El descanso de las numerarias auxiliares

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Por María Elena García, 9.10.2023


En la obra se procuraba que durmiéramos nuestras 8 horas como buenas hijas pequeñas de familia, aunque había centros en los que nos levantábamos una hora antes, es decir a la 05:00, a preparar un primer turno de desayuno para chicos de la universidad (en el cual no ayudaban las numerarias y la tan cuidada puerta de comunicación la abría una numeraria auxiliar). Nos turnábamos así que nos tocaba casi cada tercer día madrugar. Cuando estas labores se juntaban con la vela al santísimo era sumamente pesado.

Cuando viví en Toshi algunas veces se organizaba un plan para algunas. Después del examen de la noche solíamos ver alguna película o algo especial como un concierto. Lo mejor del plan era que se podían comer frituras, una bolsa nada más por aquello de la templanza, pero las disfrutaba muchísimo. Ya al día siguiente el recuerdo del buen rato no hacía andar.Las excursiones eran una al mes y había que correr para dejar el trabajo listo, sobre todo si estábamos en zona de alimentos o comedores. Esas áreas no se detenían nunca; la idea era que la excursión la hicieras con tus amigas, de esa manera se hacía proselitismo, así que incluso el descanso era trabajo apostólico.El plan semanal en mi caso, nunca existió, siempre había cosas más urgentes o importantes por hacer. Los domingos por la tarde teníamos unas horas de descanso (tres si habías logrado hacer antes tus normas) pero recuerdo que cuando viví en Querétaro (estado ubicado en el centro de la república), el consejo local, aprovechando esas horas de ocio, decidió implementar lo que llamaron “enchula tu casa”, plan que consistía en hacer lo que llamábamos “extraordinarios”, es decir limpiar a profundidad la casa. ¿Para qué queríamos las numerarias auxiliares tres horas libres el domingo en la tarde? Podría poner muchos otros ejemplos de cómo se usaban las horas del domingo en la tarde, pero creo que con este es suficiente.

El descanso por excelencia era el curso anual. Había casas destinadas para nosotros, de segunda, por decirlo así, normalmente con literas molestas, incomodas y muy ruidosas, donde nadie quería ser la que durmiera arriba. Baños múltiples donde siempre había alguien correteándote para que te apuraras ya que éramos muchas (los del opus dirán “ahora ya se hace el curso en casas mejores, con cuartos individuales y con baño en la habitación” cosa que me alegra, ya que con esta afirmación se reconoce que antes no se hacía así).

El horario seguía siendo muy apretado, solo que en vez de las horas de trabajo eran clases, nada era optativo, era como un colegio de niñas, aunque algunas bastante mayorcitas. La realidad es que desde siempre, las mismas numerarias auxiliares que “descansaban” al ir al curso anual, tenían que hacer la limpieza, lavar los platos después de cada comida, recoger y poner las mesas, por supuesto del oratorio. En fin, que seguíamos a tope con los trabajos de la administración. Las numerarias que iban con nosotras al curso para ser consejo local no estaban contempladas en estos menesteres.

Era tan importante nuestro descanso que la charla fraterna se hacía a la hora del deporte y a veces el cura confesaba también a esa hora. Se hacía una lista pública de los días en que pasaría el sacerdote y había que apuntarse en esa lista sino empezaba la persecución de las directoras o las correcciones fraternas. Durante el curso se veía la película del mes, claro la que elegían por nosotras, nuestro nivel se decisión era el de elegir uno u otro de los títulos. También se llevaba algún vídeo cultural para otro momento, pero nada más. No podía faltar la película del padre para goce y disfrute de muchas.

Las excursiones eran todo un tema. Salíamos todas en un camioncito rentado con nuestra bolsa de lounch (no sé por qué siempre faltaba comida, si siempre se sacaba contado), caminando por todos lados en bola, bien normales, reuniéndonos a comer por grupos. ¿Por qué no podíamos comer lo que vendían por ahí? ¡Ah claro!, porque éramos madres de familia numerosa y pobre y ya bastante caro salía el curso anual como para que nosotras gastáramos más. Lo que sí recuerdo es que a veces las directoras nos compraban un helado o una paleta.

Una cosa que olvidaba contar es que la noche previa a que terminara el curso, nos pasaban las sabanas y toallas para que antes de irnos dejáramos todas las camas tendidas. Y nuestras maletas fuera, en un vestíbulo o entrada de la casa, para que la administración pudiera dejar lista la casa para la siguiente actividad.

Esas eran nuestras flamantes vacaciones por las que después había que trabajar duro todo el año para desquitar el costo, que “bastante se esforzaba la obra por que estuviéramos bien atendidas”, así que al final siempre salíamos debiendo.



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