Crecer para adentro/Oportet semper orare

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OPORTET SEMPER ORARE (28-VI-1937)

J. M. Escrivá, fundador del Opus Dei


La oración, su eficacia, su necesidad... Todo esto queremos considerar en esta meditación.

Oportet semper orare (137), decía nuestro Salvador. ¡Qué ejemplo nos da, orando día y noche y, de modo más patente, antes de todos los momentos importantes de su vida! Ora antes de elegir sus Apóstoles, antes de realizar sus milagros, en el Huerto antes de su Pasión, en la Cruz. La Anunciación sorprende a Nuestra Señora en oración; con oración, con la súplica a Jesús, consigue el primer milagro de su Hijo; en oración estaban con Ella los Apóstoles, cuando descendió sobre sus almas el Consolador.

Al contemplar en estos ejemplos la necesidad y conveniencia de la oración, ¿no tendremos que reprocharnos nosotros alguna cosa? Si nos examinamos con profundidad, veremos que no hemos sido fieles a la meditación, que a veces hemos cercenado el tiempo, que hemos ido a rezar sin interés. ¡Y cómo nos juzgaremos, si nos miramos en el ejemplo de los primeros cristianos! Aquéllos no tenían tiempo ni lugares para orar; en las épocas depersecución, durante las noches se esconden en cementerios -en catacumbas- para elevar su corazón a Dios. Dominus illuminatio mea et salus mea: quem timebo?(138). ¿A quien temeré, si el Señor es mi salud y mi luz? ¿Pero cómo hallar esta salud y esta luz, sin ponerse en contacto con Dios por medio de la oración?

¡Qué buena es la oración vocal para lograr esta unión con Dios, que derrama en nosotros su luz y su vida! Pero también la oración mental y la meditación son necesarias.

¿Qué es la oración mental? Hemos hablado tanto sobre este tema, que nadie, para no practicarla, puede alegar que no la conoce. Ninguno, después de tanta plática, después de tanta meditación, puede decir que no sabe cómo orar, que no está encondiciones... Dejaremos de lado los modos de tratar a Dios, pero sí haremos hincapié en recomendar la oración de afectos. Ésta es verdadera oración. Cuando sintáis que vuestro corazón se derrama en el Señor, dejadle que siga por ese camino. Todo, en la oración, debe conducir a eso; a que el alma, en presencia de su Creador, le hable con amor y confianza.

Son absurdas e inadmisibles las excusas que muchos se inventan para abandonar la oración. Hay quien afirma: no hago oración porque no sé, porque no soy capaz. Repito que a nadie, que haya escuchado al menos una pequeña parte de lo que habéis oído hablar vosotros de oración, cabe refugiarse en esa justificación. También hay quien insiste en que no ora porque no tiene libros. ¿Acaso es necesario un manual para conversar con Dios? En esas épocas en que acudir a la oración mental representa un enorme trabajo, puede tomarse como auxiliar un libro: las verdades que se leen, al ayudar a discurrir al entendimiento, provocan el movimiento de la voluntad. Pero ese movimiento es perfectamente posible sin el instrumento del libro: ya hemos insistido en que la verdadera oración consiste en la unión de nuestra alma -entendimiento y voluntad- con Dios, que nos habla y se nos entrega.

Otros alegan que les falta la tranquilidad para dedicarse a la oración. Es como un círculo vicioso. No la tienen porque no oran, pues la paz interior es consecuencia de la oración.

Otros afirman que les es imposible orar, porque carecen de salud; pero yo no veo que se requiera tanta salud para hablar un rato con Dios. Precisamente, quien lleva sus dolores con pureza de intención, puede estar manteniendo una oración continua.

No, no hay que admitir las excusas para dejar de lado la oración. Seamos sinceros. Todas las excusas se reducen a ésta: ¡no quiero hacer oración! Y, sin embargo, la oración -repitámoslo una vez más- es indispensable para un cristiano.

¿Qué propósitos formularemos como consecuencia de esta convicción? Éste es el propósito: acudir a la oración a hora fija, con tiempo fijo. Que cada uno lo concrete en su interior, ofreciéndolo a Dios por medio de nuestra Madre.


(137). Lc 18, 1.

(138). Sal 26, 1.