos ha besado los pies cuando los besó a los primeros doce. Y Él es quien es, y nosotros somos lo que somos: pobres criaturas[49].

Entre otras manifestaciones de humildad, los Directores han de cultivar el arte de ser amables, la cortesía en el trato, la ausencia de toda forma de arrogancia, el carácter generoso. No seáis nunca un modelo glacial, que se puede admirar, pero no se puede amar[50]. Es muy importante que se dé siempre esta cercanía y que todos la experimenten, y ha de ser motivo de examen personal para los Directores.

En la dirección espiritual de ordinario no se manda[51], se ayuda a que las almas quieran entregarse con libertad, a que deseen corresponder con amor al Amor de Dios que se nos ha dado. Por eso, se debe evitar expresamente cualquier forma de altanería en el trato: No os creáis más que vuestros hermanos. No miréis a los otros por encima del hombro, como suele decirse. No mandéis fuerte. No piséis fuerte[52]. De este modo, surgirá la confianza mutua, que facilitará a todos acudir con seguridad a la dirección espiritual ante las dificultades, dudas, etc., que se presentan en la vida interior.

Humildad es también rechazar cualquier asomo de personalismo o de afán de "originalidad" en el modo de conducir la dirección espi-

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ritual; el director espiritual debe llevar las almas a Dios, evitando que nadie pueda apegarse a su persona. Para esto, tiene que desaparecer y rechazar -si se presentara- toda tentación de "protagonismo", siguiendo la enseñanza del Bautista: Illum oportet crescere, me autem minui [53].

Otra manifestación de humildad, es la disponibilidad para escuchar en cualquier momento las preocupaciones o alegrías de sus hermanos, que han de encontrar siempre "la puerta abierta" y ser recibidos con una sonrisa.

A la vez, la humildad llevará a quien recibe la charla a exigir donde se vea necesario, aunque se trate de aspectos que quizá él tampoco ha superado: el buen médico cura aunque padezca la misma enfermedad. Lo contrario sería manifestación de poca visión sobrenatural, de no tener la convicción de ser instrumento, y en definitiva de soberbia: con esta humilde disposición deben los Directores considerar, con un conocimiento cierto, que tienen gracia especial de Dios: y llenarse de la confianza de que el Señor les ayudará en el cumplimiento de los deberes de su oficio[54].

Fidelidad al espíritu de la Obra

La dirección espiritual ha de llevarse por el camino que nos ha dejado nuestro Padre, instrumento fidelísimo en las manos de Dios. Sería un grave error, como se ha dicho, pretender ser originales, aplicando "ideas personales", ajenas al espíritu del Opus Dei o distintas de los criterios que indican los Directores para un caso determinado: las almas son de Cristo y hay que dirigirlas como el Señor ha dispuesto para nosotros.

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Para cumplir bien esta misión, don Álvaro sugería: «Cada Director, cada Directora, al realizar las tareas propias de su cargo, ha de preguntarse a menudo: ¿cómo se comportaría nuestro Padre si se encontrara en esta situación, si debiera resolver este asunto o tomar tal decisión? ¿Cómo enfocaría este problema? ¿Qué delicadezas tendría con tal persona? ¿Con qué fortaleza actuaría en este otro caso?»[55]. Y esto, como es natural, acudiendo a su intercesión, porque desde el Cielo sigue dirigiendo a sus hijos hacia Dios.

Para saber mandar, es primordial aprender primero a obedecer.

Esta idea tan repetida por nuestro Padre[56], se aplica también al que lleva la dirección espiritual en la Obra: nunca puede haber motivo suficiente para apartarse en lo más mínimo de nuestro espíritu o de las exigencias de nuestra vocación cristiana: Aprender a mandar es no ser aislador; es ser instrumento de comunicación, de encendimiento del espíritu del Opus Dei en las almas que tenéis encomendadas; y poner por obra el deseo y la voluntad de vuestros Directores Mayores, para el mejor servicio de Dios. Si no, el Director, en lugar de edificar, destruye[57]. Por eso, si se presentara la tentación de aguar las exigencias de Dios para una persona, movidos por una aparente "bondad" o "comprensión" ante determinadas circunstancias, es preciso no olvidar que ceder a ese engaño siempre ocasionaría -a la corta o a la larga- un daño grave a la Obra y a las almas.

La labor de dirección espiritual debe ser colegial, ejercida en estrecha unión con el Consejo local, que es quien dirige en nombre de la Obra y del Padre. Es bueno comprobar -y ayudar para que así sea- que se puntualizan y se viven las indicaciones recibidas en los otros medios de formación y de dirección espiritual.

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Los Directores deben ser personas de criterio, tener bien asimilado el espíritu de la Obra, y cuidar esmeradamente su formación personal. Para esto, procurarán primero adquirir una doctrina religiosa sólida, cursando con profundidad los estudios correspondientes y viviendo una delicada obediencia a las indicaciones que aseguran la pureza doctrinal y la claridad de juicio, para dar a los demás la luz de la Iglesia.

Además, quien ejerce la dirección espiritual ha de adquirir la ciencia de la dirección de almas; en primer lugar, con el estudio y la meditación de los escritos de nuestro Padre y de sus sucesores al frente de la Obra, los documentos de gobierno y las publicaciones internas. También es muy importante leer los tratados clásicos de espiritualidad y de Teología espiritual, para conocer las dificultades que suelen presentarse en el desarrollo normal del camino de unión con Dios, y saber adelantarse, prevenir y poner remedio.

También es necesario estar precavido contra cualquier forma de rutina: la que se introduce inconscientemente o la que procede de la experiencia que se posee; en esta ciencia hay que tener la humildad de estar siempre recomenzando a aprender: la experiencia es importante, pero de nada vale si se empaña el sentido sobrenatural.

El silencio de oficio

Como se ha dicho, quien lleva la dirección espiritual ha de poner los medios -en primer lugar, su vida de oración- para que llegue a sus hermanos la ayuda de la Obra que ellos necesitan, y a la que tienen derecho, para su crecimiento en santidad y eficacia apostólica. Ha de ser instrumento de unidad con el Padre y con los Directores, nunca aislador.

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Es, por tanto, la naturaleza misma de la ayuda que se ha de proporcionar la que exige la consulta a quienes, por oficio, pueden y deben intervenir en la dirección espiritual de esa persona[58]. Es claro, además, que, aunque siempre se cuenta con la gracia de Dios, sería presunción pensar que basta la propia capacidad, y omitir la consulta oportuna[59]. Por otra parte, todos en el Opus Dei agradecemos que quien lleva nuestra charla transmita -siempre con la máxima delicadeza- a los Directores lo necesario para que se nos pueda ayudar a crecer en santidad y se nos confíen los encargos apostólicos que podamos desempeñar con mayor eficacia, en servicio de Dios y de las almas.

Por lo que concierne a las consultas de los Directores locales a los Directores regionales (o de la Delegación), nuestro Padre dio un criterio claro referido a las cuestiones de gobierno, que puede aplicarse análogamente a asuntos de dirección espiritual: del mismo modo que no se debe recurrir a los Directores regionales para que resuelvan lo que puede y debe resolver el Consejo local, tampoco se han de tomar decisiones sin contar con su asesoramiento, cuando deba pedirse [60]. Por

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tanto, se debe consultar cuando hay algo importante o que puede llegar a serlo[61].

Al realizar estas consultas existe el doble deber de guardar un estricto silencio de oficio, y de tratar con extrema prudencia todo lo que se refiere a la formación espiritual. Sólo se pueden tratar estos temas con aquellas personas que -también por razón de su cargo- deban conocerlos[62], como sucede también en el caso del secreto profesional que debe mantener, por ejemplo, un médico o un abogado[63]. Por el ambiente de familia y de lealtad que hay en la Obra, nuestro Padre prefería no hablar de secreto, sino de silencio de oficio, y aclaraba que siempre guardaba la discreción debida como cristiano y como caballero[64].

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Por tanto, de acuerdo con la naturaleza de la charla fraterna, el silencio de oficio prohíbe tratar esos asuntos con cualquier persona fuera de aquéllas que puedan y deban intervenir en la dirección espiritual, en la línea que va desde los Directores locales hasta el Padre[65]. Dentro de esa línea, y en sentido ascendente (de abajo hacia arriba), no se lesiona el silencio de oficio cuando la consulta es necesaria o conveniente[66].

Cuando exista una razón que haga conveniente tratar con un Director algún asunto de dirección espiritual, debe hacerse ciñendo la consulta a lo esencial. Si se tuviera que hablar de un asunto más delicado o íntimo -delicado no quiere decir necesariamente negativo- de ordinario se hará de modo personal, y no en el ámbito de una reunión[67]. Hay, gracias a Dios, en la Obra una gran tradición de delicadeza, concretada en detalles que nuestro Padre enseñó a vivir cuidadosamente desde los comienzos: evitar cualquier cosa que suponga apa-

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riencia de secreteo, no tratar de estas cuestiones fuera del lugar apropiado, rechazar enérgicamente la curiosidad, no escribir nada que pueda suponer falta de respeto por la intimidad, etc.

Estos puntos forman parte de los medios que hemos de poner para cuidar con esmero el sentido sobrenatural de la charla fraterna, como nos lo ha transmitido nuestro Padre. Medios que se emplean con naturalidad cuando hay empeño en pedir al Señor las virtudes y practicarlas: Habéis de tener la mesura, la serenidad, la fortaleza, el sentido de responsabilidad que adquieren muchos a la vuelta de los años, con la vejez: tendréis todo esto, aunque seáis jóvenes, si no me perdéis el sentido sobrenatural de hijos de Dios, porque Él os dará, más que a los viejos, esas condiciones convenientes para hacer vuestra labor de apóstoles[68]. De este modo, quienes reciben charlas fraternas, a la vez que sienten vivamente la responsabilidad de hacer llegar a sus hermanos los cuidados del Buen Pastor, experimentarán la serenidad del que sabe que, en esa importante labor, cuenta con la gracia de Dios y con la ayuda de los Directores.

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Referencias

  1. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 24, nota 34.
  2. Surco, n. 391.
  3. De acuerdo: tu preocupación deben ser "ellos". Pero tu primera preocupación debes ser tú mismo, tu vida interior; porque, de otro modo, no podrás servirles (Forja, n. 399).
  4. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 8.
  5. S. Th., II-II, q. 45, a. 2, c: «La rectitud de juicio puede darse de dos maneras: la primera, por el uso perfecto de la razón; la segunda por cierta connaturalidad con las cosas que hay que juzgar».
  6. Ibid. Y a continuación aclara: «Así, Dionisio, hablando de Hieroteo en el c.2 De div. nom., dice que es perfecto en las cosas divinas no sólo conociéndolas, sino también experimentándolas. Y esa compenetración o connaturalidad con las cosas divinas proviene de la caridad que nos une con Dios, conforme al testimonio del Apóstol: "Quien se une a Dios, se hace un solo espíritu con Él" (1 Cor 6,7)» (ibid.).
  7. Cf. Forja, n. 892.
  8. La «connaturalidad se fundamenta y se desarrolla en las actitudes virtuosas del hombre mismo: la prudencia y las otras virtudes cardinales, y en primer lugar las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. En este sentido, Jesús ha dicho: "El que obra la verdad, va a la luz" (Jn 3,21)» (Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, n. 64).
  9. Camino, n. 82.
  10. De nuestro Padre, palabras tomadas en una tertulia, XI-1972, en Dos meses de catequesis, I, p. 389.
  11. Cf. FU 2,5.
  12. Amigos de Dios, n. 75.
  13. A solas con Dios, n. 288.
  14. Sant 4,6.
  15. De nuestro Padre, Carta 8-VIII-1956, n. 34.
  16. Cf. S.Th. I-II, q. 62, a. 4.
  17. A solas con Dios, n. 194.
  18. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 23.
  19. Aunque, como es natural, no se manifiesta con muestras de especial simpatía que pueda suponer acepción de personas: todos deben encontrar la misma acogida amable; el director debe saber "hacer y desaparecer", para que nadie se apegue a su persona. Para eso, se requiere ser muy sobrenaturales y muy humanos con los demás, hasta llegar a poder decir, como nuestro Fundador, yo me conozco a los míos.
  20. Cf. Amigos de Dios, n. 228.
  21. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 21.
  22. Es muy importante darse cuenta de que, para exigir a los demás, antes el director se debe dar por completo: en la Confidencia, el que la hace, de algún modo, se pone en situación de total disponibilidad con respecto a la Obra, representada por la persona que la recibe. Por tanto, recíprocamente, el que recibe la charla debe tratar de acoger al otro con los mismos sentimientos del Buen Pastor. La sinceridad se dificulta si faltan estas disposiciones de mutua confianza; y la confianza se perfecciona si el que recibe la Confidencia se da primero con muestras concretas de comprensión y de cariño, también humano. Vamos a la Confidencia por motivos sobrenaturales pero, aquí como en todo, la base humana es un incentivo muy conveniente.
  23. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 21. Se puede aplicar aquí el deseo de nuestro Padre para sus hijos sacerdotes: Pedid al Señor Dios Nuestro, hijos míos sacerdotes, que os enseñe a tratar a vuestros hermanos de tal modo que seáis vosotros los últimos, y ellos los primeros; que seáis vosotros la luz que se consume, la sal que se gasta; que gustosamente os fastidiéis vosotros, para que los demás sean felices: éste es el gran secreto de nuestra vida y la eficacia de nuestro apostolado, así demostraremos la caridad -in hoc cognovi-mus caritatem Dei-, porque si el Señor dio la vida por nosotros, nosotros también debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos, quoniam ule animam suam pro nobis posuit, et nos debemus pro fratribus animas poner (7 Ioann. III, 16) (De nuestro Padre, Carta 2-II-1945, n. 32).
  24. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 34.
  25. La caridad es paciente, la caridad es benigna (...) no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal (...) todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Cor 13,4-7).
    La virtud de la paciencia es parte potencial de la fortaleza. Como las demás virtudes morales, tiene que ver también con la prudencia. Aquí completaremos algunos aspectos no considerados antes.
  26. De nuestro Padre, Instrucción, mayo 1935/14-IX-1950, n. 95.
  27. De nuestro Padre, Carta 8-VIII-1956, n. 36.
  28. No digas: "Es mi genio así..., son cosas de mi carácter". Son cosas de tu falta de carácter: Sé varón -"esto vir" (Camino, n. 4).
  29. De nuestro Padre, Instrucción, 9-1-1935, n. 30.
  30. De nuestro Padre, Carta 8-VIII-1956, n. 36.
  31. Surco, n. 399. Cf., también, S.Th'., II-II, q. 136, a. 2, ad 1.
  32. A los que caen, hay que ayudarles a levantarse enseguida, confesando todas las veces que sean necesarias; si conviene, cada día. Hay que infundir la persuasión de que las caídas no son inevitables -si fuera así, no serían pecado-, de que es posible santificarse, que hay que recomenzar y poner los medios, que la gracia no faltará (de nuestro Padre, Carta 8-VIII-1956, n. 40).
  33. Son palabras del Papa Pío XI: el Señor, de los males saca bienes; de los grandes males, grandes bienes (De nuestro Padre, Instrucción, 19-III-1934, n. 40).
  34. Lc 21,19. Y Santo Tomás añade: «por la paciencia se mantiene el hombre en posesión de su alma» (S.Th. II-II, q. 136, a. 2, ad 2).
  35. S.Th., II-II, q. 47, a. 3.
  36. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 23.
  37. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 24.
  38. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 23, nota 31.
  39. Cf. S.Th., II-II, q. 47, a. 9.
  40. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 24. Y continúa: Si sería criminal que no tuviéramos caridad, para darnos cuenta de que flaquea la salud física de nuestros hermanos, más criminal sería que no estuviésemos vigilantes, para sorprender los primeros síntomas de una languidez espiritual, que les podría conducir a la muerte.
    Por eso, os he dicho que no excuso de pecado, y en ocasiones de pecado grave, a los que hayan convivido con un hijo mío que se descamina: porque no habrían sabido darle medios para perseverar, medios a los que tenía derecho. Hay que ayudar a tiempo, y siempre es tiempo.
    No exagero, hijos míos: soy objetivo. Hay que llegar a tiempo, con la corrección fraterna de ordinario y, de modo extraordinario, avisando a los Directores inmediatos para que, si hiciese falta, procedan a hacer que cambie de ambiente aquella persona
    (ibid.).
  41. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 23, nota 31. Estar de vuelta, os decía. Porque hay que prevenir la reacción de las almas. No hablo de métodos psicológicos: es ascética. Hay que preparar a las almas como el médico prepara el cuerpo, antes de hacer una operación. Con medicación especial y con determinadas dietas de comida previene la reacción que va a tener el enfermo. Lo mismo ocurre en el cuidado de las almas: hay que actuar de manera que la reacción, ante la medicina, sea sobrenatural y humanamente eficaz.
    Pero no se pueden emplear con todos los mismos medios. También en esto es necesario imitar el comportamiento de las madres: su justicia es tratar de modo desigual a los hijos desiguales. Unos son capaces de recibir la corrección dura y -aun cuando tengan un primer momento de rebeldía- sabrán descubrir el cariño que en esa corrección se esconde. Con otros hay que seguir distinto camino
    (De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 25).
  42. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 23, nota 31. Y comentaba: Y esto no es hipocresía hijos, sino buen gobierno, caridad fina, un hermoso deber de delicadeza (ibid.; cf. también, Carta 29-IX-1957, n. 25).
  43. Santo Tomás explicaba que «para aconsejar bien se requiere no sólo averiguar y descubrir los medios aptos para lograr el fin, sino también las circunstancias, es decir, el tiempo conveniente, de tal modo que no se sea ni demasiado lento ni demasiado rápido en los consejos; el modo de aconsejar, es decir, firmeza en el consejo, y otras circunstancias» (S.Th.,II-II, q. 51, a. 1).
  44. De nuestro Padre, Carta 8-VIII-1956, n. 34.
  45. De nuestro Padre,Instrucción, 31-V-1936, n. 45.
  46. Decía nuestro Padre que el modelo es Jesucristo; el modelador, el Espíritu Santo, por medio de la gracia (Carta 8-VIII-1956, n. 37). Y don Álvaro, comentaba a los que «desempeñan encargos de dirección y de formación en la Obra, que nunca dejen incumplida su misión por el pensamiento de que no son mejores que sus hermanos. Ciertamente, podéis y debéis ayudarles con el ejemplo, pero no sois el modelo -es Cristo-, ni el modelador, que es el Espíritu Santo. Vosotros sois instrumentos, y Dios os necesita, como quiso necesitar a María y a José para que Jesús creciera en el calor del hogar de Nazaret» (Cartas de familia (3), n. 327).
  47. De nuestro Padre, Carta 8-VIII-1956, n. 38.
  48. Cf. por ej., De nuestro Padre, Carta 2-II-1945, n. 32.
  49. De nuestro Padre, Carta 24-III-1931, n. 33.
  50. De nuestro Padre, Carta 6-V-1945, n. 42.
  51. Cuanto más humildes, más eficaces. No hemos venido a mandar, sino a obedecer. Venimos a servir, como Jesús, que non venit ministrari, sed ministrare (Matth. XX, 28). Meditad muchas veces las palabras del Bautista: Illum oportet crescere, me autem minui (Ioann. III, 30); conviene que Él crezca, y que yo disminuya (ibid.).
  52. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 48.
  53. Jn 3,30.
  54. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 7.
  55. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 490.
  56. Cf., por ejemplo, Forja, n. 627; Crecer' para adentro, p. 61.
  57. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 19.
  58. De modo que, en la Obra, cuando se acude a la charla fraterna está presupuesto que el que la recibe hará esas consultas cuando sea necesario o conveniente: por ejemplo, porque se plantean asuntos que exceden sus competencias (disponibilidad de un Numerario para ir a trabajar a otra Región; necesidad o conveniencia de que cambie de ciudad por motivos de salud, circunstancias de su vida espiritual, o exigencias del apostolado, etc.); o bien porque requieren el ejercicio de una facultad de gobierno propia del Consejo local o de los Directores regionales; o finalmente porque la prudencia aconseja consultar a otro miembro más experimentado del Consejo local o al sacerdote del Centro.
    En la práctica, la mayor parte de las veces, las consultas obedecerán a la conveniencia de aconsejarse para encontrar el mejor modo de impulsar la vida espiritual en un determinado momento (por ejemplo, cómo enfocar el examen particular, la lectura espiritual, etc.).
  59. Con mayor razón será prudente no fiarse sólo del propio criterio si se trata de aconsejar a una persona que pasa por un momento de debilidad o de crisis espiritual, y que tiene más necesidad de recibir toda la ayuda de la Obra.
  60. No carguéis sobre los de arriba la solución de los problemas que está obligado a decidir el Consejo local, y que son, por lo tanto, de vuestra incumbencia. En cambio, todo lo que es extraordinario, conviene que lo estudiéis despacio y que no lo ocultéis, que no lo encubráis, porque eso no es buena caridad: y puede ocasionar perjuicios a las almas (De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 39; vid. ibid., n. 35).
  61. Ibid'.', n. 39; vid. también, nota 49.
  62. Ibid.,n. 54.
  63. Cf. ibid. La comparación con la discreción propia de estos trabajos profesionales permite entender, en primer lugar, que el silencio de oficio (secretum officiosum), desde el punto de vista de la ciencia moral, es una exigencia de justicia que está en la línea del secreto profesional, que es un tipo de secreto commissum (cf. M. Prümmer, Manuale Theologice Moralis, II, n. 175).
    La comparación muestra, en segundo lugar, que muy frecuentemente, por la naturaleza misma del servicio profesional que se presta, la justicia obliga a que un dato o una información no salga de unas determinadas personas. Así, por ejemplo, la defensa en un proceso judicial puede ser llevada por un estudio de abogados, y no por un abogado solo; un médico especialista puede consultar con otro especialista de más experiencia acerca del tratamiento de un determinado caso; un funcionario puede y debe tratar asuntos cubiertos por el secreto de estado con sus superiores jerárquicos, etc. Análogamente, a veces será necesario tratar materias propias de la dirección espiritual con los Directores que tienen el derecho y el deber de intervenir en esa tarea, lo cual no lesiona mínimamente el silencio de oficio.
  64. De nuestro Padre, ibid'.', notas 54 y 55. En este sentido, se habla de silencio de oficio del Consejo local (cf. ibid'.', nota 77).
    Esto se puede entender mejor considerando la naturaleza del secreto profesional (officiosum): la exigencia de justicia de mantener ese secreto nace de que ciertas prestaciones profesionales o de consejo presuponen implícitamente un pacto (del que surge un deber y un derecho estrictos) de observar la reserva adecuada a la naturaleza y a las exigencias de cada caso. Por ejemplo, es evidente que la atención médica supone muchas veces que las enfermeras que ayudan al médico reciban de éste información sobre la historia clínica del paciente, en la medida necesaria para realizar bien su trabajo, y por tanto en beneficio del enfermo. El clima familiar de cariño y delicadeza que hay en la Obra hace innecesarias estas consideraciones pero, si se quiere tratar el tema desde el punto de vista de la ciencia moral, habría que decir que la dirección espiritual impartida en la Confidencia presupone implícitamente un pacto, en virtud del cual quien hace la charla acepta y desea que quien la escucha se atenga en todo a la naturaleza de este medio de formación, que es lo que determina la reserva que se llama silencio de oficio.
  65. Si se entiende bien que quien imparte la dirección espiritual es el Opus Dei, fácilmente se comprende que no tendría sentido, por ejemplo, que al hacer la charla fraterna alguien pusiera como condición, para tratar un tema determinado, que quien la recibe se comprometiera a "no contar a nadie" lo que va a decirle; o que éste último, pensando facilitar la sinceridad, equivocadamente dijera al que hace la charla: "cuéntamelo todo y no te preocupes, porque no se lo voy a decir a nadie más". En estos casos hipotéticos, la persona que recibiera la charla dejaría de ser instrumento para hacer llegar la ayuda de la Obra: esa conversación no sería una charla fraterna de dirección espiritual.
  66. Sería en cambio posible lesionarlo en las comunicaciones en otro sentido, por ejemplo, si un Director regional comentase con un Director local cosas de competencia exclusiva del gobierno regional, o si un Director local hablase con otra persona de cuestiones de formación espiritual o de gobierno.
  67. En un Centro, por ejemplo, el Director puede hablar separadamente con cada uno de los otros miembros del Consejo local, y con el sacerdote. El cariño fraterno y la rectitud de intención, junto con la ayuda que los Directores se prestan entre sí mediante la corrección fraterna, permiten encontrar el modo más adecuado de estudiar cada tipo de asuntos, sin necesidad de elaborar casuísticas pormenorizadas.
  68. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 23, nota 30.