Estándar económico

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Autor: E.B.E., 11 de agosto de 2004


Es probable que muchos que piden la admisión no experimenten un cambio de estándar económico (entre otras cosa, porque la Obra hace una selección en todo sentido). Sin embargo, para otros el ingreso a la Obra como numerarios es una transformación visible. Este es uno de esos casos en los que la Obra «saca de su lugar» a las personas para ubicarlas en la propia órbita mental y material de la institución.

Lo que sucede es que –específicamente para el caso de los numerarios- la Obra tiene un estándar material mínimo para lo que es la vida en un Centro.

La vocación de numerario implica un estándar económico a partir del cual se construye todo lo demás: dicho rápidamente, quien es pobre no puede ser numerario. Por lo cual, el numerario en cuestión necesita, o bien tener un trabajo que permita sostenerle en ese estándar, o bien un subsidio que le dispense la diferencia que él mismo no llega a cubrir.

Ser numerario es como «armarse caballero»: sin armadura ni caballo, imposible.




No estoy pensando aquí la pobreza como un estado de miseria. La pienso como un nivel de vida que no llega al mínimo imponible por la Obra. Para más de uno, lo que denomino pobreza es un estándar normal con alguna que otra carencia.




Un grupo numeroso vive del trabajo interno, en la burocracia de la prelatura, que para no pocos es una forma de subsidio (habría que agregar aquí las obras corporativas: aunque no se trate de lo mismo, tienen una semejanza importante).

Los numerarios que a partir de un momento no pueden sostener sus niveles de ingresos y no son agraciados con algún tipo de subsidio por parte de la Obra –hay que caerle en gracia a los que mandan- no pueden vivir en un Centro y son desvinculados de «la vida en familia». Como dejo claro el fundador, «no se puede ser deficitario».

«…los miembros de la Obra tienen que trabajar, y ganar por lo menos lo suficiente para vivir y para ayudar, siquiera un poco, al sostenimiento de nuestras obras corporativas. Por eso, he dispuesto que, a todos los que vienen a la Obra, se les pregunte con qué trabajo cuentan para sostenerse» (del fundador, carta, 15-X-1948, n. 12).

De acuerdo, parece lógico. La pregunta sería ¿sostenerse según qué estándar de ingresos?

El planteo virtuoso del fundador –desde donde exige con el dedo índice- esconde un fondo un tanto comprometido –la base sobre la cual se asienta y que se puede derrumbar si se examina en profundidad-.

Aquí habría que plantear una cosa: ¿qué es ser deficitario? ¿no alcanzar a mantenerse dentro del estándar económico en el que se mantiene la Obra? Y si es así, ¿por qué unos reciben subvención –en diferentes formas- y otros no? ¿no será que existen «simpatías ideológicas» que son las que en definitiva deciden a quien otorgarle subsidio y a quien no?

Ser deficitario, en la Obra, es únicamente sinónimo de haragán y de «religioso», esto es, propio de las órdenes religiosas que no exigen a sus miembros, de manera incondicional, el autosostenimiento (aunque la Obra tampoco lo exige cuando quiere).

Esta idea de déficit se aplica para todo, no sólo para lo económico: el déficit espiritual, el déficit de salud, el déficit de libertad. Todo déficit es culpa de la persona que lo sufre, nunca de la Obra, que fija estándares altos, exigentes, injustificados, tanto en lo económico como en otros ámbitos. Así, si falta libertad, es culpa de quien padece ese déficit. La Obra es perfecta, no necesita examinarse de nada.

La Obra explota a la gente. Y la gente explota.




Para nada asocian en la Obra el «ser deficitario» con la imposibilidad de mantenerse en el estándar económico que la institución fija para sí misma y exige a sus miembros numerarios. O sea, muchos son deficitarios según el estándar de la Obra, no el estándar personal bajo el cual terminan viviendo cuando dejan de vivir en el Centro.

La Obra no permite numerarios pobres porque la Obra no permite «Centros pobres», esto es, por debajo del estándar institucional alto. Podría existir un estándar medio –al que denomino «pobre»- pero a la Obra no le parece «adecuado para los numerarios» (¡?).

Ese estándar económico alto no corresponde con la realidad económica de muchos de los que viven en los centros: es parte de “la burbuja” que la Obra construye para que vivan allí los numerarios. Por eso los Centros muchas veces son subsidiados por uno que gana un buen salario o directamente por la Delegación. Y esto es porque la Obra exige un estándar económico que no dependa de la realidad: así lo «sobrenaturaliza». Y los numerarios –especialmente los subvencionados- creen que ese estándar material «les es debido» a su condición de tales.




La Obra no sólo saca de su lugar a muchos, también los devuelve a su sitio cuando ya no los necesita o no le interesan.

Quienes no alcanzan a dar con el estándar económico experimentan, o bien la vuelta al estándar económico de origen –anterior a su ingreso como numerarios, son los casos más numerosos- o bien bajan su estándar material por primera vez en su vida –casos menos numerosos, aunque posibles porque no cuentan con ahorros y la Obra no devuelve nada de lo que hayan entregado-.

Es decir, la vocación (de numerario) supone un estándar económico que está relacionado con ese «llamado al éxito» y a la eficacia, que se transmite en la formación de la Obra, estándar que también tiene como nexo el «estándar intelectual» -el título universitario, que no es signo de estándar de inteligencia-.

Todo esto necesariamente supone una diferencia con los agregados: ellos están «dispensados» del estándar económico y del estándar intelectual. Esto termina por definir quienes son los agregados –no en todos los casos pero sí en una medida importante-: numerarios pobres o que no alcanzaron el estándar. O sea, los numerarios que no pueden vivir en un Centro (se puede hablar de “agregado camarero” pero extraño sería el numerario camarero, salvo si es joven y lo hace para ganarse unos pesos para hacer el curso anual).

Esta “formación” de la Obra facilita la creación de una sutil mentalidad discriminatoria de los numerarios hacia los agregados, aunque no sea en absoluto una ley determinante.

Lo preocupante es la actitud institucional que rige como normal, que exige a modo de condición inseparable a la vocación de numerario un estándar económico mínimo alto. Esta es -en parte, no totalmente- la raíz de las características elitistas de la Obra.

Dicho de otra forma: no existen los «numerarios pobres» porque es una contradicción «in terminis», como si pudieran existir los «franciscanos ricos» (en este caso sería un escándalo más que una contradicción). Se dan las excepciones, por supuesto, pero son vocaciones «periféricas», que no viven en Centros –salvo subvención de por medio- y que no representan a la mayoría. La existencia de numerarios pobres, además, iría contra la imagen de prestigio que la Obra muestra de sí misma –del mismo modo que una multinacional-, asociando santidad –esto es, prestigio espiritual- con estándar material. La cosa va más allá: todos pueden ser santos pero como no todos pueden acceder al estándar material «que se pide» a los numerarios, las diferencias permanecen, a pesar de la «llamada universal» a la santidad dentro de la Obra.

Cuando la Obra comienza en algún sitio, sin duda esos Centros son «pobres» en cuanto tienen un «déficit» que con el tiempo se «subsana». Pero para nada son una muestra «del pluralismo material» que pudiera llegar a existir en el estándar económico que la Obra fija para los numerarios. Esa pobreza es «inevitable» y «no querida», por eso dura poco. Es un «conceder sin ceder con ánimo de recuperar».

En cambio, «agregados pobres» pueden existir, sin que esto sea un problema para su perfil vocacional. De hecho, muchas veces son los que se encargan de «labores periféricas» en barrios pobres.

No critico la posibilidad de que algunos o muchos numerarios puedan ganar bien y mantener un estándar económico alto.

Mi pregunta es: ¿cómo puede ser que una «vocación sobrenatural» implique un estándar económico mínimo alto y esté supeditada a él?


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