Escrivá era desconcertante

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Por Stoner, 1/10/2021


Son tres los últimos correos que me movieron a preparar esta colaboración. Así que emerjo de mi auto-impuesto silencio, de casi cuatro años…, para compartir unas anécdotas que no sé si son muy conocidas.

[Comencé a redactar estas páginas, que se fueron extendiendo sin quererlo. Así que brindo una pequeña hoja de ruta. En la primera parte (6 páginas aprox.), voy a plantear algunas anécdotas y reflexiones sobre la relación con las familias, y lo contradictorio que era Escrivá. En particular, una anécdota de Francisco Monzó, y otra de la lengua en el charco. En la segunda parte, que coloqué como posdatas, incluyo dos temas: (1) la versión de Don Álvaro sobre por qué no estuvo en el funeral de su madre (2.5 páginas aprox.), y (2) presentar a José María Escrivá como Terciario Carmelita (13 páginas aprox.), que es otro tema que surgió en las últimas semanas. Como veréis, será una colaboración un tanto dispersa, aunque tiene una línea de fondo: remarcar que Josemaría Escrivá era un personaje desconcertante. Para aligerar la lectura, escribo sin incluir casi fuentes: ya llegará un estudio bien documentado, sobre estos temas y muchos otros…].

Resumiré y comentaré las tres colaboraciones que me movieron a escribir.

El Quijote de la Pampa había escrito sobre su viejo amigo Marianín. Y en concreto: “me ha dado mucha alegría, saber que, en plena pandemia, cuarentena incluida, pudo tomar el primer avión para acompañar a su anciana madre tras sufrir un accidente.” Y comparaba su facilidad para los viajes con el comportamiento del beato Álvaro y del futuro siervo de dios Javier. “Cuando, la madre de don Alvaro estaba en trance de muerte, el fundador le dijo a ese hijo suyo que fuera a acompañarla y Alvaro, recio como era, le dijo que prefería no ir, viviendo así él también lo que vivían tantas hermanas y hermanos suyos. Años más tarde, Javi hizo otro tanto y se tragó el dolor de no poder acompañar a los suyos.”

Sobre lo que le dijo el Fundador a Álvaro, lo incluyo como un anexo al final. Por aquí comentar que las visitas anuales a su madre fueron parte del “paquete de beneficios” que le ofrecieron a Fazio, para que volviera a Roma. Si no se lo escuché directamente a él en una tertulia, fue comentario de alguien enchufado. Cuando analizaron su perfil antes de nombrarlo, el principal motivo para no ofrecerle el cargo era que lo alejarían de su anciana madre. Y la enseñanza que nace de este privilegio es mostrar cuán paternal es siempre el Padre (incluso don Javier…), y cómo nos cuidan en Casa. En concreto, lo llamaron telefónicamente a la Argentina, para que viajara de inmediato a Roma, “por algo bueno” le dijeron para no alarmarlo. Y viajó en primera clase, con champagne y esas cosas, porque era el único pasaje disponible de un día para el otro. En Villa Tevere le comunican su nombramiento. Y le dicen que podrá viajar dos veces por año a su país, para visitar a su madre ya mayor. Cuando lo escuché no me pareció mal, para nada, y me alegré por él. Tan solo que remarcaba un poco más lo de las castas que existen, porque algunos pueden viajar y otros lo tienen prohibido. Lo otro edificante es que él, por espíritu de desprendimiento, indicó que mejor fuera un viaje por año. Y así acordaron. Además, pidió hacer su siguiente curso anual en México, antes de trasladarse definitivamente a Roma.

Relacionado con esta oferta a don Mariano, había otra anécdota, en que Escrivá ponía en un expediente para un traslado hacia otra región “¿Y la madre?”. Algo así. Y claro, es que esa persona era hijo único, y ¿quién cuidaría de su madre? Por tanto, aunque fuera la persona más indicada, mejor no nombrarle para ese cargo. En cualquier caso, a Fazio le ofrecieron estas visitas anuales a su patria. Y supongo que don Mariano le contaría a su “mejor amigo” Francisco que tenía previsto volver todos los años a la Argentina para pasar una temporada cuidando a su madre, porque san Josemaría (de quien Francisco parece que era tan devoto porque le había concedido un favor especialísimo, y cuando fue a VT pasó un buen tiempo, sino horas, rezando de rodillas ante los sagrados restos), decía que le contaría a su mejor amigo que san Josemaría había llamado al 4to mandamiento, el “dulcísimo precepto” y que siempre nos había enseñado a acompañar a nuestros padres y familiares, por justicia y caridad. Y a lo mejor le contaría alguna de las muchas anécdotas que tiene la Urbano sobre este tema.

Gervasio trata de conjugar la versión de El Quijote de la Pampa con lo que él vivió: “No me parece que haya sucedido exactamente así, porque le oí al Padre Fundador, con estos misoídos que se han de tragar la tierra, que no había dado permiso a don Álvaro para acudir al lecho de muerte de su madre.” Y brinda su solución para armonizar las dos versiones: “El fundador le habrá dicho: haz lo que quieras. Narrado por el padre-fundador significa: no le dejé ir, que es lo que oí de sus labios; narrado por don Álvaro significa yo no quise ir. ” Y tiene razón. En palabras de don Álvaro (que incluyo al final): Nuestro Padre me dijo: haz lo que quieras. Y Portillo hizo no solo lo que tenía que hacer, sino lo que tenía que querer: permanecer junto al Padre. Si le hubiera dicho “ve”, hubiera ido al instante, por obediencia y por estar junto a su familia en un momento tan necesario, acompañando a sus hermanos Ramón, Paco, Pilar, Ángel, Tere y Carlos, y a sus sobrinos. Y celebrar una misa para ellos, y brindar unas palabras de consuelo. Pero el hermano sacerdote no estuvo presente.

Lgracem contaba que, mientras pertenecía a la Obra, tuvo la desgracia de sufrir la muerte de dos hermanos. “En ningún momento me ofrecieron para ir a estar con mis padres.” Y es que, además de ser de la Obra, era numeraria auxiliar. No podía acompañar a sus padres y al resto de la familia en tan doloroso momento, porque tenía compromisos asumidos con la Institución. Y no una, sino dos veces. Se indigna, y con razón, del privilegio del que goza don Mariano Fazio, de poder visitar a su madre en vuelos transatlánticos. En esto, por ahorrar unos pocos euros y unos jornales de trabajo, los de la Obra se han equivocado. Y mucho. Lo de pocos euros es relativo, porque don Javier siempre hacía multiplicaciones que arrojaban cifras abultadas. Por ejemplo 500 o 1000 euros multiplicados por 90.000 en la Obra da una cifra considerable…. Un par de Saxums. Y si ese gasto se repita alguna otra vez…. ¡cuánto bien se podría hacer con el dinero que ahorramos de viajes por motivos familiares! Encomendando a la distancia, y ofreciendo el dolor de no asistir hacemos muchísimo más bien. Don Javier repetía mucho la cuenta de ahorrar 1 euro por día, y la diferencia que eso hacía acumulada en el tiempo. Y si sumamos 2 padres de cada uno, más 3 bodas en promedio, por decir algo, y acompañar a alguno de los padres cuando tiene alguna recaída de salud, como don Mariano, y algún aniversario especial (50°, etc.), pues ¡qué cifra inconmensurable resulta! Así que supongo que la prohibición genérica de viajar por motivos familiares tuvo un fuerte componente económico, además de imitar lo que siempre aprendimos del Padre, de don Álvaro y de don Javier.

Pero, por tacaños, y por buenos hijos del Padre, cometieron un error (miles) que les seguirán costando caro. Forzaron a incumplir deberes básicos de justicia y caridad. Y, además, como la gran mayoría de los de la Obra se terminan marchando al cabo de los años, ahora tienen un montonazo de personas resentidas. Y con toda razón. Regresan a sus familias de verdad, y se vuelven a abrir las heridas más profundas. Porque nacimientos, bodas, funerales, son momentos fuertes, que si no se comparten…. No estuvimos cuando había que estar.

Paso a las dos anécdotas a las que hice referencia al comienzo. La primera es de Paco Monzó (precedida antes de otras anécdotas suyas). Es sobre un viaje por motivos familiares. No solo la contó, sino que también la publicó. Llegué a su libro electrónico mientras preparaba una colaboración sobre los coches y chóferes del santo Fundador, que en algún momento enviaré para publicar.

El libro de Monzó es notable. Mis Recuerdos del Beato Josemaría Escrivá está escrito con la devoción, reverencia y respeto de quien tenía a Josemaría por santo en vida. Y santo grande. Sin embargo, cuando se lee sin las gafas de visión sobrenatural de los devotos hijos del Padre, entonces las contradicciones son muy patentes. En muchos pasajes, Escrivá aparece como una persona agresiva, chabacana. Destrataba a los suyos. Les cambiaba la vida sin consultarlos. Los reprimía severamente tanto por A como por no A. Realmente los enloquecía… Y ¡lo que habrá vivido y no se atrevió, por respeto, a poner por escrito! ¡Y lo que habrán censurado y borrado los superiores de la Obra antes de que el libro se publicara! Y aun así ¡lo que escribió y le permitieron publicar! Lo que sería el manuscrito original para que este sea el depurado… Me parece que pinta de cuerpo entero a un Escrivá que es muy diferente, por ejemplo, al inventado por la Urbano en su libro.

Para lo que mencioné de chabacano, una anécdota puede ser la de aquel viaje memorable a Loreto, en 1951, para consagrar la Obra al Dulcísimo Corazón de María. Sabemos que el camino de ida fue en silencio, y el de regreso festivo, entre cantos. Pero Paco no sabía a qué iba, ni que debía viajar con cara de circunstancias. Me acomodé en el asiento y salimos. Mientras cruzábamos Roma íbamos callados, pero al salir al campo comencé a cantar. El Padre entonces me dijo con voz fuerte: "¡Cállate!". Me quedé desconcertado. ¿No era aquello una alegre romería? Me dirigí por señas a Alberto -él conducía y yo estaba sentado a su lado- pero me contestó del mismo modo que lo dejara correr. Quedó desconcertado. Y es que Escrivá era desconcertante. Al salir ya del Santuario, el viaje hacia el hotel fue diferente: Salimos de la muralla y cuál no sería mi asombro cuando el Padre comenzó a cantar a voz en grito. Yo, que estaba desde hacía horas comprimido como un muelle, me puse a acompañarle. Al principio con el temor de que me volviera a dar una voz, pero como ahora había comenzado él... No logré entender entonces aquel cambio de humor del Padre.

Pero a lo que íbamos era al aspecto chabacano. Sucedió en el viaje de regreso a Roma al día siguiente. Iban cantando, a voz en cuello, salvo D. Álvaro que callaba, porque no se le daba nada bien eso de cantar (…). Luego comenzó un "jueguecito" un tanto divertido... para nuestro Padre y D. Álvaro [no para Paco]. Uno me daba un coscorrón y a renglón seguido se escuchaba la pregunta: "¿Quién te ha dado?”. Si decía: "Caramba, Padre", éste contestaba: "¡Ha sido Álvaro!". Y si decía que era D. Álvaro el que me había dado el golpe, contestaba éste que había sido el Padre. No estaba mal la diversión. Hasta hubo una vez que el Padre se quitó el zapato y me dio con el pie. Es bonito ver al santo así, con los coscorrones y estos jueguitos. La capacidad que tenía de unir lo más celestial con lo más terrenal.

A lo largo del libro, Paco confiesa que estuvo por marcharse de la Obra en varias ocasiones. No entendía los pedidos absurdos del Padre. Recibía reprimendas injustificadas. Correcciones a los gritos y en público. Un destrato bastante notable y permanente.

Tampoco pudo desarrollar su vocación profesional de químico. Lo pusieron de albañil, de fontanero, de constructor. El Padre era así. Se daba esos lujos. Empleaba químicos como fontaneros, arquitectos como chóferes, médicos como barrenderos o porteros.

La siguiente anécdota que traigo a colación, también de Paco, está relacionada con los tres escritos que mencioné, con los viajes para los acontecimientos familiares: don Álvaro y don Javier sin poder estar presentes en el entierro de sus respectivas madres (ambos eran huérfanos de padre, y eso supongo que les generaba algún vínculo especial con el Padre, sobre lo que hablaremos en otro momento).

La anécdota es para mostrar claramente que Escrivá era un personaje desconcertante. Contradictorio. Incoherente. Arbitrario.

Cuenta Francisco Monzó:

Mi primo, D. Severino Monzó [ni siquiera hermano, ¡primo!], después de ordenarse sacerdote, había vuelto a España. En el plazo de unos días iba a cantar su primera Misa Solemne en nuestra vieja parroquia de San Nicolás, en Valencia. A mí ni por asomo se me había ocurrido dejar el trabajo en las obras para asistir [obviamente, porque era lo que estaba indicado, estaba prohibido asistir a este tipo de eventos], aunque mi padre me había llamado por teléfono para decir que estaba dispuesto a enviarme un billete de ida y vuelta a Valencia en avión [aunque no gastemos: “no supone una razón suficiente, para decidir en favor del viaje, el hecho de que la familia se ocupe de todos los gastos.” Experiencias…, 2010, p. 276].

Pero he aquí que dos días antes de la fecha de la primera Misa, estando en la tertulia con todos, me mira el Padre y me dice: ¡¿Y tú qué haces aquí?!. Entendí mal aquella observación del Padre, que me pareció un poco fuerte [era fuerte]. Por lo general, cuando los de las obras nos despistábamos un poco a la hora de volver al trabajo, bastaba una "miradica" del Padre para que nos fuéramos de la tertulia, quedándose él con los demás un rato más. Pero no iban por ahí los tiros. Cuando intenté salir del soggiorno, de nuevo el Padre me interpeló:¡¿Pero no dice la Misa Solemne tu primo pasado mañana?!. Sí, Padre, contesté. Y siguió de nuevo el Padre: ¡Entonces, ¿qué haces aquí, que no estás ya en Valencia?!. Rápidamente telefoneé a mi padre para que no anulara el billete. Al día siguiente lo tenía conmigo, y así fue como asistí a la Misa Solemne de mi primo D. Severino.

Cuando leí este episodio no lo podía creer. Nadie entendía a Escrivá, sus cambios constantes, sus contradicciones. Ni siquiera los que convivían con él, día a día y durante años.

Y lo relaciono con lo que escribió Gervasio, quien, con agudeza, señaló que éramos libres, pero teníamos no solo que hacer lo que el Padre, sea quien sea, quiere, sino además querer lo que quería. Es decir, que si hacíamos algo porque nos lo indicaban, pero sin quererlo, entonces era notoriamente de mal espíritu. No estábamos plenamente identificados con la mente y el corazón del Padre. Pero resulta que la mente del Padre estaba, creo yo, perturbada. Y su corazón, dividido (lo veremos cuando hablemos de los años fundacionales). Por tanto, si uno, como Paco Monzó, tenía que querer lo que quería el Padre, pues que había un riesgo cierto de volverse loco... De nunca saber bien qué hacer. De si Escrivá reaccionaría de una forma o de otra totalmente opuesta. Desconcertante. Contradictorio. Incoherente. Arbitrario.

Como soy un poco mal pensado, supongo que para el proceso de canonización (que fue planificando en vida), les resultarían valiosas este tipo de anécdotas. Puesto que, si alguien decía que Escrivá era insensible, que impedía a sus hijos cumplir sus deberes familiares, tendrían bajo la manga un testimonio como este. Y si no se necesitaba, no lo utilizarían y lo dejarían caer en el olvido, porque la verdad es que debió causar mucha perplejidad en los numerarios de Valencia el ver llegar a Francisco Monzó de lo más fresco a la primera misa de su primo, mientras que otros numerarios no podían viajar para estar junto al lecho de muerte de sus padres, o en la boda de un hermano. Y aquel, viajando por avión a la primera misa de su primo.

Los numerarios de a pie, o al menos yo en mi caso personalísimo, no podemos pasar ni siquiera un fin de semana con nuestra familia de verdad. Hasta hace poco, estaba, sino prohibido formalmente, absolutamente desaconsejado, viajar para participar de los eventos familiares más señalados (bodas de hermanos, celebración de bodas de oro de los padres, ordenaciones sacerdotales, etc). Ahora, sin embargo, la cosa está muy cambiada, a Dios gracias, y cada uno va más o menos haciendo lo que le apetece y los directores no saben (no sabemos) qué se puede prohibir y qué no. Y allá cada cual con sus cosas.

En esa escena con Paco Monzó, Escrivá tiene algo de teatral. ¡¿Y tú qué haces aquí?! Así veo muchas veces al Fundador: desempeñando un papel, un personaje. Con reacciones sorprendentes. De todas formas, la teatralidad de este episodio ni siquiera ingresa en el top 10, como sí aquella otra vez en Molinoviejo en 1948. Que es la segunda anécdota prometida.

Resumen: Escrivá lamió el agua sucia del suelo para dar a sus hijas una lección de amor a Dios.

Aquellas numerarias había tenido un gran descuido: derramaron agua en el piso de la cocina, y tanta que se extendió hasta el office (o fluyó del office a la cocina, no queda claro el origen: lo cierto es que estaba derramada en dos habitaciones contiguas). Continuaron trabajando, pisando el agua del suelo. Supongo que estarían apuradas por servir la comida a la hora en punto. Ya limpiarían al terminar. He ahí que el Padre entró. El piso estaba “encharcado y sucio”: esas son las palabras exactas, antes de maquillar la anécdota (Crónica 1983, p. 313). Y las regañó, con fuerza. ¡Lo que habrá sido esa reprimenda! Y procedió a darles una paliza psicológica (esta son palabras mías, claramente). Una lección imborrable. Cuenta una testigo que el futuro santo “se arrodilló y, con la lengua, hizo una cruz en la parte del suelo más salpicada y sucia”. No sé si comenzó de arriba hacia abajo, como la señal de la cruz trazada con la mano para persignarse. Como bendiciendo. Pero con la lengua, a lo mejor lo más natural es trazar desde abajo hacia arriba. Como lamiendo. No indicaron bien cuál fue el recorrido exacto, y tampoco importa demasiado, porque lo clave es el resultado: la Señal de la Cruz en la parte más mojada y sucia del pavimento.

Todos allí sentirían repugnancia. Las pobres numerarias llorarían. Lo verían con horror. Supongo que alguna quedaría afectada psicológicamente, de por vida. No exagero. Ver a Escrivá lamiendo el agua sucia del suelo, en cuatro patas como un perro, y alguna de ellas pensando, todavía años más tarde, si a lo mejor no había pisado algo en el jardín antes de entrar en la cocina… Y no solo lamió, sino que ¡hizo la señal de la Santa Cruz con la lengua! Porque el Fundador tenía eso de mezclar lo divino con lo terrenal, literalmente.

Y aquellas numerarias, horrorizadas, verían cómo se mojaba y ensuciaba la sotana al hacer todo el procedimiento de arrodillarse en el suelo encharcado. Y se darían cuenta que a lo mejor esa misma tarde tendrían que lavarle la ropa... Y mientras lo hacían, es evidente que llorarían por el dolor que le habían causado al Padre, por lo mal hijas que eran, por el poco Amor a Dios que tenían. Se sentirían mal, muy mal. Y habían visto que a Escrivá le costaba levantarse, que apoyaba las manos en el piso para poder incorporar nuevamente su voluminosa humanidad, con la cara roja, del enfado monumental, del asco en la lengua (él decía que era especialmente sensible para los gustos y olores…), y roja también la cara del esfuerzo físico. Ellas, continuarían sollozando, sin saber si esto enfadaría más al Padre, que no le gustaban las hijas lloronas, histéricas. Tampoco se atreverían a ayudarlo a incorporarse, por miedo ¡horror! a que eso también fuera considerado un agravio, un insulto: no sabrían cómo reaccionaría ante el contacto físico, porque para ayudarlo a incorporarse habría que apretar con fuerza el brazo… a no ser que esta ayuda se la prestara su hijo Álvaro, que estaría tratando de procesar este episodio.

Estarían destrozadas, agobiadas, con ansiedad, porque hacían lo que mejor podían, porque estaban trabajando en una situación muy primitiva, muy precaria: literalmente entre obreros, sin luz eléctrica hasta el final del verano, con dificultades hasta para conseguir agua caliente para fregar, dando también clases de formación para las auxiliares, etc., etc. Y encima hicieron que el Padre se pusiera en cuatro patas y limpiara el charco sucio del suelo con la lengua, haciendo la Señal de la Cruz.

Ciertamente, al presentar este episodio para la canonización, lo habrán adaptado conforme a la imagen que quisieran ofrecer. Podrían ajustar, por ejemplo, cuánta agua había (si eran “unas gotas” o si estaba “encharcado” el pavimento de dos habitaciones, cocina y office…), o podrán decir que aquellas mujeres (o al menos una de ellas cuyo testimonio incluirían) quedaron profundamente edificadas… cuando en realidad yo pienso que alguna habrá quedado en estado de shock, con un sentimiento de culpa permanente, con un trauma de por vida con los pavimentos húmedos, con miedo a las reacciones del Fundador. Si quieren hacerlo parecer normal, pondrán menos agua en la anécdota y si quieren contar la verdad, pues será como un perro lamiendo un charco sucio, una especie de poseso trazando la señal de la Cruz. Y en el caso de los viajes familiares, otro tanto: ajustarían el episodio dependiendo del objetivo que quisieran alcanzar.

Y parece que esto de limpiar la suciedad del piso con la lengua, trazando la señal de la Cruz, lo hizo “más de una vez”… Y, además, otras veces lo hizo para pedir perdón, no ya por cuestiones de limpieza… No encuentro ahora la cita, pero en algún lugar leí o escuché esa anécdota de Escrivá arrodillándose frente a un personaje importante, no sé si un obispo, monseñor, un jesuita, o quién, que supuestamente le había causado daño a nuestro Padre, y el santo, cuando se reunió con aquella persona, se arrodilló para pedirle perdón, mientras trazaba con su lengua una señal de la cruz en el pavimento.

En definitiva, Escrivá es un personaje muy complejo. Lo estoy tratando de entender, sin volverme loco por el camino. Espero dentro de pocos meses brindar mi visión sobre los años de la Fundación, como regalo que estoy preparando con motivo del Centenario... pues nos han pedido propuestas y reflexiones sobre nuestra historia, misión e identidad… y en eso estoy. No las enviaré directamente al Comité Organizador, sino indirectamente a través de OpusLibros.

El episodio de la muerte de la madre de don Álvaro (o el de la cruz con la lengua), se puede utilizar para autorizar o justificar una cosa y su contraria. Depende de quién lo cuente, y el fin que se proponga: si para resaltar la obediencia de Álvaro o el apasionado amor a la libertad de san Josemaría. Además, Escrivá en sí mismo era contradictorio, podía decir y hacer tanto “A” como “no A”. En cualquier caso, a nosotros nos complicaron la vida de una forma soberana… Pensábamos que ingresábamos en un camino, severo sí, pero andariego en el sentido de aire limpio, agua clara, campo ancho, libertad. Pero no, ingresamos en una vía estrecha, que a muchísimos nos agostó los horizontes, y otros terminaron exprimidos como un limón, pero a los 20 años de edad… Demasiados, empastillados y medio locos. Y es que tanta contradicción es difícil de soportar, porque además hay que ingresar en el corazón y la mente de nuestro Padre, intuyendo lo que hubiera querido en cada caso, siendo, como digo, muchas veces contradictorio. Por tanto, creo que es imprescindible el esfuerzo que hacemos todos por aclarar y compartir lo que nos ha sucedido, lo que hemos vivido. Entender dónde estamos o estuvimos. En este sentido, las colaboraciones recientes de Gervasio, Quijote y Lgracem, que me movieron a escribir, son valiosas, cada una desde su punto de vista y experiencia vital.

Al concluir estas páginas, me viene a la mente la clarividente descripción que Miguel Fisac hizo de este personaje: “Mons. Escrivá era de una personalidad muy complicada y muy desconcertante. Mortificado y mortificador (…)”.





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