Crecer para adentro/La gloria de Dios

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search

LA GLORIA DE DIOS (6-IV-1937)

J. M. Escrivá, fundador del Opus Dei


1) Como el fin del hombre es alabar a Dios en esta vida y gozarle eternamente en la otra, la muerte no es sino el detalle que nos permite cumplir con perfección el fin último que nos ha sido propuesto. Si así consideramos las cosas, ¿por qué vamos a apegarnos a la vida? ¿Por qué tener miedo a la muerte?

Mirad, muere un hombre cualquiera y, de ordinario, qué prisa tienen todos -incluso los padres, los hermanos, la novia, aunque no querrían separarse en que se lleven pronto el cadáver; a veces no faltan las impaciencias, si los que han de venir a recogerlo se retrasan. Hemos de vivir desprendidos de todo lo que no es permanente. Para lograrlo, hay que buscar la mortificación, sobre todo en las cosas pequeñas, y continuamente. iQué gran equivocación la de quienes aseguran estar dispuestos a hacer un sacrificio grandioso, un acto heroico, y no saben vencerse en un detalle pequeño! Se dejarían crucificar gustosos en la Puerta del Sol, ante una muchedumbre de personas y, sin embargo, no son capaces de sufrir el menor alfilerazo, la contradicción más minúscula.

Fijaos: hasta en el orden natural, en la vida física, es preciso realizar un pequeño acto, y otro, y otro..., para conseguir resultados duraderos. Por ejemplo, no se concibe a un atleta que, queriendo vencer en un campeonato, no se entrene diariamente. Pues mucho más entrenamiento necesitan los que desean ganar el campeonato supremo.

Es preciso convencerse de que es necesario saberse fastidiar gustosamente para alcanzar la corona imperecedera. Me parece oír, Señor, que me dices de nuevo, como a tus discípulos: Sí quis vult post me venire... (1). No cabe otro camino que tomar la Cruz y seguirte. ¡Pero qué lástima!: llevamos veinte siglos de Cristianismo y muchos cristianos no comprenden el sentido del dolor, se rebelan ante todo lo que sea sufrir, pretenden un crucifijo sin Cruz. El resultado es que sufren más e inútilmente, porque no te agradan, Señor, y no sacan provecho sobrenatural alguno. Hemos de percatarnos bien de que, si estamos decididos a dar gloria a Dios en todas las cosas, la muerte es solamente un pequeño detalle. Vamos, pues, a aceptada plenamente: cuando Dios quiera, donde Dios quiera, como el Señor quiera enviarla.


2) Ut omnes unum sint... (2). Que seamos todos una sola cosa. Lo pide Jesús a su Padre en la Última Cena. Ya antes había dicho: omne regnum divisum contra se desolabitur, et omnis civitas vel domus divisa contra se non stabit (3): todo reino dividido contra sí mismo será desolado, no permanecerá. Se precisa, por tanto, unidad de inteligencia, unidad de voluntad y unidad de corazón. Aquí tenéis materia de meditación suficiente para llenar la media hora.

Pienso en las oraciones, en los ofrecimientos que habrán salido de más de una cárcel, de más de una trinchera, de más de un hospital, en la pasada fiesta de mi Padre y Señor San José. ¡Cuánto debemos pedir para que todas esas oblaciones, siendo agradables a Dios Nuestro Señor, sean mantenidas con su ayuda! Tenemos obligación de rezar por todos esos hermanos nuestros y de mortificarnos, de fastidiarnos (oración de la carne, oración de los sentidos) por ellos, para que todos seamos uno en el corazón y en la inteligencia y en la voluntad. Uno en Cristo, conservando la propia personalidad.


3) ¿Y todo esto, para qué? Para dar a Dios toda la gloria. Están muy bien esos deseos tuyos de llegar, esas ambiciones de sobresalir, de destacar en tu trabajo; pero hay que rectificar la intención, encaminando esos afanes exclusivamente a la gloria de Dios. Convenceos de que todo lo terreno se acaba: después de muertos, quizá al poco tiempo, mucha gente se olvidará de nosotros. ¿Para qué vamos a buscar una gloria tan efímera? Preocupémonos sólo de ser un padre de familia cristiano, un médico cristiano, un arquitecto cristiano, un trabajador cristiano. Si en cada nación hubiera un grupo de padres de familia santos, de médicos santos, de arquitectos santos, de obreros santos, estarían resueltos todos los problemas.

Para terminar, un coloquio con Nuestra Señora, renovando los propósitos concretos que hayamos hecho para el día de hoy.


(1). Mt 16, 24

(2). Jn 17, 21.

(3). Mt 12, 25.