Cuadernos 12: Apostolado de la opinión pública/Aprender a dar doctrina

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APRENDER A DAR DOCTRINA


Cuando nuestro Padre hablaba de la fe o del espíritu de la Obra, sabía conjugar la hondura con la amenidad. Explicaba ideas profundas de manera sencilla, para hacerse entender por todos. Sus escritos están salpicados de anécdotas, recuerdos autobiográficos, comparaciones, frases gráficas..., que hacen amable y comprensible la doctrina, y que se graban en el corazón. ¿Quién puede olvidar la historia de Juan el lechero, las imágenes del borriquito o de la sopera con lañas, la escenificación del saltador de pértiga y tantas más? Otras veces condensaba en expresiones breves y gráficas criterios claros, orientaciones para la vida espiritual que se recuerdan con facilidad y nos ayudan en las situaciones más variadas: practicar la pobreza como un padre de familia numerosa y pobre; hablar con sinceridad salvaje en la dirección espiritual; tener alma sacerdotal y mentalidad laical; amar al mundo apasionadamente... Cualquiera de sus hijas y de sus hijos seríamos capaces de aña­dir un buen número de frases similares que tenemos en la memoria.

Sin duda, nuestro Padre había recibido de Dios este don y lo cultivó con esfuerzo, poniéndolo al servicio de las almas. Pero no era una simple técnica. Esa facilidad para decir lo que su interlocutor verdaderamente necesitaba, en el modo en que lo pudiera asimilar y recordar siempre, brotaba de su corazón

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sacerdotal. No buscaba el lucimiento, ni atraer a sí las almas: deseaba llevarlas a Cristo, y lo hacía de forma amable, sencilla y alegre, porque estas son las características que tiene todo encuentro con Jesucristo. Se consideraba un instrumento inepto y sordo del Espíritu Santo, y pedía al Paráclito que fuera Él quien actuara en el corazón de quienes le escuchaban.

Nuestro Padre hablaba de lo que vivía: estaba enamorado de Cristo y este hecho trascendía al exterior. Se le notaba especialmente cuando glosaba la Sagrada Escritura. Sus comentarios, decía don Álvaro, resultan siempre particularmente incisivos e inmediatos; no son conclusiones prácticas derivadas de una reflexión sobre el texto sagrado con el fin de introducirlas luego en una espiritualidad prefabricada, ni simples ejemplificaciones que ilustran conceptos de un sistema de pensamiento predefinido. Nuestro Padre deja que el Evangelio hable directamente con toda su fuerza (...).

Su predicación fue siempre muy práctica; movía a las almas a la conversión. Tenía el don de aplicar los pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento a las situaciones concretas de los que le escuchaban. No trató nunca de ser original, porque estaba convencido de que la Palabra de Dios es siempre nueva, y conserva intacta su irresistible fuerza de atracción si se la proclama con fe. En sus labios, el Evangelio no era jamás un texto erudito o una fuente de meras citas o lugares comunes. Hablaba de la Sagrada Escritura con un amor tierno 1.

Para que todos entiendan

Nuestro Padre explicaba que el don de lenguas no consiste en el conocimiento de tres idiomas, sino que es algo mucho más hondo, más espiritual, más psicológico; (...) es saberse adap-

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tar a la capacidad de los oyentes. No se trata de hablar en necio al vulgo, para que entienda, sino de hablar en sabio, en cristiano, pero de un modo asequible a todos. Don de lenguas que yo pido al Señor y a su Madre bendita para todos mis hijos.

La razón por la que deseo este don de lenguas, la habréis podido deducir de las mismas páginas del Evangelio, que están sembradas de parábolas; de ejemplos que materializan la doctrina, que nos ilustran lo espiritual, que no envilecen ni degradan la palabra de Dios. Porque para todos -doctos y menos doctos-, es más fácil considerar y entender las cosas divinas a través de esas imágenes humanas 2.

De tanto procurar imitarle, se le había pegado a nuestro Fundador el estilo, la pedagogía divina de Cristo. Jesús utilizaba muchas parábolas y comparaciones, vivas y jugosas, sacadas de la vida corriente, de lo que sus oyentes habían experimentado y conocían bien. En otras ocasiones, empleaba sentencias proverbiales, fáciles de retener. Adoctrinaba también con gestos sencillos y elocuentes: abrazar a los niños que le presentaban para que los bendijese, lavar los pies de sus discípulos, comer a la mesa de lospublicanos y pecadores... «La revelación se realiza a la vez "mediante acciones y palabras", íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente» 3.

Cristo nos enseñó que hemos de dar doctrina procurando adaptarnos a todos, para que puedan entender, si tienen buena voluntad. A la vez, nos inculcó que el ejemplo ha de preceder y acompañar a la doctrina, de modo que transmitamos cosas vividas -que son las más fáciles de asimilar-, sin quedarnos en conceptos teóricos. Y también nos advirtió que los misterios divinos se desvelan a quien los escucha con humildad y buenas disposiciones, independientemente de las dotes persuasivas o de la elocuencia que posea quien los comunica. Jesús es el me-

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jor de los Maestros, y sin embargo el Evangelio nos muestra a personas muy preparadas e inteligentes que no le comprendían. Lo mismo ocurrió a los Apóstoles: San Pablo pronunció un magnífico discurso ante el Areópago de Atenas -ante personas cultas- y fue rechazado. Viendo no ven, se quejaba el Señor pensando en las personas que orgullosamente confían sólo en su propia razón, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane 4. Por el contrario, Jesús se alegraba y alababa a Dios Padre porque –decía- has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños 5.

La Palabra de Dios nos supera siempre y es muchas veces misteriosa, pero a la vez es profundamente clara, susceptible de ser comprendida por todos, si no se ponen obstáculos a la gracia. Hay que rezar antes que hablar, para que se remuevan esas dificultades. Quien pretende enseñar a otro la doctrina cristiana «debe hacer cuanto esté de su parte para que se le escuche inteligentemente con gusto y docilidad. Pero no dude de que si logra algo y en la medida en que lo logra, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de peroración. Y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a hablar, eleve a Dios su alma sedienta para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó» 6.

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Hablar de Dios con la propia vida

En nuestros días, existe una gran facilidad para recibir información y para comunicarse. Y sin embargo, uno de los mayores problemas con los que se encuentra la Iglesia -nuestro Padre lo llamaba el mayor enemigo de Dios- sigue siendo la ignorancia acerca de la fe católica. Muchedumbres de hombres y mujeres se debaten en la duda, se hallan inmersos en la ignorancia, se interrogan angustiosamente acerca del sentido y fin de su existencia, y esperan el alimento de la Verdad, el único capaz de saciar las ansias de su corazón 7. ¿Por qué, si existe esa facilidad de informarse, son tantas las personas que permanecen a oscuras?

En bastantes países esa ignorancia está provocada con frecuencia por el adormecimiento del espíritu que produce el materialismo. La búsqueda obsesiva del bienestar material no deja tiempo para buscar a Dios; y así, con unas pocas y confusas ideas sobre Jesucristo y la Iglesia, con una formación superficial -generalmente limitada a la recibida en la infancia-, se piensa conocer suficientemente el cristianismo y haberlo experimentado ya. Se está de vuelta de algo que, en realidad, se desconoce casi totalmente. Muchas personas viven en ese círculo vicioso: los prejuicios quitan el aliciente para profundizar en las grandes riquezas de la fe; y, sin ese esfuerzo, crece la propia superficialidad. De este modo, se llega a una situación en la que palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación, vida eterna..., resultan incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y su contenido 8.

Para salir al paso de estas dificultades, se necesitan -como señala Juan Pablo II- «heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy,

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participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios» 9.

Heraldos que sepan algunos criterios fundamentales que vigen en una sociedad como la nuestra, muy determinada por la cultura de la imagen. Son criterios extraídos del sentido común y de la experiencia, que conocen bien los profesionales de la comunicación, pero que sirven a todos en la vida cotidiana, especialmente para dar mayor incisividad al apostolado personal, a los medios de formación... Por ejemplo, sabemos que una comparación gráfica se retiene mejor que un razonamiento y que los datos convencen más que las opiniones; o también, que se comprenden mejor los hechos que las palabras, las historias que los conceptos: queda más grabada la anécdota de Juan el lechero que una disertación sobre la sencillez en la vida de piedad. Por eso es tan importante que los medios de comunicación, también los más populares -cine, telefilms, publicidad, cómics...-, presenten modelos de vida cristiana, y que quienes idean esos productos -guionistas, realizadores, creativos...- sean conscientes del papel fundamental que les corresponde en la transmisión de la verdad.

Pero el modo más eficaz de comunicar es enseñar lo que se vive. No sólo vivir lo que se enseña -sin coherencia es imposible convencer-, sino también mostrar llanamente -sin considerarnos ejemplo de nada- la vida corriente de un cristiano. Dejar ver la repercusión de la doctrina en nuestras acciones. Puede aplicarse aquí aquella enseñanza del Apóstol Santiago el Menor: yo por mis obras te mostraré la fe 10. Quien se abstiene de ciertas conversaciones o diversiones; quien muestra, sin ostentaciones de pobretería, su despego de los bienes materiales; quien sigue siempre un proceder honrado, aunque pierda algunas oportunidades de medrar o hacer fortuna; quien llega pun-

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tualmente a su trabajo; quien lleva adelante una familia numerosa, aunque cueste sacrificio; quien sonríe a pesar de los fracasos profesionales, los sinsabores de la vida o la enfermedad... está mostrando la fe con sus obras. Estos comportamientos hablan por sí mismos y calan en los demás. Sería una pena que, por respetos humanos, los disimuláramos, porque constituyen -sin pretenderlo- el mejor don de lenguas para el apostolado.

Así procedieron los primeros fieles; también en su época, ladoctrina cristiana era -por tantos motivos- muy difícil para la mentalidad pagana. Además, raramente se otorgaba a los cristianos una oportunidad para explicarse. Tantos eran los prejuicios, tantas infamias se les atribuían, que no se atendía a sus razones: no se les escuchaba. Además, parece que la extracción social y cultural predominante de los convertidos en la primera época era más bien modesta: salvo algunas excepciones, no contaban con brillantes polemistas u oradores. Por fuerza, casi el único argumento posible -y el que de hecho fue motor de gran número de conversiones- era su propia vida. La conducta de los primeros fieles hizo comprender la religión cristiana a un mundo que no tenía interés en entenderla. Un antiguo escritor eclesiástico decía a los paganos: «entre nosotros, encontraréis gente ignorante, obreros manuales, inteligencias modestas: si con las palabras parecen incapaces de convencer sobre la utilidad de su doctrina, con las acciones muestran la utilidad de sus principios; no saben pronunciar bellos discursos, pero muestran obras buenas» 11.

Con serenidad y buen humor

Es fácil ver, a lo largo de la historia, que los santos han sido los mejores catequizadores. Enseñando lo que viven, dan a co-

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nocer a Cristo con sus vidas, más eficazmente que con discursos y argumentos. Muestran que la vida cristiana no es una utopía ni tampoco es sólo un conjunto de dogmas y de preceptos morales: es un encuentro personal con Cristo redentor, que se realiza en plenitud cuando somos injertados en un Cuerpo vivo, la Iglesia, que es «el sacramento de la Comunión de la Santísima Trinidad con los hombres» 12. El cristianismo no se aprende leyendo un libro, porque no es una teoría o una filosofía, ni siquiera un método para llegar a Dios. Es un modo de vivir -humano y divino a la vez- que resplandece de modo particular en la vida de los santos.

El Señor ha llamado a todos los hombres y mujeres a la santidad. Aunque todavía nos veamos lejos de esa meta, mientras luchemos por imitar a Cristo, estaremos dando doctrina vivida, no puros conocimientos. Hablaremos de algo muy nuestro, que no es postizo. Nos expresaremos con nuestras palabras, que son las de la gente de la calle, precisamente las que nuestros iguales entienden. Tendremos un don de lenguas que conjuga las buenas explicaderas con la elocuencia de los hechos.

Importa mucho que nuestra santidad sea alegre, rebosante de buen humor. En todo ser humano late un innato deseo de felicidad y, por eso, la alegría tiene una gran fuerza de convicción:. es síntoma de que se es feliz, de que se posee una verdad capaz de llenar nuestra vida. Las personas que nos traten comprenderán -sin necesidad de largos razonamientos- que la fe da respuesta y sentido a las alegrías, dudas, preocupaciones y problemas, que también tenemos, como cualquiera. La fe no nos hace insensibles al dolor, pero nos da un motivo para sobrenaturalizarlo. En cambio, si se pierde el buen humor, se esfuma el don de lenguas, como gráficamente expresa Camino: Caras largas..., modales bruscos..., facha ridícula..., aire an-

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tipático: ¿Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo? 13.

Cuando hay serenidad y optimismo, el apostolado de dar doctrina se convierte en un quehacer amable, comprensivo, intransigente con el error pero dialogante con las personas, respetuoso de la libertad, paciente y esperanzado. No pondremos etiquetas a nadie, ni nos invadirá el celo amargo, que consume las energías y degenera en lamentaciones estériles. Esa conducta vuestra, escribía nuestro Padre, les acercará a la fe, -que nunca tuvieron o que perdieron, tantas veces sin demasiada culpa por su parte. Cuando esto suceda, vuestro cariño deberá redoblarse; habréis de continuar andando juntos por la vida, dialogando como amigos sinceros, adivinando sus posibles dificultades, para afirmarles más en la buena senda 14.

Nuestro Fundador fue depositario de un mensaje divino, viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo, suscitado por el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, y lo transmitió con brío extraordinario. Ser fieles a nuestro Padre significa transmitir su espíritu sin alteraciones, pero también procurar imitarle en el garbo con que lo daba a los demás. Igualmente, hemos de seguir sus pasos en el modo de transmitir los contenidos de la fe y hablar de Dios, luchando por adquirir la claridad en la expresión, el atractivo de la palabra, la simpatía y la capacidad de comprender que tenía nuestro Fundador, y saber mostrar con obras nuestra fe, con naturalidad, sin considerarnos mejores, porque no lo somos. Es parte de nuestra formación apostólica, del modo de ser buenos hijos de nuestro Padre.

1. Don Álvaro, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, cap. 9.
2. De nuestro Padre, Meditación, 4-II-1962.
3. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 53. Cfr. Conc. Vaticano II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 2.
4. Matth. XIII, 13-15.
5. Ibid. XI, 25.
6. San Agustín, De doctrina christiana, IV, cap. 15, 32.
7. Don Álvaro, Cartas de familia (3), n. 31.
8. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 376.
9. Juan Pablo II, Discurso al Simposio de Obispos Europeos, 11-X-1985.
10. Iacob. II, 18.
11. Atenágoras, Legatio pro christianis, 11.
12. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 747.
13. Camino, n. 661.
14. De nuestro Padre, Carta 16-VII-1933, n. 23.