Cuadernos 11: Familia y milicia/Como ciudad amurallada

COMO CIUDAD AMURALLADA


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En la lucha por la santidad siempre encontraremos enemigos: por eso advierte el Espíritu Santo por boca de Job que es milicia la vida del hombre sobre la tierra 1. Los adversarios del Reino de Dios no cejan en su persistente instigación contra la paz interior de cada hombre; y nosotros mismos, turbados por el fomes peccati que late en lo hondo de nuestra naturaleza caída, también nos plantamos a veces como enemigos de la propia felicidad.

Con la Redención, Dios se empezó a construir un Reino, un pueblo de hijos suyos, linaje escogido, clase de sacerdotes reyes, gente santa, pueblo de conquista 2, y eligió de entre los hombres una nación que le sirviera, un ejército fiel que se batiera en esta bellísima guerra de amor y paz, para hacer campear el estandarte de Cristo en todos los campos de batalla, en la cumbre de todas las actividades humanas 3.


Dentro de la armadura

La Obra ha sido bien dotada para participar en la misión que Jesucristo ha confiado a su Iglesia: Desde hoy te hago como

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ciudad fortificada, como férrea columna y muro de bronce... Yo estaré contigo para protegerte, palabra de Yavé 4.

Dios ha querido constituirla como una plaza fuerte en esta lucha para instaurar el Reino de Dios en la tierra, en las instituciones y en las almas. El pequeño hogar de la Obra, que es una partecica —así solía expresarse nuestro Padre— de esta gran familia que es la Iglesia católica 5, es el destacamento de destino para quienes hemos sido llamados a sus filas. Y desde estos muros bien guarnecidos, el Señor espera que luchemos con valentía.

¡Proclamad esto entre las gentes! ¡Lléguense, suban todos los hombres de guerra! 6. La vocación nos ha dado entrada en esta fortaleza de Dios, donde cada uno ha de cubrir un puesto preciso. Por eso, la unidad es una parte importante de nuestra fuerza. Compactos, convencidos de que Cristo no pierde batallas 7, nos hacemos para el enemigo de Dios terribles como un escuadrón formado en orden de batalla 8. Y la cohesión de la caridad entre nosotros nos trae a Cristo, de quien recibimos toda la fortaleza: donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo Yo en medio de ellos 9.

Sólo podremos vencer permaneciendo juntos, guardándonos unos a otros, codo con codo, sin dejar un solo hueco entre los muros: «pues si una ciudad se defiende contra las insidias del enemigo con un gran baluarte, y se ciñe de fuertes muros, y se protege por todas partes con una insomne vigilancia, pero se deja indefendido un solo agujero por negligencia, por allí sin duda entrará el enemigo» 10. Somos mutuamente responsables de la suerte de la ciudad y de la de cada uno de nosotros.

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¡Qué alegría sentirnos metidos en esta gran empresa de Cristo, y qué honra la que el Señor nos ha concedido al llamarnos a sus filas! Pero como notamos también, cada uno, nuestra personal debilidad, nos sabemos vulnerables, y tenemos clara conciencia de que por nosotros mismos no podemos nada. Sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita el bien; pues querer el bien está a mi alcance, pero ponerlo por obra, no. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero 11. Sin embargo, al llegar a la Obra para habitar en este bastión de la guerra divina, se nos dio una poderosa coraza contra la que se estrellarán siempre los embates del enemigo: la vocación. Hemos de refugiarnos en ella como los guerreros antiguos se metían dentro de su armadura: la vocación es nuestra defensa 12.

La llamada divina es protección, y al mismo tiempo, el espaldarazo que nos convierte en boni milites Christi lesu 13, buenos soldados de Cristo Jesús. Por eso, abandonar en cualquier rincón nuestro peto y nuestro casco, rechazar la seguridad que nos ofrece el Señor, es casi tanto como echar a perder la vida, quedarnos inermes, indefensos, ante un contrincante que no perdona.

Tres voluntades

Como Santo Tomás enseña repetidas veces, las cosas se conservan por las mismas causas que les dan el ser 14. En la vocación de cada uno de nosotros intervino Dios, que nos llamaba; pero también fue necesaria la acción de otras personas —al menos, con su oración y su mortificación—, a las que el Señor

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usó como instrumentos; y la aceptación de cada uno de nosotros, que correspondimos de modo personal. Si se mantienen estos tres elementos, perseveraremos: nuestra fortaleza es de Dios, de la caridad de nuestros hermanos y del esfuerzo personal nuestro 15.

Por cuanto corresponde al Señor no faltará nada: el que os llama es fiel, y por eso lo cumplirá 16. Si Dios nos convoca, es para culminar el trabajo empezado. Dios no es tal que estén en Él el sí y el no, sino que en Él todo es un sí invariable. Pues cuantas promesas hay de Dios, tienen en este sí su verdad 17. Por su parte tendremos toda la ayuda que nos haga falta. Y por la nuestra, como respondimos la primera vez, con idéntica voluntariedad actual, hemos de seguir correspondiendo durante toda la vida con generosidad.

Tampoco puede faltar el tercer elemento: la caridad frater­na. Si esa caridad nos trajo a Casa, tiene también que ayudarnos a mantenernos firmes. De ahí que sea muy grave la obligación de velar —poniendo todos los medios a nuestro alcance— por la perseverancia de los demás, y que sea también un deber de justicia; pues habiendo sido nosotros, en parte, causa de que aquel otro viniese a la Obra, es justo que también le demos los medios para seguir el camino. Que nadie se sienta solo en Casa, que esté persuadido de que se le comprende; y si tiene una flaqueza, se le disculpa, y se le da la mano; y de que, para su debilidad, está la fortaleza de todos los otros 18. Cuanto más débil sea uno, con tanta más seguridad podrá contar con el apoyo del resto, como en una ciudad fortificada: los soldados se acumulan en aquella parte del muro que tiene ya abierta una brecha. Cuanta más debilidad, más ayuda y más

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cariño, más desvelo. La madre acude con más amor al hijo enfermo. Una madre, un hermano que ama, ante un hijo o ante un hermano enfermo, no se aparta aunque la enfermedad sea contagiosa 19.

Ésta ha de ser la disposición de cada uno ante la vocación divina de los demás: custodiarla a costa de cualquier precio, . con ánimo fuerte. «Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos» 20. Así, codo con codo, compactos, unidos, no hay enemigo temible, porque si uno es agredido, serán dos a defenderse, y la cuerda de tres hilos no es fácil de romper 21.

No preocuparse positivamente, activamente, de la fidelidad de los demás puede constituir, pues, un verdadero pecado, y aun grave, contra la caridad y contra la justicia. Al privar a un hermano nuestro que lo necesitase —y en general, se necesita siempre— de nuestra ayuda, se le expondría a perder la vocación, que es la gracia mayor que el Señor ha podido hacerle, y la mejor salvaguarda de todas las demás. Son ideas muy claras que nuestro Padre no se cansaba de repetir. Si un día alguien no viera claro el camino, se le haría notar que tiene absoluta libertad para marcharse. Más aún, que en Casa, aunque hagamos falta todos, nadie hace falta, ni el Padre: y es el Fundador. Se le haría ver que no debe sentirse coaccionado. Pero inmediatamente —respetando esa libertad— se ponen todos los medios sobrenaturales y humanos necesarios para devolverle la vista, para que no tire por la borda su felicidad, su propia vida. Se le encomienda y se le habla con infinito cariño: con la misma delicadeza y solicitud que desearíamos que tuvieran con nosotros, si estuviésemos en las mismas tristes circunstancias 22.

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Derecho y deber de ayudar

Esta responsabilidad es de todos y a la vez de cada uno, personalmente. Cada uno ha de estar siempre atento ante el bien de sus hermanos, en una amorosa vigilia de servicio permanente. «Éstos son tus siervos, mis hermanos —escribe San Agustín—, que tú quisiste que fuesen hijos tuyos, señores míos, y a quienes me mandaste que sirviese si quería vivir contigo» 23. Cristo, que se ha metido en sus vidas, exige imperativamente que ayudemos a conservar ese dominio de amor instaurado en aquellas almas.

Todos, absolutamente todos, tenemos en Casa esta misión de defender a los demás, cualquiera que sea el puesto que ocupemos en la Obra. Cada uno de vosotros —decía nuestro Padre— tiene el deber de una dirección espiritual prudente, pero heroica, con los otros hermanos que están cerca de él. Todos sois el buen pastor. Todos, por el hecho de estar en el Opus Dei, tenemos la misión, que es un deber, y el derecho sacrosanto de ayudar a santificarse a los demás 24. El buen pastor apacienta a sus ovejas, las conoce una por una, las conduce con solicitud, prevé las dificultades que encontrarán en su camino, y abandona cuando es preciso a las noventa y nueve en el redil, para ir a buscar a la que falta, a la que anda esquivando a las demás. Los Directores tienen en esto una misión y una responsabilidad especial, pero cada uno de nosotros puede también y debe sentirse en cierto modo pastor de la grey entera, gobernando no a la fuerza, sino de buen grado según Dios; no por mezquino afán de lucro, sino de corazón; no como tiranos sobre la heredad del Señor, sino haciéndoos modelo de la grey25.

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Esta responsable guardia de los muros —que trasmite seguridad a los mismos vigías— está hecha de caridad y también de cariño humano. Una manifestación de ese amor —que ama la santidad de los demás incluso por encima de su propio bien— es la oración y la mortificación, porque si Dios no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas 26. Se nos ha de poder definir a cada uno como el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo y por la ciudad santa27. Oración, avalorada por el sacrificio, por la mortificación, por dar la vida de modo constante por los demás, con una disposición generosa y abnegada de entrega: muramos valerosamente por nuestros hermanos 28. Hasta ahí ha de llegar la fraternidad que nos pide la Obra. Perder la vida, quemarla cada día, negándonos continuamente en mil detalles, para hacer fácil y amable el camino de Dios, el servicio de armas al que Jesucristo nos ha llamado.

Sin descanso ni tregua

Otra manifestación clara, y muy sobrenatural, de esa vigilia amorosa es la corrección fraterna: a veces con la mirada, a veces con la consideración que el caso exija 29. La pérdida de una vocación nunca ocurre de pronto, improvisamente, como una explosión. Es algo que se anuncia con muchas pequeñas manifestaciones que se notan en la convivencia diaria. Y entonces, cuando esos detalles son todavía de poca importancia, se está a tiempo. Una corrección fraterna oportuna puede enderezar un rumbo que, en caso de continuarlo, desembocaría fuera de los muros de la ciudad. Por eso no caben la indiferen-

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cia y la pasividad en tales casos. Es tan agradable a Dios esa acción fraternal, que Él mismo nos ha dicho: si tú amonestares al justo para que deje de pecar, vivirá él y tú habrás salvado tu alma30.

Una muestra más de fraternidad —reflejo de una fina guardia de amor— será la ayuda para que todos cumplan bien las Normas, que son precisamente Normas de vida, parapeto de la vida interior, y su alimento. Caridad con vuestros hermanos. Esa caridad os llevará a ayudarles a conservar su vocación, que es el tesoro más espléndido que Dios nos dio. Esa caridad os llevará a contribuir con vuestro esfuerzo, para que cada uno de los nuestros sea santo, para que todos tengan una sólida vida interior. Si sabéis que algún hermano vuestro viene retrasando la meditación, o se olvida de confesar en el día señalado, ¿por qué no ayudarle?: Oye, ¿vamos a hacer la meditación?; ¿vienes a confesarte?: hoy nos toca... Si nos damos cuenta de que a aquél o al otro la mortificación le cuesta, ¿no podremos allanarle el camino, con una palabra cariñosa y buen ejemplo? 31.

Y junto a todo eso, la ayuda concreta en sus quehaceres, en los encargos, en la tarea diaria, también en la profesión. Ayudarles a ser eficaces en el trabajo externo, en el trabajo profesional. Alter alterius onera pórtate, et sic adimplebitis legem Christi fGalat. VI, 2). Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo. Pero llevadla con gusto. Daos, con amor a Dios y con amor a vuestros hermanos, en un servicio que pase inadvertido. Y veréis cómo, si vivís así, comenzarán otros a vivir lo mismo, y seréis como una gran hoguera que enciende todo 32.

Todas esas manifestaciones de caridad, de vigilia de amor, son especialísimamente propias de nuestro día de guardia, cos-

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tumbre que la Obra nos ha enseñado maternalmente a practicar. Pero hemos de procurar extender esa actitud y sus frutos a todos los días, a todos los momentos, en un servicio permanente, sin descanso ni tregua.

Viviendo así nuestra fraternidad, heroicamente cuando sea preciso, será difícil que haya bajas en nuestras filas: como los mártires de Sebaste, si cuarenta entramos en la batalla, cuarenta coronas podremos pedir al Señor. Por eso, el mejor proselitismo es el de ayudar a quienes tienen nuestra misma vocación a perseverar y a ser santos, porque melior est finís quam principium, mejor es terminar que empezar: comenzar es de todos; perseverar, de santos 33.

Todos firmes, compactos, bien unidos, nos defenderemos unos a otros y defenderemos la ciudad y el Reino de Dios. Frater qui adiuvatur a fratre quasi chitas firma 34. El hermano ayudado por su hermano se mantendrá fuerte, como esta almena inexpugnable que es la Obra de Dios, una torre segura dentro de la ciudad amurallada de la Iglesia de Cristo.

Que Santa María, Virgo Potens, Turris Davidica, Regina Apostolorum, guarde con vigilancia amorosa el tesoro de nuestra fraternidad, piedra angular de nuestra fortaleza.

1. Job. VII, 1.
2. I Petr. II, 9.
3. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 46.
4. Ierem. I, 18-19.
5. Don Alvaro, Cartas de familia (3), n. 196.
6. Joel. III, 9.
7. De nuestro Padre, Meditación Vivir para la gloria de Dios, 21-XI-1954; En diálogo con el Señor, p. 28.
8. .Cant. VI, 10.
9. Matth. XVIII, 20.
10. San Gregorio Magno, Moralia, 19, 21, 33.
11. Rom. VII, 18-19.
12. De nuestro Padre, Tertulia, 25-V-1958.
13. Ch.II Tim. II, 3
14. Cfr. Santo Tomás, S.Th. I, q. 104, a. 1.
15. De nuestro Padre, Tertulia, 1-I-1961.
16. I Thes. V, 24.
17. II Cor. I, 19-20.
18. De nuestro Padre, Charla, 12-IV-1954.
19. De nuestro Padre, Meditación, 16-IV-1954.
20. San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Policarpum, 1, 3.
21. Ecdes. IV, 12.
22. De nuestro Padre, Crónica, V-61, p. 10.
23. San Agustín, Confessiones, X, 4, 6.
24. De nuestro Padre, Meditación, 12-III-1961.
25.I Petr. V, 2-3.
26. Ps. CXXVI, 1.
27.II Macab. XV, 14.
28. I Macab. IX, 10.
29. De nuestro Padre, Meditación, 12-III-1961.
30. Ezech.m,21.
31. De nuestro Padre, Meditación, 29-III-1956.
32. Ibid.
33. Camino, n. 983.
34. Prov. XVIII, 19.