Cómo la Obra hace sufrir a las familias

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Dedicatoria del texto
Recientemente surgieron diversos testimonios que me llevan a volver a escribir en la web sobre mi experiencia de supernumeraria en el O.D.:

  • Antes de nada, el diálogo que mantengo por email con Jacinto Choza constituye para mi una oportunidad muy especial de reflejar y profundizar los grandes temas de mi vida;
  • Después, el hecho de, a través de “opuslibros”, haberme reencontrado con una antigua amiga que vive en otro país y que dejó la Obra después de mucho sufrimiento;
  • Por fin, la toma de conciencia de que me ayuda continuar ligada a la web, a pesar de sentir, sin ninguna duda, que todos los defectos que encuentro en la Obra en nada afectan a mi fe cristiana, a mi amor a la Iglesia y al Papa, que se mantienen intactos dentro de mí (ver texto de 26 de enero de 2005)

Así, quería dedicar este texto a mis amigos Jacinto Choza y Tlin...

Y, al escribir, acompaño hoy, día 25 de febrero, el sufrimiento de nuestro querido Papa Juan Pablo II, internado en la Clínica Gemelli. Mi pensamiento y mi corazón están dirigidos a ese hospital de Roma, para la persona de Karol Woytila, don maravilloso que Dios dio a su Iglesia, hace casi tres décadas. Que la protección de María, Nuestra Madre, acompañe al Santo Padre, que a Ella le confió siempre su vida.


El sufrimiento de las familias

1. En muchos testimonios de numerarias y numerarios se hace referencia al sufrimiento que el alejamiento de las familias causò a los padres y hermanos. Quería aquí referirme a ese sufrimiento pero en la perspectiva de “la familia que es abandonada”. En verdad viví intensamente esa situación a causa de mi hermana numeraria y asistí a lo que le pasó a otras muchas familias en las que “pitaron” uno o más hijos como numerarios.

Fueron años muy difíciles... Había muchos adolescentes y jóvenes como yo que frecuentábamos los clubes de la Obra que se destinaban a estudiantes de enseñanza secundaria, de los 10 años a los 17. Nos gustaba el ambiente que encontrábamos allí, en especial el hecho de cantar y tocar la guitarra a todas horas. Y nos gustaban las excursiones que se hacían, las convivencias fuera de la ciudad, la atención de las “monitoras” mayores......

Y, poco a poco, íbamos siendo “pescadas” en esa red... Par mí, comenzó con una amiga de la infancia que después de haber cumplido 14 años se volvió un poco extraña, porque ya no hablaba libremente con nosotros, ni se reía o hacía bromas; pasaba el tiempo en ir al club, pero no se quedaba en la zona de las actividades, traspasaba las puertas “prohibidas”. Dejó de acompañarnos a los encuentros fuera del centro, casi no la encontrábamos en casa de sus padres y sabíamos que estos estaban enfadados por las actitudes que ella tenía: rechazaba ir a fiestas de aniversarios, a visitar a sus tíos y abuelos, a acompañar a sus padres en las fiestas, etc.

Esta amiga – a la que llamaré Margarita – fue la primera de muchas que perdí... hasta hoy, pues continúa en la Obra y, aunque conversamos de vez en cuando, nunca más volvimos a tener la intimidad de nuestra infancia.

Después llegó el año en el que también yo y muchas de mis amigas y compañeras de colegio que íbamos al club cumplimos los 14 años; aquellas que se hicieron supernumerarias continuaron siendo amigas unas de otras. Pero las que pitaron de numerarias pasaron “para el lado de allá”: siempre vestidas de modo muy formal, siempre detrás de las directoras y de las numeráis mayores, siempre ocupadas con cosas del centro, siempre sin tiempo para estudiar juntas, festejar un aniversario, ir al cine..... Allí iban casi todos los días al centro: por la mañana muy temprano, antes de las clases, para asistir a la misa y a la meditación; por la tarde para hacer encargos materiales, como encerar los bancos del oratorio o arreglar los armarios de productos de limpieza... No sé cuándo estudiaban o hacían cualquier otra cosa “normal” para los 15 ó 16 años que tenían.

Y, de repente, saltaba un escándalo en alguna familia: ¡Isabel o Rita o Francisca les decían a sus padres que se iban a vivir al club! A los padres les entraba el pánico: ¿Vivir en el club? Pero ¿con quién y por qué? Y – sólo en ese momento – surgía la revelación: padre, madre, es que yo pertenezco al Opus Dei y me comprometí a dedicarme a Dios (a través de la Obra) para siempre. ¡ El padre gritando! ¡ La madre llorando! ¡Los hermanos asustados!


2. Asistí a esto en mi propia familia porque mi hermana más joven fue “pescada” tan pronto que tuvo que esperar casi un año para llegar a los catorce años y medio y poder “pitar”. Su vida se desarrolló del siguiente modo:

  • A los 10 años estaba comenzando la enseñanza secundaria y empezó a ir por el club;
  • A los 11/12 años, como ya era muy alta de estatura, la dejaron pasar al grupo de las que tenían 13/14 años y pasó a recibir la formación religiosa como si tuviese dos años más de los que en realidad tenía;
  • Hizo su primer retiro anual (de silencio absoluto) con 12 años;
  • Y con 13 hizo su segundo retiro anual y pasó a tener un retiro mensual y círculos de San Rafael;
  • A los 14 años recién cumplidos participó en el viaje a Roma en Pascua y la llevaron a la tertulia con el Padre para personas de Casa porque ya estaba muy “encajada”;
  • El día en que hizo los 14 años y medio, allá fue para el centro muy de mañana..... y listo, se comprometió a una vida de dedicación plena como numeraria del Opus Dei, ¡¡¡después de este recorrido de tan grande maduración!!!

De la familia, sólo yo sabía lo que pasaba. ¿Pero qué podía hacer si yo misma era supernumeraria y poco más sabía yo que ella? Mis padres vivían en una inocencia total considerando que sólo estábamos recibiendo en el club de la Obra una formación cristiana que completaba aquello que vivíamos en casa......

Cuando, a los dieciséis años, mi hermana les dijo a nuestros padres que quería irse a vivir al centro, “el mundo se desplomó”. ¿Cómo era posible que hubiese asumido compromisos serios sin el conocimiento de sus padres? ¿Cómo pretendía, siendo menor de edad, abandonar la casa de sus padres?¿Cómo pensaba que se iba a mantener si no tenía ningunos ingresos? ¿ O qué iba a hacer con sus estudios si aun no había terminado la enseñanza secundaria? ¡ Un sinnúmero de angustias brotaban de los corazones de unos padres dedicados!


3. Al contrario de muchos otros padres que acabaron por ceder, nuestros padres, o mejor, nuestra madre, ¡no cedió! Comenzó un nuevo “calvario”:

  • Discusiones diarias con mi hermana, con muchos llantos por todas partes;
  • Idas de nuestra madre para hablar con la directora del centro, con la responsable de la asesoría y hasta con el consiliario regional. Mis padres removieron todas las aguas, incluyendo las de los medios eclesiásticos. Sacerdotes diocesanos y hasta algunos obispos asistían impotentes a las quejas de decenas de padres que sentían que sus hijos estaban siendo “raptados por una secta”.

Las situaciones eran tanto más dolorosas cuanto que pasaban en el seno de familias tradicionalmente católicas que, en su mayoría, verían con buenos ojos que surgieran vocaciones “especiales” en sus hijos. Pero no de esta forma: a escondidas de los padres y manipulando las mentes simples de adolescentes de 12, 13, 14 ó 15 años, para asumir compromisos para los cuales no estaban mínimamente preparadas ( ¡y de los cuales tenían un conocimiento muy limitado!)


4. Fueron años muy difíciles, llenos de contradicciones dentro de las familias: a veces uno de los hijos se dedicaba al O.D., mientras otros se apartaban totalmente de la práctica religiosa y se metían en aventuras.

Personalmente también sufrí y lloré muchísimo, porque quería ayudar a que las dos partes (padres y hermana) se entendiesen. Encontraba que mis padres tenían toda la razón en cuanto a la necesidad de mi hermana de crecer y sólo después tomar decisiones tan drásticas. Más bien sabía que la tenían “enganchada” por todos lados en una red apretadísima: aquella que pasa por el control de la mente y de la conciencia humanas. Ella continuaba físicamente con nosotros, pero era sólo una apariencia, porque en su interior ya no era parte de la familia...

Años después, cuando ella estaba en la mitad de sus estudios universitarios, mis padres aceptaron por fin que fuese a vivir a un centro de la Obra (que entonces ya era Centro de Estudios). Para nosotros, hermanos, acabó por ser un cierto alivio. Por lo menos disminuyeron las escenas de discusiones, porque – viviendo en nuestra casa – ya no quería acompañar a la familia en nada: en las fiestas, en los fines de semana... ¡Todo el tiempo, anhelos y dedicación pertenecían hacía mucho tiempo al Opus Dei!

Sentí siempre que “perdí” a mi hermana el día que ella pitó. Nunca más volvió a ser la misma. Y tengo una tristeza profunda por el hecho de no haber sido posible que ella creciese y se desenvolviese por sí misma, sin la presión continua de la Obra.

Después en la vida adulta, los conflictos con la familia se fueron atenuando, pero quedó siempre un dolor y una interrogación: ¿ Por qué tendría que ser así? ¿Qué derecho tenía la Obra de “captar” tan pronto (en la práctica a partir de los 12 años) a mi hermana y de “bloquear” la natural evolución de una adolescente que no tuvo adolescencia, de una joven que no tuvo juventud... Mirando ahora hacia atrás, con la perspectiva que me da la experiencia de la vida y, sobre todo, la experiencia de madre, puedo afirmar que la Obra forzó a mi hermana a pasar directamente de la infancia a la edad adulta.


5. Los hechos secundarios negativos fueron inmensos en términos “sociológicos”. Los clubes de la Obra dejaron de ser vistos como un lugar normal de formación de la juventud y se ganaron una fama terrible en los medios “católicos”, pasando muchas familias a apartar a sus hijos de sus actividades.

Se verificó otro fenómeno curioso: en una familia de varios hermanos (tres, cinco, siete) podía pitar el primero y, eventualmente, el segundo; pero, a partir de ahí, ¡los demás huían de la Obra con el recelo de ser captados como los hermanos!

Todavía hoy es muy elevado el número de familias en que se dio esta división pro y contra la Obra. División que a la vuelta de diez, veinte o más años, aún no está curada.....

Algunos de esos numerarios y numerarias tan jóvenes no permanecieron en la Obra mucho tiempo; creo, sin embargo, que la mayoría continúa en el O.D. Algunos fueron enviados a países distantes ( fundamentalmente africanos) para comenzar la “labor”; otros fueron ordenados sacerdotes......

Pero siempre se mantuvo la separación de la Obra con relación al “resto” de la Iglesia, al común de los creyentes de las parroquias, de las actividades socio-caritativas, etc. No es exageración afirmar que donde la Obra se encuentra presente, hay siempre división en la Iglesia.

La contradicción en las relaciones entre hermanos “de sangre” que pertenecen a la Obra

1. No sé si este tema ha sido tratado tratado ya alguna vez en la web: el tipo de relaciones que se establecen entre hermanos “de sangre” que simultáneamente pertenecen a la Obra, como sucedió conmigo y con mi hermana...

Claro que no se pueden hacer generalizaciones a todos los casos a partir de mi experiencia personal; pero pienso que deben existir bastantes semejanzas.

  • Sobre todo, esas semejanzas son el resultado de la vigencia de la regla de que no haya comunicación íntima entre los miembros de la Obra (tan bien explicada en el reciente escrito de Elías);
  • Esta regla también se aplica a las personas que son parientes entre sí, volviéndose las relaciones entre ellas algo extrañas y superficiales;
  • En la práctica se tiende a fingir que no nos conocemos tan bien como de hecho nos conocemos; que no tenemos una historia común que de hecho tenemos;
  • Esto es lo que sucedía cuando estábamos juntas en un ambiente de la Obra; pero sucedía también a la inversa: estando juntas en un ambiente familiar. Ahí parece que podríamos ser más naturales, más “nosotras mismas”; pero sólo hasta cierto punto, porque nos sentíamos como que nos vigilábamos la una a la otra. Por lo menos, yo me sentía vigilada por mi hermana: ¿habré dicho alguna cosa inconveniente? ¿Será que se estará fijando si yo tengo un perfil correcto en cuanto miembro del Opus Dei?


2. Todo eso quita naturalidad y espontaneidad. Somos doblemente hermanas, pero no se sabe cuál de los dos tipos de fraternidad debe prevalecer, porque las reglas son diferentes para la fraternidad natural y para la fraternidad espiritual.

Era todavía más complejo: realmente, para mi hermana numeraria, la “fraternidad espiritual” debía prevalecer; para mí, la fraternidad natural más que prevalecer, era la única que yo sabía vivir con mi hermana...

Pero, como para vivir una relación son necesarias dos personas que sintonicen en la misma onda, entonces –como dije en mi escrito del 27/2/05-, en la práctica yo había perdido a mi hermana desde el día que pitó.


3. Las circunstancias de la vida se encargaron de confirmar esta percepción, a veces de manera muy dolorosa: en casi todos los momentos importantes de mi vida personal, tuve que soportar alguna “espina” clavada por mi hermana. En la ceremonia de final de mi curso, no pudo estar presente porque estaba muy ocupada con cualquier cosa de la Obra; en el día en que mi familia y la familia de mi novio se conocieron, ella estaba a pocos kilómetros de distancia, pero no podía interrumpir el curso anual para reunirse con nosotros; en una fiesta para la que le pedí prestada una prenda porque no la conseguía encontrar en las tiendas y la necesitaba, me dijo –después de consultar a la directora- que no podía prestármela “porque nada de lo tenía le pertenecía”, etc. etc.

También me dijo, tuvo el cuidado de recordarme que –siendo yo también de la Obra-, debía comprender mejor que nadie las características específicas de su vocación y ser la primera en no ocasionar problemas. Y yo procuraba hacerlo, pero muchas veces, dolida hasta lo más profundo de mí misma, porque el “desprendimiento” que mi hermana tenía que vivir en relación con la familia de sangre, se convertía en comportamientos de total insensibilidad. Lo más cruel de esos comportamientos fue el hecho de, con ocasión del nacimiento de mi primer hijo –y viviendo en la misma ciudad-, fue la única persona próxima que no fue a visitarme a la clínica; con el siguiente agravante: me telefoneó, me dijo que había pasado cerca pero que no había tenido tiempo para entrar y que iría a mi casa cuando pudiese... ¡Lo que sucedió casi dos semanas después!.

Mi tristeza fue muy grande: ¡¿cómo era posible que mi propia hermana no percibiera que yo estaba viviendo uno de los momentos más importantes de la vida, el nacimiento de mi primer hijo?! ¡¿Y que apareciera en casa como si se tratara sólo de ver la nueva decoración del salón o unas fotografías de un viaje?!

Ah! Y además, se suponía que yo pondría “buena cara” y no mostrase a mi marido y, sobre todo a nuestros padres, mi decepción.

Con el paso del tiempo, le perdoné esta inconcebible actitud, no porque se hubiera arrepentido, sino porque me di cuenta tristemente, de que se había vuelto incapaz de entender ¡los sentimientos más naturales de las personas!


4. Muchas veces me preocupé, y continuo preocupándome, cómo puede mi hermana hacer “labor de S. Gabriel”, atender a supernumerarias casadas y con hijos, darles consejos de vida espiritual e indicaciones de todo tipo... ¡si ella no entiende la vida familiar de los propios hermanos!

En las reuniones de familia eran frecuentes las discusiones a propósito de múltiples temas, de más o menos importancia:

  • Poder o no frecuentar la playa “x”;
  • Poder o no poder ver tal película o tal libro;
  • Etc., etc.

Se volvía ridículo porque –siendo yo y la mayoría de los miembros de nuestra familia católicos coherentes con la fe cristiana– la defensa de la ortodoxia hecha por ella sonaba a falso, a que no tenía experiencia real de la vida, sino que repetía fórmulas que aprendía en la vida de inmersión que llevaba en la Obra.

Muchas veces pensaba para mí: ¿cuándo comenzará a pensar con su propia cabeza?


5. Paradójicamente, parecía que las mayores discusiones se daban precisamente conmigo. Pienso que la justificación residía en el hecho de, en el fondo, creer que yo debía de ser la última persona que podía discrepar de su opinión dogmática incluso cuando los temas de conversación incidían en el matrimonio, hijos, educación...

No se piense que discutíamos cuestiones complejas como el divorcio, el control de la natalidad o afines. ¡Nada de eso! Apenas surgía, por ejemplo, una conversación en la que se hablaba de una persona conocida que tenía dificultades para quedarse embarazada.

Si yo decía:
- Pues, tener el primer hijo con más de 40 años no es fácil, se corren más riesgos...
Tenía como respuesta de mi hermana:
- ¿Qué riesgos?
Yo le explicaba:
- Bueno, como debes saber, hay más riesgos para la madre y sobretodo riesgos de tener una criatura deficiente.
Surgía la respuesta radical de “doña verdad":
- No veo cuál es el problema; si la madre muere, ¡va directa al cielo pues muere por una causa noble!; y si el hijo nace deficiente, ¡se debe aceptar como una bendición de Dios!

En ese momento, yo perdía la paciencia y le decía: esos son principios morales abstractos; no resuelven en nada el sufrimiento concreto de las personas. Si me sucediese algo así (tener un hijo deficiente) le pediría a Dios que me ayudase a aceptar la situación. ¡Pero tú no puedes siquiera imaginar el dolor de los padres de un hijo deficiente!

En fin, en lugar de una hermana, tenía una ¡¡¡“cartilla moral ambulante!!!


6. Curiosamente, después de dejar yo la Obra, se volvió más comprensiva y tolerante, Parece que empezó a mirarme como su hermana “de carne y hueso” y no como una “hermana espiritual” como los demás miembros de la Obra.

Es cierto que también, con el paso de los años, se acercó más a la familia “de sangre”: padres, hermanos, sobrinos, tíos y otros parientes. Pero para eso fue decisivo que –por motivos profesionales-, continuara viviendo en la misma ciudad. Muchas otras familias con hijos numerarios/as no tuvieron la misma suerte: los hijos e hijas fueron enviados a otras ciudades y a otros países; y entonces, todos los motivos son buenos… para no visitar a familia; o, lo que es peor, para no estar disponible para ver a la familia que se desplazó a propósito para verles. Son innumerables los relatos de sufrimiento de padres de amigas mías. Un caso real: “fuimos a Castelgandolfo para podernos ver después de dos años que está en el Colegio Romano y sólo “la dejaron libre” el tiempo suficiente para comer con nosotros. Después, ¡regresamos a Roma y nos volvimos a Portugal!”

Este conflicto acerca del tiempo que los numerarios/numerarias disponen para dedicar a sus familias es uno de los principales motivos de conflicto que permanece a lo largo de años y años:

  • Al respecto de la noche y el día de Navidad;
  • A propósito del día del Padre que se celebra entre nosotros... no el día de S. José, o sea, el 19 de marzo;
  • En los días de los cumpleaños de los padres;

Y claro, los conflictos causados por el rechazo a participar en las fiestas de familia: sobre todo, en las bodas, fiestas “peligrosísimas” donde la vocación al celibato puede ser fuertemente debilitada sólo por mirar a unos novios encantados el uno con el otro. Pero también los simples bautizos de los sobrinos o la conmemoración de un evento académico, o... ¡cualquier otra circunstancia “normal” de una familia “normal” de personas “normales” que viven en un “mundo normal”!

Por encima de todo, lo que –hasta hoy- todavía no he conseguido aceptar, no han sido tanto las decisiones de mi hermana de no estar presente, o de ser la última en llegar y la primera en irse... Lo que más me duele, es la actitud de distanciamiento, de frialdad, con que eso se hace. No conozco ninguna otra entidad que no sea el Opus Dei, que haga como que sus miembros se comporten para con sus propias familias en una paradoja afectiva: nos hacen siempre un enorme favor en participar en nuestros eventos familiares, por lo que les debemos estar muy agradecidos, porque por su actitud, muestran que no nos echan de menos; somos nosotros, pobres de espíritu, los que les echamos de menos. Este patrón se repite con una semejanza que asusta, de familia en familia.

Naturalmente que, después de tantos años, ya no es a mi hermana a la que culpabilizo, sino a la Obra: ¿qué esfuerzo no habrá tenido que hacer mi hermana para adquirir ese “caparazón” de indiferencia que no le permite mostrar sus sentimientos? ¿Qué técnicas de “vaciamiento de mente y de corazón” habrá utilizado la Obra para que alguien que nació y vivió en el seno de una familia maravillosa, se comporte como una “persona extraña” que viene de visita?


7. Cuando supo que yo no iba a renovar mi pertenencia a la Obra en un 19 de marzo ya lejano... mi hermana, por primera vez en muchos años, mostró sus sentimientos de gran tristeza y decepción. ¡Ella lloró por ese motivo y yo lloré por ella! Y sufrí por saber que no era posible que entendiese que mi decisión fue tomada con toda la libertad y serenidad, siguiendo mi conciencia ¡y apoyándome en la fuerza de la fe en Dios!

Y, al sentir un enorme alivio por dejar el Opus Dei, tuve que soportar de nuevo esta “espina”: ¡la incomprensión de mi hermana! Al mismo tiempo que estaba segura de haber tomado la decisión correcta, me revolvía una vez más contra la institución que –no se limitaba a “robarme” una hermana antes de haber terminado su infancia- además le había hecho tal “lavado de cerebro” que, genuinamente, ella consideraba que salir de la Obra era un acto gravísimo... ¡¡aún más grave que perder la fe!! Y así, la misma institución, me “robó” nuevamente el afecto de mi hermana.

Con tiempo, con paciencia, con oración confiada a Dios que puede curar todos los corazones heridos... nuestras relaciones fraternas están mejorando. Tengo la esperanza de que llegará el día en que el Opus Dei dejará de ser un obstáculo entre nosotras y volveremos a ser sólo nosotras mismas, juntas, delante de Dios, nuestro Padre!.

Familias, numerarias y directoras

1. Las familias donde existe una numeraria (lo mismo sucederá en las familias de numerarios), tienen que aprender a vivir "para bien o para mal" con la presencia oculta pero continua de las "directoras de esa numeraria".

Si la numeraria todavía es muy joven y vive en casa de los padres, la interferencia en la vida familiar de, por lo menos una directora, es diaria, porque la joven numeraria tendrá que "consultar", esto es, tendrá que pedir autorización por todo y por nada;

  • La familia va a pasar el fin de semana al campo; la numeraria telefonea al centro para preguntar qué debe hacer; invariablemente la respuesta será que se debe quedar en la ciudad para participar en alguna actividad de formación o de apostolado...
  • La numeraria les dice a los padres que no piensa acompañarlos, intentando mostrar que se trata de su propia voluntad. Los padres contrariados, insisten y la hija admite que "ha optado" por hacer lo que la directora le ha indicado; o sea, que es está "controlada a distancia";
  • Durante los días de diario, las cosas no son muy diferentes: cuando terminan las clases, la numeraria va al centro de la Obra; telefonea desde allí para decir que se queda a cenar. Cuando el padre llega a casa se pone hecho una "furia" y va a recogerla en el coche "porque no son horas para que ande sola en los transportes públicos";
  • Ya en casa, la hija promete que no sucederá lo mismo al día siguiente;
  • Al día siguiente se queda en casa, pero con el encargo de hablar a todas las amigas para que vayan a la meditación del próximo sábado; entonces ocupa el teléfono de la casa e intenta hablar sin que los padres y hermanos se den cuenta de que va a "abrasar" a las amigas para que acudan a las actividades de la Obra;
  • Cuando acaba de las llamadas, es la directora del centro la que le telefonea a ella para decirle que el día siguiente no debe faltar a la meditación porque ese día es fiesta de la Obra;
  • Para cumplir el mandato, la joven numeraria tiene que levantarse dos horas antes de lo habitual y salir de casa casi a escondidas; después de la meditación y de la misa, se irá a clase, con mucho sueño...
  • Los padres, en casa, intentan adivinar a qué hora se habrá ido y se preocupan con la falta de descanso y con la "exageración" de toda una vida;
  • Y esto sucede durante un mes, dos meses, doce meses, hasta que un día, finalmente, se va a vivir a un centro.


2. Ahora la numeraria ya está "del lado de allá". Para verla, la familia tiene que contar nuevamente con la omnipresencia de las directora, La hija dijo que iría a comer con sus padres y hermanos el domingo; la madre ha telefoneado tres veces para saber cuál es la respuesta; le contesta simplemente: "tengo que ver"; lo que significa, "tengo que consultar con la directora", lo que es igual a "tengo que pedir autorización".

Finalmente, el sábado por la noche, la joven numeraria telefonea para decir que, al final, no podrá ir a casa... Los padres no se conforman y vuelven a insistir el domingo por la mañana, exigiendo hablar por teléfono con la directora. La directora acepta "dialogar" y, después de un diálogo bien amargo, acaba por "autorizar" a la numeraria a que vaya a comer a casa de los padres.

Al ir a comer, la numeraria aprovecha para pedir dinero para pagar el curso anual (el coste se aproxima al de un hotel). Los padres responden negativamente porque ella se fue de casa contra la voluntad de ellos; los ánimos se exaltan, la hija empieza a llorar en cuanto los hermanos pequeños se asustan por el hecho de de que la hermana "está haciendo daño a mamá" y "ya no quiere vivir en casa".

Esto se repite casi todas las semanas, casi todos los meses, hasta que la numeraria consigue su autonomía económica.


3. En ese momento, finalizados los estudios universitarios y el centro de estudios, las directoras deciden enviarla a otra ciudad. La numeraria se lo comunica a los padres, los que le preguntan cómo va a sobrevivir en esa nueva ciudad; ella responde que va a dar clases de secundaria... Los padres se quedan espantados, porque la hija siempre les había dicho que no quería ser profesora. La numeraria les dice que ha cambiado de ideas (léase, "las directoras le dijeron que debía hacerlo porque así entraría en contacto con chicas jóvenes con las que podría hacer apostolado"). Pero nunca dará a entender que la indicación fue exterior a su voluntad. La numeraria debe hacer suyas las instrucciones de la directora, de tal modo que pasa a ser un "alter ego" de la directora.


4. Una vez lejos de la familia, será todavía más difícil conseguir que vuelva a casa de los padres. Estará siempre ocupadísima; y las vacaciones las utilizará para el curso anual en una de las casas de retiros de la Obra.

Con suerte, cuando viaje de un sitio a otro, podrá ver a los padres durante unas breves horas. Con suerte, eso podrá suceder una vez al año... Mientras, escribirá una carta de vez en cuando y, al principio, sólo hablará por teléfono sin son los padres los que telefonean... "porque la Obra es una familia numerosa y pobre" y por eso no se usa el teléfono... Esta regla podrá ser hoy un poco menos rígida pero, básicamente, continua en vigor, ya que si se hacen las cuentas, telefonear a los padres cuesta más que una carta, un sobre o un sello de correo...

Los padre se van conformando... Cuando toman la iniciativa de telefonear, siempre corren algún riesgo: del otro lado responden cortésmente que la hija está "ocupada en una reunión"; dos horas después, responden que está cenando y no se le puede interrumpir. Entonces, el padre pierde la paciencia y exige hablar con la directora del centro a la que le recuerda su derecho a hablar con su hija ¡cuando lo crea conveniente!

Al apercibirse de la "oposición que los padres hacen a la Obra", la directora del nuevo centro va cediendo un poco y dejando que la numeraria se levante de la tertulia o que se retrase en el examen de conciencia en el oratorio.


5. A veces surgen situaciones especiales en la vida de una numeraria o en la de su familia. Entonces aumentan también las intromisiones de las directoras. Relato algunos casos a los que asistí personalmente:

  • Una numeraria tuvo que ser internada con urgencia en un hospital y someterse a una operación muy delicada; la directora del centro se responsabilizó de todo y fue dando información a los padres. Estos, lógicamente, estaban muy preocupados y querían hablar personalmente con el médico, pero nunca lo consiguieron porque la directora se encargaba de impedirlo... Como estaba permitido que se quedara alguien a dormir en el hospital, la pobre madre intentó por todos los medios quedarse ella a acompañar a su hija. La directora le dijo que sí, pero sólo la primera noche. Después serían sus hermanas de la Obra quienes la acompañarían... El problema es que estas "hermanas espirituales" apenas una conocía a la numeraria hacía más de un año; las otras eran casi desconocidas para la numeraria, la cual, estando sufriendo muchísimo, acabó por pedir que dejasen a su madre que se quedara con ella todas las noches...
  • Otra numeraria portuguesa estuvo tres años en el Colegio Romano de Santa María cerca de Roma, sin nunca ir a Portugal o haber estado con la familia “de sangre”. El día que regresó a su país, estaban en el aeropuerto muchos familiares, pero también una directora regional y otra del centro donde iba a vivir... Cuál no sería mi asombro, al ver que las dos directoras “se tiraron” a los brazos de la numeraria en cuanto llegó a la sala de desembarque, dejando a los padres en segundo plano, quedando a la espera… Y, después de haber cumplimentado a toda la gente, la numeraria se fue al centro y los padres a su propia casa. Por fin, después de tres años, les dejaron estar con su hija 10 minutos ¡y rodeados de personas de las obras!


6. Por eso no es de extrañar que uno de los más antiguos supernumerarios portugueses (ya fallecido) –con varios hijos numerarios- le hiciera la confidencia a mi padre del que era amigo, que: "El Opus Dei es una cosa muy buena, pero, en cuanto padres, ¡nos da cada disgusto...!". Se refería en concreto al hecho de que, en el día de su jubilación académica, una de las hijas numerarias se había desplazado a la ciudad donde él vivía, pero no había tenido disponibilidad para comparecer en el homenaje de su jubilación... mientras que mi padre para estar presente, sólo como amigo, hizo a propósito un largo viaje.

Familias, supernumerarias y directoras

1. La diferencia de los directores en la vida de las familias de las supernumerarias (y naturalmente, de los supernumerarios) es generalmente menor que en la de los numerarios/as. Pero puede asumir también formas muy “incómodas” y “perjudiciales”.

En realidad, si la supernumeraria está casada, el lazo de dependencia que tiene en relación a las directoras del centro de S. Gabriel, es, en particular, con la persona con quien hace la charla fraterna, que estará siempre presente en la vida de esa familia. Unas veces de manera más discreta, otras de manera más patente. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando nos “toca en suerte” una directora que telefonea, día sí, día no, para dar avisos y concretar los encuentros. Las reacciones del marido y de los hijos pueden ser bastante fuertes: ¡¿Otra vez ‘fulanita?! ¡Nunca te deja en paz”!...


2. Pero sería muy injusta si no señalase un aspecto muy positivo de la disponibilidad de las directoras para atender a las supernumerarias casadas y con familia: el apoyo de tipo psicológico que esa atención puede dar. En efecto, las charlas fraternas tienden a tratar un poco de todo: de las preocupaciones con el marido y los hijos, las dificultades en el trabajo, de las limitaciones económicas, etc. Por experiencia propia debo decir que tener a alguien que nos escucha regularmente con paciencia y buena voluntad, puede constituir una ayuda preciosa y ayudar a resolver muchos problemas.

Este es uno de los aspectos en lo que la Obra más me ayudó a lo largo de los años.

Es evidente que –como también me sucedió alguna vez- si la directora era una persona dura, severa e inflexible, puede hacer que el tiempo de la confidencia se transforme en una pequeña tortura, en la que somos interrogadas sobre lo que cumplimos y dejamos de cumplir... Pero este estilo fue para mí una excepción. La generalidad de las numerarias que me atendieron se empeñaron en ayudarme a mantener una vida cristiana en medio de las muchas ocupaciones de la vida profesional y familiar. Debo resaltar que durante algún tiempo fui atendida por una agregada, la cual se mostró todavía más comprensiva en relación a mis problemas que las numerarias.


3. Si yo no hubiera conocido “opuslibros”, no tendría mucho más que decir. Pero aquí en la web, descubrí algo que ignoraba totalmente: que el contenido de las confidencias es habitualmente transmitido a las personas del consejo local y ¡a las directoras de las que dependen los centros! Tal como muchos otros antes de mí, me quedé escandalizada e indignada al conocer este hecho.

Entonces las cosas que, durante años y años, yo conté a la directora (o al sacerdote en la dirección espiritual), convencidísima de que estaba haciéndolo en completa confidencialidad, ¿pueden haber sido divulgadas a no sé cuántas personas más? ¡Nunca, nadie de la Obra me informó de esta práctica!


4. La violación de la confidencia es, en sí misma, ¡gravísima!

En relación a mí concretamente, me preocupa poco lo que puedan haber “divulgado”, porque, como he explicado mis charlas giraban en torno a mis ocupaciones familiares y profesionales y en la dificultad de conciliar todo eso con la vida de piedad. Sinceramente, espero que todas las personas que hayan sabido de mi vida hayan quedado edificadas con la dedicación de una madre de familia a sus hijos pequeños, a su marido y a su profesión. Considero que mi vida es prácticamente “un libro abierto”. El único “misterio” era mi pertenencia al Opus Dei, ¡y eso ya terminó!


5. ¡Nada de esto, sin embargo, disculpa que se violen las confidencias de las conciencias ajenas! Si, en mi caso personal, no me parece que pueda haber tenido consecuencias graves, ¡¿quién sabe lo que, con el paso del tiempo, podría haber ocurrido?! Por ejemplo, si en vez de hijos muy pequeños, yo ya tuviese hijos adolescentes o adultos y hablase en la charla de cuestiones relativas a su vida, ¿con qué derecho podrían esas informaciones ser utilizadas de persona en persona y eventualmente utilizadas por la Obra en su provecho?

Lo mismo se puede decir en relación a asuntos concernientes a otras personas de la familia (marido, hermanos, padres, etc.), a otras personas conocidas (amigos, colegas, vecinos), a asuntos de trabajo ¡y a un sin número de temas!

No puedo tener la certeza de que este tipo de utilización abusiva no haya sucedido con algo que yo haya contado a título confidencial... No puedo estar segura de que no hayan hecho alguna de las “famosas” fichas informativas con datos que, de manera totalmente ilegítima, hayan recogido de mis charlas.


6. Me asalta el deseo de exigir al gobierno regional de la Obra que me revele y entregue todo aquello que pueda tener “archivado” sobre mí o sobre asuntos que yo haya referido a lo largo de más de veinte años, ¡desde mi adolescencia!

Pero creo que sería una lucha perdida... Prefiero confiar en la intuición que me dice que para las “cúpulas” de la institución, mi persona y mi actuación, tuvieron siempre una reducidísima importancia.


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