Cuadernos 12: Apostolado de la opinión pública/La palabra ociosa

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LA PALABRA OCIOSA


El hombre -espíritu y materia- encarna su pensamiento, transmite sus ideas valiéndose de un vehículo sensible, de un signo: el habla.

La palabra corre luego de boca en boca, repetida en mil situaciones y épocas distintas, y asegura a lo largo del tiempo la conservación del saber. La palabra es condición indispensable de la convivencia entre los hombres, de la existencia de la sociedad: es el principal medio de manifestación de nuestros conceptos y juicios, de nuestros sentimientos, ilusiones y deseos.

Propagadores del Evangelio

Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado últimamente, en estos días, por medio de su Hijo 1. También la Revelación divina -locutio Dei ad homines- nos ha llegado, por tanto, a través de labios humanos. Como el Padre me enseñó así hablo 2. Cristo, el Mesías, el enviado de Dios, Dios mismo, nos transmite su mensaje, nos ha-

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bla de aquellas cosas que ha recibido del Padre.

El Verbo, la Palabra eterna del Padre, se dejó oír en Galilea, y en Judea, y en Samaria, y en las tierras de la Decápolis. Su palabra iba dirigida a todos los hombres, a todas las épocas, pero era a la vez la palabra de un tiempo determinado, y se vistió del lenguaje arameo, utilizó los modos de decir de los judíos de Palestina y se adaptó a la mentalidad de sus oyentes. Jesús quería hacerse oír, y su palabra se adecuó a los que le escuchaban.

Siguiendo su ejemplo, los apóstoles y discípulos se extendieron por el mundo llevando a todas las gentes la voz de Dios. Y el Señor dio a sus palabras fuerza de milagro. Pedro, cabeza de la Iglesia, habla en Jerusalén, y le oyen muchedumbres de todas las naciones: Se reunió la multitud y quedó perpleja, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estaban asombrados y se admiraban diciendo: ¿Acaso no son galileos todos éstos que están hablando? ¿Cómo es, pues, que nosotros les oímos cada uno en nuestra propia lengua materna? Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y la parte de Libia próxima a Cirene, forasteros romanos, así como judíos y prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras propias lenguas las grandezas de Dios 3. Y después de Pedro, los cristianos todos. El cristiano es apóstol; Dios ha dirigido su mensaje a todos los hombres, quiere servirse de los hombres como instrumentos. La fe viene de la predicación, y la predicación a través de la palabra de Cristo 4. Para creer, antes hay que oír la predicación de la palabra de Cristo. Mientras quede un alma que aún no conozca a Jesús, la voz del cristiano tendrá que resonar, que repetir el mensaje divino, que dar a los hombres, a la sociedad, a la opinión pública, noticia del amor de Dios a los hombres.

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Mientras haya un alma que vacile en su fe o se encuentre sin luces claras, la palabra del cristiano habrá de acudir en su auxilio, tendrá que ayudarle a ir hacia el Señor. Por eso, la palabra de una mujer o un hombre de Dios tiene que ser apostólica, tiene que mostrar con transparencia el espíritu de Cristo.

Lo impone un deber de caridad y de justicia: hemos recibido la fe por medio de unas personas, y por medio de nosotros deben recibirla otras. «Quien ha recibido en su corazón la voz del amor supremo -dice San Gregorio Magno-, devuelva también enteramente al prójimo la palabra de exhortación (...). Por tanto, hermanos, no neguéis al prójimo la limosna de vuestra palabra. Os aconsejo -y me lo aconsejo también a mí mismo- que huyáis de toda palabra ociosa y evitéis hablar inútilmente, puesto que nos dice el Juez: Yo os digo que de cualquier palabra ociosa que hablen los hombres han de dar cuenta en el día del juicio (Matth. XII, 36). Y es ociosa toda palabra que no es buena o necesaria. Por lo tanto, cambiad las palabras ociosas e inútiles en palabras de edificación; considerad con qué velocidad pasa la vida y pensad con qué rigor ha de venir el Juez. Tenedle siempre presente en vuestro corazón y grabadlo en la mente de vuestros prójimos, para que, si no descuidáis en anunciarle en cuanto os lo permiten vuestras fuerzas, podáis ser llamados por Él ángeles» 5. Porque el cristiano es mensajero de Cristo, colaborador de Dios en la tarea de llevar su palabra a los demás hombres y mujeres.

Frivolidad y falta de doctrina

Se han acortado las distancias, los medios de comunicación son hoy una realidad enormemente desarrollada, las opiniones mayoritarias son siempre tenidas en cuenta antes de to-

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mar cualquier decisión de envergadura. Un político, un periodista, un escritor, un comentarista de la radio o la televisión son forjadores de la mentalidad de sus conciudadanos. La información y la formación de la opinión pública están en buena parte en sus manos: sus ideas contribuyen de manera relevante a darle un contenido.

Por eso la palabra del cristiano no puede hoy prescindir de estos medios de expresión. La prensa, el cine, la televisión, deben también propagar una visión cristiana de la vida. El cristiano es corredentor y tiene que orientar toda la realidad hacia Dios; es apóstol y tiene que luchar, que esforzarse para anunciar el Evangelio. Y para ello usará todos los medios que la evolución histórica y el progreso de las ciencias pongan a su alcance.

Pero a veces el cristiano olvida esta misión; y su palabra se vuelve ociosa. Porque ociosa es toda palabra que no contribuye a la extensión del Reino de Cristo. El cristiano es hombre de un tiempo, de una sociedad, y habla de todo con todos; pero su palabra no puede ser inútil, vacía, sin sustancia. No se trata, claro está, de que sus palabras sean gazmoñas; sino de ser sinceros, de actuar con naturalidad: la imagen de Cristo está impresa en el alma del cristiano y debe resplandecer en todas sus acciones.

Si hoy dirigimos nuestra mirada hacia los medios de formación de la opinión pública -aun dejando aparte todo ese sector, numeroso y organizado, que se mueve y dirige por impulsos e ideas expresamente anticristianas y sectarias-, encontramos que Cristo está muchas veces ausente de ellos; que la visión con que se enfocan los problemas es con mucha frecuencia exclusivamente humana; que las informaciones sobre la Iglesia son fragmentarias y, a veces, deformadas.

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Siguiendo el ejemplo de nuestro Padre, rezamos por los que, a costa del deseo de hacerse un nombre, de darse a conocer, de conseguir que se hable de ellos a cualquier precio, «se afanan -como decía un antiguo autor espiritual- en decir cosas más profundas que útiles, excitando la admiración de los ignorantes, pero no obrando su salud» 6. En ocasiones, tal actitud será manifestación de ese defecto contra el que nos previene nuestro Padre: No caigas en esa enfermedad del carácter que tiene por síntomas la falta de fijeza para todo, la ligereza en el obrar y en el decir, el atolondramiento...: la frivolidad, en una palabra 7.

Las más de las veces se trata de cosas escritas a vuela pluma, sin advertir la importancia de los temas que se tocan o de las afirmaciones que se hacen; de opiniones lanzadas a la luz pública sin la reflexión debida. La estructura de los medios de comunicación facilita esa manera de proceder. El periódico, la emisión radiofónica, un informativo en la televisión... han de sujetarse al horario del cierre, y a veces es necesario trabajar rápidamente, componer las cosas en el último momento, improvisar si el caso lo requiere. Y es fácil entonces -si no se tiene un criterio seguro, una conciencia bien formada- escribir o decir cosas equívocas o aun directamente perniciosas.

Pero por debajo de todas estas causas inmediatas, y de otras muchas que podrían aducirse para explicar las situaciones de hecho, existe una causa más profunda, más honda, de esta ausencia de Cristo en los medios de comunicación: la falta de doctrina.

Falta formación en aquellos que comentan, hablan o escriben irresponsablemente de cosas sobrenaturales. Su actitud es tanto más lamentable cuanto que a veces con su forma de obrar parecen suplantar a la Jerarquía, pues asumen una función de magisterio que no les corresponde. Sigue siendo actual la queja que expresó Dios por medio de Jeremías: No enviaba Yo a los profetas, y ellos se adelantaban 8.

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Formación y profesionalidad

No se puede tratar nunca de estos temas sin un conocimiento profundo, doctrinal. Unas ideas lanzadas irreflexivamente pueden deformar la conciencia de los cristianos, pueden inducir al error a multitud de personas, sembrar la confusión en mentes de criterio incierto, alejarles de Jesucristo; en definitiva, alejarles de la Verdad. No es nunca lícito hablar a la ligera de temas que, de un modo u otro, afectan a la vida del alma. Y lo es menos aún si la opinión expresada va a hallar resonancia en muchas personas. Si tienes ciencia, contesta a tu prójimo; mas si no, pon tu mano sobre tu boca 9. Nadie tiene el derecho de confundir, de dañar la fe y la conciencia de los demás. Y la primera actitud de quien carece de la preparación necesaria debe ser, lógicamente, el silencio y el estudio. Se debe callar antes que pecar contra la prudencia, contra la justicia y contra la caridad.

Otra manifestación de la falta de doctrina es la que tiene lugar cuando se aplican a sucesos de la vida de la Iglesia los mismos criterios que se usan para juzgar un acontecimiento cualquiera de orden solamente natural: por ejemplo, cuando hechos que son sobrenaturales se comparan con acciones políticas y se intentan explicar como la resultante de un sistema de fuerzas humanas, sin tener en cuenta que la Iglesia está asistida por el Espíritu Santo, que la inmuniza de error en materia de fe y costumbres, cualesquiera que sean las personas de las que Dios se valga como instrumento.

Se incurre en un defecto similar -aunque ciertamente menos grave- cuando se juzga cualquier acontecimiento humano al margen de su relación con Dios. Como si Nuestro Padre

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Dios, providente y omnisciente, se desentendiera de las cosas de los hombres. Un cristiano no puede tener una visión neutra de las cosas, sino que ha de saber interpretarlo todo bajo la luz de la fe, ha de saber reconocer la acción de Dios a través de los sucesos diarios, corrientes, naturales, porque todas las cosas han salido de Dios y a Él se dirigen. Esta relación fundamental que todas las cosas tienen con Dios deberá a veces manifestarse de un modo explícito; otras, implícitamente; pero no puede estar ausente de la palabra del cristiano, que es la palabra de los hijos de Dios.

Dar doctrina es la gran misión nuestra 10. Y por eso no puede sernos indiferente el problema de la formación de quienes colaboran en los medios de comunicación: por ellos mismos y por el amplio eco que sus juicios alcanzan. Es necesario influir en la opinión pública por medio del trabajo directo en la prensa, en el cine, en la radio... Pero es igualmente necesaria una influencia indirecta a través de otras personas que trabajan en esos mismos menesteres. No sólo somos apóstoles. Hemos de ser apóstoles de apóstoles.

Nos preocupa la formación de todos esos profesionales. Deseamos despertar en ellos su fe y hacerla operativa, llevándola al centro mismo de su actividad. Lo que más temen los enemigos de Dios es que llegue un día, en el cual todos los que creen en Jesucristo se decidan a poner en práctica su fe: y a eso vamos 11.

Como fruto de esta preocupación, han surgido en distintos países -por iniciativa de fieles de la Prelatura- facultades y escuelas de comunicación y toda una serie de medios dirigidos a proporcionar a esos profesionales una formación técnica, cultural, humana y científico-religiosa que les permita desarrollar eficaz y rectamente su tarea.

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Pero también en nuestro apostolado personal de amistad y confidencia ha de estar presente la preocupación por la formación de esas personas. Ningún hombre que haya pasado a nuestro lado, que haya compartido con nosotros una parte de su vida, por pequeña que sea, puede irse vacío, sin el cargamento sobrenatural de nuestra caridad, de nuestra ayuda, en su mente y en su corazón; y esta responsabilidad se agudiza en el caso de quienes trabajan junto a los profesionales de esos órganos de difusión de ideas. Nuestra conversación, nuestra amistad sincera y noble, nuestra oración y mortificación ofrecida por ellos, les moverán a tener siempre presentes en el ejercicio de su profesión aquellas palabras de Jesucristo: Yo os digo que de cualquier palabra ociosa que hablen los hombres han de dar cuenta en el día del juicio 12..

Y al vivir de este modo, esos hombres, artífices de la opinión pública, sentirán el gozo divino de ver transfigurada su palabra humana, de verla convertida en eco de la de Cristo, de la que el Verbo de Dios, Palabra Eterna, dijo en la tierra para que todos los hombres fueran salvos.

1. Hebr. I, 1-2.
2. Ioann. VIII, 28.
3. Act. II, 6-11.
4. Rom. X, 17.
5. San Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, VI, 6.
6. Gilberto Abad, In Cantici canticorum sermo, XXVII, 2.
7. Camino, n. 17.
8. Ierem. XXIII, 21.
9. Eccli. V, 14.
10. De nuestro Padre, Crónica, VI-65, p. 36.
11. De nuestro Padre, Instrucción, mayo-1935, 14-IX-1950, n. 6.
12. Matth. XII, 36.