Dinámica fraternal en el Opus Dei

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Por Gervasio, 10/01/2014


No obstante haber dejado la Obra hace décadas, sigo en contacto con varios miembros de la institución con los que mantengo contacto, generalmente por motivos profesionales. Rehúyo siempre que el Opus Dei sea tema de conversación entre nosotros. Ese evitar hablar del Opus Dei en realidad ya lo practicaba cuando todavía era del Opus. Los miembros del Opus Dei no hablan —no deben hablar— del Opus Dei y de sus cosas los unos con los otros. Del Opus Dei cabe mantener una conversación con cualquiera con tal de que ese cualquiera no pertenezca a la institución. A lo que no renuncio, en cambio, es a interesarme por concretas personas que continúan en el Opus Dei. Ese interés principalmente recae sobre la salud de aquellos con quienes conviví o a quienes traté. A más no me atrevo a preguntar. A nuestra edad todos andamos con peplas. Me fui dando cuenta de que, si quiero saber algo sobre una persona del OD, lo mejor es preguntar a alguien que no sea un “hermano suyo” —de vínculo sobrenatural, se entiende— porque suelen saber muy poco los unos de los otros...

Un concreto colega mío había sufrido una operación en la que le extirparon un órgano canceroso. Pregunté por él a un “hermano suyo” —de vínculo sobrenatural— que por su proximidad me parecía la persona adecuada para informarme; pero ni siquiera sabía que el órgano extirpado era canceroso y como consecuencia menos aún sabía si posteriormente se había apreciado o no metástasis. Tales despistes se repiten tanto, que he decidido, cuando me intereso por la salud de alguien del Opus Dei preguntar a cualquiera menos a un “hermano suyo”.

Lo propio sucede en el terreno espiritual. A veces se percibe que un tío del Opus Dei no vive su “vocación” comme il faut (perdón por el galicismo; pero es lo que me salió). Se salta demasiadas reglas y modos de hacer propios de su condición de numerario —o agregado o supernumerario— del Opus Dei. Esas cosas no las percibe sólo quien es o fue del OD, sino cualquiera; del mismo modo que cualquiera se da cuenta de si se encuentra o no ante un sacerdote o ante un jesuíta congruente con su “vocación”.

Uno no suele ser informado de que alguien dejó de pertenecer a la Obra. Esto me retraía de preguntar por personas que había tratado y conocido como miembros del Opus Dei y de las que no tenía noticia. No hablo ya de compañeros del centro de estudios o de adscritos, de los que deben de quedar muy pocos.

— ¿Qué es de fulano?

La respuesta no es de fiar, cuando consiste en unas palabras vagas que, en realidad, ocultan —o al menos eso pretenden— una baja en toda regla. He leído en estas páginas que incluso ocultaban al fundador ciertas dimisiones “para no darle un disgusto”. Esa praxis acaba dando pie a que en ocasiones se llegue a la equivocada conclusión de que alguien ha abandonado la Obra, cuando en realidad no lo ha hecho o viceversa: alguien cree que fulano no ha abandonado la Obra, cuando la ha dejado. No puedo criticar demasiado porque recuerdo mi encuentro casual con un supernumerario en plena calle.

— ¡Cuánto tiempo sin verte!
— ¡Pues ya ves, hoy aquí y mañana allá!

¿Qué le iba a decir? Encima era de esos supernumerarios que me admiraba por esa desagradable actitud que algunos supernumerarios tienen de poner en un altarcito a los numerarios. No quise desilusionarlo. En realidad no había cambiado de ciudad. Simplemente había dejado de pertenecer a la cosa, con lo que no se me veía por el centro.

Recuerdo también mi sorpresa cuando un buen día me encontré vestido de sotana a un numerario al que yo daba por ex. En este terreno de los equívocos, ni sorpresa me produce ya un ex numerario que cree que todavía sigue siendo numerario. A veces me llama para felicitarme el cumpleaños.

— Y ¿qué tal?
— Más del Opus que nunca. Mañana me voy una semana a Mallorca a tomar el sol.

Escribía al principio que en mi conversación con gentes del Opus Dei rehúyo que el Opus Dei sea tema de conversación. Y añadía que tampoco lo hacía cuando era de la Obra. Siendo de la Obra es difícil enterarse de cómo van las cosas dentro del propio Opus Dei. De nada sirve leer Crónica u Obras, dos de las revistas internas más emblemáticas de la sección de varones. Con Opuslibros tenemos la oportunidad de acceder a mucha más información sobre el Opus Dei de la que teníamos cuando estábamos dentro de la institución, empezando por la posibilidad de leer las constituciones y estatutos del Opus Dei, que no son accesibles mientras se permanece en la institución. El fundador del Opus Dei solía justificar las carencias de información con consideraciones como esta:

—En una familia ciertas cosas sólo las saben algunos. A los hijos pequeños no se les da a conocer todo.

Por Opuslibros me he enterado, por ejemplo, de la cantidad de centros de estudio que han ido menguando en España. La crisis del Opus Dei, que se ha revelado especialmente aguda en Argentina o en México, se refleja bien en Opuslibros. No es de extrañar que muchos miembros del Opus Dei acudan a esta página web para informarse. Gracias, Agustina, por habernos sacado de la minoría de edad. En Crónica, en Obras y en los cursos anuales a uno le cuentan el cuento de Caperucita Roja o el de Blancanieves y los siete enanitos. Y como colofón y moraleja te dicen: hay que encomendar el no sé qué o el no sé cuántos, pero expresado de un modo tal que uno apenas alcanza a saber lo que encomienda. Llega el director de la delegación —o alguien de igual o mayor rango— y, tras escucharlo, uno se queda como estaba antes: en la más frondosa de las higueras.

Sin haberle preguntado nada, ni haberle tirado de la lengua, en cierta ocasión un sacerdote numerario me dijo que se había clausurado un centro de la labor de San Rafael con universitarios. ¡Una pena!, comentaba. A mí también me daba un poco de pena sobre todo por su director, un numerario que se había ido perpetuando en el cargo y que de joven ya tenía muy poco. Eso sí: no se había quedado calvo, pero sí canoso. Posteriormente otro numerario de la misma ciudad me aseguró que el tal centro no se había clausurado. ¡Averígüelo Vargas!

Todo esto lo asocio con lo del “correteo inútil”. ¿Os acordáis del “correteo inútil”? La expresión correteo inútil es del mismísimo fundador. Al fundador le gustaba muy poco el “correteo inútil”. Se prestaban al correteo inútil, entre otras cosas, ciertos personajes, generalmente sacerdotes, que iban de tertulia en tertulia, de curso anual en curso anual colocando “discos”. Los llamo “discos” porque no sé cómo llamarlos. Paso a poner un ejemplo de “disco”, que a lo mejor alguno recuerda. Su protagonista era un agregado —ya fallecido— que iba contando su vida, allá donde se le proporcionaba público. Entre los aspectos más llamativos de su “disco” cabe resaltar que estuvo alistado en la Legión Española —una unidad militar dotada de soldados que nunca eran de reemplazo y sobre cuyos y antecedentes penales no se indagaba nunca— por la que sentía gran aprecio. Explicaba lo que era el Opus Dei comparándolo con La Legión. Efectuaba unos paralelismos muy divertidos y hasta sobrenaturales. Por supuesto sus explicaciones eran muy “de persona con pocos estudios”, lo que constituía el principal atractivo de su narración. Se había enamorado de una gitana, a cuyo amor tuvo que renunciar, para hacerse agregado. Ese era otro de los capítulos del disco. Tenía tres “discos”. El de la legión era su disco de platino y el preferido por casi todos los públicos. Hasta le hicieron soltarlo en presencia del fundador, que lo escuchó hasta el final. Este disco de platino del agregado legionario era considerado muy edificante. Y el pobre tenía que ir edificando aquí y allá doquiera le indicase la superioridad. Más que mostrar a la audiencia un agregado edificante o ejemplar —que lo sería— lo que la superioridad pretendía era presentar como ejemplar de agregado a un personaje tan iletrado, inculto y pintoresco como el ex legionario mencionado. No es que miembros de la Obra hiciesen labor con legionarios o ex legionarios. Reconvertirlo a la fe fue mérito y desvelo de miembros de la Adoración Nocturna. Una vez que ya iba a misa y comulgaba fue cuando los del Opus Dei descubrieron que tenía vocación divina al Opus Dei.

Recuerdo otro “disco”: el de un sacerdote que había hecho un viaje a Moscú en una época en la que en España se viajaba poco y en la que contadísimos españoles había tenido el privilegio de visitar la capital de Rusia. Al principio el relato le daba para una tertulia. Progresivamente el relato fue siendo adornando con consideraciones diversas y enriqueciendo con anécdotas y pinceladas de ambientación rusa y moscovita. Llegó un momento en que su estancia en Moscú le daba ya para dos tertulias. Y a punto estuvo de llegar hasta tres. El principal ingrediente edificante del relato eran consideraciones muy atinadas sobre la difusión del libro “Camino”.

Pese a esos ingredientes edificantes, en los “correteos” también cabía apreciar aspectos menos convenientes. Llegaron a alcanzar el epíteto de inútiles en feliz expresión —“correteo inútil”— del fundador. Esos colocadores de “discos” acababan adquiriendo cierta fama y prestigio. Sobresalían demasiado. Se prestaba a personalismos. Por otra parte solían ser tomados por “enteradillos” o expertos en el tema del que el “disco” trataba. Si el disco versaba sobre los comienzos de la Obra en un determinado país, pongamos por caso, a continuación se les abrumaba con preguntas sobre la marcha de la Obra en ese país.

De la revista Crónica uno no se podía fiar mínimamente. A lo mejor en sus letras de molde se confundía Nigeria con Níger —que está más al norte— o se mezclaba Uruguay con Paraguay, quizá porque al fin y al cabo todo es tan guay en la revista Crónica que igual da una cosa que otra.

Madrid ciudad populosa hasta el punto de estar dividida en dos delegaciones —la dlme y la dlmo— se prestaba especialmente al “correteo inútil” por sus múltiples casas. ¡Qué cosa más exitosa que ir de acá para allá con cualquier excusa contando de paso esto o lo otro!

Otra fuente de chismorreo eran los traslados ocasionales de los numerarios de una ciudad a otra. España es —o más bien, como consecuencia del advenimiento de las autonomías regionales, era — un país en el que con frecuencia hay que ir a Madrid con motivo de cualquier cosa. Por supuesto allí está ubicada la llamada Comisión Regional; es decir, el equivalente de las casas provinciales de las congregaciones y órdenes religiosas. Esos traslados a Madrid también se prestaban al cotilleo. Pedir permiso para trasladarse a Madrid era sospechoso de desear practicar “correteo inútil”. Recuerdo diversas decisiones que lo dificultaban, desde que no nos alojásemos en casas del Opus Dei, sino en el de nuestras propias familias o parientes, hasta la de habilitar ciertas casas para transeúntes. Me acuerdo particularmente de un piso sito en la calle Conde de Peñalver. Allí, como en la Legión Española, preguntaban poco y no se extrañaban de nada. Acogía a los más extraños pájaros: desde un sacerdote numerario que se había vuelto ateo y se negaba a decir misa o a dar una bendición con el Santísimo Sacramento, salvo en caso de mucha necesidad —la decisión era respetada—, hasta un retornante a España de tierras lejanas, donde ya no hacía falta y no sabían qué hacer con él.

Hay quienes se dan al chisme y quienes, no. No critico a los unos ni a los otros. El “buen espíritu”, por supuesto, lleva a no darse al chisme ni al correteo inútil. Lo malo para quienes no se dan al chisme es que llega un momento en el que ese “buen espíritu” les lleva a desentenderse en cierta medida de la Obra y de sus “hermanos”. Dejan de interesarse por algo que les resulta tan lejano como el planeta Marte y por sus hermanos, los marcianos...




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