El Opus Dei en México

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Por Castalio, 9 de enero de 2008


Tras leer uno de los últimos artículos de EscriBa, me dispongo a elaborar algunas notas sobre un tema similar, pero referido al país en el que quizá más fuerza y arraigo ha adquirido la Obra en el mundo después de España: México.

Como podrá verse, lo que aquí me ocupa es parte de un proceso estratigráfico sobre la Obra en el que existen muchos indicios comunes entre ambos países. Especialmente el que se refiere al dinero, verdadero eje diamantino de la mayor parte de los padecimientos de la prelatura. Pero me detendré en algunas particularidades de índole cultural y social que afectan de modo especial a éste y otros países latinoamericanos...


Un poco de historia

La Región de México, fundada por don Pedro Casciaro a finales de la década de los cuarenta, ha sido sin duda una de las más fecundas en el número de vocaciones e instituciones educativas del Opus Dei.

La Región cuenta con tres delegaciones: México, Guadalajara y Monterrey. Cada una con sus respectivos centros de estudios, ocupando espléndidos edificios, en los cuales no habitan más de 12 ó 13 alumnos en cada uno. Hay más de treinta colegios dependientes directamente de la Obra o bajo el influjo de los directores de cada delegación. Hay más de diez casas de retiros y convivencias; cientos de supernumerarios repartidos en las principales ciudades: el Distrito Federal, Puebla, Querétaro, León, Veracruz, San Luis Potosí, Aguascalientes, Guadalajara, Hermosillo, Culiacán, Mazatlán, Chihuahua, Monterrey, Torreón, Juárez y Morelia, entre otras.

En México hay un cierto pathos fundacional del que no se ha logrado liberar la Obra hasta nuestros días. Me refiero al elitismo como un elemento recurrente y ahora en plena decadencia. Pero no se trata de cualquier elitismo, sino de un modo particular de concebir a una minoría aupada quizá sobre los estratos coloniales. Don Pedro llegó a México y de inmediato entró en contacto con las antiguas familias de rancio abolengo, de apellidos blasonados y causahabientes de los privilegios de las antiguas castas nobiliarias. Esto, como es sabido, resulta relativamente fácil para cualquier español que llega a estas tierras. Incluso para aquellos que sólo vienen a hacer la América, como se suele decir de quienes vienen sólo a amasar fortunas en una tienda de ultramarinos o, últimamente, acomodándose bajo el amparo de algún paisano dedicado a la actividad financiera y bursátil.

El trato refinado del padre Casciaro, así como sus dejos de nobleza (¿?) y su constante recurso al coup de théâtre, le abrieron las puertas de las grandes familias de la antigua aristocracia mexicana. Pasaba largos ratos tomando el té y conversando con las señoras más distinguidas del México de entonces. Tenía un gusto muy especial por el arte colonial y las antigüedades, aficiones éstas que se avenían muy bien con la cosmética decorativa de la Obra desde sus inicios. Montefalco, por ejemplo, es una muestra clara de sus exquisiteces.

A pesar de su enorme bagaje cultural, don Pedro hubo de hacer un gran esfuerzo para llegar a advertir que México había dejado de ser una colonia de España hacía más de 150 años. Le costó mucho trabajo comprender, si es que lo comprendió, que la conformación social de este país había cambiado y, por tanto, la sociedad no se dividía en criollos y mestizos (o castas). Por ello la Obra arraigó en un principio sólo en las familias de solera hispana. A tal grado que, cuando empezaron a pitar quienes no formaban parte de esa minoría selecta y distinguida, es decir, algunos mestizos, la Comisión Regional envió una nota a todos los directores que recordaba el criterio de que los numerarios feos (sic) no podían ser directores de los centros de san Rafael. Esto significaba –para decirlo claro– que quienes no fueran blancos y criollos o al menos aparentaran serlo, no podían dirigir una casa dedicada a los apostolados con universitarios. La causa está clara: se trataba de que el Opus Dei no se atestara de cuarterones o de personas sin la clase y el buen tono, según los cánones establecidos por el padre Casciaro. Incluso, según me lo han dicho algunos que lo padecieron, su trato llegó a ser displicente y desdeñoso con aquellos numerarios que, ni por su apellido, fortuna, educación y tonalidad cromática (epidérmica), formaban parte de esa selecta minoría.

Se suele contar en las tertulias que a don Pedro no le gustaba la vulgaridad o lo que él consideraba como tal, de ciertas personas de la emergente clase media en México. Y para evitar la posible delicuescencia y la pérdida del tono humano que tanto defendía, impuso el uso de la capa pluvial en la bendición de los sábados y el canto de la Salve solemne, nunca de otras versiones que pudieran reblandecer el ambiente, para él, quizá, ya de por sí reblandecido. No dudaba en dar lecciones con todo tipo de escenas dramáticas y de histrionismos, inspirado quizá en los actos de teatralidad de la ópera de aquella época o en lo que había visto en el fundador. Lo mismo le daba arrojar al suelo la pasta por no tener queso parmesano sino de Oaxaca, que tomar unas tijeras para cortar el mantel de un altar por estar mal colocado. Todo, desde luego, enderezado a promover la comprensión del espíritu de las cosas pequeñas, y de paso, la fundolatría.

No quiero detenerme más en esto, debido a que, por una parte, sería necesario dar una serie de explicaciones de contexto que no me es dado hacer aquí; por otra a que, siendo justos, debemos reconocer que el encargado de fundar la Obra en México, tuvo muchos otros aspectos en su vida sin duda profundamente meritorios y seguramente admirables, por lo que no puedo ni deseo juzgar su vida, ni es esa mi intención aquí. Si he mencionado esto es por tratarse de un relato; esto es, del personaje no de la persona. Y es ese relato, precisamente, el que da pie y fundamento a un modo de ser del Opus Dei en este otro lado del Atlántico.

Algo sobre el “tono humano”

A partir de ese relato sobre el padre Casciaro y su particular modo de entender las exigencias de lo pequeño, el Opus Dei se ha convertido en una institución profundamente exógena en nuestro país. Las relaciones entre los miembros de la Obra (sean numerarios, agregados o supernumerarios) guardan un sabor aristocratizante de par venue. El tono humano se ha convertido así en algo más que en reglas de urbanidad. Es un sello inconfundible formado por sus expresiones españolizadas y sus prácticas teatralizadas que poco o casi nada tienen que ver con los usos y costumbres de este país. Baste recordar el uso de esa palabra de origen madrileño y sabor dieciochesco, la tertulia; o el de llamar con el arcaizante nombre de doncellas a las numerarias auxiliares, expresión que en este país se dejó de emplear a finales del siglo XVIII; y no se diga el suprimir el artículo la para hablar de lo que es de Casa, y no de la casa o referirse a dirección y no a la dirección; y mil otras expresiones que sólo emplean los miembros de la Obra en México. Todas con el sello de calidad de don Pedro Casciaro, según el relato oficial de esta Región.

Todavía se escucha como una evocación (que por momentos toma un tono trágico de invocación), esa frase tan común entre los numerarios de cierta edad: a don Pedro nunca le gustaba que se hiciera así. Con ello se censura tal o cual forma de hacer o decir, imprimiéndole a los usos y prácticas de los miembros de la Obra en este país un marchamo de autenticidad, legitimidad y, sobre todo, de calidad, cuando no de finura.

A través de la historia ha subsistido en esta región ese espíritu casciareño con el que se ha matizado el de Escrivá de Balaguer. Desde luego, perfectamente avalado y aplaudido por el propio fundador. Se manifiesta, además de lo anterior, en una constante confusión entre selección y exclusión; entre elegancia y petulancia; en fin, entre tono humano y ridiculez.

Con el paso de los años, se agotó el filón de las familias aristocráticas de tradición cristiana, y empezaron a llegar a la Obra personas de una incipiente y poco ilustre clase burguesa mexicana. Pero si la primera veta prácticamente se agotó en la década de los setenta, ésta última no duró sino hasta principios de los años ochenta, es decir, escasos diez o doce años. Fue la última primavera vocacional que recuerdo haber visto en el Opus Dei.

En México, a diferencia de lo que ocurre en España y en otros países de Europa, según lo he visto en los centros donde he vivido en varias ciudades de aquel continente, e incluso de lo que sucede en países iberoamericanos como Chile y Argentina, no existe una clase media propiamente hablando. Esto resulta evidente incluso en el paisaje urbano, en donde no prevalece la vivienda social al estilo de los pisos en España o los departamentos de Santiago y Buenos Aires. De ahí que muchos de los numerarios que provienen de la antigua aristocracia mexicana –ahora los menos–, acostumbrados a un tenor de vida más o menos sobrado, se tengan que meter en la burbuja artificial de una clase que sólo existe en España y en la mente de los directores de esta Región, o en las notas provenientes de Roma (es decir, de los españoles que viven en Villa Tevere). El jugar golf, por poner un ejemplo, fue prohibido por años en los cursos anuales de este país, por parecer a los directores una práctica burguesa y aburguesante. Sin embargo, dado que buen número de directores, incluyendo vicarios, se dedicaban plácidamente a ese deporte, ahora se tolera, e incluso se llega a permitir, sin demasiada publicidad, es decir, con estética antiescándalo. Y si trasladamos esto, que puede resultar quizá baladí, a cuestiones más espinosas como las cuentas bancarias y tarjetas de crédito que usan los numerarios, así como al uso de determinado tipo de automóviles, el problema se vuelve más complejo. A todos se trata por igual y con criterios clasemedieros en una sociedad en la que, como he dicho, no existe tal clase social. Menuda contradicción. Entonces empiezan las componendas, las triquiñuelas de muchos numerarios expertos en el manejo de la apariencia en estos temas. Y que a nadie se le ocurra pedir que se revise el tema o que se ajuste a la realidad nacional, porque esa realidad no existe. La única realidad es la de las notas, criterios y demás instrumentos con que se gobierna esta Castalia mexicana.

Por otra parte, los pocos numerarios que provienen de la antigua clase media de comerciantes y burgueses (clase erosionada en la época del populismo priista), y dedicados en su mayoría a trabajos intelectuales y académicos (al menos en la capital del país), tampoco tienen demasiada cabida, pues han de asumir unos roles que no les pertenecen. Son los más libres de espíritu y los más señalados por los directores. Son los que desean volar y a quienes se les cortan las alas. Y no hablo de los numerarios que provienen de la clase artesanal o proletaria. Bueno, la verdad sea dicha, esos no existen. Los pocos experimentos que algunos curas y laicos bienintencionados han hecho, han sido un fracaso rotundo. Los que pitaron, una de dos: o despitaron tras la primera corrección fraterna que les hicieron por cuestiones de tono humano o pasaron a ser agregados, pues en este país, decir agregado, es decir artesano, proletario o bien, persona que no reúne las características de la clase dominante de raíz hispana a la que he aludido.

La Universidad Panamericana, el ESDAI y el IPADE son como el proscenio de la Obra en México. Ahí se refleja todo lo que ocurre tras el telón de la Prelatura. Y si hubiera de resumir en una sola palabra lo que he visto en esos lugares por años, usaría ésta: decadencia. Y no empleo la palabra en sentido amplio ni por mero recurso retórico, sino en sentido estricto; en el sentido que le dan los filósofos del decadentismo del siglo XX, como Spengler y Ortega. Esto es: como la falta de movilidad y dinamismo institucional, como la expresión más pura de la perplejidad que paraliza e inhibe la vida, como la patología institucional más crasa.

Esas y otras obras corporativas del Opus Dei, se han convertido en una fortificación de muchos numerarios que, tras el triste espectáculo de deserción, decadentismo y ausencia de convicciones en este país, se refugian en sus oficinas (que no en sus aulas ni en sus bibliotecas). Las universidades y centros de enseñanza del Opus Dei en México han dejado de ser plataformas de cooptación de vocaciones (nunca han sido realmente centros académicos serios) para convertirse en una especie de asilos de numerarios, donde se les permite faltar al trabajo cuando los antidepresivos generan efectos secundarios, o donde puedan hacer como que trabajan. Desde luego hay sus honrosas excepciones, como todo en la historia humana, pero hablo del ambiente general que se respira en esas instituciones, las cuales conozco muy bien.

Una iglesia y un colegio

Aun con la evidente ausencia de vocaciones en los últimos años, y siguiendo la política generalizada de la Obra de erigir colegios a pesar de que el fundador, como bien lo recordaba EscriBa en su reciente escrito, había dicho que no se tendrían, los directores invocando una anécdota de don Álvaro, han decidido continuar con la expansión en México. Nuevos proyectos de construcciones impresionantes aparecen en el escenario mexicano.

No hace mucho que el entonces delegado del prelado en este país, que ahora es un connotado sacerdote, acudió ante las autoridades de los Legionarios de Cristo para advertirles que no debían construir colegios o casas junto a los de la Obra, pues lo cierto es que donde aparecía una obra corporativa de la prelatura, se construía a escasos metros uno de los hijos del Padre Maciel. Sin embargo, ahora se hace exactamente lo mismo de lo que se acusó a Los de ahora (como se suele decir en los corrillos de la Obra para referirse a los Legionarios, como continuación de los Jesuitas, es decir, de los de siempre). Así, en el corazón de una zona de la ciudad e México, llamada Santa Fe, en medio de los más grandes e impresionantes rascacielos ocupados por los grandes corporativos de las trasnacionales, se empieza a construir una iglesia, justamente enfrente de la puerta principal de la Universidad Iberoamericana de los Jesuitas. Todos han olvidado la forma en que veladamente se criticaba la actitud plagiaria de los Legionarios, contando en las tertulias el hecho de haberlos increpado para que no siguieran las huellas de los colegios y centros de la Obra; pero ahora nadie habla de la actitud triunfalista de la Prelatura al erigir su parroquia de san José María precisamente en ese sitio.

Por otra parte, ante la carencia de pitajes y de un renuevo vocacional del laicado, las tertulias de los centros y de los cursos anuales se han vuelto profundamente parroquiales. Nadie lo sospecharía hace unos cuantos años, pero el tema de la parroquia, la feligresía, los cirios y los acólitos ha venido a ocupar un importante espacio en las reuniones de familia.

Para completar el microclima del Opus Dei en la zona de Santa Fe, los directores de la Obra se han dedicado de lleno a recabar fondos para construir otro colegio (¡otro!). Parece como si la falta de vocaciones (por que no pitan y porque despitan) se tratara de compensar con piedras, ladrillos y cemento. O como dijera EscriBa, con dinero, y, parafraseando a Quevedo, poderoso caballero... Y yo añado: engañoso caballero.

Todo parece indicar que el nuevo colegio del Opus Dei en la zona más rica de la capital y del país será, como todo lo que ahora parece valer la pena, de importación, es decir, un colegio norteamericano. Desde luego, quedará cerca de un centro de formación de los Legionarios, pero eso ahora ya no importa. Total, todos los caminos llevan a Roma.

¿Quién atenderá ese colegio? Eso nunca se sabe. Seguramente el fondo revolvente de numerarios seguirá dando para más. No importa que piten y despiten mientras haya quienes se encarguen de mantener activa la maquinaria. Y es que la Obra es como una artefacto, como un armatoste con sus inputs y sus outputs. Lo importante no es si las personas son felices o se proyectan profesionalmente en esos lugares, tampoco si entran o salen de la Obra. Incluso, no tiene importancia si tienen vocación o si no la tienen y se deprimen haciendo lo que no quieren. Lo importante, lo único importante, es que haya personas (entiéndase como metáfora de resortes, flejes, muelles) que hagan funcionar la máquina del Opus Dei. Por eso he hablado de fondo revolvente… de cash flow, si se me permite el anglicismo, porque eso es lo que parece significar la labor a la que tristemente se le da el nombre del Arcángel San Miguel.

De este modo, sacarán vocaciones de numerarios de donde evidentemente no las hay; se seguirá cooptando a muchachos incautos para alimentar el fondo revolvente de personas que se harán cargo de ese y otros colegios. En fin, la táctica del pitaje a diestra y siniestra es lo que augura que aquellas piedras, aquellas construcciones, para las que viven y se desivien los vicarios de México, no queden en manos de personas ajenas a los intereses de la Obra como ha sucedido en algunas ciudades.

La intelectualidad del Opus Dei en México

Desde cualquier ángulo que se observe el Opus Dei en México, y específicamente la labor que se hace para reclutar y mantener vivos a los numerarios, es un artificio en pleno resquebrajamiento. Lo mismo en sus fallidos intentos de enderezar a todos por la falsa senda de una vida burguesa de clase media inexistente, que de formar una clase intelectual de orientación católica.

¿Por qué no hay intelectuales en el Opus Dei de México? Es muy simple. La cultura en la mente de los directores consiste en leer unos cuantos librejos durante los dos años que los nemerarios pasan en el centro de estudios, siempre y cuando no distraigan demasiado la atención que se ha de dedicar al proselitismo. No hay más concepto de cultura que ese pobre ejercicio de lectura complementaria.

Si se habla de otra noción de cultura, sea popular o alta, libresca o empírica, no tiene importancia si no es para servir como anzuelo para allegarse prosélitos y alimentar la máquina.

Las actividades culturales que se organizan en los centros de san Rafael, evidentemente no importan si no repercuten en pitajes, en vocaciones. El tema que se trate es lo de menos. Incluso, se suele decir que un numerario que entra a una confeencia o a un acto académico organizado por centros y residencias, entra como chavo finta, eso quiere decir que está ahí, no porque le interese el tema o el evento, sino que en pleno acto de siulación entra para conocer gente, es decir, enganchar muchachos perplejos e incautos y en la medida de los posible prepararlos para plantearles la crisis de la vocación en cuanto se constaten dos o tres datos, como que no tienen hijos, no son homosexuales declarados y algunos más que no van más allá de esa primariedad selectiva. ¿Y la cultura a la que se ha de recristianizar? La cultura -suelen responder los directivos- es anzuelo, es medio y no fin; medio para engordar la Obra

La clase dirigente de los centros educativos, de la Universidad Panamericana con sus tres campus, así como del IPADE, siempre es improvisada. Se generan doctores por caminos abreviados, en ocasiones al vapor, para que se hagan cargo de esas instituciones aparentando que son académicos, aun cuando no tienen la más mínima experiencia en esas cuestiones, ni han escrito un paper como no sea el que les elaboran sus secretarios para dar bienvenidas y despedidas en actos públicos. A la mayoría se le envía a hacer doctorados a universidades amigas, o la la Panamericana, que es la más amiga de todas.

La falta de numerarios en la región (por el gran número de defecciones y porque no pitan), ha hecho que estas instituciones se vuelvan cada vez más absorbentes de los pocos que podrían dedicarse a un trabajo intelectual. Entonces se conforman con que les permitan tomar cursitos y pasar dos o tres semanas en algún país de Europa o un programa de inglés en el paraíso del vecino país del Norte, para que continúen con su formación profesional, siempre que de inmediato se reincorporen a las delegaciones y obras corporativas para seguir sacando adelante las labores. Si algún osado insistiera en hacer un doctorado serio, de inmediato se le marginaría, se le vería como un desconsiderado o un egoísta. Aunque, para no entrar en mayores conflictos con los miembros, los directores terminan cediendo y afirman a diestra y siniestra que aquél se fue a estudiar al extranjero (lo cual es un sacrificio que hace la Obra, desde luego) o se dedica a un trabajo intelectual serio es porque así lo previó nuestro padre. Lo que nunca se dice, desde luego, es que ese personaje ha sido marginado por vía de hecho, es decir, con la más absoluta de las indiferencias; entre otras causas, porque es tan bajo el nivel cultural de los directores en este país, que nadie sabe a ciencia cierta a qué se dedica quien publica o viaja para dar una conferencia, es decir, un académico o un intelectual de oficio.

La praxis proselitista, antes que nada.

En fin, misterios de la historia... y volveremos con más sobre este tema.



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