El hundimiento de la Prelatura

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Autor: Marcus Tank, 5 de julio de 2006


Hasta ahora he enviado sólo un par de escritos a opuslibros, (Los engaños del Opus Dei y La acción fundacional del Opus Dei) extensos, sinceramente muy pensados, porque buscaban comprender qué está sucediendo hoy en el Opus Dei. He recibido algunas comunicaciones de amigos, que conocen mi firma, alabando su acierto, como algunos otros lo han hecho aquí. No sé hasta qué punto esto es o no es un índice del acierto de esos escritos, ni tampoco si es o no reflejo de una aceptación general de sus tesis. Estos días, sin embargo, un buen amigo comentaba el panorama de purificación que la Obra actual tiene por delante y redactaba su diagnóstico, muy desde dentro, para que hiciera con ese texto lo que me pareciese mejor. Y he pensado que lo mejor era titular el escrito con sus propias palabras y, tal cual, enviarlo para su publicación. A mí me ha hecho pensar, porque veo —como él— que no exagera ni le falta razón. Copio sus párrafos:

Es sorprendente que a pesar de la crisis profundísima y de enormes dimensiones que atraviesa el Opus Dei, nadie en la institución haya pronunciado públicamente esa palabra. La Obra envejece y se pierden vocaciones de modo clamoroso, pero nadie habla de crisis. Dicha palabra nunca se ha mencionado en tertulias, ni en medios oficiales. Muy al contrario, se ensalza lo bien que van las cosas por todas partes. Los que van quedando en los centros, se consumen de pena, soledad e infelicidad; muchos se ponen enfermos emocionales y con tratamiento psicológico, pero no hay crisis. La situación me recuerda el “hundimiento” de los regímenes totalitarios: de pronto y sin previo aviso todo se viene abajo, como si se tratase de una avalancha natural.

Sí, hay crisis, todo el mundo lo sabe, hasta los más confiados.

Pero lo peor es que no se trata de una consecuencia de la crisis de religiosidad de la sociedad. El problema es particular del Opus Dei y autoprovocado. Se trata en realidad de una autodestrucción, de un no querer enterarse y poner soluciones a las evidentes patologías. La explicación de este “no enterarse” puedo intuirla aunque no la conozco; desde luego no es por falta de información. Pienso que es consecuencia de la divinización de la institución. Lo divino es incorruptible, indefectible, inmaculado, y no puede tener deficiencias congénitas. Por idéntica razón tampoco puede haberse equivocado el fundador. Estamos ante una fe fanática desvinculada totalmente de la verdad. La verdad no se percibe ni tampoco parece interesar demasiado. La verdad es la gran ausente. La realidad se huye, se escamotea, se oculta dolosamente. Es más, las voces de la verdad son perseguidas sistemática y organizadamente, son tapadas, aisladas. Se cumple a la perfección la intrínseca relación verdad-martirio. En el Opus Dei hay auténticos mártires de la verdad.

La gente que no pertenece a la Obra y es consciente de lo que ocurre, se pregunta con sentido común por qué no se hace una reforma. ¿Reforma? ¡Lejos de nosotros esa palabra! No hay nada que reformar. Pero en el Opus Dei nada es lo que debería ser, o lo que se dijo que era: ni el espíritu, ni su plasmación concreta, ni su desarrollo coherente, ni la figura jurídica. Parece claro que la institución ha perdido totalmente el norte. No sabe qué hacer atrapada en sus propias redes. Nadie con cargos en la misma osa decirle verdades al prelado por miedo a ser apartado de su dignidad. Todos ríen sus ocurrencias, en virtud de la santa unidad, aunque resulten muy inadecuadas. Y así siguen su “andadura sobrenatural” hacia la aniquilación.

Mientras la clase dirigente se polariza en conservar la imagen eclesial de la institución, las fuerzas íntimas del Opus Dei se deshacen. Los numerarios y numerarias subsisten cada vez más desilusionados e infelices en la realidad virtual que les ha tocado vivir. La vida de familia es toda una farsa, una representación teatral donde nadie dice lo que piensa: hay presencia física pero no personal. Los más perspicaces, y en la medida que pueden, funcionan cada vez más al margen del teatro montado. La esterilidad es progresiva. En tales circunstancias, ¿quién puede desear este tipo de existencia para otros?

Visto desde fuera, parece que el edificio mantiene su solidez original, pues la fachada es grande y bien aderezada. Pero el interior se encuentra en franca descomposición cadavérica. Bastantes vecinos oyen gritos, escuchan voces extrañas, y hasta el aire trae un tufillo de muerto que les hace sospechar que algo anormal pasa en la oscuridad de la noche.

Y añado yo: ¡Por favor, que alguien encienda la luz!


Original