Cuadernos 11: Familia y milicia/Con fervor de caridad

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CON FERVOR DE CARIDAD


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Dios, a través de nuestro Padre, no ha querido en la Obra ni solterones, ni solteronas, ni señoritos, en el sentido peyorativo de estas palabras. Busca y desea contar con gente enamorada: hombres y mujeres que sienten la alegría de servir a Cristo y a los demás, con una dedicación total, laboriosa y sacrificada 1.

Nuestro Fundador nos recordó innumerables veces que la vocación nace del Amor y en el Amor encuentra su alimento. Por eso, también en muchas ocasiones, nos advirtió: a lo largo del camino —del vuestro y del mío— solamente veo una dificultad, que tiene diversas manifestaciones, contra la cual hemos de luchar constantemente (...). Esa dificultad es el peligro del aburguesamiento, en la vida profesional o en la vida espiritual; el peligro de sentirse solterones, egoístas, hombres sin amor 2.

El aburguesamiento supone una actitud incompatible con la vibración y la entrega que caracteriza a las almas enamoradas. Si bajásemos la guardia en la lucha diaria, fácilmente caeríamos en el apoltronamiento, y pondríamos en peligro incluso nuestra perseverancia, pues nos volveríamos sordos a las lla-

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madas del Señor, que siempre nos pide más a través de las palabras del Padre: ¡más, más!, para que llevéis una vida de sacrificio, de renuncia a tantas cosas que a veces parecen necesarias y no lo son, que son comodidad, caprichos del ambiente de consumismo, y que —si nos dejáramos arrastrar por esa presión— nos encerrarían en nuestro egoísmo 3.

El peligro del aburguesamiento

En el Opus Dei —escribía nuestro Fundador— estamos llamados a vivir al día, con lo puesto, sin que nada nos ate, confiados a la Providencia de nuestro Padre Dios. Si no, el camino se torcería. Quizá alguno aguantara un tiempo en ese estado, pero el clima peculiar de la Obra —de entrega total— acabaría por rechazarlo, como a cuerpo extraño 4. Por eso —refiriéndose al peligro de aburguesarse— nos advirtió hace ya muchos años: si alguno cayera en el lazo de esta tentación, acudid en su ayuda prontamente; porque —si no desecha ese pensamiento— saldrá fuera de la barca, se marchará fuera del camino, fuera de nuestro hogar: perderá la vocación 5.

Hay que permanecer vigilantes, para atajar en sus comienzos este mal, en la vida propia y en la de quienes conviven con nosotros. Porque hemos de respetar todos, en el Opus Dei, el compromiso de no permitir que nada ni nadie enturbie (...) el ambiente, el espíritu peculiar nuestro de entrega total 6. Es un deber que todos —jóvenes y menos jóvenes— adquirimos al venir a la Obra, y que cobra mayor relieve con el transcurso del tiempo.

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Sería triste, decía el Padre en una tertulia, que hubiésemos entregado nuestras vidas al Señor por completo, y sin embargo nos quedásemos apegados a un gusto, a algo que utilizamos, y no supiésemos estar desprendidos de lo que no tenemos (...). Hay que ir arrancando todo lo que sea superfluo. No os dejéis llevar por el consumismo o por la comodidad 7.

Debemos estar alerta para no transigir con el menor síntoma de aburguesamiento, al amparo del clima amable de nuestros hogares, conseguido con el sacrificio de tantas hijas e hijos míos8. Por el contrario —añadía don Álvaro—, el tono acogedor y la esmerada atención doméstica de nuestros Centros han de ser un acicate para que cada uno busque la ocasión de mortificarse, de servir a los demás, de cuidar de esos instrumentos materiales instalados y sostenidos con el sacrificio de muchos. Convenceos, con convencimiento divino, de que introducir en un hogar como el nuestro cualquier detalle con resabios de aburguesamiento encerraría una afrenta a la Voluntad de Dios, y al esfuerzo santo de nuestro Padre y de tantas hijas e hijos míos por cumplirla. Defended apasionadamente, insisto, el modelo de hogar que con la Obra nos ha legado nuestro Padre 9.

Oveja y pastor

Este gustoso compromiso de Amor lleva a reconocer los primeros indicios del aburguesamiento, que a menudo pueden disfrazarse con apariencias de naturalidad, de salud, de descanso, e incluso de eficacia apostólica. El aburguesamiento tiene unas manifestaciones muy claras. En primer lugar, el abandono de la lucha por cumplir bien las Normas. Después, la des-

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preocupación de lo que es ocupación general de la Obra: la santidad personal y la santidad de los demás. La vergüenza o el abandono para hacer y recibir la corrección fraterna (...). Luego, el pensar que se hace mucho: yo, me estoy matando..., cuando en realidad no hacemos nada. En Casa no se mata a nadie, por mucho que trabaje. Después, no tener interés en pegar esta locura de amor, haciendo proselitismo 10.

Con el aburguesamiento se entra en el derrumbadero de la tibieza, tan costoso de desandar. Con una mirada apagada para el bien y otra más penetrante hacia lo que halaga al propio yo, la voluntad tibia acumula en el alma posos y podredumbre de egoísmo y de soberbia que, al sedimentar, producen un progresivo sabor carnal en todo el comportamiento. Si no se ataja ese mal —nos advertía don Álvaro—, toman fuerza, cada vez con más cuerpo, los anhelos más desgraciados, teñidos por esos posos de tibieza; y surge el afán de compensaciones; la irritabilidad ante la más pequeña exigencia o sacrificio; las quejas por motivos banales; la conversación insustancial o centrada en uno mismo (...). Aparecen las faltas de mortificación y de sobriedad; se despiertan los sentidos con asaltos violentos, se resfría la caridad, y se pierde la vibración apostólica para hablar de Dios con garra 11.

El ambiente social se caracteriza en muchos casos por el desordenado apegamiento a las comodidades, por la repulsa del sacrificio, por la búsqueda insaciable del confort material, que se erige como regla suprema de vida. Al tratar de rectificarlo y reconducirlo hacia Dios, hemos de vigilar para que no se introduzca como por osmosis en nuestros corazones y en nuestros hogares.

Dad muchas vueltas, todos los días, nos escribía el Padre pocas semanas después de su elección, al pensamiento de que la Obra está en nuestras manos, y que la hemos de transmitir a los de-

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más con la misma fuerza y santidad con que Dios se la hizo ver y llevar a cabo a nuestro Padre, y luego a don Álvaro 12. Todos somos y nos sentimos corresponsables del espíritu que nos ha legado nuestro Fundador. Todos somos y nos sentimos oveja y pastor en el Opus Dei, con el sacrosanto derecho y el irrenunciable deber de velar por la integridad de ese espíritu. Por eso, el primer proselitismo, en la Obra, consiste en no dejar que se pierda ninguna vocación; no permitir que los demás se vuelvan tibios, comodones, aburguesados. Hemos de ayudarnos, con la oración, con la mortificación, con el trabajo, con la corrección fraterna, con el cariño de hermanos 13.

Un motivo que vale la pena

Al hilo de estas palabras de nuestro Fundador, don Álvaro nos invitaba a mantenernos firmes y a ser apoyo para los demás. Dios cuenta con el ejercicio diario de vuestra personal responsabilidad de modo que, a vuestro lado, no se deslice nadie por ese plano inclinado de la tibieza, que termina en el descamino. Vibrad con fervor de caridad, para que nadie ni nada pueda debilitar el vigor sobrenatural de nuestro hogar, y tampoco su cohesión y su entraña humana 14.

Si alguien recorriera esta mala senda, habría que advertirle claramente del peligro en que se encuentra y ayudarle a redescubrir, con luces nuevas, que el motivo divino, que nos inquietó y nos arrancó de nuestra poltronería, es un motivo que vale la pena. ¡Vale la pena!: nos conviene ser fieles; nos conviene tener tanto amor, que en nuestra vida no quepa el aburguesamiento 15. Porque el aburguesamiento se vence por este

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camino de entrega, sabiendo renovar la ilusión con el cumplimiento piadoso de las Normas, y con la lucha diaria, hasta el final de nuestro paso por la tierra 16.

Nuestro amadísimo Fundador quiere alcanzar de Santa María, para todos sus hijos, la gracia de la fidelidad en el amor. Pero cuenta con nuestra colaboración. Vale la pena que nos ayudemos a ser fieles. Por eso —nos dice a cada uno—, renovad una vez más el propósito de ordenar el proselitismo: en el orden de la caridad, sois vosotros, los de Casa, los primeros. Acordaos siempre de este criterio, no sea que a alguno le dé por dedicarse a cazar leones con la imaginación, y deje escapar las piezas que ya están heridas por el Amor junto a Cristo 17.

1. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 278.
2. De nuestro Padre, Instrucción, 8-XII-1941, n. 84.
3. Del Padre, Tertulia, 7-VIII-1996.
4. De nuestro Padre, Carta 14-II-1974, n. 7.
5. De nuestro Padre, Instrucción, 8-XII-1941, n. 84.
6. De nuestro Padre, Carta 14-II-1974, n. 8.
7. Del Padre, Tertulia, 2-VI-1995.
8. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 278.
9. Ibid. n. 280.
10. De nuestro Padre, Tertulia, 8-XII-1972.
11. Don Álvaro, Cartas de familia (2),n. 275.
12. Del Padre, Carta I-VI-1994.
13. De nuestro Padre, Carta 28-III-1973, n. 15.
14. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 275.
15. De nuestro Padre, Crónica, 1971, p. 394.
16. De nuestro Padre, Crónica, 1973, p. 541.
17. De nuestro Padre, Tertulia, 19-III-1964.