Comentarios a la última carta del Prelado

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Por Segundo, 18.07.2007


Desde sus orígenes el Opus Dei ha recurrido, de la mano de su Fundador, a la clandestinidad. En la mayoría de las biografías de tan notable personalidad se hace referencia a la creación de la academia “DYA“ sigla que – según nos relatan los historiadores oficiales - se traducía para el público en general como “Derecho y Arquitectura”. Sin embargo, para el Fundador esas tres letras significaban otra cosa, algo distinto, que lo definía con las expresiones: “Dios y Audacia”. La primera denominación era la apariencia mientras que la segunda reflejaba, clandestinamente, la finalidad real de la academia de Escrivá.

La última carta del Prelado recae en este amor irreductible por la clandestinidad que el Opus Dei cultiva desde sus orígenes. En efecto, con cita del Fundador afirma que los miembros del Opus Dei, al igual que los primeros cristianos, son personas comunes que desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe”. Si bien esto se cumple respecto de los miembros denominados “supernumerarios” no parece que responda a la realidad teológica, jurídica y sociológica de los miembros “numerarios” y “agregados”.

Ambas categorías viven dentro de lo que se conoce como “Estado de Perfección” o bien “Estado de los Consejos”. Ello significa que viven la pobreza, la castidad y la obediencia de acuerdo a un régimen particular. En el Opus Dei este régimen es particularmente casuístico, detallado en una pluralidad de reglas las que, colateralmente, también resultan clandestinas ya que no han sido sometidas al juicio de la Iglesia.

Puede ocurrir que el Prelado, al igual que el Fundador, entienda que bajo la expresión “cristianos corrientes” se pueden encajar a individuos que están sujetos a las órdenes de unos funcionarios (directores) que deciden por ellos en cuestiones tales como dónde vivir y con quien vivir, si elijen un trabajo o no o si están autorizados para visitar a sus padres con motivo de un aniversario familiar. Dejemos de lado cuestiones más delicadas como las restricciones para elegir director espiritual o confesarse con el sacerdote que les venga en gana.

La cuestión se torna más complicada por cuanto esos mismos individuos deben entregar la totalidad de sus ingresos al Opus Dei y testar a favor de las personas jurídicas, propiedad del Opus Dei, que indiquen los funcionarios del mismo. Finalmente, es difícil aceptar que un cristiano adopte el celibato como estilo de vida “corriente”.

Por último, resulta difícil entender que los numerarios y agregados sean cristianos corrientes cuando “cooperan” como laicos consagrados en una institución concebida por el derecho canónico para la organización del clero. En otras palabras, son laicos consagrados que trabajan en una institución netamente clerical.

El texto del Fundador del Opus Dei al que recurre el Prelado en su última carta quizás deba ser interpretado como algo meramente retórico o bien como un texto de cobertura en el que – al igual que en el caso de la Academia DYA – el mensaje verdadero permanece en la clandestinidad.



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