Como coaccioné para que una adolescente, se hiciera del Opus Dei

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Por Madreselva, 26.10.2007


En un intento de esclarecer la verdad de los hechos, hoy voy a contaros como "pitó" conmigo, es decir, pidió su admisión al Opus Dei, la única persona a que coaccioné para que entrara en la Obra (y no diré "gracias a Dios", aunque sea la única, pues esta responsabilidad sigue pesando sobre mi conciencia).

Vivía en un club de bachilleres. El grupo al que impartía formación, eran chiquitas de lo que antes era COU, es decir, 17-18 años. Varias se habían hecho ya numerarias los años anteriores, desde los 14. Eran una monada de crías, simpáticas y nobles como ellas solas. Yo "amigué" con una niña, de su misma clase del cole y amiga del resto, que en pocos meses pasó a convertirse en un "objetivo pitable". Aunque a mis 22 me sentía casi su madre, pues ella tenía 17 (fi-ja-te-tú), teniamos muy buen feeling. Mi "pitable" en cuestión, era una empollona obsesiva. Tenía unos ragos de perfeccionismo académico, que le hacían sufrir y llorar frente a los notables acaecidos en su expediente. También era una niña de una inseguridad enfermiza. Pero era todo corazón y tenía unos padres con bastante pasta.

Total, que cada cual analice las causas posibles, pero desde la dirección del centro me dijeron: "a por ella". Y fuí a por ella: ¡mi primera pitable real!. Fíjate que ilu. Total, que un día, encontrado el momento propicio, le casqué el consabido "tienes vocación de numeraria al Opus Dei, es una predilección especialísima de Dios por ti, tienes la oportunidad de hacer con tu vida lo más grande de este mundo", etc, etc, todos argumentos de lo más disuasorios. Se me puso a llorar, pues la pobre veía acercársele el marrón desde hacía tiempo, y no paró en semanas. Entonces yo me empecé a preocupar. La vi tan agobiada, desborda por una situación, que cualquiera con las mínimas nociones de psicologías comprendería que le quedaba grande... que empecé a informar a los directores para que desmontaran "el sarao", pues no consideraba muy festiva ni abocada a un final feliz dicha la situación. Yo tenía 22 años. Una pipiola, aprediz del "verdadero arte proselitista". Y cuando me di cuenta de que mis dires, la dire del centro y el sacerdote, no parecían notar nada extraño, inadecuado en la situación... renuncié a mis propios criterios, siguiendo docilmente los de la dirección (me había vuelto una experta en semejantes docilidades, que aparcaban mi uso de la libertad y la responsabilidad. Era sin darme cuenta, una marioneta encantadora).

Así seguí, y seguí con saña, convencida de mi misión divina, mientras esta niña se iba derrumbando psicológicamente ante mis argumentos "invencibles". Y llegó el día de escribir la carta para pedir la admisión. Mi pitable lloraba frente al papel. Y la escribió del siguiente modo, diciendo: que, no, que no la escribo. (Al minuto), que si. (Al otro minuto), que no, que no puedo... así alternativamente, en lo que resultaba un triste espectáculo y todo ello sin dejar de llorar. Y yo venga, erre que te erre. Solo me faltaba escribirla por ella. Como cualquiera puede comprender, una decisión del calado de entregar una vida no "vale" tomarla en semejantes condiciones de duda y coacción, por no hablar de las emocionales de la candidata. Una vez firmada la carta, yo ya muy preocupada, fuí a hablar con la directora para explicarte cómo había firmado, que pensaba "que la había coaccionado siguiendo sus intrucciones" pero eso no me "sonaba" que fuera el espíritu de la Obra. Y cual fué mi sorpresa cuando me di cuenta, que tanto directora como sacerdote, no prestaron la menor atención a mis inquietudes, dándome una palmadita en el hombro por mi "buen" trabajo, y más contentos que unas pascuas. Me dijeron que no me preocupara, que todo estaba fantásticamente bien. Y reconozco que su tranquilidad, contagió pronto mi conciencia y si hubiera tenido oportunidad, habría actuado igual con la siguiente. Eso si: con menos escrúpulos.

No sé qué habrá sido de esta muchacha. Al año siguiente, abandonó la casa de sus padres para irse a hacer el centro de estudios a otra ciudad. Era extremadamente compleja de cabeza, inestable emocionalmente y sufría mucho por la educación que había recibido y su carácter. Ojalá dejara pronto la Obra, o en su dirección alguien tuviera la caridad de decirle que "no era lo suyo". Solo se, que con lo vulnerable que me pareció, los años que estuviera dentro (quizá aún lo está, no lo se) tuvieron que desequilibrarle necesariamente un montón. Una vocación tan exigente y perfeccionista como la de la Obra, era justo lo que no necesitaba.

Y bueno... yo tuve responsabilidad inegable en este estropicio. La anulación de mi libertad interna, se que me exime en buena parte, pero era una persona adulta, pacté con una actuación inadmisible.

¡Así pitan algunas personas!, es mi vivencia.



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