Crecer para adentro/La obediencia en la Obra

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LA OBEDIENCIA EN LA OBRA (16-V-1937)

J. M. Escrivá, fundador del Opus Dei


1) Hay un Hombre que nos enseña el camino del más bello ideal; un Hombre que nos muestra, con su ejemplo, el modelo más puro y elevado de perfección, y nos invita con amor maravilloso a una gloria y a una felicidad eternas. Si los hombres oyeran su voz y le conocieran, recobraría el mundo su perdido equilibrio y volverían a su antiguo orden los que hoy son elementos de perturbación. Éste es nuestro trabajo: renovar en Cristo todas las cosas, llevar a la realidad aquel lema santo de un Pontífice santo: Instaurareomnia in Christo (52). Éste es el objetivo de la Obra. Contemplándonos hoy en el espejo que es Jesucristo, el Hombre-Dios,consideremos una virtud que en Él -como todas las virtudes- llegó al extremo más admirable: la virtud de la obediencia.

Cristo pasó treinta años de vida oculta. Todo lo que de esos años se cuenta en el Evangelio se resume en una frase: eral subditusillis (53). Les estaba sujeto: a nuestra Madre bendita que, aunque llena de cualidades y gracias excepcionales, era una criatura, y aSan José, que -aunque adornado de las virtudes más excelentes- era en fin de cuentas un hombre. Les servía y les obedecía. Él, Dios encarnado, para ejemplo nuestro. Sí, lección para nuestra impaciencia y para nuestra rebeldía: treinta años de vida oculta y humilde. Erat subditus illis.

¿Qué hizo Cristo en su vida pública, en aquellos tres años de continuo padecer por nosotros, terminados en la tragedia de la Pasión? Él mismo nos lo dirá: Meus cibus est ut faciam voluntatem eius (54); mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. y poco antes de consumarse la Pasión, comentaba: Doctrina mea non est mea, sed eius qui misit me (55); mi doctrina no es mía, sino de Aquél que me envió. La doctrina de Cristo, maravillosa de alteza moral, ha salido del Padre; y es Cristo, obediente a su Voluntad, quien nos la transmite.

No hay excusa posible. Cristo obedece. El ejemplo es insuperablemente claro. Toda la lección de su vida y de su muerte, nos la dará resumida San Pablo en una frase: Obcediens usque ad mortem, mortem autemcrucis (56). Fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz. ¡Señor! Que te imitemos en tu Amor, que te imitemos en tu mortificación, para gozar contigo de tu gloria. Pero que te imitemos en tu obediencia. Tú viniste, Señor, al mundo, "con ansias en amores inflamado" (57).

Naciste de nuestra Madre y eres nuestro Hermano; pensaste en nosotros y nos amaste, desde siempre. ¡Dios mío! Por ese amor que nos tienes desde la eternidad, haz que seamos fieles, haz que seamos obedientes hasta la muerte.


2)Éste será nuestro segundo punto: la obediencia en la Obra, en esta Obra que es nuestra porque la amamos, nos santificamos y servimos a Dios, para gloria deJesucristo; pero que es de Él y que Él habrá de realizarla, aunque vosotros y yo faltáramos de este mundo. ¡Cómo se ha extremado en la Obra el Amor del Señor hacia nosotros, y qué delicadezas de caridad ha querido poner en su vida!

Ya sabéis que en los Institutos religiosos la obediencia se considera virtud fundamental, que se practica por la sumisión a órdenes precisas. "Cumplirá usted esto o lo otro, que le mando, por la santa obediencia", es poco más o menos la fórmula que usa el superior. En la Obra, no. No es así nuestra obediencia, porque nosotros no somos religiosos. Hasta el punto de que alguien que nos conociera superficialmente podría decir: en la Obra no se manda.

Es cierto que, en la Obra, no se dice: yo ordeno, sino que se indica: por favor...; o ¿te vendría bien...? Pero se manda y se obedece, porque mandato es lo que hay detrás de esa forma cortés, detrás de esa urbana y caritativa envoltura. En la Obra se manda, no con consignas tajantes, sino con insinuaciones que han de comprender personas bien dotadas como vosotros; gracias a Dios, lo sois. En la Obra se manda, con caridad, con esa inefable caridad que Dios ha querido poner en su Opus Dei, como un eco de aquella que reinó entre los primeros fieles.

Amando y venerando a todos los religiosos, sin excepción, el espíritu que el Señor ha querido para su Obra es muy distinto, y esto se manifiesta también en el modo de practicar las virtudes cristianas. Las almas que se consagran a Dios -y es muy bueno para ellas, pues ésa es su vocación- viven en conventos, se apartan del mundo, llevan hábito y se sujetan a unas ataduras -también exteriores- propias de su camino. Nada de eso hay entre nosotros, pues somos cristianos corrientes que aspiran a vivir totalmente para Dios en medio del mundo. Por eso, en la Obra se permanece con libérrima voluntad, por un continuo querer, por una constante aspiración de dar gloria a Dios. A nadie se le saca de su ambiente, para que no se sienta coaccionado por el temor de encontrarse extraño si volviera a sus anteriores circunstancias.

Ni siquiera las ligaduras sobrenaturales pueden ser obstáculo para una decisión de esta índole, y no importa que no entendáis ahora esto. No, no somos religiosos; cuando salen de su convento y cesan en la práctica de sus reglas, ¡por qué descaminos se van algunos -ahora mismo se ve-, pobrecitos de mi alma! (58). Nosotros nos movemos en el mundo como en nuestro propio ambiente: ahí vivimos y ahí nos santificamos.

Obedecer. ¿Y cómo? Citemos unos casos concretos. Cuando a alguno se le manda una cosa y se le indica el modo de llevarla a cabo,no tiene que pensar ni discurrir en cómo hacerla, sino cumplir punto por punto lo que se le ha ordenado. Cuando a alguno se le manda algo, pero dejándole libertad de obrar, habrá de pensar el medio más adecuado para realizar ese encargo; y enseguida se pondrá a ejecutarlo con toda prontitud.

¿Y si se le manda un despropósito? No hay queturbarse.

Se lleva el tema a la oración -diez minutos, un cuarto de hora-, para pensar en la presencia de Dios la solución justa. Al día siguiente, dirá al que le dio el encargo, con todo respeto: con tu permiso, te voy a comunicar algo. Si quieres, cumpliré tal indicación como me has dicho; pero me parece que quizá fuera mejor este otro camino. Y el director, o aceptará su sugerencia, o insistirá en lo que había comunicado, y entonces ya no habrá duda posible. Pero esta materia del modo de obedecer es demasiado amplia para que queramos ahora, en unos instantes, analizarla con más detalle.


3) El examen sobre la obediencia es quizá uno de los campos en los que más se manifiesta nuestra miseria. Yo, en punto a obedecer, ¿cómo me he comportado hasta ahora? ¿No es verdad que muchas veces he hecho lo que me ha dado la gana? ¿No es cierto que he tenido la epidermis durísima, ante esas insinuaciones que expresaban la exigencia del mandato para hacerme santo?

No, yo no dudo de que seamos capaces de obedecer hasta la muerte, heroicamente; pero en ocasiones no somos capaces de obedecer hasta la muerte de cada día, de cada instante, en los pequeños detalles que se nos presentan en cada momento.

Esta mañana, cuando tenga en mis manos a Jesús Sacramentado, depositaré -iba a decir sobre el ara, pero no la tenemos- vuestras voluntades, para que Dios las haga obedientes y sumisas. Para que Él dé a estos hijos de mi alma la paz en la perfecta docilidad. Porque ninguno debe ser de los que necesitan el mandato expreso y terminante de Dios, transmitido de modo solemne, para acallar la inquietud que le domina. Ya sé que no serán inquietudes personales; yo tampoco las tengo, que sólo pienso en la gloria de Jesucristo y en la salvación de las almas. Pero esa inquietud es, de todas maneras, soberbia, es rebeldía. No actuaba así Jesucristo. Meus cibus est ut faciam voluntatem eius (59).

Madre, ancilla; Tú te llamaste así, ancilla, esclava; ya no cabe más voluntad que obedecer. Ecce ancilla Domini, fiar mihi secundum verbum tuum (60), que se haga en mí según la palabra del Señor.



(52). Fue el lema de San Pío X desde el comienzo de su pontificado.

(53). Lc 2, 51.

(54). Jn 4, 34.

(55). Jn 7, 16.

(56). Fil 2, 8.

(57). Cfr. San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo.

(58). En aquellas circunstancias de grave persecución religiosa, junto a los muchísimos mártires por la fe que hubo entre los religiosos, no faltaban casos de personas que -obligadas a despojarse del hábito y de la vida común, para salvar la vida- se fueron despojando también de las virtudes cristianas, que no estaban acostumbrados a vivir en un ambiente hostil, fuera de los muros de sus conventos.

(59). Jn 4, 34.

(60). Lc 1, 38.