Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, Roma, 2001/Aspectos de la dirección espiritual especialmente relacionados con la unidad de vida

ANEXO II

ASPECTOS DE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL ESPECIALMENTE RELACIONADOS CON LA UNIDAD DE VIDA


Cuestiones de moral profesional

La dimensión moral de toda actividad humana comporta, en el ámbito de las diversas profesiones, precisas normas deontológicas, que cualquier persona de bien, y en particular un cristiano, ha de observar con fidelidad y coherencia. Estas normas no son ajenas al quehacer laboral -como algo que se añade desde fuera-, sino que pertenecen al mismo contenido intrínseco de cualquier trabajo, informando desde dentro su realización.

Las reglas éticas tienen un carácter esencialmente positivo, pues constituyen un elemento necesario para el buen cumplimiento del trabajo y, por tanto, para que se convierta en medio de santificación. Nadie puede ver en esos principios un obstáculo para su actividad profesional, como si hubiera una dicotomía entre la ética -que los cristianos

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podemos conocer con especial certeza- y el perfecto ejercicio de la profesión[1]. El valor humano del trabajo no consiste sólo en su eficacia técnica, ni puede alcanzarse al margen de normas éticas: precisamente, porque el ejercicio libre de cualquier tarea humana revierte en la persona que lo realiza, perfeccionándola moralmente -haciéndola buena en términos absolutos-, o no[2].

La pérdida del sentido cristiano de la vida, está llevando actualmente a muchas personas al olvido y al abandono de esas reglas en la actividad profesional, hasta el punto de que se han llegado a generalizar conductas inmorales de muy diverso tipo. Una persona recta no puede dejarse arrastrar por el ambiente y sentirse justificado para obrar de ese modo errado, ni siquiera con la excusa de que tiene que defenderse para no quedar relegado o en situación de desventaja en el ejercicio de su profesión. Debe, por el contrario, mantener una conducta íntegra, de modo que -como enseña el Magisterio de la Iglesia-"adquirida la competencia profesional y la experiencia, que son abso-

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lutamente necesarias, respete en la acción temporal la justa jerarquía de valores, con fidelidad a Cristo y a su Evangelio"[3]. Vivir personalmente las normas de deontología profesional, y enseñar a otros a comportarse de la misma manera, en unidad de vida, es un modo imprescindible y eficaz de contribuir a la cristianización de la sociedad.

Para poner en práctica esos preceptos de ética profesional en el propio trabajo, es preciso conocerlos bien. No es suficiente dejarse guiar por un vago "sentido común" para resolver las cuestiones que se plantean en este campo. Se requiere un serio afán de formarse rectamente la conciencia, poniendo los medios para adquirir la ciencia moral correspondiente, con un conocimiento profundo de las enseñanzas del Magisterio -que es intérprete auténtico también de las exigencias de la Moral natural-, y empeño en el ejercicio de las virtudes necesarias para cumplir con perfección los propios deberes.

Aun así, es frecuente que en el ejercicio de la profesión se planteen problemas morales de solución dudosa, o en los que el juicio propio puede oscurecerse; por ejemplo, cuando se trata de juzgar sobre la licitud de una determinada actividad económica que se desea realizar, o sobre las obligaciones de justicia y de caridad con las personas dependientes, o en ciertos casos de reparación de daños, o en algunos campos de investigación científica en los que está en juego la dignidad de la persona y la misma vida humana, etc. En éstas y en otras muchas cuestiones, existe frecuentemente, para cualquier persona, el deber de pedir consejo: se trata de una norma clara de prudencia, que se deriva de la obligación de actuar siempre con conciencia recta.

Como es lógico, hay que consultar a personas con buena preparación moral y competencia en los problemas específicos, que les permita aplicar los principios de la Teología Moral al caso particular[4].

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Cuando alguien solicita, en la dirección espiritual, consejo en estas materias, debe tener en cuenta -y con frecuencia convendrá recordárselo de modo expreso- que el asesoramiento se refiere exclusivamente a la valoración moral de los problemas, para ayudarle a la formación de juicios rectos, y que no representa nunca una intromisión en cuestiones profesionales; después de haber consultado, el interesado ha de ponderar en su conciencia, cara a Dios, el consejo recibido, y actuar luego bajo su personal responsabilidad. Es decir, en ningún caso la petición de consejo supone descargar la responsabilidad de las propias acciones en la persona consultada.

La ejemplaridad con que los miembros de la Obra se esfuerzan por vivir las exigencias éticas de la propia profesión, es parte esencial del prestigio profesional y moral necesario -anzuelo de pescador- para realizar un hondo apostolado en el ambiente de trabajo. En ocasiones, será preciso ir contra corriente cuando en una determinada actividad profesional sean frecuentes ciertos modos de obrar claramente inmorales, que jamás puede aceptar quien actúe conforme a la ley moral natural, y menos aún un buen cristiano. Pero tampoco se ha de caer en la deformación de una conciencia escrupulosa: los problemas reales se resuelven estudiando y, cuando es necesario, preguntando.

Sobre los deberes de la solidaridad cristiana y el uso de los bienes materiales

Al concedernos la vocación a la Obra, el Señor ha querido subrayar la llamada a la plenitud de la vida cristiana en medio del mundo, con todas sus consecuencias: entre éstas, la de conocer, vivir y difundir a nuestro alrededor la doctrina de la Iglesia sobre la dignidad de la

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persona y la dimensión social de la conducta humana[5]. La sensibilidad hacia los problemas sociales es connatural al espíritu del Opus Dei, precisamente porque es misión de cada uno de sus fieles poner a Cristo en la cumbre de la actividad humana que realiza, informando cristianamente los deberes de su profesión y las relaciones familiares y sociales en que participa.

Ante las cuestiones de carácter social, político o económico, cada uno puede adoptar la postura y solución que considere más adecuada, dentro de los amplios límites que señala la doctrina y la moral católicas; pero, lo que ningún cristiano consecuente ha de hacer es dispensarse de las responsabilidades sociales o inhibirse ante los apremiantes llamamientos del Magisterio de la Iglesia. Las necesidades materiales y humanas del prójimo -las situaciones de miseria, la ignorancia, el sufrimiento- no pueden dejar indiferente a nadie, y menos a un cristiano[6]. De modo que, cada uno debe hacer lo que esté a su alcance para remediar en la medida de sus posibilidades esos males, porque un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo[7].

El espíritu de la Obra lleva a buscar la unidad de vida, que exige también una verdadera coherencia entre la fe que profesamos y nuestro comportamiento social[8]. Santificar los deberes sociales implica transformarlos en ocasión de apostolado personal, de intervención activa -según las circunstancias personales- en la vida social a través de

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diversos cauces, además del trabajo profesional y de la familia; por ejemplo, mediante la promoción de iniciativas sociales, la participación en asociaciones que fomentan el bien común y forman la opinión pública: desde una comunidad de vecinos, o una asociación cultural o de padres de alumnos, etc., a la vida política en el propio municipio o a nivel nacional, etc. En este campo, especialmente, hay que estar prevenidos contra el temor a complicarse la vida[9].

El empeño por instaurar la justicia y por remediar la miseria, la ignorancia o el abandono en el que tantos viven, debe ser consecuencia de una vida cristiana auténtica, que se manifiesta concretamente en el desprendimiento personal, en la sobriedad, en la templanza y en el general tenor de vida. Es preciso estar muy vigilantes para no dejarse arrastrar, apenas sin percibirlo, por el ambiente materialista de una sociedad que incita a no privarse de nada: al consumo superfluo y desenfrenado, al capricho de acumular cosas, o a cambiar constantemente las que se usan por otras nuevas, etc.

No se ha de caer por esto en una visión negativa del empleo de los bienes materiales, pero hay que estar atentos y formar bien el criterio, para que la vida personal responda fielmente, en la práctica, a esas exigencias cristianas. Como nos enseñó nuestro Padre, somos del mundo y lo amamos apasionadamente, pero no somos mundanos, y por eso no hay que tener miedo a ir contra corriente. Dios cuenta con nuestro ejemplo para remover a muchas personas y ayudarles a cambiar de conducta. Se trata, por eso, de mostrar positivamente la belleza de la doctrina cristiana, pero ayudando a concretar, sin quedarse sólo en los principios[10].

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En la dirección espiritual, el que lleva la Confidencia, tiene que mantener el alma del que la hace sinceramente abierta y sensible ante los requerimientos de las virtudes, para que pueda llegar a descubrir con personal responsabilidad la voluntad de Dios en todas las actuaciones. Por tanto, acerca de la virtud de la pobreza, no se puede conformar con transmitir algunas ideas generales; sino que debe enseñar a aplicarlas descendiendo a los detalles prácticos, sin imponer -claro está- soluciones opinables, pero ayudando a formarse una conciencia recta, también en lo relacionado con los deberes cristianos de solidaridad y con el desprendimiento de los bienes materiales.

En la labor de San Gabriel, especialmente entre quienes cuentan con más recursos, es preciso enseñar -a través de la Confidencia y de la corrección fraterna- que la responsabilidad social debe manifestarse, necesariamente, en el tono de vida. Hay que saber exigir, llevando a las personas como por un plano inclinado, pero hablando claramente ante lo que puede ser un amor desordenado o un uso egoísta de las riquezas, que entraría en contradicción con el comportamiento de un cristiano consciente de sus deberes sociales[11]. En el caso de los Supernumerarios, conviene descubrirles positivamente -y formar cada vez con mayor hondura su criterio- en qué consiste realmente la mentalidad de padre de familia numerosa y pobre, que ha de orientar muchos aspectos de su actuación, también en el terreno cívico[12].

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Estos u otros comportamientos parecidos resultarían más graves e incoherentes aún en países donde sean frecuentes las situaciones de pobreza y de miseria, ante las que un cristiano no puede vivir de espaldas. En la labor con personas que disponen de más recursos económicos hay que enseñarles a desenmascarar posibles excusas -falsas "exigencias" del ambiente social en que se mueven, o del otro cónyuge, etc.- para realizar gastos de ese tipo. Puede tratarse, incluso, de amigos que colaboran generosamente con sus aportaciones a las labores apostólicas: esto debe constituir un acicate -nunca un freno- para recordarles con claridad sus deberes cristianos.

Aspectos específicos sobre la dirección espiritual de personas que se dedican al estudio, a la investigación o a la enseñanza de materias con implicaciones doctrinales

Quienes se dedican a la enseñanza han de sentir la especial responsabilidad de fomentar positivamente la rectitud de la doctrina, de estar vigilantes frente a los errores más extendidos en cada momento, y de ser muy prudentes al estudiar y al hacer estudiar autores que no ofrezcan la suficiente garantía de seguridad doctrinal, más todavía

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cuando se trata de alumnos de enseñanza media o que no han completado su formación universitaria. En esos casos, es preciso ser muy claros al dar siempre todos los elementos de crítica necesarios para el discernimiento de la verdad que pueda haber en las diferentes teorías científicas o doctrinas filosóficas.

Es muy importante que pongan en práctica, con ejemplar fidelidad, los criterios generales comunes: humildad y docilidad para pedir consejo a quienes pueden y deben darlo; prudencia, para dejar que los años y la aprobación de personas doctas y piadosas confirmen la validez de sus hipótesis y opiniones; una confrontación habitual de sus teorías con la Revelación y con el Magisterio de la Iglesia; un gran amor a la verdad y a la justicia, para evitar ligerezas; y una particular preocupación por fortalecer su propia vida interior, con manifestaciones claras de piedad sencilla y de sinceridad completa.

Cuando necesiten leer directamente -con la oportuna consulta previa- obras heterodoxas o peligrosas, una cautela elemental de prudencia es no afrontar el estudio de tesis erróneas o inciertas sin dominar antes a fondo la doctrina católica sobre esa misma materia, expuesta en los documentos del Magisterio y en autores recomendables por su seguridad.

Además de facilitar asesoramiento a los fieles de la Obra que se dedican a la investigación o a la enseñanza superior, conviene impulsarles constantemente en el apostolado con sus colegas de profesión y en el campo de la cultura. También se ha de procurar animar y orientar a las personas que tengan condiciones para que procuren estar presentes en academias científicas o de humanidades, o en los llamados think-tanks; a escribir y publicar; a hacer escuela, etc.

En la dirección espiritual, hay que insistir a los profesores a que pongan los medios -con responsabilidad humana y cristiana- para que todos los alumnos se acostumbren a pedir el parecer sobre las lecturas con implicaciones doctrinales y morales.

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En esta labor de orientación -como en todo-, el Director respeta con extrema delicadeza la plena libertad de la que gozan los cristianos en materias opinables.

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Referencias

  1. Hay que prevenir a muchas personas de una posible tentación: pensar que las exigencias sociales -en cualquier ámbito que se desarrollen- de la moral natural y por ende del cristianismo son incompatibles con la eficacia del trabajo, en un mundo dominado -desgraciadamente- por criterios economicistas (cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 63; Juan Pablo II, Ene. Centesimas annus, nn. 24 y 35). Ninguna persona de bien que se guíe por la moral natural puede subordinar todo -también su vida familiar- al logro de beneficios, ni emplear medios moralmente ilícitos -aunque no falten quienes los utilicen- para obtener ventajas materiales. Al mismo tiempo, sería un error concebir la moral cristiana como un conjunto de trabas, olvidando su carácter eminentemente afirmativo que impulsa a vivir todas las virtudes, muchas de las cuales -como la lealtad, la laboriosidad, la magnanimidad, etc.- tienen repercusión inmediata en el mismo rendimiento humano del trabajo.
  2. Por esto, no tendría ningún sentido decir de una persona que es "buen cristiano" porque cumple con los preceptos de la ley de Dios, y no vive la justicia con sus subordinados, o no cumple con su trabajo, etc., pues, la persona humana, en sus distintos niveles, se articula orgánicamente: las virtudes morales no se pueden considerar aisladamente, todas están conectadas, porque todas participan de la prudencia y se desarrollan en armonía con ésta (es más, cada virtud hace al hombre bueno en absoluto, y no sólo bajo un cierto aspecto); y desde el punto de vista cristiano, participan de la caridad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1827). Tu vocación de cristiano te pide estar en Dios y, a la vez, ocuparte de las cosas de la tierra, empleándolas objetivamente tal como son: para devolverlas a El (Surco, n. 295).
  3. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 72.
  4. En las consultas sobre estas materias se debe tener en cuenta, además, la obligación de guardar estrictamente, por ambas partes, las normas morales acerca del secreto profesional: por ejemplo, el que consulta puede plantear un problema hipotético, semejante al real, si está obligado a no revelar algunos datos; la persona consultada tiene, por su parte, estricta obligación de no revelar a nadie la consulta, sin permiso de quien la haya hecho.
  5. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2419-2425.
  6. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2443-2449. Es cierto que la fe nos permite reconocer en la pobreza y en el dolor tesoros que pueden y deben ofrecerse a Dios, para corredimir con Cristo; pero esto, naturalmente, no es una invitación al conformismo o a la pasividad.
  7. Es Cristo que pasa, n. 167.
  8. Esta es tu tarea de ciudadano cristiano: contribuir a que el amor y la libertad de Cristo presidan todas las manifestaciones de la vida moderna: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida de familia y la convivencia social (Surco, n. 302).
  9. No faltan quienes tratan de conjugar un cierto interés o inquietud por los problemas sociales con la pasividad de una conducta aburguesada. Actúan como si la promoción de un recto orden social fuese una consecuencia automática de determinadas leyes del Estado, y tuviese poco o nada que ver con la iniciativa y la conducta privada de las personas.
  10. Para vivir y enseñar a vivir las exigencias de la Doctrina social de la Iglesia, la Obra nos proporciona una formación abundante, que es preciso aprovechar. En la medida que lo re quiera la situación de cada uno, será necesario el estudio de los documentos del Magisterio, y la lectura de otros libros de recta doctrina que interesa conocer y aconsejar.
  11. Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolilla- dos; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (Sant 5,1-6).
  12. Se señalan algunos ejemplos que serían poco afortunados si se diesen en un cristiano que desea ser coherente con su vocación a la santidad, precisamente porque esas conductas en trarían en contradicción vital con el seguimiento de Cristo, que siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza (2 Cor 8,9):
    - realizar viajes largos y costosos, por motivos banales (además, cuando se trata de planes contratados con una agencia, con frecuencia incluyen la visita o la estancia en lugares de ambiente frívolo); hacer en otros países compras indiscriminadas, por capricho o vanidad; etc.;
    - imitar costumbres que se ponen de moda en ciertos ambientes de "alta sociedad" y que suponen una evidente falta de templanza: fiestas exageradas y objetivamente costosas con ocasión de aniversarios familiares, de haber concluido algún hijo los estudios, etc., con regalos desproporcionados y lujos inadmisibles;
    - gastos enteramente superfluos, por antojo o por la presión de una sociedad de consumo que lleva, por ejemplo, a adquirir lo último que sale al mercado (diversos televisores, vídeos, electrodomésticos varios, ropa o calzado de una determinada marca, etc.); a utilizar con ligereza tarjetas de crédito; a consentir a los hijos cuanto se les ocurre, con gastos innecesarios; etc.