Crecer para adentro/Rezar todos unidos

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REZAR TODOS UNIDOS (19-V-1937, Miércoles de las Témporas de Pentecostés)

J. M. Escrivá, fundador del Opus Dei


1) Los Apóstoles, hombres al fin, aun en el momento de la Ascensión tienen que ser reprendidos por Cristo por su falta de fe, por su dureza de corazón, Pero son hombres que cuentan con la promesa de Cristo: He aquí que permaneceré con vosotros hasta el fin de los siglos (61), Rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros eternamente: el Espíritu de verdad, que os enseñará todas las cosas (62), Sí, a la obra de Redención realizada por Cristo ha de juntarse, completando el plan de Dios, la obra de Santificación del Espíritu Santo.

Y he aquí que, días después, nos encontramos a estos hombres que forman el colegio apostólico reunidos, pariter in eodem loco (63). ¿Qué hacían? Esperar. Pero esperaban juntos, en un mismo lugar; esperaban orando. Aún resonaba en sus oídos el eco de las palabras de Cristo: "Cuando dos se juntaren en mi nombre, allí estaré Yo, en medio de ellos" (64),

Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os será concedido (65). Su oración tiene las condiciones requeridas para ser eficaz: piden en nombre de Jesús; perseveran, unidos; y Dios mora, efectivamente, entre ellos.

Pariterin eodem loco. Juntos en un mismo lugar. Para que nuestra oración sea verdaderamente fecunda, ¿no deberá existir entre nosotros aquel contacto, aquella unión que había entre los Apóstoles, no por la permanencia física en un mismo lugar sino por la identidad de pensamiento, de sentimiento, de voluntad? Sí, hemos de querer con la Obra, sentir con el Corazón de Cristo, pensar con aquél que es cabeza entre nosotros, que no interfiere con la entera libertad en todo lo relativo a los asuntos temporales. Ésta es la unidad verdadera, propia del cuerpo sano, en plenitud de vida. ¿Qué sería de nuestro organismo, si el pie renunciara a su misión de andar y quisiera ocupar el lugar de la cabeza, y si el estómago rehusara digerir y se empeñara en ver? Sería el desorden y, con esto, la descomposición del cuerpo.

Cada miembro ha de permanecer en su sitio, realizando su función peculiar, y todos subordinados en lo espiritual y apostólico a un pensamiento director, todos unidos colaborando -con la perfecta ejecución del propio trabajo- a la perfecta ejecución de los designios de Dios. ¡Unidos, unidos siempre, en un mismo querer apostólico, en un mismo sentir, en un mismo pensar! ¡Jesús, que este cuerpo de la Obra tenga unidad, que sean uno -como Tú has indicado- estos primeros que lo constituyen, y que sean asimismo una sola cosa todos los que vendrán después a continuar su vida, hasta que vuelvas a la tierra el día del Juicio final! Jesús mío, que nos ves, que nos oyes –nuestra Madre también nos escucha atenta desde el Cielo-, ¡haz que seamos uno! Hijos míos, pasad siempre por alto cualquier diferencia entre vosotros; sobrellevad con paciencia toda humillación que se os pueda infligir, que ordinariamente será efecto no querido de nuestra flaqueza, y que os servirá para acrisolaros y mejoraros; extremad entre vosotros la caridad fraterna. Y Tú, Señor, empújales a que cada día sientan todos con más delicadeza las insinuaciones, que nunca serán mandatos tajantes, con las que se les marque el camino.

Sí, hijos, todos unidos siempre, en verdadera unión de caridad. Yo no soy un eslabón desprendido, un verso suelto. Por la misericordia de Dios, soy el primer eslabón, y vosotros sois también primeros eslabones de una cadena que se continuará por los siglos sin fin. Yo no estoy solo; hay ahora almas –y llegarán muchas más en el futuro- dispuestas a sufrir conmigo, a pensar conmigo, a participar conmigo de la vida que Dios ha depositado en este cuerpo de la Obra, que está apenas nacido. Yo tengo el deber de pedir por ellos, pensando en vosotros y en todos los que os seguirán; tengo que pedir perseverancia firme, y fe, y reciedumbre de alma, y entendimiento del espíritu de la Obra. Hoy, concretamente, ruego con todos vosotros al Señor que -si es su Voluntad- nos facilite una solución pronta y eficaz al problema de nuestra evacuación de este sitio (66).


2) Esperaban orando. ¿No os he dicho muchas veces que la oración es omnipotente? ¿No nos ha enseñado Cristo, con sus palabras y con su ejemplo, que la oración es necesaria? Él oraba noche y día, en medio de las turbas y en la soledad a la que se retiraba durante las horas del sueño. Los Apóstoles perseveraban en la oración, mientras aguardaban la llegada del Paráclito. También nosotros hemos de pedir, pedir siempre, ahora especialmente, en este trance que atravesamos. Pedir, llenando de oración el trabajo y el descanso y la comida y la conversación.

Yo recuerdo -y ésta ha sido una de las grandes satisfacciones de mi alma de sacerdote- el trato con un alma que me decía: estoy tan poseída del Espíritu, que hago oración hasta mientras duermo (67). ¡Oración del alma entregada a Dios, del alma que vive en la intimidad de Cristo! Oración que continúa brotando en todas las ocupaciones ordinarias, que sigue en la calle, en el "Metro", entre el ajetreo de la multitud.

Una condición esencial de la oración, para que sea eficaz, es la perseverancia. Hablaba ayer, con uno de vosotros, de comenzar a rezar para conseguir una salida rápida de este lugar: rezar con el mismo ímpetu, con la misma fe, con la misma constancia con que otras veces nos lo hemos propuesto para salvar situaciones difíciles. Roguemos, pues, todos unidos, y tengamos confianza en que nuestra oración perseverante y llena de fe será escuchada.


3) Oraban los Apóstoles, esperando el cumplimiento de la Voluntad de Dios. Estaban, señala el texto sagrado, perseverantes unanimiter in oratione (68). Perseverantes: continuaban, llenos desconfianza, su oración. Unanimiter: unánimemente, todos unidos en un solo corazón, que ansiaba la prometida efusión del Espíritu Santo, para el cumplimiento de su misión.

Así hemos de pedir también nosotros la gracia que nos convierta en perfectos instrumentos de Cristo para cristianizar al mundo, y especialmente a los intelectuales, que han de constituir particularmente nuestro campo de acción (69). In oratione: en oración. Yo los veo a todos en el Cenáculo; y entre ellos, indignos compañeros tuyos, a ti, Madre, Regina Apostolorum. Veo el rostro de Pedro, surcado por la huella de tanto llanto vertido después de la muerte de Cristo; veo el fulgor de los ojos de Leví, y el rostro de Tomás, el que puso sus manos incrédulas en el esplendor de las llagas del Redentor; y a Andrés, el que se había de abrazar a la cruz en que murió, puente entre este mundo y el Cielo, con los requiebros más ardientes y tiernos. Todos oran. Pasan los días, uno tras otro. ¿Qué importa? Ellos saldrán de allí transformados, hechos otros hombres, para desparramarse por el mundo en busca de almas.

Jesús mío -y éste será nuestro coloquio final-, no quiero dejar mi oración sin formular un propósito. ¡Cuánto me ha costado! La oración se avalorará así, con el sacrificio. Busquemos el detalle, la ocasión justa; pero que no nos quedemos sin ofrecer hoy por esta intención que tanto nos interesa -la de nuestra evacuación- una pequeña mortificación. Madre mía Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, yo sé que intercedéis por mí; unios a mi oración para rogar que se cumpla en nosotros la santa Voluntad de Dios. Y adelante, pariter in eodem loco, unanimiter, durante estos tres días, pidiendo, pidiendo incesantemente.


(61). Mt 28, 20.

(62). Jn 14, 16 Y 26.

(63). Hech 2, 1.

(64). Cfr. Mt 18, 19

(65). Jn 16, 23.

(66). El Beato Josemaría llevaba más de dos meses refugiado en el Consulado de Honduras, y ansiaba salir de allí cuanto antes para poder extender la labor apostólica dela Obra.

(67). Muy posiblemente se trata de un rasgo autobiográfico. El Beato Josemaría transmite su experiencia personal, pero su humildad le lleva a referirlo a una tercera persona.

(68). Hech 1, 14.

(69). Como el Beato Josemaría explicó muchas veces, la Obra es para todos, y "de cien almas nos interesan las cien". Precisamente por eso, desde el principio dedicó una particular atención -nunca exclusiva- a los intelectuales, por el influjo que tienen, para el bien o para el mal, en toda la sociedad humana.