El sentido de la simulación en el Opus Dei

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Por E.B.E., 14/02/2014


Como he dicho en otra ocasión, no puedo afirmar que Escrivá haya actuado de mala fe, pero eso no impide que se pueda reflexionar acerca de la buena fe de Escrivá.

Diría que lo interesante no es tanto si Escrivá actuó de mala fe, sino cómo hizo para actuar de buena fe conviviendo en un contexto de simulación, como el que se desarrolla en el Opus Dei. Según diversos elementos que se analizarán a continuación, es posible constatar que Escrivá ha llevado a cabo una serie de acciones que, protagonizadas por alguien que se considera santo, resultan desconcertantes y, en última instancia, terribles.

Es importante señalar, además, que a Escrivá le ayudó de manera directísima Álvaro del Portillo, quien será beatificado próximamente. Empecemos entonces con el análisis.

Ser misionero con misión

En su artículo sobre “Llamada a la santidad y llamada a comportarse cual fraile”, Gervasio destaca con acierto que “lo que Escrivá ha facilitado es la posibilidad de llevar la vida de un fraile o de una monja en medio del mundo”. Lo cual bien podría ser considerado un logro, por parte de Escrivá, si no fuera que el propio Escrivá lo tomó, hacia 1958, como una ofensa o una desgracia.

Ese malestar de Escrivá fue tan llamativo que, lejos de aclarar las dudas, las sembró a granel (tanto G. Rocca como J. Estruch no encuentran razones de convincentes que expliquen la reacción de Escrivá para pedir un cambio de figura jurídica). Sobre todo porque en 1948 el fundador había celebrado por todo lo alto aquél logro, ahora malogrado a los ojos de Escrivá, en 1958.

¿Por qué Escrivá reaccionó de esa manera tan abiertamente disconforme? ¿Por qué se despegó –o quiso despegarse- de aquello que antes había abrazado con tanto entusiasmo?

Y también vale preguntarse: ¿por qué no planteó esa posibilidad -de llevar una vida de fraile en medio del mundo- de manera abierta? De hecho, es lo que, de alguna forma, parecía haber alcanzado en 1948, al festejar la consagración de su organización como Instituto Secular.

Por lo cual, luego de ver la reacción de Escrivá, otra pregunta que surge es: ¿por qué Escrivá quería imponer una vida religiosa sin que el interesado fuera consciente de ello?

Escrivá dijo que quería una vida laical para sus miembros pero hizo todo lo posible en un sentido contrario.




Pese a lo dicho, lejos de ser abiertamente claro, Escrivá era ambiguo en sus declaraciones, porque insistía en que los miembros del Opus Dei jamás serían religiosos (al menos desde 1941 en el Reglamento de la Pía Unión) y por otro lado decía que, en lo esencial, no se diferenciaban para nada de los religiosos, en ese mismo documento.

El festejo de 1948 habría que considerarlo, más que como algo que se le escapó espontáneamente, como un mensaje ambiguo, conforme a la mentalidad manifestada en ese documento de 1941 (Reglamento de la Pía Unión).

Es decir, daría toda la impresión de que, en esa conferencia de 1948, Escrivá estaba festejando la consagración de su lógica ambigua, de ser religiosos por dentro pero parecer laicos por fuera. ¿Quién otro querría imitar al Opus Dei? Había laicos, por un lado (como la Acción Católica, etc.) y religiosos por otro. El fenómeno híbrido parecía creación única del Opus Dei.

Aparentemente no fue tan única, pues en cuanto empezaron a florecer otros Institutos Seculares, a Escrivá se le desdibujó la felicidad de su rostro.

Posiblemente el criterio para entender cómo Escrivá interpretaba ciertos elementos centrales de su organización, haya que buscarla en un punto de Camino que dice:

Quieres ser mártir. -Yo te pondré un martirio al alcance de la mano: ser apóstol y no llamarte apóstol, ser misionero -con misión- y no llamarte misionero, ser hombre de Dios y parecer hombre de mundo: ¡pasar oculto!” (Camino, nro. 848).

Lo extraño es que Escrivá mismo le llame martirio a ese pasar oculto, cuando tranquilamente se le podría llamar humildad. Pero, por otro lado, tiene mucha razón cuando dice que es un martirio: ser religioso y no parecerlo –aparentando lo contrario, viviendo una doble vida- es realmente tortuoso.

Los Institutos Seculares le habrían arruinado a Escrivá su deseo de hacer pasar oculto el carácter religioso del Opus Dei y por eso, daría la impresión, reaccionó él mismo antes de que otros advirtieran que los del Opus Dei eran “misioneros con misión” y por lo tanto, debían llamarse misioneros, no laicos corrientes.




A la luz de ese punto de Camino y de diversos modos de comportamiento, es posible plantear que parte central del 'carisma' del Opus Dei es el ocultamiento de la propia condición. A tal punto que, si fueran religiosos por fuera, habría que pensar que los del Opus Dei serían laicos por dentro (quién sabe, tal vez más de un miembro de la Prelatura se anotaría a ese cambio, pues lo que más sofoca es la falta de libertad interior y no tanto el hábito de monje). ¿Quieres ser mártir? Sé del Opus Dei.

Esto nos lleva a pensar que una característica primordial del Opus Dei es el engaño, no ya en el sentido moral del término, sino en el sentido biológico, de mutar de la apariencia: la vocación al Opus Dei es la de ser camaleón (para más información, wikipedia).

La idea de penetrar en la sociedad de manera enmascarada para cristianizarla, está pensada desde esta visión camaleónica, por lo cual es natural ser una cosa y parecer otra (por ejemplo, las asociaciones civiles que funcionan como testaferros del Opus Dei, etc.).

¿Por qué un cristiano necesitaría funcionar como el camaleón? El camaleón cambia su aspecto cuando hay frente a él una situación de amenaza. Pues Escrivá posiblemente pensaría que el mensaje cristiano sería rechazado si se lo presentara abiertamente (“no nos van a entender”) y por lo tanto habría que disfrazarlo para que fuera aceptado gradualmente. Esto se entiende en tiempos de la Guerra Civil o en países donde el cristianismo es abiertamente atacado, pero no en una sociedad en tiempos de paz.

Esta concepción podría dar lugar a interpretar la buena fe de Escrivá como quien no pudo hacer las cosas de otra manera: supuestamente creía en su interior que sus seguidores debían ocultar su condición (ser misioneros con misión), y tantas otras cosas de la organización, en bien de la supervivencia, del mensaje y de la institución.

Lo que uno podría ver como patológico, Escrivá lo vería como natural, y así lo enseñaría. Ni laicos ni religiosos: seres híbridos.




Como se puede observar, en este análisis el juzgar la intención de Escrivá es lo de menos, entre otras cosas porque resulta una tarea compleja, si no imposible, y tal vez innecesaria. Más interesante es observar a la creatura que dejó viviendo y sus peculiares comportamientos miméticos.

El engaño, como hábito, pareciera ser necesario para la supervivencia del Opus Dei: es decir, sin ello, el Opus Dei no se desarrollaría ni crecería.

No sólo no sobreviviría, tampoco se le acercarían los buenos candidatos a formar parte de la organización. Por lo cual, el ocultamiento de la propia condición natural, tendría dos funciones adaptativas: ahuyentar al enemigo y atraer a los posibles amigos.

¿Y no llamarme misionero?

Siguiendo con la metáfora, el camaleón cambia su apariencia frente a la presencia del enemigo, para confundirlo, pero -digamos- no tiene dudas de quién es él mismo (no huye de sí mismo ni se desconoce).

Lo problemático del Opus Dei es que sus miembros, no sólo ocultan su condición frente a los desconocidos, simulando ser laicos (no está claro si siempre lo consiguen) sino también frente a sí mismos: es decir, no saben que viven como religiosos, y por lo tanto, que pueden ser asimilados a los religiosos.

Por lo cual nos encontramos con que –según la experiencia- una condición necesaria para que el Opus Dei sea posible es la siguiente: el Opus Dei funciona en la medida en que sus miembros no sean conscientes de lo que están haciendo (prácticas religioso conventuales diariamente) o de lo que está sucediendo (caso de la incorporación al OD mediante declaración solemne –¿no es acaso un voto sagrado?- frente al Sagrario).

Esto es problemático. Porque el engaño ya no es defensivo sino más bien agresivo: va contra las propias personas que dice proteger y promover su bienestar espiritual. Este es un engaño moral, no ya un mecanismo natural de supervivencia, de simulación frente a los extraño amenazantes sino frente a los propios semejantes.

A primera vista: ¿cómo explicar que ese engaño sea llevado a cabo desde la buena fe?

Cuando el Opus Dei niega la existencia, dentro del su organización, de numerosísimos elementos propios de religiosos, es prácticamente imposible que pueda estar actuando de buena fe (salvo que mediara una ignorancia invencible, lo cual es improbable).

Todos esos actos de negación (negar que exista una vida propia de religiosos y negar que sea impuesta sin consentimiento del interesado) tienen por fin ocultar la condición del Opus Dei frente a sus propios miembros. Cuando Escrivá niega, generalmente, Escrivá oculta.

Hay dos formas de ocultar, al menos. Por la ignorancia (secretos) y por la negación (engaños).

Hay muchas cosas del Opus Dei que ignorábamos, como los Reglamentos de la Pía Unión y el testamento ausente de Escrivá: esto nos permite pensar que debe haber muchas más que nos han sido ocultadas.

Hay muchas cosas del Opus Dei que el fundador negó tajantemente que existieran (la coacción, la vida conventual dentro de su organización, la intromisión de los superiores en la vida profesional de los miembros, etc.), por lo cual es legítimo creer que cuando Escrivá negaba algo, estaba ocultando su existencia.

Con la aprobación de la prelatura el Opus Dei cree haberse camuflado “definitivamente” frente a sus miembros. Pero, ¿por qué querría el Opus Dei ocultar su condición frente a sus propios miembros?

Aquí nos encontramos con el problema moral más grave del Opus Dei, posiblemente el origen de todos sus males, porque ocultar su condición es el quicio alrededor del cual girará toda una cadena de engaños llevados a cabo por el Opus Dei.

Si la Prelatura quisiera cambiar (o como algunos creen, está cambiando) o si quisiera reformarse alguna vez, deberá empezar por reconocer su propia condición frente a sus propios miembros, lo cual sería fácilmente comprobable mediante ciertas preguntas puntuales.

¿Qué se puede esperar de una organización que oculta su verdadera condición a sus propios miembros?

Lo que parece haber aquí es un pattern, un patrón de conducta: así como el Opus Dei oculta su condición a los miembros, daría la impresión que frente a otros procede de la misma manera (la Santa Sede; los que hacen donaciones o le otorgan privilegios a las asociaciones civiles sin conocer su vinculación al Opus Dei como testaferros; etc.).

Lamentablemente, para la mayoría de sus miembros (que por ser ignorantes de la naturaleza profunda del Opus Dei, son inocentes al ejercerla), quien pertenece al Opus Dei es considerado intrigante porque es alguien que oculta cosas.

Para el inconsciente colectivo de no pocas personas, si hay alguien del Opus Dei cerca, es bueno saberlo para huir de él. Por eso, el haber pertenecido al Opus Dei, lejos de ser una condecoración, no es extraño que resulte muchas veces algo socialmente estigmatizante.

Ocultarse y desaparecer

Otra de las definiciones que lo retratan a Escrivá y a su organización es una de las máximas espirituales elaborada por el propio Escrivá:

«Lo mío es ocultarme y desaparecer.»

Más allá de la explicación mística que A. del Portillo y el propio Escrivá quieran darle a esa frase, lo cierto es que revela uno de los principios por los que se rige el Opus Dei: ocultarse y no dejar rastros.

Lo que mantiene con vida al Opus Dei y es su corazón, pareciera ser el engaño, pues le es primordial como es el oxígeno para cualquier ser viviente.

Realmente no estoy seguro de que seamos totalmente conscientes de la gravedad que implica, por parte del Opus Dei, ocultarles a sus miembros la propia condición de la institución, ocultamiento reforzado con la instrumentalización de la figura jurídica de la prelatura personal.

Mientras el camaleón sobrevive de esa manera y se defiende, el Opus Dei vive gracias a que los demás no advierten su verdadera naturaleza, sino su aparente disfraz. No me refiero sólo al hecho de vivir como religiosos, en lugar de como laicos, sino a la función que tiene la vida y la disciplina conventual-religiosa a la hora de someter a los laicos y sus conciencias (cfr. “Gato por liebre”).

Ocultar su condición, frente a los miembros, es esencial para el Opus Dei: para alimentarse, para beneficiarse de las víctimas que caerán en sus redes. Es la idea de trampa, de atraer y hacer caer a seres inocentes o inadvertidos, utilizada por diferentes creaturas en la naturaleza.

Aquí no hablo de intenciones: no importa tanto "lo que el Opus Dei se propuso" sino lo que sucedió: el Opus Dei fue una trampa para millares de personas. Eso sucedió.

La simulación, que se presenta inicialmente como algo inocente, o incluso necesariamente defensivo, termina descubriéndose como algo terrible. El Opus Dei resulta ser, aparentemente, una creatura teológicamente espantosa.

¿Cómo es posible que Escrivá y A. del Portillo -principalmente- hayan diseñado una institución cuya característica principal –porque resulta vital para sí misma- es ocultar su condición, y en última instancia, ser una trampa en la que caiga gente inocente, que trabaje en beneficio exclusivo de la propia organización y sea luego descartada como desecho, también de manera oculta y haciéndola desaparecer de la historia institucional?

¿No es acaso ésta la descripción de la experiencia por la cual han pasado tantos ex miembros?

Resulta innecesario, entonces, juzgar la buena o mala fe de Escrivá: suficiente con ver cómo funciona el Opus Dei, para comprender qué vital es mantenerse alejado de ambos.

Sin que el interesado sea consciente

Para finalizar, veamos a continuación algunos ejemplos de cómo el Opus Dei oculta su condición frente a sus propios miembros y de qué manera esto les perjudica gravemente.

En lo que hace a la vida secular de sus miembros
Es uno de los aspectos más llamativos del Opus Dei: que sus miembros vivan –que hayamos vivido- como religiosos y no puedan ser conscientes de ello.
La inconciencia, en este campo de la secularidad, tiene que ver mucho con la ignorancia: los miembros del Opus Dei ignoran en qué consiste la vida religiosa dentro de un convento y por eso no saben que viven de igual manera en tantísimos aspectos.
En lo que hace a la incorporación al Opus Dei
Cuando ingresé al Opus Dei, los menores de edad eran admitidos sin que los padres fueran conscientes de que su hijo había decidido dedicar su vida entera al Opus Dei. Directamente se les ocultaba hasta que el menor cumpliera los 18 años. Con la Prelatura apareció la figura del aspirante, como una nueva forma de ocultar el ingreso al Opus Dei y al mismo tiempo como una dispensa de la obligación de informar a los padres del ingreso al Opus Dei, ya que “en teoría” los aspirantes no se incorporan al Opus Dei sino con la Oblación, cuando ya son mayores de 18 años. Los padres no se enteraban.
El Opus Dei dice que hoy las cosas han cambiado y que se les informa a los padres. Habría que ver qué quiere decir eso, es decir, si se les pide permiso a los padres antes de que los menores se incorporen como aspirantes o sólo cuando están a punto de hacer la oblación, cerca de los 18 años, porque consideran que el aspirante no es miembro y por tanto no necesita pedir permiso a sus padres.
Tengamos en claro esto: el Opus Dei ha dado muestras sobradas de que necesita –con necesidad patológica- comportarse de manera opaca, por lo cual toda su claridad pareciera estar contaminada por su propia naturaleza ocultadora.

El ingreso al Opus Dei suele estar signado por la gran ausencia de un proceso de discernimiento profundo, impidiendo que el interesado sea consciente de que está tomando una decisión libre y por cuenta propia, como quien decide un cambio central de su vida: iniciar una carrera profesional, cambiar de país, casarse, etc. Según mi experiencia y la de tantos otros ex miembros, la vocación es algo que deciden los directores sin que el interesado sea consciente de esa decisión exterior. Más que un discernimiento, la vocación es producto de un convencimiento, por parte de los directores (lo cual es más grave aún en el caso de menores de edad).
En lo que hace al proceso de salida
Quien solicita la salida, suele cree que su caso es único (o al menos creía, hasta que llegó Opuslibros) y no es consciente de la tendencia general al reciclaje de personas, dentro del Opus Dei.
El proceso de salida, no pocas veces, suele suceder sin que el interesado sepa que está siendo marginado, que su salida ha sido ya decidida por los directores, como si el interesado hubiera cometido una falta grave y mereciera castigo, y sin mediar ningún proceso de discernimiento. Si el interesado fuera consciente de cómo fue preparado su proceso de salida, se dispondría de otra forma y no saldría despedido y desprevenido frente a la nueva y dura realidad.
Quien ingresa al Opus Dei no sabe ni es consciente de que, si lo abandona, no recibirá ayuda alguna, como pasa en una mayoría de casos.
Para abandonar el Opus Dei, es mandatorio solicitar una dispensa al Prelado. Quienes lo hacen no suelen ser conscientes en qué consiste esa dispensa ni la conexión directa que tiene con el acto solemne realizado frente al Sagrario en el momento de hacer la incorporación perpetua o Fidelidad. El interesado no sabe que está pidiendo la dispensa de un voto sagrado. Si fuera consciente de su condición de fiel de la Prelatura, no pediría ninguna dispensa, como así tampoco ningún fiel corriente pide dispensa para cambiar de circunscripción eclesiástica.
En lo que hace al proselitismo que realiza el Opus Dei
Se lleva a cabo sin que el interesado sea consciente del proceso al que está siendo sometido, ya sea de seguimiento como acorralamiento, de manera que su decisión se dirija, como por un desfiladero, hacia el sí a la vocación al Opus Dei. Un muy buen testimonio de ello es la historia de Salvada (que, por cierto, tiene más de 20 mil lecturas).
En lo que hace a la denominada “dirección espiritual”
El interesado abre su alma con sinceridad salvaje, siguiendo los consejos de Escrivá, sin ser consciente de que su historia personal será desnudada a lo largo de la cadena de mando, si algún contenido de su vida resultara de especial interés para los que gobiernan.
Del mismo modo, los informes de conciencia son posibles porque el interesado no es consciente de su existencia ni de la existencia de un gobierno de las conciencias. Si esos informes siguen siendo escritos o son únicamente orales ahora, no tiene la menor importancia: conservan la misma gravedad.
Los directores hacen pasar decisiones de gobierno como si fueran la misma Voluntad de Dios sin que el interesado sea consciente, y por ello mismo, considera esa decisiones como venidas directamente de Dios. El interesado no distingue entre ambas voluntades.
En lo que hace a la intimidad y la salud psíquica
No son pocos los que termina su vida en el Opus Dei con depresiones, ansiedades y otras enfermedades psicológicas y psiquiátricas. Lo que suele suceder es que no son conscientes de las conductas autodestructivas que han incorporado, de la misma forma que no supieron ver las conductas conventuales que asumieron como propiamente laicales.
Tampoco son conscientes de que esas conductas destructivas fueron fruto de un convencimiento para dar todo de sí mismos en beneficio de la Prelatura.
Los miembros del Opus Dei van al psiquiatra que les asignan los directores porque no son conscientes de la relación directores-psiquiatras, es decir, no saben que el psiquiatra comparte información privilegiada con los directores. Desde luego, hay excepciones y no dudo de la ética profesional de muchos psiquiatras supernumerarios, pero lo que esperan los directores del Opus Dei de sus psiquiatras de confianza es que sean fieles informantes.
Los miembros que acuden a psiquiatras del Opus Dei tampoco son conscientes de que, una parte importante de la misión de los psiquiatras es impedir un discernimiento interior que relacione la vocación con la autodestrucción; y tampoco saben que los directores recurren a los fármacos para sostener la permanencia dentro de la institución de miembros que se encuentran en proceso de salida o que comienzan a tomar conciencia de la realidad en la que viven (Cfr. Mi Vida).
En lo que hace a los derechos personales
Difícilmente los miembros cederían diversos derechos si realmente fueran conscientes de que les pertenecen a ellos y no al Opus Dei. El Opus Dei enseña que, con la entrega, los derechos se han convertido en deberes («los derechos se han convertido, con la llamada, en deberes de mayor generosidad, de entrega más plena, de definitiva renuncia a nuestro yo», cfr. “Meditaciones”, IV, pág. 583).
Los célibes hacen testamento en la medida en que no son conscientes de que tienen derecho a no hacerlo y tampoco son conscientes de que el Opus Dei les obliga a hacer algo que el Opus Dei no tiene derecho a mandar según los Estatutos (y dudo mucho que los decretos secretos del Prelado, modificando esta cuestión, prevalezcan sobre los Estatutos). Es más, su propio fundador no hizo testamento. Ya sería interesante saber qué hizo A. del Portillo.
El derecho a la intimidad no debería suprimirse por el “deber a la sinceridad”. Sin embargo, el Opus Dei enseña otra cosa: cualquier intimidad que no se quiera contar implicaría un secreto con el diablo. De esta manera, la enseñanza de Escrivá elimina el derecho a la intimidad y no pocos miembros dejan avasallar su intimidad porque no son conscientes del abuso de autoridad que implica tal atropello.
En lo que hace a lo jurídico
Sin que el interesado se dé cuenta, el Opus Dei le impide el acceso a los Estatutos (que no sea en lengua latina) y le entrega a cambio un Catecismo –que no es de libre acceso tampoco- donde se reinterpretan y modifican los Estatutos de manera arbitraria, sin que ello tampoco sea conscientemente advertido por el interesado. Particular relieve tiene “trueque” en todo lo que hace al régimen de vida de pobreza, donde se suplanta un modo de vida laical por uno propio de frailes (cfr. Gervasio, “El decreto prelaticio 66/99 y el icosaedro”).
El interesado no es consciente del desconocimiento que tiene de los Estatutos que rigen su vida dentro del Opus Dei y, por ello mismo, por no ser consciente, tampoco reclama nada al respecto.
El Opus Dei funciona como Prelatura en la medida en que sus miembros no sean conscientes de que viven bajo el régimen de un Instituto Secular. El día que tomen conciencia, se acabó la Prelatura.
La introducción de decretos secretos es significativa: revela la necesidad de que sus miembros no sean conscientes del contenido de dichos decretos y de las modificaciones que implican en relación a los Estatutos.
Ya en 1941 los Reglamentos de la Pía Unión no se publicaron completamente: sus Anexos fueron archivados ocultamente en el Archivo Secreto de la diócesis de Madrid-Alcalá. Escrivá evidentemente no quería que muchos fueran conscientes de su contenido, no ya en 1941, ni siquiera en 1975 o más allá. Lo cual coincide con el espíritu de los decretos secretos del actual prelado.
En lo que hace a la teología del Opus Dei
Escrivá elaboró toda una “teología de la perseverancia” sin ningún respaldo teológico: sin que los miembros fueran conscientes, históricamente han aceptado la disparatada teoría de que salir del Opus Dei implica la muerte espiritual (Cfr. La barca del Opus Dei); para más leña, A. del Portillo dejó por escrito que son considerados otros Judas quienes abandonan el Opus Dei.
¿Y qué decir de la teología del “holocausto del yo”, predicada por Escrivá? Es la que motivó, en muchísimos casos, la autodestrucción de las personas en beneficio de la organización, sin que las personas se dieran cuenta de que se estaban dañando a sí mismas, en algunos casos de manera irreversible. Lejos de enriquecerse como personas, quienes se sometían a dicha teología terminaban alienándose, sin tomar conciencia, y sin que advirtieran del poco interés, por parte del Opus Dei, para poner límite a esa autodestrucción, de la cual se beneficiaba.
Hay mucha elaboración teológica propia, que Escrivá hizo pasar como por aprobada tácitamente por la Iglesia, sin que los miembros del Opus Dei fueran conscientes de que no tenían ningún respaldo teológico todas aquellas teorías.
En resumen, sin que pudieran tomar conciencia, los miembros eran sometidos a una teología autoritaria elaborada por Escrivá, que no daba pie a otra interpretación que la del propio Escrivá y en muchos casos resultaba impiadosa: «A la vuelta de estos cuarenta y tres años largos, cuando algún hijo mío se ha perdido, ha sido siempre por falta de sinceridad o porque le ha parecido anticuado el decálogo. Y que no me venga con otras razones, porque no son verdad» (meditación “El talento de hablar”, abril de 1972, citado en Meditaciones III, pag.232). No deja de ser paradójico que la meditación se llamara “el talento de hablar”.
Los miembros del Opus Dei históricamente no se han dado cuenta que una importantísima parte de las teorías teológicas de Escrivá tenían como fin reforzar el sometimiento de las conciencias de sus seguidores, evitándoles en lo posible un espacio adecuado para el discernimiento personal.

Conclusión

Queda mucho por estudiar y analizar del modo en que se construyó el Opus Dei y el sufrimiento que ello ha causado a tantas personas. Ese sufrimiento no fue accidental sino previsible, formaba parte de las condiciones de factibilidad: para que fuera posible, el Opus Dei en cuanto institución opaca, tenía necesidad de contar con el sacrificio de muchas personas: el grave problema es que dicho sacrificio sucedió sin que los interesados fueran conscientes, es decir, sin su consentimiento y, para ello, recurriendo a engaños. En algún momento Escrivá deberá ser bajado de ese pedestal de santidad en el cual fue entronizado, aparentemente sin que muchos fueran conscientes de lo que estaba sucediendo, y se analice en profundidad su conducta y sus obras. Lo mismo se podría decir de A. del Portillo. Por más santo que sea declarado, la obra más importante de sus vidas, la de Escrivá y del Portillo, ha sido producto de ocultamientos y manipulaciones de las personas: por más noble que sea la excusa, los medios aplicados para la realización del Opus Dei no son dignos de santos.



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