El santo fundador del Opus Dei/La segunda República y la guerra civil española

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LA SEGUNDA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA


EL CAMBIO POLÍTICO de la Monarquía a la República, que llegó inopinada mente el 14 de abril de 1931 sin derramamiento de sangre y casi por sorpresa, trastornó profundamente a Escrivá, para quien todo lo relativo a la República resultaba ser obra de la masonería, que conspiraba y trabajaba para dividir a los católicos, para que así no se pudiera llegar a una solución política favorable a los intereses de la Iglesia y de la Monarquía. Al cura Escrivá no se le escapaba lo que ocurría a su alrededor y sus preferencias políticas y afinidades culturales, en sintonía con la ultraderecha, correspondía a los de un clero español educado muy tradicionalmente para su época.

Un mes después de la instauración de la República, la quema de conventos significó un choque tremendo para una parte de la sociedad española, para quienes habían aceptado con resignación el cambio de régimen político. Seis de los ciento setenta conventos de Madrid fueron incendiados en mayo de 1931. La policía, los bomberos y una multitud de curiosos contemplaron los hechos pasivamente y la única actividad organizada fue la de ayudar a la evacuación de los edificios. También unos quince conventos fueron atacados impetuosamente en Alicante, Málaga, Sevilla y Cádiz [Jackson, Gabriel, La República Española y la Guerra Civil, Grijalbo, México, 1967, p. 39.] Los españoles se vieron obligados a meditar entonces sobre las complejas relaciones del orden público con las actividades de la religión católica, lo que formaba la trama de la historia moderna de España. Si ya se quemaron iglesias en Madrid en 1835 y en Barcelona en 1909 ¿es que nada había cambiado desde entonces? [Jackson, Gabriel, ob. cit., pp. 39-40]

La reacción de Escrivá en aquellas fechas fue sintomática cuando en la mañana del 11 de mayo de 1931 un coronel retirado del ejército, de origen aragonés por más señas, irrumpió en la capilla de la Obra de las Damas Apostólicas para avisar de la quema de conventos que tenía lugar en aquellos momentos. Escrivá, temiendo una posible profanación, abrió el sagrario y consumó casi todas las hostias consagradas que había en el copón. Luego, como el tiempo apremiaba, envolvió cuidadosamente el copón con las hostias que quedaban en un papel y cogió un taxi para ir a casa del viejo coronel jubilado que habitaba en unas viviendas militares próximas a la glorieta de Cuatro Caminos. [Bernal, Salvador, Monseñor]osemarfa Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 1976, p. 83; Gondrand, Franr;:ois, Al paso de Dios. ]osemarfa Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid, 1985, p. 66; Vázquez de Prada, Andrés, El Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid, 1985, pp. 119-120]. Escrivá permaneció varios días junto con su hermano Santiago en casa del coronel, como si se sintiera perseguido y fue entonces cuando empezó a comparar la situación de los católicos españoles con la del siglo I, al comienzo de la era cristiana, Las actividades religiosas debían realizarse, según él, de forma silenciosa desde las catacumbas, a imitación de los primeros cristianos, El cura Escrivá se mostraba muy devoto y se remontaba con frecuencia a la cristiandad primitiva, inclinándose por un apostolado eficaz de discreción y de confianza, realizado en secreto desde unas catacumbas imaginarias a semejanza de los primeros cristianos.

Sin embargo, tales propósitos de ocultamiento estaban en contradicción flagrante con la ostentosa exteriorización de su condición de sacerdote de la que pretendió hacer gala durante los primeros tiempos de la República, El cura Escrivá, que usaba manteo y teja redonda, se paseaba también a veces con un solideo en la cabeza que cubría una tonsura más grande de lo normal en la coronilla. Escrivá afirmaba, con la tozudez característica de algunos aragoneses, que había que ser "sacerdote por dentro y por fuera" o también "cien por cien" sacerdote. Pero esta actitud testimonial tan ostentosa le duró poco. No estaba el cura Escrivá para muchas vacilaciones en lo que hacía a su incardinación en la diócesis madrileña y, como tenía posibilidades de ejercer como capellán en un convento de monjas, Escrivá aprovechó la coyuntura favorable a sus intereses personales, por el miedo de otros sacerdotes después de la quema de conventos, ofreciéndose como capellán a la comunidad de monjas agustinas recoletas, cerca de Atocha. Correspondía a los agustinos recoletos el celebrar la misa, pero tenían lejos su residencia y a medida que el orden público se degradaba consideraron que era peligroso ir a pie por la calle hasta el convento. El cura Escrivá se ofreció entonces como capellán y la madre priora reunió a las monjas para comunicarles que había encontrado un sacerdote que procedía de Zaragoza y, como estaba viviendo en Madrid, más cerca que los curas agustinos, vendría a diario para celebrar la misa. [Fernández Rodríguez, Vicenta (sor María del Buen Consejo), Testimonio, en Varios Autores, Testimonios sobre el Fundador del Opus Dei, Palabra, Madrid, 1994, p. 322]. De esta manera, Escrivá dejó el puesto que ocupaba en la Obra de las Damas Apostólicas para convertirse en capellán del convento de Santa Isabel, lo que le permitió tener confesionario fijo y una plataforma para contactos en una iglesia abierta al público en el centro histórico de Madrid; aunque, por otro lado, el hecho de pasar de un apostolado entre damas laicas a un apostolado entre monjas podía representar una regresión, como base para su proyecto.

A medida que avanzaba la turbulenta historia de España el cura Escrivá extremaba su militancia religiosa, quizá para contrarrestar la creciente oleada de ateísmo. Entre otras decisiones menores se impuso la costumbre piadosa de saludar a las imágenes de la Virgen que encontraba por el centro de Madrid cuando deambulaba por la calle y, según las exageraciones de sus hagiógrafos, buscaba fervorosamente imágenes de la Virgen María y cada vez que encontraba alguna rezaba ante ella o en un arrebato de piedad se arrodillaba ante la hornacina o el azulejo en plena calle. Llegó a contar el propio Escrivá que un día esperando en la glorieta de Atocha un tranvía, después de regresar del convento de monjas de la calle Santa Isabel donde solía decir cotidianamente la misa y ejercía provisionalmente las funciones de capellán, fue agredido por un obrero airado que le insultó y pateó tratándole de burro, a lo que Escrivá respondió desde el suelo con orgullo: "Burro sí; pero burro de Dios". No se sabe si realmente esto le ocurrió o fue algo que la mente de Escrivá había inventado a partir de un fortuito encontronazo callejero, pero ésta sería la causa de la existencia, ,años más tarde, en casas del Opus Dei y domicilios de sus seguidores de burritos confeccionados con diversos materiales como objetos de decoración y que están cargados de simbolismo por ser el burro o asno un animal paciente y sumiso. [Ynfante, Jesús, La prodigiosa aventura del Opus Dei. Génesis y desarrollo de la Santa Mafia, Ruedo Ibérico, París, 1970, p. 17]. Desgraciadamente para el Opus Dei el asno también es un animal que en España se encuentra en vías de extinción.

Existe otra versión más elaborada del mismo suceso dentro del Opus Dei en donde se cuenta que cuando se le abalanzó al fundador un sujeto de aviesa catadura con intención de agredirle se interpuso de improviso, sin dar explicaciones, otra persona que repelió al energúmeno. Fue cosa de un instante. Ya a salvo, su protector, supuestamente un ángel celestial, acercándose le dijo quedamente al oído: "¡Burrito sarnoso, burrito sarnoso! ". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 136]. Escrivá reflexionó y le dio tantas vueltas a lo sucedido que llegó a utilizar posteriormente como seudónimo en su correspondencia privada las iniciales "b.s.", que correspondían a la expresión de "burrito sarnoso".

La tozudez del burro encajaba perfectamente con uno de los aspectos más señalados de su carácter, que eran la ambición y el ser obstinado y testarudo. Escrivá demostraba serio en sus creencias y sobre todo con ansias y deseos vehementes de ser alguien con importancia en la vida. Su proyecto de obra apostólica podía ser un regalo del cielo, pero este regalo se lo iba a trabajar día a día siendo firme, porfiado y pertinaz en sus propósitos, estando dispuesto además a alabar con encarecimiento a quienes eran minoritarios pero de su misma cuerda ideológica en el plano social.

Escrivá comenzó a participar desde el advenimiento de la Segunda República en el movimiento insurgente de los católicos frente a los que ellos consideraban un gobierno de masones, ateos, judaizantes, perseguidores de la Iglesia y de sus miembros, incendiarios y sacrílegos. [Jackson, Gabriel, ob. cit., p. 293]. "En aquellos tiempos ser católico equivalía a ser de derechas", reconoce uno de los primeros estudiantes seguidores de Escrivá, "porque las continuas provocaciones de la izquierda abrieron un foso imposible de cerrar entre los creyentes y los defensores del progresismo social". [Fisac, Miguel, Testimonio, en Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei", Plaza & Janés, Barcelona, 1987, p. 60.

Asimismo, desde el día siguiente al 14 de abril de 1931, monárquicos exaltados tramaron la conspiración armada contra la República que cristalizó primero en la sublevación del 10 de agosto de 1932 y luego en el alzamiento armado del 18 de julio de 1936. Los conspiradores no se dieron reposo en su labor y centraron sus esfuerzos en el derribo violento de la Segunda República. Dentro del catolicismo español existía, pues, un vasto foco secreto formado por los que jamás se reconciliaron con la democracia y la República, hacia los cuales el cura Escrivá dirigió sus pasos y comenzó a frecuentar círculos de conspiradores dentro de los ambientes madrileños. Toda la literatura encomiástica escrita por sus seguidores asegura que Escrivá nunca discriminó a nadie por motivo de sus opiniones políticas, lo que no resulta cierto, porque mantuvo relaciones continuadas y "dirigió espiritualmente" como sacerdote durante años a terroristas de la extrema derecha monárquica durante la Segunda República española. Dentro de esta fauna conspiradora destacaba lógicamente José María Escrivá por la edad y porque poseía una mayor formación intelectual en comparación con la de aquellos estudiantes terroristas que luego serían calificados simplemente de "militantes católicos" en las hagiografías oficiales sobre el fundador del Opus Dei. Uno de los estudiantes, Juan Jiménez Vargas, quien fue luego miembro notorio del Opus Dei, recuerda a sus colegas de conspiraciones como, "gente de pocos años que consideraba la situación de España como un grave problema religioso (...), pero que no veían otra solución que la política, y por eso estaban metidos de lleno en un activismo orientado a la solución violenta de todo". [Jiménez Vargas, Juan, Testimonio." Causa de beatificación Fundador del Opus Dei". También en "Registro Histórico del Fundador" 4152. Archivo del Opus Dei. Roma; Berglar, Peter, Opus Dei."Vida y obra del Fundador]osemaría Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1988, p. 133; Bernal, Salvador, ob. cit., p. 300].

El cura Escrivá se presentaba como sacerdote aragonés con treinta años cumplidos, militante de la ultraderecha bajo su aparente apoliticismo, que tenía como elemento moderador el peso de su familia, la cual debió de frenar sin duda sus ansias de militancia intransigente contra la República. Desde el advenimiento de la Segunda República comenzó a frecuentar tertulias y círculos de terroristas, lo que le hizo perder en ocasiones la imagen de su aparente apoliticismo. En cualquier caso, el cura Escrivá no participaba del calculado espíritu de ambigüedad eclesiástica, sino que "se mojó" pese a tener una familia a su cargo. Nadó en aguas extremistas sin comprometer su incipiente carrera y nunca perdió la perspectiva de sus capacidades personales ni de sus posibilidades futuras. Escrivá, según reconoció uno de aquellos militantes terroristas contra la República, "le animaba a defender sus sentimientos con tenacidad y constancia" [Hernando Bocos, Vicente, Testimonio, en Bernal, Salvador, ob. cit., p.302].

También parece cierto que nunca hubo reprobación alguna por parte de Escrivá hacia aquellos partidarios de una solución violenta contra el gobierno legítimo de la República, porque quizás también era ésta la "fecunda labor apostólica entre jóvenes universitarios" que mencionan los cronistas oficiales del Opus Dei. No resultaba fácil, sin embargo, este apostolado militante en medios estudiantiles de la ultraderecha, como atestigua uno de aquellos terroristas: "Recuerdo que ya entonces se levantó alguna calumnia contra él [Escrivá] que nosotros cortamos enérgicamente". [Hernando Bocos, Vicente, Testimonio, en Bernal, Salvador, ob. cit.,]

En la primera sublevación militar contra la República, encabezada en 1932 por el general Sanjurjo, algunos de los estudiantes "dirigidos espiritualmente" por Escrivá participaron en la intentona. Escrivá visitaría luego, regularmente, en la cárcel Modelo de Madrid a aquellos estudiantes terroristas juzgados por esa primera sublevación militar. Iba a visitarles con frecuencia, casi a diario, y no le preocupaba que visitar a los detenidos supusiera "significarse", mucho más tratándose de un cura, y fuese motivo suficiente para quedar fichado por la policía. [Berglar, Peter, ob. cit., p. 133]. Luego explicaría Escrivá su comportamiento de 1932 y de qué manera él entendió la lucha "declarando ante la autoridad su amor a Cristo "con audacia, a la hora de la cobardía" [Escrivá, Josemaría, Camino. Máxima 841, Rialp, Madrid, 1964]. junto a aquellos estudiantes dispuestos a utilizar unas pistolas cuyos gatillos no sentían ya el freno de las creencias religiosas, sino todo lo contrario. En su estancia en Madrid, Escrivá estaba dispuesto a vivir como fuese determinados sucesos y como también descubrió que quien sobrevivía era siempre el más fuerte decidió serlo, como fuese. La supervivencia del más fuerte estaría acompañada además de un nuevo esplendor religioso. De ello Escrivá estaba seguro y por ello lucharía el fundador del Opus Dei en la capital de España durante la Segunda República.

E19 de enero de 1932 el cura Escrivá había cumplido treinta años. "Que pase inadvertida vuestra condición, como pasó la de Jesús durante treinta años" escribió el fundador del Opus Dei [Escrivá, José María, "Consideraciones Espirituales", Imprenta Moderna, Cuenca, 1934,p. 95] haciendo suyo el ejemplo y, como Jesucristo, se encontraba dispuesto a buscar en la vida pública doce apóstoles entre los estudiantes universitarios madrileños.

Si anteriormente vivieron de realquilados él y su familia en un modesto piso de la calle Viriato número 22 en la parte mesocrática del barrio madrileño de Chamberí, tras la mudanza, realizada en diciembre de 1932, el cura iba a continuar viviendo en el mismo barrio. El nuevo hogar de los Escrivá era un piso entresuelo en el número cuatro de la calle general Martínez Campos, típica vivienda de clase media que se mantiene aún intacta y donde Escrivá vivió con su familia meses decisivos hasta febrero de 1934.

El nuevo piso de la familia Escrivá se encontraba en la misma acera de la calle general Martínez Campos, a dos pasos de la sede de la Institución Libre de Enseñanza, cuyo edificio constaba de dos partes separadas por un jardín y cuya parte del inmueble más cercana a la calle había servido de vivienda a los fundadores Francisco Giner de los Ríos y a Manuel B. Cossío. Resulta muy evocador el hecho de que los primeros años de gestación del proyecto de apostolado del fundador del Opus Dei se desarrollaran en tiempos de la República, en una capital de España que se había convertido en satánica, y a dos pasos de la sede de una secta que Escrivá también consideraba diabólica. El cura Escrivá instaló a su familia muy cerca de la sede de la Institución Libre de Enseñanza, que representaba para muchos católicos la fuente supuesta de buena parte de los males que sufría España. Todo conduce a pensar que esta presencia cotidiana de la maldecida Institución halló en Escrivá un vecino particularmente receptivo. En su grosera apreciación de cura provinciano debió calificar de masonería, como lo habían hecho otros contemporáneos suyos, a una entidad eficaz como la Institución Libre de Enseñanza, cuyos fines y procedimientos, o lo que él consideraba como tales, procuró adaptar más tarde en su programa apostólico. Los católicos españoles de ultraderecha estaban obsesionados con la masonería durante la Segunda República, o por lo menos con la idea que se hacían de su omnipotencia, hasta el extremo de que nunca dejaron de soñar con una especie de contramasonería, copiada de la otra con objeto de combatida con sus propias armas, tarea que Escrivá intentaría también llevar a la práctica y cuya idea inicial consistía en constituir un movimiento de jóvenes intelectuales católicos que pudiera oponerse por todos los medios a la acción nefasta, según él, de la Institución Libre de Enseñanza.

La Institución Libre de Enseñanza había comenzado su existencia en 1876, y dedicó siempre sus esfuerzos a presentar un modelo educativo capaz de mejorar a España, siguiendo el ideal de Giner de los Ríos, una escuela que formase hombres y mujeres responsables y conscientes de su calidad de ciudadanos, una escuela que transcendiera a la familia y a la sociedad. La Institución llegó a desempeñar un papel importante en la educación y en la cultura españolas a lo largo de más de 60 años (1876-1936). Las formas y métodos pedagógicos de la Institución llegaron a la escuela pública en los años de la Segunda República. Como organismo democrático dedicado a la educación estuvo muy protegida por los gobiernos republicanos. La Institución Libre tenía unos fines concretos de fomento de la cultura, dentro del más absoluto carácter de laicismo sin confesionalismo religioso alguno, y representa en la historia contemporánea española el más coherente y sostenido intento de configurar la vida del país con un programa de modernidad y europeísmo.

Escrivá interiorizó en su espíritu el proyecto de la Institución Libre de Enseñanza y reservó para el futuro lo que vio y aprendió de sus vecinos republicanos. Así, el modelo educativo de la Institución Libre de Enseñanza sería copiado veinte años más tarde por José María Escrivá y sus seguidores del Opus Dei, cuando en 1951 en Las Arenas, cerca de Bilbao, el Opus Dei montó el primer colegio de enseñanza media dedicado exclusivamente a educar a los hijos de las adineradas familias de Bilbao. Con el colegio Gaztelueta, considerado la primera obra corporativa del Opus Dei en la enseñanza media española, Escrivá demostró haber estudiado a fondo y también haber asimilado a su manera el modelo educativo de la Institución Libre de Enseñanza. Una antigua numeraria miembro del Opus Dei que participó activamente en el lanzamiento del nuevo y primer centro educativo ha señalado que "ante mis ojos veía la copia, una mala copia, incluso en detalles ínfimos, como podría ser la forma de los casilleros de los alumnos en clases, las mesitas en vez de pupitres, el número de alumnos en cada clase, etc., de la realización educativa de mayor importancia de la Institución Libre de Enseñanza. A mí me disgustó que se hubieran copiado las cosas materiales del Instituto-Escuela para Gaztelueta, haciendo creer a la gente, por supuesto la esfera social alta de Las Arenas, la "originalidad" del colegio del Opus Dei. Me daba cuenta de que la copia era mala porque se habían omitido cosas esenciales. Ante mis ojos veía Gaztelueta como algo degradado, sin indicación alguna del espíritu que animaba al Instituto-Escuela. Era eso: habían copiado el cascarón, pero no podían captar el espíritu: la libertad que se disfrutaba en el Instituto-Escuela, el hecho de que era un colegio mixto, los deportes a gran escala, nada de eso podía vivirse en Gaztelueta, que en sí era sólo un colegio para niños ricos de Las Arenas, ubicado en un hotelito de una familia conocida, donde incluso en el vestíbulo como decoración había una silla de manos. En la pared y sobre la escalinata de mármol había un gran repostero con el lema del colegio: "Sea vuestro sí, sí; sea vuestro no, no." [ María del Carmen Tapia, Tras el umbral, Ediciones B, Barcelona, 1994, p.94].

No sería en las aulas y pasillos del viejo edificio de la calle san Bernardo, sede de la universidad madrileña, en donde Escrivá realizaría formalmente sus primeros pasos apostólicos con los estudiantes madrileños, después de haber transcurrido treinta años de su vida "inadvertido" y ahora dispuesto a actuar en la vida pública como Jesucristo, arriesgándose y poniendo el carro antes que los bueyes. En la calle de Luchana, esquina a Juan de Austria, cerca del modesto piso donde vivía con su familia, montó a comienzos de 1933 una academia de preparación para estudiantes de derecho y arquitectura que llamó DyA, siglas que venían a decir Derecho y Arquitectura, pero que para los escasos iniciados significaba un lema: Dios y Audacia. Solía repetir entonces, para darle un significado trascendente a la aventura que significaba la precaria instalación de la academia, la frase de Teresa de Ávila, capítulo II de sus "Fundaciones": "...es manifestación de la Omnipotencia divina dar osadía a personas flacas para cosas grandes en su servicio" .

En la academia de la calle Luchana fue donde comenzaba en firme sus primeros trabajos previos a la fundación de su obra apostólica y en donde todavía la expresión latina "Opus Dei" no aparecía para nada. Tan sólo años más tarde, a finales de 1935, Escrivá comenzó a utilizar intencionalmente la expresión Obra de Dios, lo cual indica claramente la ausencia de maduración del proyecto, por lo menos hasta la primera fundación que tuvo lugar en Madrid entre 1935 y 1936. Así, durante este primer tiempo el proyecto de Escrivá tiene como nombre el de la academia. Hasta sus hagiógrafos señalan que "ni quiso en un principio el fundador que su obra apostólica llevara siquiera nombre" [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., pp. 116-117] y el propio Escrivá expresa este deseo en carta fechada por entonces: "En un primer momento, me hubiera gustado incluso que la Obra no tuviera ni nombre, para que su historia la conociera sólo Dios" [Berglar, Peter, ob. cit., p. 72].

En Zaragoza ya había adquirido la experiencia de dar clase en una academia y en Madrid la había reanudado dando clases en la academia Cicuéndez, dedicada exclusivamente a la preparación de asignaturas de la licenciatura de derecho y que funcionaba a la vez como residencia para unos ocho estudiantes internos. [Sastre, Ana, "Tiempo de caminar. Semblanza de Monseñor]osemaría Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1989, p. 81]. Escrivá, que realizaba este trabajo para conseguir el dinero necesario para vivir y mantener a su familia, concibe la posibilidad de imitar el modelo, creando por su cuenta una academia semejante. [Sastre, Ana, ob. cit., p. 103]. El objetivo sería lograr que, al igual que en el caso de la academia Cicuéndez, "muchos alumnos de esta academia llegaran a ocupar posiciones notables en la vida profesional". [Berglar, Peter, ob. cit., p. 81].

La oportunidad era única. En Aragón había fallecido recientemente mosén Teodoro Escrivá, hermano de su padre y por lo tanto tío del cura José María, que había dejado unas escasas propiedades que consistían en sus enseres personales y unas aranzadas de tierra. José María Escrivá presionó a su madre y tras lograr autorización por escrito de su hermana Carmen y de su hermano menor Santiago consiguió que se vendiera el terreno familiar heredado y el escaso producto de la venta pudo ayudar a pagar el alquiler inicial del local donde iba a ser instalada la academia; aunque, en última instancia, debió intervenir el fiel Isidoro Zorzano quien ayudó con su sueldo, ya que trabajaba en Málaga como ingeniero en los talleres de los ferrocarriles andaluces, y la academia pudo ser instalada en un exiguo local a nombre suyo. Santiago, el hermano menor del cura Escrivá, no se quedó contento con su renuncia al insuficiente patrimonio del tío Teodoro y se colocaba en la puerta de la calle para registrar los bolsillos de José María cada vez que salía del piso. La vivienda familiar a cuyo frente se encontraba la madre, doña Dolores, era el centro neurálgico del cual dependía la academia, como señalan los cronistas oficiales del Opus Dei: "Puede decirse que esta vivienda fue el primer centro de la Obra, pues en ella encontramos ya la célula primitiva del futuro espíritu de familia del Opus Dei" [Berglar, Peter, ob. cit., p. 126] Y téngase también en cuenta que el piso de la familia Escrivá se encontraba a dos pasos de la sede de la floreciente Institución Libre de Enseñanza.

De esta época data también la anécdota que cuando merendaban algunos estudiantes en la humilde casa de los Escrivá, Santiago, el hermano menor de José María, se quejó en voz alta diciendo: "¡Mamá, los chicos de José María se lo comen todo!". El Incidente motivó que se reprodujeran muchos años después "ex libris", estampas e inscripciones diversas, en donde figuran dos manos unidas en actitud oferente, en medio de ellas un pedazo de pan y alrededor una leyenda que dice: "Se lo comen todo", refiriéndose sin duda alguna a lo ocurrido en casa del cura Escrivá, allá por los años de la Segunda República.

Según los primeros propósitos de Escrivá, la vida dentro de la obra apostólica en trance de ser fundada por él debía imitar más bien la organización y los modos de la familia cristiana que los de una comunidad religiosa formal. Y de la misma manera que el rasgo distintivo de la familia natural es el espíritu de sencillez y llaneza, que iguala entre sí a todos sus miembros, así dentro de su proyecto de obra apostólica la sencillez de la vida en familia debía presidir, al menos teóricamente, todas sus actividades. Al cura Escrivá, por ser el fundador, se le iba a llamar "el Padre" y todos los documentos de la Obra deberían ser redactados con el estilo familiar adecuado.

Entre los precedentes históricos contemporáneos de esta proyección social de la familia, que iba a ser utilizada desde los primeros tiempos por Escrivá, cabe citar por sus dimensiones a la Mafia siciliana, que sirvió a su vez de base a la Cosa Nostra en los Estados Unidos, así como también a la extensa familia real de Arabia Saudita, compuesta por cinco mil príncipes y más de veinte mil miembros. Conviene señalar que los análisis sobre la dimensión familiar de las mafias se centran en una ya clásica estructura vertical con varios niveles, mientras se olvida en cambio la estructura horizontal mucho más interesante al formar una "hermandad secreta de miembros". El caso del Opus Dei no resultó ser diferente, pues -con el fundador como Padre a la cabeza y practicando intensamente tanto la dimensión familiar vertical como la horizontal entre sus miembros, y como estaban dispuestos a convertir el mundo a su catolicismo- ha merecido por ello el calificativo de Santa Mafia. [El autor de "La prodigiosa aventura del Opus Dei, Génesis y desarrollo de la Santa Mafia", señaló en 1970 haber utilizado la expresión "tan difundida en los medios políticos españoles" de "Santa Mafia" por ser una expresión que pertenecía al dominio público desde hacía más de una década y que a la difusión de la expresión habían colaborado periodistas extranjeros como Yvon Le Vaillant en "Le Nouvel Observateur" el 11 de mayo 1966 y Tad Szulc en "The New York Times" el 9 mayo 1967. La revista "Time" señalaba el 12 mayo 1967, por su parte, que había también españoles que utilizaban la denominación de "Octopus Dei" y que en Argentina estaba también ampliamente difundido el apelativo de "Santa Mafia". El periodista francés, Eugene Mannoni, afirmó en el diario "France-Soir" el 20 enero 1970 que prelados romanos le habían susurrado irreverentemente que el Opus Dei era una "Mafia Santísima", una "Santa Mafia". Refiriéndose a los fascistas en potencia, Theodor W Adorno escribió también hace años esta frase lapidaria: "...su fanático ahínco por defender a Dios y a la patria, los lleva a integrar mafias de individuos fronterizos con la locura". El Opus Dei es verdaderamente una Santa Mafia. En Ynfante, Jesús: ob. cit. p. 362, nota 51].

Los esquemas iniciales familiares -expresados en la frase del fundador "todos los miembros constituyen una familia ligada por el vínculo sobrenatural" y también con la frase castiza de "una sola familia, un solo puchero"-, se iban a reproducir más tarde también donde se reunían tres o más miembros de la obra apostólica de Escrivá constituyendo una "familia" o "casa" presidida por el espíritu del hogar fundacional a partir de 1939.

Nunca se insistiría bastante sobre el carácter familiar que quería imprimir Escrivá a su proyecto y que se percibe con mayor claridad en los primeros tiempos -señala Luis Carandell-, autor de una corta biografía sobre Escrivá. Se aplica a la Obra el esquema de la familia ideal de clase media española, a imagen y semejanza de la familia del propio fundador, que ha atravesado por situaciones difíciles pero que ha salido a flote gracias a su rigurosa cohesión interna. Es más, en el Opus Dei no se trata sólo de crear una familia con la ejemplar y edificante unidad de la del honrado y abnegado comerciante de paños de Barbastro. Se trata de prolongar esa misma familia, cuyo jefe es ahora su hijo, el sacerdote llegado a Madrid desde Zaragoza, una familia en la cual cabría en principio toda la humanidad, señala Carandell, si la humanidad se aviniera a aceptar sus condiciones. [ Luis Carandel, Vida y milagros de Monseñor Escrivá de Balaguer, Laia]

Esa imagen familiar, digna de ser analizada a la luz del psicoanálisis y de la sociología, iba a adquirir tanta fuerza que, a medida que ingresaban, los neófitos serían considerados "hijos" porque se incorporaban a "la familia" y también "hermanos" entre ellos, en un curioso híbrido mitad carnal, mitad sobrenatural. La Virgen María era "la Madre" por antonomasia, luego figuraban doña Dolores, doblemente "madre" por serlo de Escrivá y del Opus Dei, junto con la hermana considerada como "la tía Carmen". Sin embargo, el modelo familiar presentaba excepciones como la de Santiago, hermano menor del fundador, quien en buena lógica debió ser "el tío Santiago". Pero no mereció los honores del título de "tío" del Opus Dei porque protestaba demasiado, debido quizás a su corta edad de entonces o a su endeblez de carácter y mantenido por tanto al margen del proyecto, lo que negaba algo que se daba por cierto y ponía en entredicho la ejemplar y edificante unidad así como la rigurosa cohesión interna de la familia del fundador del Opus Dei.

Por otra parte, las formas de apostolado que resultaron ser desde entonces típicas de la familia Escrivá consistían en mantener una "tertulia" o reunión en torno a la mesa camilla familiar y en invitaciones para "merendar" también en familia, por aquello de que "empiezan yendo a merendar y terminan quedándose". Estas formas de apostolado tenían como origen la actividad hostelera de los Escrivá, desde que se vieron obligados a instalar una pensión de familia acogiendo huéspedes para sobrevivir en diversas ocasiones.

Aquel primer centro de enseñanza, la academia DyA, era una actividad civil sin apariencia profesional ni vinculaciones eclesiásticas. Pretendía ser una simple academia a la que acudían estudiantes universitarios que tenían como trastienda espiritual el piso familiar de Martínez Campos. El punto de encuentro para los iniciados era la casa familiar, donde hacían tertulias y algunas meriendas, ayudando a resolver problemas personales de los estudiantes, tratándoles como si fueran de la familia. Escrivá tenía experiencia porque había trabajado un tiempo por cuenta ajena en academias privadas como Amado en Zaragoza y Cicuéndez en Madrid, pero sólo pudo abrir la academia primero, y más tarde, en una segunda etapa, la residencia de estudiantes, con muchas dificultades. El sector de la enseñanza confesional pasaba entonces por un momento delicado pero halagüeño, ya que las familias de la burguesía católica estaban atemorizadas por la posibilidad de que sus hijos fueran víctimas de una educación republicana o marxista y de lo que Escrivá llamaba "liberalismos desacreditados del XIX".

Pese a los intentos de realizar alguna actividad más comprometedora, el apostolado de Escrivá se reducía a las típicas actividades exteriores del catolicismo tradicional con un nivel puramente individual que no rebasaba el marco de un grupito de estudiantes. Así, el 21 de enero de 1933 Escrivá intentó diversificar su actividad apostólica y convocó un retiro espiritual en el asilo de Portacoeli, en la calle García de Paredes, muy cerca de su casa. Se trataba de la primera de las reuniones de formación espiritual, pero en aquella ocasión sólo acudieron tres estudiantes, precisamente los terroristas que frecuentaba, que solían confesarse con él y al mismo tiempo conspiraban para derribar violentamente el gobierno de la República. El cura Escrivá, señala uno de sus hagiógrafos, se dirigió a aquellos tres estudiantes con la misma convicción que si fueran muchos. [Gondrand, Francois, ob. cit., p. 87].

De igual manera que la especialización, la diversificación o la segmentación de apostolados hace que la oferta de la Iglesia se bifurque en diferentes formas religiosas, lo mismo iba a ocurrir con el proyecto de Escrivá en estos primeros tiempos. Él soñaba con llevar a cabo un trabajo de apostolado por lo menos en tres frentes, hombres, mujeres y sacerdotes, de forma separada, pero la realidad de la obra de Escrivá no correspondía a sus ambiciones y aún cuando estaba limitada a la juventud universitaria siguió perteneciendo en su conjunto al limbo de los proyectos.

A principios de 1933 "Escrivá "vio" claro que la voluntad de Dios era empezar a fondo la labor con estudiantes", relata Juan Jiménez Vargas, notorio miembro de Opus Dei y testigo de la época. Pero, desgraciadamente, los asiduos iniciados de su casa de la calle Martínez Campos eran sólo unos cuantos estudiantes. Uno de ellos, entonces estudiante de arquitectura, conoció a Escrivá en mayo de 1933 y visitaba la casa buscando la dirección espiritual de un sacerdote. De igual manera, el estudiante de medicina antes citado, Juan Jiménez Vargas, visitaba esporádica mente la casa para ser dirigido espiritualmente por Escrivá. Y también aparecían los mismos estudiantes que ya se conocían y le habían acompañado anteriormente en la catequesis de hospitales y barrios obreros de la periferia de Madrid. Entre estos últimos se encontraba el más fiel y quizá único seguidor de Escrivá en aquellos tiempos que continuaba siendo Isidoro Zorzano, antiguo compañero de clases en el instituto de enseñanza media en Logroño y que trabajaba desde 1928 en Málaga como ingeniero de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces. Se habían reencontrado en la Obra de las Damas Apostólicas en 1930 y desde entonces Zorzano mantuvo correspondencia con Escrivá y le visitaba algunas veces cuando viajaba a Madrid por razones de trabajo. Algunos le consideran como el primer miembro de la obra apostólica de Escrivá, pero debió serlo durante varios años prácticamente por correspondencia, pues Zorzano prosiguió su trabajo en Málaga hasta 1936. [Ver cap. 1. "Turbosantidad del fundador", pp. 11-13 Y cap. 3. "De Madrid al cielo", pp. 60-61]. Por su posicionamiento con la ultraderecha Escrivá no tuvo éxito en sus apostolados entre los estudiantes durante los primeros años de la República. Uno de sus hagiógrafos menciona "aquel inexplicable y continuó trasiego de los muchos que se le acercaban y de los muchos que desaparecían sin despedirse, sin dejar rastro, como si se los tragase la tierra" [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 146]. El propio Escrivá llegó a reconocer que los estudiantes se escurrían entonces de sus manos "como se escapan las anguilas en el agua". [Vicepostulación del Opus Dei en España; El siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, Hoja Informativa n° 1, Madrid, s. f., p. 9].y el apostolado entre las chicas de la burguesía madrileña se caracterizó también por varios intentos fallidos. El cura Escrivá llegó a contactar con algunas mujeres, pero dejaron de verle de forma regular, sin dar explicaciones. Su hermana Carmen afirmaría luego, refiriéndose a las deserciones, que "las primeras chicas no valían para lo que quería José María". Frase que no descubre en absoluto los propósitos de Escrivá y que fue interpretada posteriormente dentro del Opus Dei como que "la tía Carmen ya participaba de la clarividencia del Padre".

El apostolado entre sus colegas, los sacerdotes diocesanos, resultó ser más difícil todavía. Escrivá parecía una persona dócil y fácil de tratar, pero bastaba pasar un cierto tiempo a su lado para comprender que detrás de esa máscara escondía un fuerte carácter autoritario que no toleraba que nadie le contradijera. Le encantaba rodearse de aduladores. No podía tener amigos, tan sólo seguidores, porque quien no le seguía la corriente se apartaba rápidamente de su lado. Su actitud era tajante, como la refleja una de sus notas personales que luego incluyó, en 1934, dentro de su obrita "Consideraciones Espirituales": "En una obra de Dios, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse" [Escrivá, José María, "Consideraciones Espirituales", Imprenta Moderna, Cuenca, 1934, p. 100]. Uno de los hagiógrafos de Escrivá reconoce, respecto al apostolado entre sacerdotes, "algún que otro de esos sacerdotes se le atravesará por discordancia, mostrándose díscolo en el obedecer". Por ello dijo Escrivá que resultaron ser su "corona de espinas". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 119]. Ante tantos fracasos, estaba claro que no podía tratarse todavía de ninguna fundación y por eso la calificaron luego de gestación lenta de un proyecto aún no madurado. Sin embargo, hay que buscar en estas iniciativas, tanto en las reuniones del piso familiar como de la academia, "los barruntos" que mencionan las hagiografías del Opus Dei y que Escrivá interpretaba como si fueran presentimientos por alguna señal o indicio del cielo y que eran favorables para el futuro. Estos intentos representan, en cualquier caso, los antecedentes inmediatos de la primera fundación de la Obra de Dios que tuvo lugar, dos años más tarde, entre 1935 y 1936, en vísperas del levantamiento militar. Fue tan sólo en el último período republicano, con la radicalización de los católicos en vísperas de la guerra civil, cuando el proyecto de la obra apostólica del cura Escrivá logró cuajar minoritariamente, encontrando una cierta acogida entre jóvenes estudiantes católicos, muchachos "dirigidos espiritualmente" por Escrivá que realizaban estudios de grado superior o universitario y que ya se encontraban lanzados en un combate que desembocaría en tres años de guerra civil.

José María no se resignaba a ser un simple cura, montando una sencilla academia de estudios, sino que aspiraba a más y aquí interviene la actitud ambiciosa que mantuvo a lo largo de su vida. Contó para ello con otro modelo católico de mucha mayor envergadura en el que se inspiró también para montar la academia DyA. Se trataba de la influyente Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), cuyos miembros, que se declaraban públicamente como nacional-católicos, eran más conocidos por propagandistas católicos o propagandistas a secas. En 1932, y poco antes que Escrivá, los miembros de la ACNP habían fundado en Madrid una academia, el Centro de Estudios Universitarios (CEU), dedicada únicamente a los estudios de derecho. Los propósitos de Escrivá con la academia DyA habían sido calcados de los del CEU y, como eran más ambiciosos que éstos, se reflejaban hasta en el título: estudios de derecho más los de arquitectura. Sólo que en la práctica la academia DyA apenas logró aglutinar con dificultad unos cuantos estudiantes, mientras que el CEU había encontrado por entonces una acogida importante.

Tras la aprobación en los primeros meses de la República de una serie de leyes que eliminaban la instrucción religiosa y que empezaron a desmontar el sistema católico de enseñanza en España, junto con la disolución, que no expulsión, de la Compañía de Jesús en 1932, un sacerdote ambicioso como Escrivá consideró que era necesario su trabajo en la enseñanza, aunque sólo fuera para llenar el hueco dejado por los jesuitas. La ocasión era excelente para él, que ambicionaba especializarse en el apostolado universitario. Iba además a considerar como torpeza supina por parte de la Compañía de Jesús el hecho de sufrir una medida de disolución política, sin posibilidad de recurso o de defensa.

Entonces debió pensar que su proyecto nunca sufriría nada parecido y que debía preparar un dispositivo de ocultamiento para evitar descalabros futuros. Así imaginó su futura fundación a través de sociedades anónimas de pantalla y de laicos como testaferros. Algunas notas y escritos redactados por Escrivá apuntan en este sentido. Luego sus seguidores encontraron incluso una explicación divina para la problemática cuestión de la financiación, y la iluminación divina de Escrivá tuvo lugar precisamente en un lugar muy apropiado cuando paseaba después de visitar a unos pobres en el barrio madrileño de La Bombilla [Ver cap. 3. El santo fundador del Opus Dei/De Madrid al cielo, pp. 59-62].

Escrivá, para perfilar los aspectos de la fundación que preparaba, iba también a inspirarse en el fundador de la Compañía de Jesús y para aspectos organizativos en los propagandistas católicos, considerados como una de las prolongaciones laicas de la Compañía de Jesús. En los años de la Segunda República española empezó pronto a manifestarse la influencia política de los nacional-católicos de la ACNP en la vida del país. Sus actividades no sólo fueron alentadas por la disuelta Compañía de Jesús, sino también por una buena parte de la jerarquía eclesiástica española, por lo que crecieron hasta reunir varios centenares de miembros en Madrid y en otras ciudades españolas, de las que saldrían en gran número dirigentes de organizaciones de apostolado (Acción Católica, Estudiantes Católicos, juventud Católica), partidos políticos (Acción Popular, CEDA) y destacados líderes franquistas después de la guerra civil española. [Fontán, Antonio, "Bodas de oro de la Editorial Católica", Revista "Nuestro Tiempo", Pamplona, julio 1963].

A diferencia del proyecto de Escrivá, quien soñaba con tener desde sus orígenes una orientación más de ultra derecha y a la vez más secreta como si fuera una contramasonería, la ACNP había nacido a principios de siglo como grupo confesional para formar católicos que actuasen políticamente conforme a los intereses de la Iglesia. La originalidad de la ACNP respecto al resto de los grupos confesionales radicó precisamente en su objetivo nunca ocultado de formar hombres para la vida pública". La ACNP formó a sus miembros políticamente, proporcionándoles la experiencia en las tareas de gobierno durante la dictadura del general Primo de Rivera. Los propagandistas habían aprovechado entonces la ocasión de actuar como grupo desde el poder. Si la dictadura primorriverista necesitó una ideología ellos proporcionaron una teoría del corporativismo y, en contrapartida, la ACNP tuvo la oportunidad de adquirir una experiencia política de la que se servirían más tarde durante la República. En 1931, al proclamarse la Segunda República, reafirmó su posición privilegiada respecto a la Iglesia católica, politizó a gran número de católicos en contra de las reformas de la República, sirvió como base de reclutamiento de líderes conservadores, algunos de los cuales alcanzaron ministerios del gobierno en el denominado bienio negro republicano y, por último, durante la guerra civil y la posguerra los propagandistas católicos aportaron sus conocimientos jurídicos y políticos para la construcción del nuevo Estado franquista, llegando a detentar también el monopolio de representación de la jerarquía eclesiástica española durante los primeros años de la posguerra española.

Los católicos conservadores de la derecha española buscaban una sociedad políticamente estable, pero el ejercicio del poder no unió a los católicos durante la República sino que agravó sus discrepancias, y los enfrentamientos entre ellos fueron numerosos, participando Escrivá por su militancia en la ultraderecha en discusiones de la época. Con su proyecto Escrivá pensaba en ir con sus futuros seguidores más lejos que la ACNP, porque no sólo serían conservadores sino también conquistadores. Los propagandistas proclamaban la indiferencia de las formas de gobierno y estaban dispuestos a aceptar y tener ciertas complicidades con la República, como antes con la Monarquía y la dictadura de Primo de Rivera, aunque luego en realidad se decantaron lentamente, durante la Segunda República, hacia formas fascistas, políticamente más dinámicas por el contexto de la época. Basta señalar como dato histórico que la sublevación izquierdista de 1934 en España, la famosa revolución de Asturias, no fue provocada por el temor de las izquierdas al fascismo en general, sino por temor a lo que entonces se llamaba fascismo clerical.

La aparición pública del fascismo como fuerza dominante en Europa fue un fenómeno que apareció con fuerza en tan sólo unos pocos años, más concretamente entre los años que transcurren entre 1922 y 1945. Pueden señalarse ambas fechas con toda precisión. Empezó entre 1922 y 1923 con el nacimiento del partido fascista italiano que Mussolini llevó al poder en la mítica marcha sobre Roma de 1922, seguida un año después por el abortado "putsch" de Munich de Hitler en Alemania, mientras que España, con la dictadura del general Primo de Rivera, se fue aproximando también en 1923. El fenómeno del fascismo llegó a su mayoría de edad en los años treinta cuando surgieron por toda Europa los partidos fascistas y llegaron al poder, a veces mediante la conspiración, a veces por la guerra civil, pero siempre bajo el patrocinio de Hitler y Mussolini, unidos como una fuerza en la política europea por el Pacto de Acero de 1936 y al cual se añadiría más tarde el general Franco a partir de 1939. El fascismo terminó en 1945 con la derrota y muerte de los dictadores más destacados y la hecatombe o la huida de los seguidores, sirviendo España de refugio para muchos de ellos.

Sin embargo, tras el amplio término de fascismo se escondían, en verdad, dos distintos sistemas sociales y políticos. Ambos eran autoritarios y opuestos a la democracia parlamentaria, pero eran diferentes y la confusión entre estos sistemas distintos es un factor esencial en la historia del fascismo. Ambos sistemas pueden describirse como el fascismo auténtico y el fascismo clerical. Casi todo el movimiento fascista europeo ha estado compuesto de estos dos elementos, pero en proporciones variables, y la variedad de esta proporción tiene una relación con la estructura de clase de cada sociedad en particular y con la mayor o menor influencia social de la Iglesia católica. [Woolf, S.J., y otros, "El fascismo europeo", Grijalbd, México, 1970. También en "European Fascism", Weidenfeld & Nicholson, Londres, 1968].

Si el fascismo auténtico ha sido analizado teóricamente desde su derrota en 1945, el fascismo clerical, que perduró en regímenes como el del general Franco en España, ha despertado poco el interés de los historiadores, sobre todo por sus profundas implicaciones con la Iglesia católica. Por tanto, el fascismo auténtico, lo que ha descrito el historiador inglés Hugh Trevor-Roper como fascismo dinámico, [Trevor-Roper, Hugh, R. L, "El fenómeno del fascismo", en Woolf y otros, ob. cit., p. 36] con el culto de la fuerza, el desprecio de las ideas tradicionales y religiosas, junto con la afirmación de una amplia clase media baja en una sociedad industrial debilitada, era muy distinto del fascismo clerical, que estaba basado en el ultraconservadurismo ideológico, es decir, en el tradicional conservadurismo clerical del antiguo régimen del siglo XIX, modificado y puesto al día para el siglo XX. Ambos eran autoritarios y defendían la jerarquía social a ultranza, pero la diferencia entre ellos era muy grande, aunque ambas formas políticas se confundieron constantemente a lo largo de la historia europea. La piedra de toque para distinguir un fascismo de otro era la religión y en el caso de España la Iglesia católica, la cual, para remediar la crisis que sobrevino durante el primer tercio del siglo XX, seguía ofreciendo el ideal conservador de 1890, es decir, un Estado de orden, jerárquico, no democrático y corporativo. Esta receta sería implantada luego, bajo forma de fascismo clerical, además de España en Portugal, Austria y Hungría, países en donde la estructura social y la presencia de la Iglesia se mantenían como en el siglo XIX. Oliveira Salazar en Portugal y el general Franco en España o el almirante Horthy en Hungría y directamente los sacerdotes católicos Hlinka y Tiso en Eslovaquia, fueron representantes de ese fascismo clerical que logró perdurar en algunos casos más allá de 1945 y del que tanto se aprovechó el cura Escrivá, después de la guerra civil con la victoria del general Franco, para fundamentar una vez por todas su proyecto.

En el panorama de la época, Escrivá, quien se estuvo extralimitando durante la Segunda República reprochando tibieza a los propagandistas católicos, se presentó luego, con la victoria de Franco después de la guerra civil, como un renovador dentro del fascismo clerical, aprovechando la coyuntura para establecer, asegurar y hacer firme el proyecto que se denominó Opus Dei.

Mientras tanto, surgió en Madrid la oportunidad que tanto anhelaban el cura Escrivá y su familia desde su llegada en 1927 a la capital de España. El cargo y la vivienda del rectorado del patronato de Santa Isabel se encontraban libres y Escrivá se instaló con su familia creyéndose con mejor derecho que otros, después de estar varios años pululando por Madrid "sin ningún beneficio eclesiástico", como le decía su madre. [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 139] Para ocupar el cargo y la casa rectoral había enviado una instancia a la dirección general de Beneficencia del gobierno republicano de derechas con el bienio negro, de quien dependía el patronato, y también había "ablandado" previamente a la jerarquía eclesiástica.

El patronato de Santa Isabel lo formaban un convento de monjas agustinas recoletas, fundado por Felipe II en el siglo XVI, y un colegio dirigido por monjas de la Asunción. Escrivá ejercía provisionalmente desde 1931 el puesto de capellán del convento encargado de la asistencia espiritual de las monjas de clausura, pero en su nuevo puesto como rector en funciones debía supervisar la administración del patronato que afectaba tanto al convento de las agustinas recoletas como al colegio contiguo de la Asunción.

Aquel cambio representaba para Escrivá la primera promoción importante en su carrera eclesiástica. Tuvo por ello que solicitar la autorización oficial del arzobispado de Zaragoza, diócesis en la que estaba incardinado desde su ordenación como sacerdote. Así regularizaba su situación eclesiástica, porque se hallaba en una situación marginal con respecto a la Iglesia, por lo menos desde 1929. José María Escrivá dejaba de ser simple cura para convertirse en todo un rector en funciones de un antiguo patronato real aprovechando los tumultuosos años de la República. Para obtener su nombramiento como rector del patronato, Escrivá aprovechó sobre todo la coyuntura política favorable, después de haber ganado las derechas las elecciones generales en noviembre de 1933. Tomó posesión oficial del cargo en diciembre de 1934, después de que su nombramiento fuera publicado unos días antes en el diario oficial de la República. "Esos rectorados -señaló Pedro Cantero que llegó a ser arzobispo de Zaragoza y era entonces colega de Escrivá-, nos abrían campos apostólicos y nos permitían, a nosotros que éramos sacerdotes extradiocesanos, trabajar en la diócesis de Madrid con un beneficio colativo y, por tanto, en una situación jurídica estable" [Cantero Cuadrado, Pedro, Testimonio, en Varios Autores, "Testimonios sobre el Fundador del Opus Dei", Palabra, Madrid, 1994, pp. 77-78.] Resultaba paradójico que el nombramiento y la primera promoción eclesiástica de Escrivá aparecieran en el Boletín Oficial del Estado, circunstancias que luego aprovecharían sus seguidores para justificar tergiversadamente una espiritualidad laica, alejada de cualquier clericalismo.

Una vez que Escrivá se encontró instalado junto con su familia en la casa rectoral del patronato de Santa Isabel con una perspectiva de situación jurídica estable, no disminuyeron sino que aumentaron las constantes preocupaciones económicas, porque había hallado una buena oportunidad en Madrid aunque sin ninguna retribución importante. Cuentan sus hagiógrafos que siendo ya rector de Santa Isabel "hallándose abrumado de apuros económicos", se acordó de san Nicolás de Bari, abogado de tales situaciones. Hízole una promesa en la sacristía: "¡Si me sacas de esto, te nombro Intercesor!". [Gondrand, Francois, ob. cit., p. 101] Nombrar a un santo intercesor es una devoción particular que consiste en hablar el santo ante Dios de una persona, para conseguirle un bien o librarle de un mal. Los mismos hagiógrafos cuentan que Escrivá fue hasta la parroquia donde estaba la imagen de san Nicolás de Bari para rezar pidiendo dinero, es decir, "a darle un sablazo". El fundador del Opus Dei no tuvo entonces mucho éxito con san Nicolás como santo intercesor porque los graves problemas económicos continuaron. Sus peticiones, sin embargo, sirvieron de entrenamiento y más tarde Escrivá y sus seguidores se convirtieron en verdaderos especialistas en sacar dinero a diestro y siniestro "dando sablazos", esto es, con peticiones hábiles o insistentes y sin ninguna intención de devolverlo.

Aun siendo Escrivá desde su juventud un sacerdote jurídicamente marginado dentro de la Iglesia, su lustre, autoestimación y deseos de grandeza sobresaliente eran enormes. Su actividad era incesante en búsqueda de una dignidad eclesiástica, de cargos o empleos honoríficos y, sobre todo, de autoridad. La prebenda que correspondía a un oficio honorífico y preeminente como era el rectorado del patronato le colmaría algún tiempo, porque contaba encima con una amplia vivienda, pero él soñaba con ser un alto dignatario de la Iglesia católica, un personaje investido de dignidad y se mostraba con gravedad y decoro en la manera de comportarse desde los primeros tiempos, como si ya hubiera alcanzado la suprema dignidad eclesiástica que él anhelaba fervientemente.

Instalado como rector del patronato, a Escrivá le llamaron la atención dos tumbas en la iglesia que dependía del patronato y estaban por tanto dentro de su jurisdicción. Las lápidas mortuorias, situadas bajo la cúpula del crucero de la iglesia al pie del presbiterio, estaban dedicadas a dos eclesiásticos catalanes, un vicario general de los ejércitos reales, patriarca de las Indias Occidentales, capellán y limosnero mayor del rey Carlos IV; y el otro había sido también vicario general castrense, patriarca de las Indias Occidentales, obispo de Sión y pro capellán mayor de la Casa Real en el siglo XVIII. [Berglar, Peter, ob. cit., pp. 371-372] El vicariato militar ejercido por ambos dignatarios eclesiásticos, que tenía poder e independencia con respecto a la Iglesia, resultó ser una revelación para Escrivá, porque podía ser la solución para el proyecto de organización con el que soñaba. Desde entonces pensó en utilizar el modelo de un vicariato general castrense para sus planes, lo cual encajaba perfectamente con sus ambiciones y podía seguir estando en armonía con la subida imparable del fascismo y con su evolución personal.

Tras convertirse en rector de un patronato que fue real hasta la República, Escrivá se lanzó, como una de sus primeras medidas, a la publicación de temas espirituales, lo que no había podido realizar hasta entonces. En sus dos publicaciones durante la Segunda República repitió los mismos temas y preocupaciones en los que iba a insistir a lo largo de su vida.

"Consideraciones Espirituales", su primer trabajo, era un pequeño libro de 104 páginas que contenía 434 puntos de meditación y había sido editado en mayo de 1934 con la autorización y apoyo económico del obispo de Cuenca. A pesar de ser editado bajo los auspicios de un obispo paisano suyo, por más señas aragonés, a quien había pedido consejo para imprimir el libro de la forma más económica posible, sabiendo que la Imprenta Moderna de Cuenca pertenecía al seminario, la publicación del librito representaba un ascenso en su condición social, después de haber conseguido la dirección del patronato en Madrid. La obrita rezumaba un curioso tono de distinción que ya se detectaba en la advertencia preliminar: "estos apuntes, escritos sin pretensiones literarias ni de publicidad, respondiendo a necesidades de jóvenes seglares universitarios dirigidos por el autor". Sin embargo, en la página 39 se dirigía a "catedráticos, periodistas, políticos y hombres de diplomacia", es decir, miembros de la elite por quienes también deseaba ser leído. También recomendaba en tono sugerente a sus futuros lectores "pasar ocultos", y hasta tal punto lo practicaba ya el autor del librito que el secreto de su apellido no figuraba en portada y tan sólo aparecía "José María", su nombre de pila. [El texto íntegro de "Consideraciones Espirituales", publicado en mayo de 1934 y cuyo autor firmaba simplemente "José María", en Ynfante, Jesús, Opus Dei, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996, Anexo 1, pp. 503-533.] La condición de "pasar ocultos" en 1934 no tenía, sin embargo, la arrogancia y énfasis que mostró a partir de 1939, cuando ya se había puesto en marcha de forma estructurada la organización del Opus Dei.

Una lectura de "Consideraciones Espirituales" permite afirmar que Escrivá tenía en mente una visión algo detallada aunque incompleta sobre lo que iba a ser su proyecto. Así, menciona "plan de vida", "mortificación continua", "cruz de palo sin crucifijo", elementos que posteriormente formarían parte de la amplia panoplia de recursos utilizados por los primeros militantes del Opus Dei. Pero entonces, hacia 1934, todo indica que su apostolado se reducía a un nivel de simple labor individual con prácticas espirituales dirigidas a individuos aislados sin cohesión de grupo. Por ello, en la correspondencia de Escrivá con el vicario general de la diócesis de Madrid hay alusiones al librito "Consideraciones Espirituales" y a la Academia DyA, a "nuestro apostolado sacerdotal entre intelectuales" ya las "obras de celo con estudiantes", pero los nombres de Obra de Dios u Opus Dei como organización nunca son mencionados. [ Joan Estruch, Santos y pillos. El Opus Dei y sus paradojas, Herder, Barcelona, 1994, pp. 146-147.] Se puede citar un ejemplo curioso de su actividad por aquella época, cuando preparaba un retiro espiritual para el primer domingo del mes de mayo de 1934 y en carta al vicario del obispado de Madrid insistía con autobombo sobre la calidad de su labor considerada nada menos que "apostolado sacerdotal entre intelectuales", aunque luego en la misma carta trataba explícitamente a los estudiantes universitarios que iban a acudir al retiro espiritual como "muchachada": "Yo le pido, Sr. Vicario, que encomiende esta muchachada en la Santa Misa: se lo merecen..." [Escrivá, José María, Correspondencia con el vicario de la diócesis de Madrid-Alcalá. Carta del 12 agosto 1934, en Hoja Informativa, n° 5, Madrid, s.f., p. 8. También en Bernal, Salvador, ob. cit., pp. 198-199]. En otra carta al vicario de la diócesis, Escrivá también se refiere a los estudiantes como estos "chicotes", término que denota cierto afecto y que se utilizaba antaño para designar a chicos sanos y fuertes, muy en consonancia con aquellos tiempos de subida del fascismo. Resulta evidente que las expresiones "muchachada" y "chicotes" seguían estando distanciadas de las condiciones estrictas que Escrivá iba a exigir a los futuros adeptos para la puesta en marcha del proyecto. Faltaba todavía una captación más rigurosa para formar el núcleo de primeros militantes y una ideología fascista más elaborada que sirviera como fuerte nexo de unión entre ellos, todo lo cual iba a cuajar en la academia-residencia de la calle Ferraz con la primera fundación del Opus Dei.

Entretanto, Escrivá les seguía hablando de entrega personal completa, así como de una empresa de trabajo apostólico para extender el reinado de Cristo. De esta época data la aparición de varias hojas volanderas de publicación irregular, tiradas con una multicopista primitiva, que tituló pomposamente "Noticias" y comenzó a enviar durante el verano de 1934, para seguir manteniendo contacto con los estudiantes durante las vacaciones. Se trataba de una idea inspirada en el boletín interno de los nacional-católicos de la ACNP para lo cual Escrivá copió el título de una columna situada en la última página del boletín de los propagandistas. Ya el mismo hecho de su elaboración dejaba bien clara su intención de mantener un lazo de unión entre los estudiantes dirigidos espiritualmente por él, al tiempo que les ofrecía comentarios sobre hechos y situaciones con una perspectiva que puede catalogarse como de fascismo clerical. Y también, de este modo, Escrivá convertía pacientemente su sueño de una empresa de apostolado en la realidad de una fundación.

Su segunda publicación, la obrita titulada "Santo Rosario", publicada en Madrid en 1935, era una meditación de los quince misterios dolorosos, gozosos y gloriosos que constituyen el rezo completo del rosario. Considerado por Escrivá como "libro de oración y meditaciones", el texto se formaba por una serie de comentarios cortos para facilitar la meditación de los quince misterios, junto con unas breves consideraciones sobre las letanías, por supuesto que lauretanas y en latín, por descontado. Un texto corto, redactado "de un tirón" afirman sus hagiógrafos. En el prólogo Escrivá hacía la siguiente advertencia: "No se escriben estas líneas para mujercillas. -Se escriben para hombres muy barbados, y muy... hombres, que alguna vez, sin duda, alzaron a Dios... El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima. ¿Quieres amar a la Virgen? -Pues, ¡trátala! ¿Cómo? -Rezando el Rosario de Nuestra Señora". Escrivá añadía en el prólogo otros temas preferidos suyos como la tendencia al secreto o la receta típica del fascismo clerical de encomendar a los "hombres muy barbados y muy... hombres" que para ser más fuertes tenían que volver a la vida de infancia: "He de contar a esos hombres un secreto que puede muy bien ser el comienzo de ese camino por donde Cristo quiere que anden. Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños". También se refería en el prólogo a un apostolado que él ya veía de dimensión universal: "Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría con esta admirable dimensión mariana y tu caridad vigilante". Desde el prólogo de su obrita "Santo Rosario", Escrivá repetía sin cesar los mismos temas y preocupaciones en los que iba a insistir a lo largo de toda su vida.

Huyendo hacia delante, en un fracaso que iba a ser considerado luego por sus seguidores como una ampliación, la pequeña academia DyA de la calle Luchana se trasladaría a la calle Ferraz en Madrid para convertirse en academia-residencia, donde el negocio iba a estar más integrado y tendría una dimensión de mayor envergadura.

Después de la instalación y escaso funcionamiento de la academia DyA en la calle Luchana, Escrivá y su familia decidieron dar el paso decisivo en Madrid con un desdoblamiento de actividades, alquilando tres pisos en un inmueble situado en el número 50 de la calle Ferraz, en las proximidades del Parque del Oeste. La academia para clases se instaló en el cuarto piso, mientras que la nueva residencia DyA, prevista para estudiantes internos y con una vida en común, ocuparía junto con la familia Escrivá los dos pisos de la tercera planta. Aquello representaba el comienzo de una verdadera actividad fundacional por la posibilidad de aglutinar bajo el mismo techo a los estudiantes dirigidos espiritualmente por Escrivá que se encontraban dispersos hasta entonces por la capital de España. Con la academia-residencia DyA que intentaron entrara en funcionamiento en el mes de octubre de 1934 se reunían finalmente todos los requisitos para llamar a aquello una fundación, sobre todo por la vida en común de los futuros primeros miembros; pero tampoco pudo funcionar bien de inmediato por la falta de medios materiales y la escasez de seguidores. El proyecto cuajaría más tarde, bien entrado el año 1936; sería entonces, a los treinta y tres años, la misma edad de Cristo, con una evidente madurez física y mental, cuando Escrivá se entregaría de lleno a la instalación de la primera residencia de la Obra y a la puesta en marcha de su proyecto.

A comienzos de 1935 las estrecheces económicas habituales de la familia Escrivá se agravaron por la falta de residentes, ya que sólo eran dos y pensaban alojar hasta veinte. Les resultaba imposible sostener tres pisos, de modo que en febrero de 1935 abandonaron uno e instalaron la academia donde estaba la residencia. Como ayuda para resolver los problemas económicos Escrivá colocó una imagen de san Nicolás de Bari con la siguiente inscripción debajo: "Sancte Nicolae curam domus age" ("San Nicolás, ten cuidado de la casa"). La imagen servía a los visitantes de recordatorio para que depositaran dinero de igual manera que el santo obispo Nicolás de Bari depositó una suma de dinero en la ventana de una casa donde vivían tres jóvenes que no podían casarse por falta de dote. [Gondrand; Francois, ob. cit., p. 101] También colgado de una pared del vestíbulo, cerca de la entrada, había un repostero como objeto simbólico que tenía una significación especial para los iniciados. Era de paño gris azulado y en la parte inferior tenía unas plantas de cardo con tela superpuesta, lo que significaba espinas y asperezas; en la parte superior había unas estrellas con la leyenda "per aspera ad astra", [Gutiérrez Ríos, Enrique, "José María Albareda, una época de la cultura española", Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1970] que se traducía "por las asperezas al cielo" y también "por caminos difíciles hasta los luceros". Esta última expresión, que gustaba a los iniciados, fue utilizada hasta la saciedad por el fascismo clerical en España por aquella época.

Dentro de la academia-residencia, la instalación de la capilla en una habitación representó un paso importante en los preparativos de la primera fundación de la Obra de Dios. Colgada en una de las paredes de la capilla se hallaba una cruz negra vacía, sin crucifijo, una cruz de palo de talla humana que iba a tener un significado muy concreto y fue luego una de las piezas maestras en el simbolismo del Opus Dei. En el librito "Consideraciones Espirituales", publicado en 1934, José María Escrivá ya mencionaba la cruz de palo sin crucifijo: "Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando al Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú". En el primer "templo" de la Obra la cruz negra vacía llegó a formar parte del decorado teatral del que gustaba rodearse Escrivá en sus pláticas espirituales, pero luego comenzaron a celebrarse ante ella las primeras ceremonias de admisión en el Opus Dei, actuando como testigo espiritual José María Escrivá. Delante de la cruz negra los futuros miembros estaban obligados a leer una jaculatoria de fórmula breve durante la ceremonia de ingreso en la Obra de Dios.

Los primeros miembros estarían obligados a observar vida en común, aunque sin hábitos monásticos, con objeto de compartir una vida contemplativa y un recogimiento que necesitaban para la oración, junto con una actividad exterior en la que harían apostolado y ayudarían a sufragar al mismo tiempo los gastos de la organización. El juramento de votos, que tenía lugar para formalizar la entrada como miembro en la Obra de Escrivá, se hacía delante de la cruz negra de palo y los votos eran los tradicionales religiosos de pobreza, castidad y obediencia, con la originalidad de hacerse en orden invertido, es decir, obediencia, castidad y pobreza. Por los tiempos que corrían la obediencia era más importante que la castidad y la pobreza.

De entre las personas que giraron en torno a Escrivá durante la República salieron los primeros miembros de la Obra, en su mayoría jóvenes estudiantes, que pasarían a ser cofundadores. También había alguno de la misma edad que Escrivá y que había compartido tareas de catequesis con las Damas Apostólicas antes de la llegada de la Segunda República, pero el grupo más compacto estaría formado principalmente por jóvenes estudiantes. El clima político deteriorado de la República atrajo más clientela a aquella primera residencia montada por Escrivá, que sirvió de base para la primera fundación del Opus Dei en los meses finales de 1935 y en el primer semestre de 1936.

Algunos de los jóvenes estudiantes fervorosos se tomaban muy en serio sus obligaciones y se reprendían entre ellos cuando algo no iba bien. La costumbre de la corrección fraterna se convirtió enseguida en una muestra de "buen espíritu" entre los primeros miembros de la Obra, aunque tales prácticas presentaban también unos aspectos tan siniestros que se correspondían más bien con la clásica delación y con la denominada "pedagogía del miedo", practicada antaño por la Inquisición española. En aquellas prácticas empezaba a cuajar el espíritu fundacional y allí, en Ferraz 50, comenzaron a aparecer signos distintivos de la Obra, como la cruz de palo y los castigos corporales. Mortificaciones como dormir en el suelo, castigarse el cuerpo por medio de un pequeño cilicio apretado en el muslo durante dos horas al día y de azotarse con un látigo de cuerda por lo menos una vez a la semana, fueron consideradas "costumbres piadosas" por los primeros miembros de la Obra y, para servir de ejemplo, Escrivá se entregaba de lleno a una serie de mortificaciones con cilicios, ayunos y disciplinas. Mortificarse era muy bueno, según Escrivá, para domar las pasiones castigando el cuerpo y refrenando la voluntad. Se asustaron, sin embargo, algunos de los primeros miembros cuando circularon relatos truculentos sobre las mortificaciones del fundador, al que le gustaba flagelarse duramente. [Un hagiógrafo de Escrivá cuenta que uno de los estudiantes y primeros seguidores de Escrivá, Ricardo Fernández Vallespín, para evitar el ruido de los latigazos que se aplicaba el fundador tenía que taparse los oídos para no oír el sordo golpeteo procedente del cuarto de baño y otro de los cronistas oficiales del Opus Dei se atreve a contar los detalles: "En su cuarto guardaba el Padre, en una caja, el cilicio y las disciplinas. Impresionaba ese instrumento de flagelación, de cuyos cabos pendían cabos de herradura y cuchillas de afeitar, hasta el punto de que las paredes del cuarto de baño estaban salpicadas de sangre." En Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 161. También en Ynfante, Jesús, "Opus Dei", Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996, p. 55.] Maltratar el cuerpo con azotes era un signo de ascesis medieval y en diversas religiones los ascetas se han flagelado por espíritu de sacrificio y también para rechazar las tentaciones. El espíritu fundacional se fue complicando con una más que prolija normativa diaria, semanal o mensual, que incluía, entre otras actividades, misa, comunión, rezo del ángelus, visita al sagrario, lectura espiritual, rosario completo de quince misterios y mortificaciones.

El núcleo inicial que cuajó como organización en los meses finales de 1935 y el primer semestre de 1936 estuvo formado por unos quince miembros, en su mayoría jóvenes estudiantes. A Escrivá le atraía mucho el número doce, a imitación de Jesucristo y sus doce apóstoles, pero desde un principio las cuentas nunca cuadraron por algunas defecciones primerizas y también por el sistema fluctuante de adhesiones utilizado por el fundador en los primeros tiempos. Así, las primeras adhesiones fueron mantenidas por Escrivá en la indefensión para obtener la imagen apropiada de doce, y adjudicaba a veces un número, "tú eres el número ocho" decía a uno, aunque luego podía decirle lo mismo a otro miembro.

El eje de la formación espiritual de la naciente Obra de Escrivá se basaba en técnicas típicas del fascismo clerical, empezando por una sumisión completa al fundador que intervenía por el voto de obediencia en las conciencias de los primeros miembros y en todos los asuntos internos de un proyecto de inspiración celestial. Aquellos jóvenes seguidores formados en la residencia DyA de la calle Ferraz padecían una extraña inmadurez junto con un curioso sometimiento a todo lo que decía "el Padre", empezando por el estudiante nombrado director de la residencia, a quien Escrivá trataba en público de "medio director", mitad en broma, mitad en serio. El régimen de la vida en común era tan duro y los controles tan rigurosos que ya se podía hablar entonces de seres totalmente condicionados y hacer un análisis negativo de ellos, hasta desde un punto de vista cristiano, al comportarse como si fueran juguetes dirigidos por un mando a distancia.

A medida que se degradaba el clima social, Escrivá afianzaba su proyecto y acogía a más estudiantes. Llamaba especialmente la atención ver en la. residencia DyA a algunos estudiantes de ingeniería que estaban considerados entonces como una elite entre los estudiantes y tenían fama de participar poco en trabajos de apostolado y en cuestiones religiosas.

Así, el ingeniero se iba a elevar a la dignidad de ser levadura de la sociedad gracias a Escrivá, lo cual iba a representar posteriormente uno de los rasgos de la pretendida originalidad del Opus Dei.

Entre los que vivieron en la residencia y se confesaban con Escrivá se puede mencionar a un estudiante que participó en el intento de asesinato de Jiménez de Asúa, abogado socialista, vicepresidente del parlamento de la República y uno de los autores de la Constitución republicana. [ Alberto Moncada, Historia oral del Opus Dei, Plaza &Janés, Barcelona, 1987, pp. 16-17] Paseando en automóviles, armados de ametralladoras, estudiantes terroristas madrileños hicieron cuanto estuvo en sus manos para aumentar el desorden y el caos en un ambiente manifiesto de insurrección contra la República y uno de los que residía en la DyA participó en el atentado contra uno de los llamados padres de la República. Luego relataría admirado entre sus compañeros de residencia la valentía de uno de los policías de la escolta de Jiménez de Asúa. Posteriormente, en las semanas anteriores al 18 de julio de 1936 hasta cayó asesinado el juez que había condenado a veinticinco años de cárcel a uno de los autores del atentado, mientras que uno de sus cómplices, el estudiante de la residencia DyA, logró esconderse de la policía.

"Durante la perspectiva de mis años mozos -ha señalado uno de los primeros seguidores de Escrivá refiriéndose a la primera fundación-, yo veía al Padre como una gran personalidad que nos hablaba de santificación personal en la vida laica, una cosa nueva para mí en aquel entonces, y de responsabilidad en la recristianización del mundo. El Padre tenía la firme convicción de que Dios le había llamado para arreglar la situación de la Iglesia. Y eso lo decía cuando, al mismo tiempo, apenas tenía dinero para pagar las facturas y estaba rodeado de cuatro chicos como yo." [Fisac, Miguel, Testimonio, en Moncada, Alberto, ob. cit., p. 89.] En los primeros tiempos Escrivá había autorizado para que se le tuteara, pero comprobó más tarde que aquellos jóvenes, "los chicos", le perdían el respeto, por lo que dio marcha atrás y empezó a ponerse más distante. Así, desde comienzos de 1936 ya era un hecho el llamarle "Padre", no padre Escrivá por su condición de sacerdote, sino por ser fundador Padre, a secas. Por aquel tiempo encontraría también una justificación para sus ambiciones y decidió que tenía que aparecer siempre como una persona importante, porque así se le tendría respeto a su Obra, logrando tranquilizar de esta manera a su conciencia al asegurar que todo lo hacía por el bien de ella. Fue además entonces cuando decidió unir los dos nombres, José y María firmando Josemaría, por devoción a la Virgen y a san José, según sus hagiógrafos. [Gondrand, Francois, ob. cit., p. 106] Finalmente, los ardientes deseos de un oscuro cura llamado Escrivá de conseguir poder, riquezas, dignidades y fama, iban a cumplirse ambiciosamente después de varios intentos fallidos por medio de una organización enteramente suya, dominada completamente por él.

Un día a comienzos de 1936, en una de las ocasiones que tuvo uno de sus seguidores de acompañar a Escrivá, desde la residencia de la calle Ferraz hasta la iglesia de Santa Isabel en donde seguía siendo rector, relata el antiguo miembro del Opus Dei que el fundador le dijo señalando a las dos tumbas situadas bajo la cúpula del crucero al pie del presbiterio: "Ahí está la futura solución jurídica de la Obra". [Berglar, Peter, ob. cit., pp. 371-372.] Si en 1934 Escrivá soñaba con ser vicario general castrense, más importante era que dos años más tarde, en 1936, siguiendo el modelo, ya quería configurar jurídicamente la Obra como una estructura jerárquica de carácter secular y militar a imitación de un vicariato castrense, con la particularidad que estos vicariatos dentro de la Iglesia católica no eran jurisdicciones territoriales sino personales. El Opus Dei obtuvo un estatuto jurídico parecido dos años después de la muerte de Escrivá, en 1978. Conviene destacar que los deseos de Escrivá encajaban perfectamente y se podían incluir en la creciente ola de fascismo clerical en 1936.

Como partidario intransigente de la inalterabilidad de la doctrina católica, la obsesión integrista de Escrivá constituía ya la esencia misma del proyecto de recristianización o de reconquista del mundo y por ello el fundador del Opus Dei, que albergaba la ilusión de reconquistar el poder que tuvo la Iglesia durante los siglos medievales de "cristiandad", llegó a soñar también con el modelo de aparentar ser una familia, pero siendo además una milicia. Una familia espiritual sin cargar con los inconvenientes del afecto carnal y una milicia con fuerza, la más apta para la lucha, de una disciplina más severa.

Varios autores católicos simpatizantes del Opus Dei coinciden en señalar que por su espíritu, organización y apostolado, el Opus Dei empezó a funcionar como una orden de caballería de los tiempos modernos, [Thierry,JeanJacques, "L'Opus Dei. Mythe et realité", Hachette Litterature, París, 1973, p. 13; Roegele, Otto B., "L'Opus Dei. Légende et realité d'una communauté discute". Hochland, Munich, 20 junio 1962; Revista "La Revue Nouvelle."], lo que representaba un viaje hacia atrás de más de setecientos arios al tiempo de las cruzadas. Para la empresa de recristianización del mundo, así como para la primera fundación de su Obra, Escrivá pensó que iba a necesitar caballeros medievales, mitad monjes, mitad soldados. Con el Opus Dei Escrivá intentó reconstruir el sueño medieval de una sociedad espiritualmente homogénea, aprovechando los tiempos de secularización muy en boga entonces en la Iglesia. Pero el sueño resultaba imposible, a no ser que, atentando contra la esencia misma del espíritu, fuera impuesto de forma totalitaria. Eso fue exactamente lo que ocurrió con la cruzada iniciada en julio de 1936 y dirigida por el general Franco.

Fue en el primer semestre del año 1936 cuando alrededor de una docena de jóvenes estudiantes españoles ya habían jurado voto de obediencia a Escrivá y una veintena giraba espiritualmente en torno a él, en un círculo más exterior, observando puntualmente los actos de piedad que celebraban en pequeños grupos en la residencia DyA de la calle Ferraz.54 Si meses antes tuvo que reducir espacio instalando la academia donde estaba la residencia por falta de estudiantes, durante el curso 1935-1936, como la afluencia era grande, alquiló de nuevo otro piso para que sirviera de academia y pudieran vivir aparte los residentes y los primeros militantes de la Obra de Escrivá. Luego, semanas antes del estallido de la guerra en julio de 1936, se llegó a alquilar una casa más amplia, un palacete abandonado perteneciente a los Azlor, de la más rancia aristocracia aragonesa. Su propietario, el duque de Villahermosa, que se había refugiado en Francia, había desempeñado la presidencia española de la soberana Orden de Malta, en la cual -por su estructura tradicional y jurisdicción exenta-,. Escrivá demostró siempre estar especialmente interesado. El contrato de arrendamiento del palacete fue simbólico por las circunstancias políticas del momento. Estaba situado en el número 16 de la misma calle Ferraz y nunca llegaron a ocupado plenamente, porque apenas tuvieron tiempo de acondicionado cuando estalló la insurrección militar que mereció los honores de ser denominada cruzada. [Instancia sobre el traslado de la Academia-Residencia DyA a nuevo domicilio, Madrid, 10 julio 1936].

Si el proyecto de Escrivá se estaba realizando en vísperas del levantamiento armado de los fascistas, la guerra civil española vino a desbaratar el primer esfuerzo embrionario que puede calificarse como la primera fundación de la Obra de Dios. Los tres años de guerra no significaron sin embargo un paréntesis en la vida de Josemaría Escrivá ni en la de ningún español de aquella época. El "alzamiento nacional", o lo que también entonces se denominó alzamiento, a secas, se convertiría en una cruenta y despiadada guerra civil que duraría tres años, entre 1936 y 1939, Y fue bautizada por los rebeldes como Santa Cruzada.

No cabe duda que Escrivá había optado por participar en la cruzada del lado de los insurrectos, y una característica de los cruzados era exterminar a los infieles para recobrar la Tierra Santa. Escrivá apoyó la sublevación del general Franco contra la República; aunque sus hagiógrafos evitan mencionar el hecho de que fue franquista de todo corazón y de igual modo que Escrivá, desde 1931, se había mantenido en hostilidad constante contra el nuevo régimen democrático y republicano, llegando a apoyar activamente a estudiantes terroristas que conspiraban para derribar violentamente la República.

Con tales antecedentes, Escrivá decidió pasar a la clandestinidad a partir del 18 de julio de 1936, y como había peligro de que lo identificasen como cura se disfrazó con atuendos variados que iban del traje de campesino al mono de obrero, cuando hasta entonces nunca admitió ir de paisano. Durante la República vistió siempre con sotana y este simple hecho lo consideraba como una militancia. A veces su ostentosa exteriorización de la condición de sacerdote le empujó a llevar manteo, que sin duda era más llamativo que el abrigo, [Bernal, Salvador, "Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1976, p. 88] y con una estampa del clásico cura de pueblo de otros tiempos se paseaba con el rígido sombrero de teja y el tradicional manteo echado sobre la sotana. En la cabeza el cerco de la tonsura, un poco más grande de lo corriente, lo cubría adosándose a la coronilla un solideo negro, [Vázquez de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1983, p. 164.] costumbre que siguen practicando en el siglo XXI los rabinos judíos. Con visión decimonónica, Escrivá entendía el sacerdocio como si fuese el representante de un servicio público y juzgaba que los demás tenían derecho a poder reconocer al sacerdote por su atuendo en cualquier lugar y circunstancia. [Bernal, Salvador, ob. cit. p. 88]

Durante la noche del 19 al 20 de julio ardieron en Madrid cincuenta iglesias y ese mismo día comenzó el asalto republicano al rebelde cuartel de la Montaña que se encontraba curiosamente casi enfrente de la nueva sede de la residencia DyA. Escrivá cambió inmediatamente la sotana por un mono azul para pasar inadvertido. Las calles de Madrid estaban llenas de milicianos con monos azules, una prendas que se había de convertir prácticamente en uniforme. Presentarse vestido correctamente suponía el peligro de ser acusado de fascista. La clase media prescindió de sombreros, corbatas, collares, en un esfuerzo por parecer proletarios.6o Durante los primeros meses de la guerra bastaba con que alguien fuera identificado como eclesiástico o militante católico para que fuera ejecutado sin proceso alguno. [García de Cortázar, Fernando y González Vega, José Manuel, "Breve Historia de España", Alianza, Madrid, 1994, p. 579] La corbata podía significar la detención inmediata y una tonsura en la coronilla era, por lo general, invitación a "un paseo del que muy difícilmente se podía volver andando". [Vila Sanjuán, José Luis. "¿Así fue? enigmas de la guerra civil española", Nauta, Barcelona, 1971, p. 229] De ahí que Escrivá se escondiera primero tres semanas cerca de la calle Ferraz en la casa que tenía alquilada la madre y, posteriormente, donde pudo, aunque sus escondites fueron siempre casas de amigos y conocidos en barrios céntricos burgueses como Chamberí y Salamanca, o en la zona residencial de Arturo Soria.

Aquella clandestinidad se justificaba plenamente durante los meses de julio, agosto, septiembre y quizá hasta noviembre de 1936, pero con la estabilización del frente de Madrid y el control de la calle por el gobierno republicano dejó de existir el riesgo máximo de las semanas siguientes al levantamiento del 18 de julio. La madre de Escrivá, por su parte, huyó de su casa alquilada por causa de los bombardeos, ya que vivía en una zona cercana a la primera línea de fuego durante el asedio de Madrid por las tropas de Franco. Doña Dolores se refugió en el barrio de Chamberí y fue uno de los primeros miembros de la Obra, Isidoro Zorzano, con su sueldo de ingeniero, quien se encargó de alojar y alimentar a la madre y a los hermanos del fundador del Opus Dei. A Escrivá, como estaba metido en las conspiraciones, le sorprendieron poco los acontecimientos de Madrid y pasó los mismos sustos y los mismos apuros que los demás sacerdotes y religiosos sospechosos de favorecer a los insurrectos. Consiguió salvarse primero viviendo en la clandestinidad y más tarde encontró un refugio precario en el domicilio de un diplomático. De entre los primeros miembros de la Obra algunos llegaron a ser detenidos y otros se refugiaron en legaciones extranjeras.

Entre tanto Escrivá fue hospitalizado, también de forma clandestina, en una clínica psiquiátrica con la cobertura de estar aquejado fuertemente de reumatismo y luego fue trasladado al piso de un diplomático salvadoreño, que ejercía como cónsul honorario de Honduras en el paseo de la Castellana, donde se hallaba más o menos amparado por una presunta inmunidad diplomática. Allí permaneció seis meses, junto con varios miembros de la Obra, intentando escapar y realizando varias tentativas infructuosas para salir con documentación falsa del Madrid republicano. Para comunicarse en las misivas durante este tiempo, Escrivá utilizó el seudónimo de "Mariano" y en el secreto que utilizaban entre ellos "don Manuel" era Jesucristo, "la madre de don Manuel" la Virgen María y "los ramos de rosas" las partes del rosario. Escrivá escogió el seudónimo de "Mariano" imitando a Bernard de Claraval, más conocido por san Bernardo, quien lo había utilizado siete siglos antes en honor de la Virgen María. La conexión de Escrivá con san Bernardo no fue sólo por el seudónimo de "Mariano" sino que tenía tanta admiración por él que ya había copiado de su famosa obra "De Consideratione" el título del librito "Consideraciones Espirituales" publicado en 1934. Para Escrivá las cualidades de san Bernardo se juzgaban extraordinarias porque fue abad de Clairvaux en Francia y se dedicó plenamente como predicador a las cruzadas y a sus fieles caballeros templarios.

Escrivá soñaba con crear una minoría dirigente para situar a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, a través de un cristianismo de cruzada capaz de conservar o en su defecto restaurar creencias superadas en el tiempo y ancladas en la Edad Media. Se trataba de crear un núcleo relativamente protegido de seglares y en última instancia el objetivo era de cultivar elites intelectuales capaces de fructificar cuando desapareciera la Segunda República y las condiciones de la época fueran más favorables y todo ello, conviene señalarlo, dentro de una atmósfera política de fascismo clerical y de una negación creciente de las libertades, en la cual el proyecto de Escrivá, con un ambicioso espíritu totalitario, también participaba.

Además de su propia familia, presentada desde los primeros momentos de la fundación como modelo de familia cristiana, Escrivá propuso también como modelo a los primeros cristianos. Solía repetirlo desde la quema de conventos de 1931, pero fue sobre todo a partir de 18 de julio de 1936, cuando estalló la guerra civil española, cuando Escrivá comentaría en aquellos meses que pensaba frecuentemente en la persecución de los primeros cristianos. [Bernal, Salvador, ob. cit., p. 83] "Que nuestra ambición suprema sea la de vivir como los primeros cristianos, sin distinción de sangre, ni de nación ni de lengua", repetía Escrivá y su deseo sería recogido textualmente más tarde, en 1950, en el artículo 215 de las constituciones secretas del Opus Dei. También Escrivá, en una entrevista para la revista norteamericana "Time", declaró posteriormente en este sentido: "Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana, buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime, del bautismo. No se distinguían exteriormente de los demás ciudadanos. Los socios del Opus Dei son personas comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe". [Forbath, Peter, "Entrevista", Revista "Time", Nueva York, 15 abril 1967. También en Escrivá, Josemaría, "Conversaciones", Rialp, Madrid, 1968, pp. 46-47].

Esto que en boca de Escrivá parecía una sencilla comparación, toma su dimensión histórica cuando se analizan minuciosamente los escritos elaborados por miembros del Opus Dei. Se puede observar entonces que se remontan al siglo I de la era cristiana para encontrar un techo histórico adecuado a las ambiciones de su proyecto y con esa dimensión obtienen la perspectiva histórica necesaria para actuar, y sobre todo para defender, la religión integérrimamente y de forma ultraconservadora. Para los seguidores de Escrivá el camino escogido por ellos es el correcto y que desde el siglo I de la era cristiana el resto de la humanidad, y por supuesto los católicos que no pertenecen a la Obra de Escrivá, se encuentran en un camino erróneo o están equivocados.

Uno de los cronistas del Opus Dei, el notorio miembro Florentino Pérez Embid, ha llegado a señalar por su parte que el mundo se encuentra en una situación similar a la caída del Imperio Romano y "como entonces (...) el papel asumido ahora también por los cristianos. De la conciencia histórica y de las virtudes humanas de los católicos depende en verdad, en gran parte, el futuro de la cultura". [Pérez Embid, Florentino, "Ambiciones Españolas", Editora Nacional, Madrid, 1953, p. 59.]

Otro miembro del Opus Dei, José Orlandís, en "La vocación cristiana del hombre de hoy" ha escrito: "Muchos son los que piensan que es nuestro tiempo la coyuntura histórica más próxima, más afín a aquella, entre todas las que se han sucedido a lo largo de los dos últimos milenios, en los veinte siglos de nuestra era cristiana. Como en esa época remota, también hoy nos ha tocado en suerte asistir al doloroso alumbramiento de una nueva edad. Cien años escasos bastaron entonces para presenciar una prodigiosa subversión en nuestro mundo occidental. Un majestuoso y venerable "ardo Orbis" desapareció para siempre: estructuras y formas políticas que tantos contemporáneos estimaban irremplazables se hundieron para no renacer; pueblos nuevos conquistaron un lugar al sol y el papel de protagonistas y forjadores de la Historia; una revolución agraria repartió tierras con gentes recién llegadas del extranjero; el poder y la fuerza pasaron a manos de una nueva y bárbara clase dirigente". [Orlandís, José, "La vocación cristiana del hombre de hoy", Rialp, Madrid, 1959, p. 21.]

No se conoce en la historia contemporánea caso comparable a lo que el Opus Dei iba a propugnar en pleno siglo XX. Desde su primera fundación, la Obra de Escrivá no sólo ambicionaba una expansión sin límites, sino que además, para explicar el fascismo clerical con una perspectiva histórica, se remontaba ideológicamente al tiempo de los primeros cristianos. José Orlandís, en su libro antes citado, añade detalles históricos sobre la nueva edad que se vislumbra según el Opus Dei: "No faltaron Padres de la Iglesia que atribuyeron una misión providencial al Imperio Romano: perseguidor de la primera cristiandad el Imperio fue, sin embargo, vehículo eficaz de la expansión del cristianismo". Orlandís,José, ob. cit., pp. 22-23] Aquí reside la clave de la comparación entre nuestro tiempo y los primeros cristianos. El Opus Dei se presentaría luego, después de la guerra civil española, como el constructor de una segunda cristiandad y un nuevo orden, atribuyendo una misión providencial a la dictadura de Franco como vehículo eficaz de su expansión en el mundo. Desde esta perspectiva fascista y milenarista, los veinte siglos de supervivencia de la Iglesia católica representan tan sólo la prehistoria de una época que comienza y donde el Opus Dei iba a ocupar, por derecho de conquista, un puesto de honor como cruzado. Todo ello se iba a realizar además silenciosamente, desde las catacumbas, a imitación de los primeros cristianos.

Escrivá intentó que el apostolado no se detuviera con la guerra y decidió organizar en septiembre de 1937 una tanda de tres días de ejercicios espirituales clandestinos en varios domicilios de Madrid, de forma que pudieran reunirse sucesivamente en cada uno de ellos sin despertar sospechas. Entre los asistentes destacaba un joven profesor de la Escuela de Agricultura, José María Albareda, que se encontraba muy abatido por la muerte de su padre y pidió la admisión en la Obra ante el propio Escrivá el día 8 de septiembre, festividad de todas las Vírgenes Negras. Albareda había visitado varias veces la residencia DyA y de él se ocupaba de forma especial Isidoro Zorzano, en expresión de la Obra "lo trataba" desde hacía un año. El fichaje de Albareda fue importante porque no era clandestino y podía disponer de recursos e influencias políticas en aquellas circunstancias, con lo cual Escrivá se animó y decidió abandonar Madrid, no sin vacilaciones, porque dejaba atrás a su madre y hermanos. En los preparativos de la huida movilizó a sus estudiantes y éstos a sus respectivas familias para procurarse dinero. Finalmente salió de Madrid con algunos fieles seguidores suyos en automóvil, por carretera.

La reacción de Escrivá llegó a ser muy virulenta frente a las persecuciones padecidas por la Iglesia católica en España entre 1936 y 1939. La guerra civil y las pruebas que había soportado en ella le habían marcado profundamente. El hecho de que el clero fuera objeto de una venganza especial en la zona republicana dejó en él un recuerdo particularmente duradero. Un decenio más tarde todavía declaraba con frecuencia ante diferentes interlocutores que en el caso de reanudarse la persecución de sacerdotes en España no podría permanecer pasivo y prefería salir a la calle con una metralleta. [Artigues, Daniel, "El Opus Dei en España", Ruedo Ibérico, París, 1971, p.42.]

Si el itinerario de la vida del fundador, de Barbastro a Logroño, de Logroño a Zaragoza y de Zaragoza a Madrid, recorrido en sus años de formación, fue una peripecia biográfica condicionada fundamentalmente por la carrera eclesiástica y su familia, el corto viaje que estaba dispuesto a realizar entonces representaba la aventura sin ataduras familiares y una prueba para el afianzamiento definitivo de la Obra. [El viaje de iniciación por los montes Pirineos ha merecido un tratamiento especial, con la extensión de varias páginas y todo lujo de detalles, por parte de los hagiógrafos del fundador del Opus Dei. Ver Bernal, Salvador, ob. cit., pp. 83-84 Y 246-248; Berglar, Peter," Opus Dei. Vida y obra del Fundador Josemaría Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1988, pp. 176-188]. Los miembros de la Obra, moviéndose en la clandestinidad de un Madrid republicano, decidieron huir por una ruta tortuosa. En lugar de atravesar la línea del frente y llegar a la zona "nacional" por el camino más directo, se iban a dirigir en automóvil con salvoconductos hasta Valencia, sede desde noviembre de 1936 del gobierno republicano. De Valencia viajarían en tren hasta Barcelona, donde permanecieron cuarenta días sobreviviendo en la calle o en pensiones de mala muerte, en espera de preparar la fase más importante del viaje. Coincidencia curiosa: Escrivá y su grupo precedieron en el viaje a los dirigentes políticos republicanos y si ellos llegaron el l0 de octubre a la Ciudad Condal, el gobierno de la República se trasladaría tres semanas después también desde Valencia a Barcelona. Desde Madrid no les bastó cruzar la línea del frente por las sierras de Guadalajara, como lo hicieron tres jóvenes estudiantes seguidores de Escrivá. En vez de atravesar los montes idearon un itinerario complicado que pasaba por la capital provisional del Estado republicano, que estaba en Valencia, luego a Barcelona y, tras atravesar a pie los Pirineos, llegar a Andorra, pasar a Francia y de nuevo a Navarra para alcanzar Burgos., la capital castellana del "nuevo Estado". Parecía como si Escrivá no pudiera sustraerse al atractivo inconsciente del poder, pese a hallarse en una situación extrema. Aunque era absolutamente preciso, para que el éxodo se convirtiera en iniciación, que prosiguiera aquella romántica expedición por los Pirineos. Resultaba vital para la incipiente Obra que se estableciera en torno al proyecto una aureola de heroísmo y de aventura, que le permitiera desembarazarse del fardo de dudas y trabas del pasado.

Desde Barcelona, formando grupo con miembros de la Obra entre los que se encontraban dos estudiantes que ya habían pasado a ser declarados desertores del Ejército republicano, Escrivá intenta llegar a Andorra haciendo una parte del camino en autocar y otra a pie, de noche, por las rutas del contrabando. El grupo estaba compuesto por Josemaría Escrivá, cinco estudiantes miembros de la Obra, más dos "amigos". No resulta aventurado en tales circunstancias comparar a Escrivá con una especie de mago Merlín, encargado de la tutela y guía del pequeño Opus Dei a lo largo de la peligrosa ascensión que había de llevarle desde la penumbra del Bosque Encantado hasta la misma cima de Camelot, para que la Obra de Dios pudiera elevar después el Grial luminoso de una nueva Edad de Oro de la Iglesia.

Escrivá marchaba disfrazado de montañero con una bota de vino que compraron en Barcelona cruzando su pecho en bandolera, oteando las altas cimas del Pirineo, con sus ansias incontenibles de grandeza. Aquellas alturas y horizontes le inspiraron algunos pensamientos que luego quedarían reflejados como máximas en Camino, su mejor librito, que sería publicado después de la guerra, en 1939:

"Crécete ante los obstáculos. -La gracia del Señor no te ha de faltar: Inter medium montium pertransibut aquae!- ¡Pasarás a través de los montes! ¿Qué importa que de momento hayas de recordar tu actividad si luego, como muelle que fue comprimido, llegarás sin comparación más lejos que nunca soñaste?" (Camino, máxima 12).

"¡La guerra! -La guerra tiene una finalidad sobrenatural-me dicesdesconocida para el mundo: La guerra ha sido para nosotros... -La guerra es el obstáculo máximo del camino fácil -Pero tendremos, al final, que amada, como el religioso debe amar sus disciplinas."(Camino, máxima 311).

"Tienes razón. -Desde la cumbre -me escribes- en todo lo que se divisa -y es un radio de muchos kilómetros-, no se percibe ni una llanura: tras de cada montaña, otra. Si en algún sitio parece suavizarse el paisaje, al levantarse la niebla, aparece una sierra que estaba oculta. Así es, así tiene que ser el horizonte de tu apostolado: es preciso atravesar el mundo. Pero no hay caminos hechos para vosotros... Los haréis, a través de las montañas, al golpe de vuestras pisadas." (Camino, máxima 928).

Sin embargo, hubo otros pensamientos anotados durante el viaje iniciático que no fueron incluidos en Camino y que aparecieron luego en otros escritos. Uno de sus hagiógrafos cita una metáfora atribuida a Escrivá durante el viaje por los Pirineos, en clara alusión al momento que vivía entonces la Obra: "Pero no importa: también el agua, al estrellarse contra las rocas, se arremolina o se remansa antes de seguir adelante con renovado ímpetu". [Archivo del Opus Dei: Registro Histórico del Fundador 4152. Roma (Italia). También en Gondrand, Francois, ob. cit., p. 129].

Antes de iniciar el ascenso de los Pirineos se refugiaron en una cabaña de pastores en los montes de Rialp que Escrivá bautizó como "la cabaña de san Rafael", por ser el arcángel protector de los viajeros y que luego utilizaría para designar el apostolado de la Obra entre los más jóvenes. Como guía en el camino de la ascensión, Rafael figuraría en tríada de arcángeles protectores del Opus Dei, junto con Miguel y Gabriel. Allí, en los montes de Rialp, le ocurriría a Escrivá un suceso extraordinario. Una mañana, cuando estaban vagando por la espesura del bosque pirenaico, los refugiados en la cabaña donde pernoctaban le proponen que celebre la misa. Escrivá, no se sabe si con algunas de sus bruscas y violentas cóleras, sale de la cabaña sin decir palabra. Sus compañeros quedan sorprendidos con aquella reacción inhabitual en un sacerdote y más en Escrivá, muy amante de la misa. La desolación entre ellos es completa. Al cabo de un rato vuelve Escrivá con una rosa de madera en la mano que afirma haber encontrado entre los escombros de una iglesia abandonada. Más fervoroso, Escrivá celebró ese día la misa con especial recogimiento. Algunos de los del grupo afirman que durante el paseo tuvo una visión del cielo y el simbolismo de la rosa hallada en el suelo de una iglesia en ruinas no se le escapó a ninguno de los presentes. Escrivá lo interpretó luego cuando, vacilando en seguir adelante con el plan de huida, tuvo la tentación fortísima de volverse atrás, a Madrid, con su madre y sus hermanos, en lo que pidió una señal extraordinaria del cielo y entonces encontró tirada en el suelo la rosa de madera que pasó a engrosar la abundante colección de símbolos del Opus Dei y con esa significación especialísima se encuentra en la sede central en Roma. Los objetos que Escrivá guardó como recuerdos del viaje de iniciación, muy venerados posteriormente por los miembros del Opus Dei, fueron una bota de vino, la patena y un vaso pequeño de cristal, que sirvió como Santo Grial, además de la esotérica rosa de madera, que llaman "rosa de Rialp" o también "rosa de Pallerols", según las preferencias. La rosa es la flor simbólica más utilizada en Occidente y como símbolo del amor puro representa en unos casos un simbolismo de regeneración y en otros la perfección suprema, además de un renacimiento místico por su relación con la sangre [Chevalier,Jean y Gheerbrandt, Alain, "Dictionnaire des symbols", Robert Laffont, París, 1990, p. 822]. El hallazgo de Escrivá de la rosa de madera, en unas condiciones extremas dentro de una iglesia en ruinas, puede representar también la búsqueda de una interpretación secreta y diferente del cristianismo. Así, la rosa, símbolo esotérico utilizado profusamente tanto por los rosacruces como por otras órdenes masónicas, iba a tener en adelante, al estar recogida por las manos sacerdotales de Escrivá, una dimensión cristiana.

En diciembre de 1937 el grupo, con Escrivá a la cabeza, después de haber recorrido parte del sur de Francia casi sin detenerse, llega a San Sebastián, ciudad ya liberada por los cruzados de Franco, luego se dirige a Pamplona y por fin a Burgos, donde se había instalado el cuartel general de las tropas franquistas. Sus primeros valedores políticos después de atravesar la frontera fueron un cura salesiano que era el secretario particular del obispo de Pamplona y un hermano de Albareda que utilizaba el título de marqués consorte y estaba casado con la descendiente de una acaudalada familia aragonesa. [En la familia de Albareda, el padre que era farmacéutico fue fusilado junto con otro hermano en Caspe, su pueblo natal de Zaragoza]. Desgraciadamente, cuando se encontraban todavía en Andorra, a Escrivá y sus acompañantes no se les ocurrió seguir viaje a París como hicieron cuatro siglos antes Ignacio de Loyola y sus compañeros de aventura. Escrivá y los primeros miembros de la Obra regresaron inmediatamente a la Península para participar como voluntarios franquistas en la guerra civil, dirigiéndose primero a Pamplona, sede ideológica del carlismo, y más tarde a Burgos, capital de la cruzada..

Por su parte, a Escrivá, después de la aventura de llegar a la zona franquista, buscando alojamiento en Pamplona, le instalan un catre de campaña en el palacio episcopal de la capital del requeté y comienza a ayudar en todo tipo de tareas eclesiásticas, mientras se dedica a hacer propaganda sobre la naciente Obra entre curas colegas suyos y algunos militares del tremebundo Cuerpo de Ejército de Navarra. Éste solía desfilar al son de dulzainas tocando una jota, precedidos por cuatro enormes crucifijos, amén de los tradicionales gastadores con boina roja y palas, hachas y picos en las espaldas.

En cuanto a los miembros de la Obra que se incorporaron a filas en el bando de Franco, dos de ellos lograron ser destinados a Burgos en las oficinas del general Orgaz. Otros fueron enviados al frente y para permanecer unidos se desplazaban a Burgos cuando conseguían permiso en sus destinos militares. Escrivá no pudo mantenerse en Pamplona y decidió instalarse en Burgos. Aunque no hay testimonios directos que lo confirmen, debió tener roces y encontronazos con otros colegas del clero ultramontano, no por discordias religiosas con el requeté, sino porque ante la gran oferta existente se suprimieron del mercado de asistencia espiritual las tasas pecuniarias. Ante el exceso de oferta -más la competencia desleal entre colegas eclesiásticos-, Escrivá decidió no cobrar en adelante estipendios en las misas encargadas para rogar por determinadas intenciones ni en las tandas de ejercicios espirituales que celebraba, suprimiendo de este modo su única fuente de ingresos. El acitivismo con los requetés de Pamplona en la defensa a ultranza de la tradición religiosa y monárquica le había dejado exhausto. Además, su sitio estaba en Burgos por ser capital de la cruzada, donde ya se habían instalado algunos de los primeros miembros de la Obra.

Cuando llegó a Burgos, Escrivá se fue a la pensión en donde se hospedaba Albareda, quien había comenzado a trabajar en la secretaría de Cultura de la Junta de Defensa, el organismo que asumía provisionalmente los servicios administrativos del nuevo Estado. "Sin embargo, para el pensamiento del Padre -cuenta uno de sus primeros seguidores y testigo de la época- José María Albareda tenía un talante liberal y, por ello, nunca lo consideró como uno de sus más íntimos colaboradores. No hay que olvidar que Albareda fue becario de la Junta de Ampliación de Estudios y siempre hablaba con respeto y admiración de las gentes de la Institución Libre de Enseñanza (...) que había conocido personalmente" [Moncada, Alberto, ob. cit., p. 61]. El retiro estratégico de Escrivá en la capital de la cruzada estaba asegurado. En Burgos vivió quince meses, desde los comienzos de 1938, y en aquella época se apoyó mucho en Albareda.

En Burgos Escrivá re encontró a dos jóvenes estudiantes de los primeros miembros de la Obra que le acompañaron en el viaje iniciático por el Pirineo. Declarados desertores del ejército republicano, se habían enrolado como voluntarios en el ejército de Franco y fueron destinados, por ser universitarios y estar recomendados, a las oficinas que tenía en Burgos el general Orgaz, jefe supremo de las tropas franquistas que asediaban Madrid. El grupo dirigido por Josemaría Escrivá se trasladó luego a una habitación que alquilaron en el hotel Sabadell, con mayor confort, para que Escrivá pudiera "trabajar mejor", ya que estuvo enfermo de una faringitis grave en febrero de 1938. Los otros miembros de la Obra que se habían incorporado a filas volvieron a reanudar el contacto con Escrivá. Sin embargo, los que permanecieron en Burgos tuvieron que abandonar posteriormente el hotel por falta de pago y se fueron a vivir a una humilde casa de huéspedes. Albareda se había ido a vivir a Vitoria desde hacía algún tiempo, por encontrarse allí instalada la sede del nuevo ministerio de Educación Nacional, aunque hacía también frecuentes viajes a Burgos. Su ausencia había agravado la precaria situación económica de Escrivá. Los otros dos jóvenes miembros de la Obra que convivían con él intentaban sacar dinero de donde podían, las más de las veces por medio de sablazos, pero con resultados desalentadores.

Escrivá, por su parte, se pasaba el día trabajando sentado, escribiendo notas y reflexiones espirituales para una edición ampliada del librito "Consideraciones Espirituales" que titularía "Camino". Recibía alguna visita en la habitación que compartía con el grupo o iba a oficiar la misa en el altar con retablo barroco de la iglesia de San Cosme y San Damián, que hizo copiar milimétricamente en los años sesenta por devotos seguidores para poder celebrar sus misas, como recuerdo de Burgos, en Roma. Alejado de su madre y de sus dos hermanos, consideraba la estancia en Burgos como una etapa de cimentación en la que se recuperaban contactos y se empezaba a preparar el futuro, además de la preparación de otras medidas sobre el futuro inmediato de la Obra. Hasta tal punto estaba obsesionado por ello que encargó cálices, albas, ornamentos y otros objetos litúrgicos "para nuestro oratorio", solía repetir pensando en la vuelta a Madrid.

Para mantener los contactos anteriores al estallido de la guerra civil Escrivá volvió a la idea de editar el boletín confidencial de media docena de ejemplares titulado "Noticias". Constaba de dos páginas ciclostiladas cuyas noticias estaban redactadas por el propio Escrivá que firmaba con el seudónimo de "Mariano", imitando a san Bernardo. El texto se refería a las informaciones que llegaban a Burgos sobre los amigos y conocidos que ayudaron a formar el primer núcleo fundacional de la Obra antes de la guerra. En aquella época Escrivá encabezaba toda su correspondencia personal con un "II Año Triunfal", de acuerdo con la cronología de la cruzada franquista. Burgos es la ciudad castellana mencionada por el fundador del Opus Dei en el punto 811 del librito de máximas espirituales que luego llamó Camino: "¿Te acuerdas? -Hacíamos tú y yo nuestra oración, cuando caía la tarde. Cerca se escuchaba el rumor del agua. -Y, en la quietud de la ciudad castellana, oíamos también voces distintas que hablaban en cien lenguas, gritándonos angustiosamente que aún no conocen a Cristo").

Durante el verano Escrivá se ofreció como capellán voluntario en el vicariato castrense y, cuando había ocasión, se ausentaba temporalmente de Burgos para dar tandas de ejercicios espirituales en la retaguardia de las tropas de Franco, aprovechando en algunas ocasiones estos viajes para visitar a los miembros de la Obra que estaban diseminados por los diversos frentes de guerra de la geografía española. Cuando permanecía en Burgos, Escrivá salía a dar un paseo siempre acompañado al monasterio de las Huelgas, a Fuentes Blancas y a la cartuja de Miraflores. En uno de sus paseos por el monasterio de Santa María de las Huelgas -el lugar escogido para celebrar la dictadura de Franco su primer consejo de ministros, que guardaba entre otras reliquias medievales el estandarte almohade cobrado por los cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa- llamó la atención de Escrivá un curioso anacronismo jurídico que quedaba de la Edad Media, cuando abades poderosos controlaban el territorio alrededor de sus abadías y tenían sus propios tribunales. Así, abades o prelados podían tener enclaves territoriales, más o menos importantes, lo que les permitía disfrutar de un estatuto más o menos equivalente al de un obispo. Podían además vincularse jurídicamente al enclave los sacerdotes y ser gobernados de acuerdo con sus leyes particulares, aunque trabajasen en otra parte.

Comenzó a estudiar Escrivá el modelo y desenterró la idea de escribir la aplazada tesis doctoral en derecho sobre doña Jacinta del Navarral, abadesa de las Huelgas, en lugar de la ordenación al sacerdocio de mestizos y cuarterones en los siglos XVI y XVII. La jurisdicción de la abadesa llegó a extenderse durante los siglos XII Y XIII con dominio y superioridad sobre doce monasterios de monjas de la orden de san Bernardo diseminados por Castilla y León. Más que el lugar, un evocador monasterio situado fuera de la ciudad de Burgos con un convento de arquitectura románica, a Escrivá le interesaba la dignidad, es decir, el cargo o empleo honorífico y de autoridad. Lo importante para él era saber por quién estuvo regido el monasterio, cuál era su territorio, la jurisdicción y bienes o rentas pertenecientes a la abadesa. Escrivá se interesó también especialmente en el hecho de que la abadesa llegara a acceder a una jurisdicción cuasiepiscopal fuera de las normas eclesiásticas; el excepcional modelo jurídico de la "prelatura nullius" le sedujo de tal manera que intentaría aplicarlo durante la posguerra para su proyecto.

Escrivá tuvo cautivado el ánimo con el caso una gran parte de su vida por el enorme poder a la vez político y religioso que mostró la famosa abadesa de las Huelgas. Lo que le atrajo más fuertemente de doña Jacinta del Navarral era, según Escrivá, "verla gobernar, como lo hiciera una reina, a los numerosos vasallos de su extenso señorío, con alcaldes y merino s que administraban justicia en su nombre; cuando no lo hacía por sí, sentada en su tribunal... Y si todo esto no te moviera a tener admiración, recalcaba Escrivá, espero que abras mucho tus ojos cuando la sorprendas dando licencias para celebrar el Santo Sacrificio... Espero que llegues a sentir admiración por una de las mayores glorias de nuestra historia" insistía Escrivá en el prólogo del librito que publicó más tarde, dedicado íntegramente al estudio del caso de la abadesa de las Huelgas. [Escrivá, José María, "La abadesa de Las Huelgas, estudio teológico y jurídico", Luz, Madrid, 1944. También en Rialp, Madrid, 1974 y 1981].

Si la situación de Escrivá en Burgos, dada su proximidad al poder, parecía ser estratégica para sus ambiciones, el descubrimiento del monasterio feudal representaba una doble revelación, en primer lugar, la abadesa como modelo de vida para él y, en segundo lugar, la prelatura como proyecto jurídico para su Obra. Pero el monasterio ofrecía aún una tercera dimensión donde las ambiciones de Escrivá se entrecruzaban por primera vez con la alta política franquista, ya que los ministros de Franco se reunían regularmente dentro de sus fríos muros de piedra, desde que el lugar fue elegido expresamente por Franco para las reuniones del consejo de ministros y para la ceremonia de su ungimiento dos años antes como caudillo. Teniendo el fascismo clerical como sustrato en Burgos, Escrivá pudo moverse intelectualmente a sus anchas con sus manifestaciones de admiración hacia los cristianos y el feudalismo del . monasterio de las Huelgas.

El nuevo Estado franquista, a través de un camino de tensiones y resistencias, fue empapándose de un clericalismo de nuevo cuño que sería denunciado hasta por fascistas, principalmente por alemanes, italianos y algunos españoles falangistas, "que se mostraban inquietos de la preponderancia que la Iglesia estaba adquiriendo en el nuevo régimen. [García de Cortázar, Fernando," La Iglesia y la guerra", en El País:" La guerra de España" 1936-1939, p. 269]. El fascismo clerical estaba consiguiendo más poder y fuerza política que el fascismo auténtico en España. En aquella ola de clericalismo que lo anegaba todo, la atmósfera en Burgos y en Salamanca, como han escrito con detalle los propios fascistas, estaba cargada de odios y recelos. [McCullogh, Francis, In Franco Spain; Brenan, Gerald, El laberinto español, Ruedo Ibérico, París, 1962, pp. 246-247.] Uno de sus primeros seguidores reconoce en el caso de Escrivá que "las ideas patrióticas y religiosas surgidas en la guerra civil española las aceptaba en tanto en cuanto se orientaran en su misma dirección, pero las consideraba muy alicortas, y mientras escribía Camino en Burgos, y nos comentaba sus puntos se llenaba de esperanza en un futuro universal que nos describía como algo así como lo que luego se ha dado en llamar la reserva espiritual de Occidente". [Fisac, Miguel, Testimonio, en Moncada, Alberto, ob. cit., pp. 91-92].Identificado totalmente con la doctrina del caudillaje para llevar rectamente el país o a un grupo hacia el término señalado, Escrivá representaba el tipo de cura imbuido de aspiraciones totalitarias y su caso era grave por el hecho de considerar, según este testimonio de uno de sus primeros seguidores, con escasa imaginación o de modestas aspiraciones el fascismo clerical entonces imperante en Burgos.

Si en el caso de Franco se recurrió a la noción de carisma con la simple finalidad de legitimar temporalmente al jefe de una insurrección militar, el mito del caudillaje era de más fácil aplicación en el caso de un sacerdote como Escrivá por el claro componente religioso que tenía el carisma, al ser considerado como don gratuito de Dios y por ser impuesto además más fácilmente al primer grupo de militantes de lo que luego se llamaría Opus Dei. Dentro del Opus no había división de poderes porque sólo iba a mandar el Padre en "una unidad de mando y dirección" y bajo ella, únicamente orden y jerarquía, como si fuera un calco del Estado totalitario de Franco. La teoría del caudillaje ayuda también a explicar cómo Escrivá se preocupó conscientemente a lo largo de toda su vida de montar el mito del fundador, léase caudillo, creado en torno a su Obra y a su persona. Así, inspirado sin duda en el mito del caudillaje, Escrivá iba a encontrar el fundamento carismático para ejercer un poder omnímodo en el seno del Opus Dei. Sería un hombre de poder absoluto que gobernaría "con mano de hierro en guante de seda", como un padre solícito con sus hijos que se ocupa de todo, junto con su familia. Mientras escribía Camino, Escrivá estaba empapado de esta atmósfera, pues algunas de su máximas se refieren explícitamente a ello:

"¿Adocenarte? ¿¡Tú...del montón! ¡Si has nacido para caudillo! ". (Camino, máxima 16)

"Fortalecerás, virilizarás, con la gracia de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo, en primer lugar. Y después, guía, jefe, ¡caudillo! ... que obligues, que empujes, que arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio". (Camino, máxima 19)

"Tienes ambiciones:... de saber..., de acaudillar..., de ser audaz...". (Camino, máxima 24)

"Tú no serás caudillo si en la masa sólo ves el escabel para alcanzar altura. Tú serás caudillo si tienes ambición de salvar todas las almas. No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre: es menester que tengas ansias de hacerla feliz". (Camino, máxima 32)

"Si sientes impulsos de ser caudillo, tu aspiración será: con tus hermanos, el último; con los demás, el primero". (Camino, máxima 365)

"(...) Pero no se compensa, con este bien, el mal enorme y efectivo que producen matando almas de caudillos, de apóstoles (...)". (Camino, máxima 411)

"¡Caudillos!... Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo (...)". (Camino, máxima 833)

"Me dijiste que querías ser caudillo: y.. ¿para qué sirve un caudillo aherrojado?". (Camino, máxima 931)

En la expresión "caudillo aherrojado" aparecen las intenciones retorcidas y sinuosas de Escrivá, al referirse con el significado de la palabra aherrojado a la gente que llevaba puestos unos grilletes, cadenas y otros instrumentos de hierro con que en las cárceles se aseguraba a los delincuentes en la Edad Media. Escrivá, como sacerdote ideológicamente formado a sus treinta y seis años, se dedicó con integridad a su proyecto de Obra apostólica, al mantenimiento de una obediencia ciega al fundador y a su carisma, y en esa mitología persistió sin quebranto hasta su muerte. Sin embargo, un detalle importante a señalar es la publicación de algunas de las máximas citadas sobre el mito del caudillo en su librito "Consideraciones Espirituales" de 1934, lo cual prueba que Escrivá ya se había formado ideológicamente en el fascismo clerical durante la Segunda República española y que desde antes de la guerra civil llevaba el "alma de caudillo" metida en su corazón.

Durante la cruzada de Franco no se trataba solamente de ganar la guerra, sino de emprender la conquista de un imperio que se extendía hacia los cinco continentes y de modo especialísimo hacia África occidental. La palabra imperio vibraba a través de los páramos en el aire seco de Castilla y el futuro imperio español con el que soñaban los franquistas respondía a vastas ambiciones también orientadas hacia América Latina y Filipinas. [Southworth, H. R., "Antifalange", Ruedo Ibérico, París, 1967, pp. 91-92]. Uno de los hagiógrafos de Escrivá lo llega a reconocer cuando escribe: "El lema de Carlos V, el "emperador universal" no envejece: Plus Ultra: ¡Siempre más allá! Desde el punto de vista político es un lema temerario, pero desde el punto de vista apostólico es un lema profundamente cristiano". [Berglar, Peter, ob. cit., p. 288].

Entre los innumerables curas que pululaban en Burgos alrededor del cuartel general de Franco durante la guerra, que se presentaban como auténticos representantes del polo profético de la Iglesia católica en la búsqueda de alguna capellanía o prebenda, sobresalió el sacerdote navarro Fermín Yzurdiaga, que logró alcanzar el puesto de jefe nacional de Prensa y Propaganda de Falange. En su delirio fascista llegó hasta soñar con los mercenarios árabes que se trajo Franco desde Marruecos: "Volveremos con ellos hermanados en la gloria de la victoria, y saltaremos el Estrecho y bajaremos imperialmente hacia el sur, para buscar entre las arenas ardientes de aquella ciudad de Dios que talló san Agustín, para levantar, a su sombra, nuestra ciudad del César. Y entonces, en el cántico emocionado de dos razas cristianas se habrá cumplido la realidad gozosa del Imperio Azul de la Falange." [Yzurdiaga, Fermín, "Discurso al silencio y la voz de la Falange", en Southworth, H. R, ob. cit., p. 168].

Sin dejarse arrebatar por la pasión militar hacia Franco, ni perdiendo circunstancialmente la moderación y la calma, Escrivá, en máximas de Camino, explicaría a su modo las ansias imperiales del apostolado militante:

"Misionero. -Sueñas con ser misionero (...) quieres conquistar para Cristo un imperio". (Camino, máxima 315)

"Me explico que quieras tanto a tu Patria y a los tuyos y que, a pesar de estas ataduras, aguarde con impaciencia el momento de cruzar tierras y mares. -¡ir lejos!- porque te desvela el afán de mies". (Camino, máxima 812)

"(...) Así es, así tiene que ser el horizonte de tu apostolado: es preciso atravesar el mundo. Pero no hay caminos hechos para nosotros (...)" (Camino, máxima 928)

En 1938, cuando se redactaban estas notas en Burgos, nadie podía predecir que iban a cumplirse en parte las ambiciones de Escrivá, aunque de forma rocambolesca por medio de una serie de hechos exagerados e inverosímiles, y que algunos de los sueños de conquistas imperiales del régimen de Franco por obra y gracia del Opus Dei llegarían a hacerse realidad, aunque en circunstancias diferentes de la guerra.

En el ambiente medieval de cruzada en Burgos parece que Escrivá conoció y trató a muchos de los personajes civiles y militares que tendrían luego importancia en el régimen de Franco. Logró ampliar su círculo de relaciones políticas eclesiásticas, pero no obtuvo frutos tangibles aunque realizó una intensa campaña de propaganda en los aledaños del poder. Incluso puede decirse que fracasó en su apostolado entre los intelectuales, entonces el objetivo principal de la Obra.

Entre los militares que simpatizaron con Escrivá figuraban algunos miembros de familias de marinos, quienes más tarde, finalizada la guerra, le presentarían al entonces teniente de navío Luís Carrero Blanco, un personaje político clave dentro del régimen de Franco. También la presencia de Albareda, ya miembro de la Obra, impulsó a Escrivá a tener un trato más directo con Ibáñez Martín, que iba a controlar como ministro durante trece años el mundo de la educación y la cultura. Entre el clero parece que trabó amistad con vicarios de diócesis importantes como Madrid y Valencia, más algunos otros curas que alcanzaron en la posguerra relevantes cargos eclesiásticos. Por su parte, los dos jóvenes seguidores de Escrivá consiguieron algunas adhesiones entre sus compañeros cuando se encontraban destinados en oficinas militares de Burgos.

Como quería captar adeptos brillantes, Escrivá merodeaba en Burgas una famosa tertulia con la crema de la intelectualidad falangista que se reunía en un café del paseo burgalés de El Espolón. La atmósfera en Burgos era de frialdad entre las fracciones de Falange y los curas de la Iglesia enfervorizados por las victorias de Franco, sin embargo los intentos de aproximación eran constantes. Por ejemplo, Escrivá se fue a vivir al hotel Sabadell e iba a comer cuando podía al mismo restaurante que frecuentaba Laín Entralgo, conocido intelectual de Falange, pero éste nunca le dirigió la palabra, pese a vivir en el mismo hotel y situarse en una mesa contigua del restaurante. La esposa de Laín Entralgo puntualiza sobre Escrivá que "era un arribista tremendo en aquella época (...). Recuerdo verle con sotana y otros curas acudir al restaurante donde mi marido y yo almorzábamos. Era un local que estaba frente a nuestro hotel, en la otra orilla del río. Es cierto que quiso acercarse a Pedro. Lo intentó incluso a través de otro cura, Antonio Portillo, de Palma de Mallorca, amigo suyo a quien nosotros también conocíamos". Finalmente el encuentro se produjo. "Fue en Fuentes Blancas -según cuenta la esposa de Laín Entralgo-, ambos charlaron durante un paseo. No olvido nunca lo que dijo mi marido: "siento mucho rechazar su invitación a formar parte de su grupo, pero no admito que nadie me dirija"." [Moreno, Sebastián, "Las oscuras conexiones fascistas del "Santo" del Opus Dei, Revista Tiempo, Madrid, 20 enero de 1992.]. Otro intelectual de la misma tertulia falangista, el luego escritor Gonzalo Torrente Ballester, recuerda también que Escrivá "estaba intrigando allí, aunque entonces no tenía mucho relieve: era "un curilla amariconado que daba mucho la lata buscando adeptos". [Moreno, Sebastián, arto cit.].

Escrivá utilizaba las relaciones amistosas en Burgos para introducirse en los círculos influyentes del régimen. "Buscaba lo que él llamaba apostolado en el mundo intelectual, una de las razones fundacionales del grupo -ha señalado Ricardo de la Cierva, biógrafo de Franco-. Era lógico que se moviera en Burgos porque allí estaban los primeros intelectuales franquistas y, sobre todo, estaba el poder. " [Moreno, Sebastián, arto cit].

En Burgos ocurrió un suceso que revela la atmósfera enconada que rebosaba de rencores políticos, pero que permitió a Escrivá mostrar poderes sobrenaturales que consistían en adivinar en parte el futuro por medio de un presagio, es decir, de una especie de adivinación o conocimiento de las cosas futuras a través de señales que se han visto o de intuiciones y sensaciones. Se enteró Escrivá de que un alto funcionario de Hacienda, Jorge Bermúdez, se disponía a denunciar a Pedro Casciaro, estudiante de arquitectura y miembro de la Obra, "y una mañana -según el relato de uno de los hagiógrafos de Escrivá-, acompañado de José María Albareda, se personó en el despacho de Bermúdez, para convencerle de que Pedro no era un agente venido de la zona roja para espiar secretos militares en el cuartel general de Orgaz, en Burgos. Le demostró la gravedad de las calumnias, imposibles de rebatir por falta de testigos, y las consecuencias morales de semejante delación. Apeló a sus sentimientos cristianos: ¿Era justo dejarse cegar por una sospecha? Además, como sacerdote que conocía bien a Pedro, le suplicaba misericordia. Todo fue en balde. Bermúdez insistía con terquedad en que Pedro, aún suponiendo que fuera inocente, tendría que pagar con la vida los crímenes de su padre, a quien también acusaba como responsable político de asesinatos cometidos en Albacete por los milicianos rojos". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., pp. 190-191] Ante la inutilidad de los ruegos y de las peticiones, Escrivá tuvo un mal presagio cuando quiso fulminarle con la oración y rezaba para conseguir neutralizar aquel momento considerado peligrosísimo para el estudiante Pedro Casciaro. Cuando salió por la tarde a dar una vuelta por las calles de Burgos y estaba con otro estudiante de arquitectura, Miguel Fisac, refiriéndole lo ocurrido, vieron una esquela de defunción anunciando en la puerta de una iglesia que Bermúdez había fallecido repentinamente horas después de la visita.

Miguel Fisac, testigo presencial y miembro entonces de la Obra, corrobora lo sucedido: "Un día al llegar a Burgos me contaron que un señor importante de allí se había dado cuenta de que el padre de Pedro Casciaro, uno de los primeros socios de la Obra, era uno de los jefes socialistas de Albacete y a pesar de ello tenía un buen enchufe en la oficina de reclutamiento del general Orgaz, mientras su hijo estaba en la primera línea del frente. Había que ir a visitarlo y tranquilizarle para que no hiciese ninguna denuncia. Como yo iba de uniforme oficial recién estrenado, me pidieron que fuera a hablar con su mujer y Escrivá iría a ver a este señor y convencerle de que no denunciara a Pedro. Cuando llegué a ver a aquella señora, ella se puso histérica, dijo que Pedro era su hijo y que lo iban a pagar y nos echó de mala manera. Cuando nos encontrábamos de nuevo en el hotel Sabadell con el Padre, y yo le comenté que lo había hecho muy mal, él nos comentó: "Pues si os sirve de consuelo, yo lo he hecho peor. Este señor se ha puesto como un basilisco y hemos terminado a farolazos". Fisac cuenta que cuando se quedó a solas con Escrivá, éste le dijo: "Mañana morirá el hijo de este señor". Por la tarde, dando un paseo por la catedral, vieron la esquela del señor con el que Escrivá había estado discutiendo por la mañana. Más tarde, Escrivá le explicaría a Fisac la confusión en la premonición. Había entendido "mañana entierro" y por eso se había figurado que iba a morir el hijo que estaba en el frente. [Fisac, Miguel, "Nunca le oí hablar bien de nadie", en Varios Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?" Libertarias - Prodhufi, Madrid, 1992, pp. 62-63].

Dejemos a los teólogos o exorcistas de la Iglesia que estudien o intenten adivinar si el mal presagio de Escrivá era o no de inspiración divina. Lo que interesa destacar en su biografía es esta faceta de Escrivá, ya que nos encontramos con un practicante de la parapsicología que quiere transmitir la imagen de que anuncia o presiente algo. El suceso, digno de figurar en cualquier antología de malos presagios, hizo aumentar la admiración que habían profesado a Escrivá los jóvenes seguidores de la Obra y creció también su confianza para sentirse protegidos de las persecuciones en un ambiente "milagrero", propio del incipiente Opus Dei.

Para sus seguidores, aquel suceso demostraba una vez más que el fundador poseía capacidades y poderes sobrenaturales, aunque también probaba que Escrivá pertenecía a la especie muy extendida de fundamentalistas cristianos que, como los fundamentalistas árabes y de otras religiones, rezan abiertamente para que Dios aniquile a aquellos con los cuales se está en desacuerdo. De las calculadas exageraciones que abundan sobre la vida del fundador entre los miembros del Opus Dei, cabe señalar por último que incluso se atreven a afirmar en público que Escrivá gozaba de una percepción extrasensorial y que era un ser tan extraordinario que había descendido a la tierra directamente desde los cielos.

El 28 de marzo de 1939 Escrivá se incorporó a la primera columna de tropas de intendencia que iba a entrar en Madrid. A partir del 1 de abril, día de la Victoria, iban a aumentar los arreglos de cuentas y denuncias mutuas dentro del bando de los vencedores de la guerra civil que se mantenía fundamentalmente por la cohesión del ejército de Franco.



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