Anexo a una historia/Secularidad

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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA


SECULARIDAD

¿Se puede decir con verdad que la Obra no saca a nadie de su sitio? ¿Dónde está esa realidad suya, que tanto pregonan, de que no se compone sino de cristianos corrientes, que siguen siendo los mismos que antes, y viviendo los mismos problemas y realidades de la gente de la calle? ¿Dónde está?

Cargados de reservas. Cargados de vigilancias. Cargados de dogmatismos internos. Cargados de prejuicios y de necesidades especiales y de prevenciones. Cargados de todo ello para los de dentro. Y cargados, mucho más cargados, aislados, para los de fuera.

Toda una carga, una enorme carga de prescripciones, de normas, de praxis, de obligados consejos. La más enclaustrada monja no tiene tantas. Una monja, por ejemplo, tiene libre opción a su propia vida interior; en la Obra, no. Una monja utiliza su cabeza, su pensar, su sentir, sin tenerlo que condicionar a nadie; en la Obra, todo eso hay que contarlo cada semana y adaptarlo a lo que a esa persona le parezca más apropiado, y más de acuerdo con el Padre.

Se puede ser contemplativo en el mundo y fuera del mundo. De ahí las distintas maneras de serlo. Se puede, pero cada una de esas maneras tiene sus propias características. Si una monja se seculariza, su contemplación, su santidad, pasará a ser secular. Si una persona corriente se deseculariza, deja de ser un cristiano corriente, una más de la calle; o lo uno, o lo otro. No sé qué explicación tendrá esa expresión tan usada ahora (la he leído en la prensa) de monja seglar. Para mí son términos contradictorios. O se es monja, o se es seglar... o se es seglar, o se es monja.

Una monja es una persona cualquiera, claro que sí. Y cada persona puede ser o no ser monja muy libremente. Pero la que lo es sólo puede serlo en tanto en cuanto su vida asuma unas condiciones, unos requisitos. Un hábito (todo lo renovable que se quiera) que no es sino un medio para que el cuidado de su peinado, de su vestido, de tantas cosas derivadas de la situación secular, no les exija ni atención ni tiempo, que han decidido entregar por vocación al servicio de Dios. A mi entender los intermedios sólo producen monjas secularizadas, fachosas y extrañas, o seglares mojigatas.

Se puede ser carmelita, jerónima o del Opus Dei, si queremos, por la misma razón, con un mismo "fin", pero de maneras y con estilos, por constitución, muy distintos. Es una maravilla contar con esos núcleos de personas retiradas del mundo, que por su propia consagración se erigen en sus mayores protectoras, en defensoras de sus más altos valores. Como es maravilloso que gente corriente, cristianos de la calle, se comprometan con una santidad seria y profunda en lo diario, llena de afanes apostólicos. Confundirlo, tergiversarlo, mezclarlo, es tanto como quitar a cada cosa su específica instrumentalidad. Es muy necesaria la autenticidad de cada uno en lo suyo. No hay que ser ni de Apolo ni de Pablo. Pero cada uno debe elegir lo que más le ayude, cada uno puede escoger entre el estilo del Carmelo o el de la Asociación que sea, para ser en ello auténticos, coherentes y consecuentes.

"El cielo está empeñado en que se realice", asegura Monseñor refiriéndose a la Obra. Una Obra de Dios, que fue aprobada como Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei. Una institución de sacerdotes alrededor de la cual un grupo de seglares, primero sólo hombres y luego mujeres también, se asocian, sin más necesidad (intrínseca) ni de votos ni de obligaciones, sin más que encontrar en ella (en la Sociedad Sacerdotal) el amparo necesario para así dedicarse a un apostolado intenso, dirigido y ayudado, enraizado en la necesidad principal de buscar la santidad personalmente. En eso sí -planteamiento inicial de ella-, en eso sí creo que es en lo que el cielo está empeñado cara al Opus Dei. Que empieza, sin embargo, a diferir en seguida de su propia teoría y amplitud, para encasillar-se en una compleja y cambiante organización. Primero con votos, dicen que de paso, por necesidad de trámites jurídicos. Luego con unos compromisos a los que no se les llama votos, pero que versan sobre su misma materia. Y así sigue y sigue su evolución.

Primero Instituto, luego Asociación, ahora "cualificada"; y todo ello por las buenas, sin que la Iglesia haya intervenido ni cambiado para nada su aprobación. Queriendo formas todavía distintas (que incluso las conciben como si las tuviesen), de diócesis sin territorio, con un obispo que sea el propio presidente general, según deseos expresos de su propio fundador, comentado en párrafos anteriores.

Todo un complicado y rebuscado proceso jurídico de secularización, que sin embargo en la práctica se deseculariza en los detalles más elementales, más diarios y más asequibles.

Primero una Constitución Apostólica, la próvida Mater Eclessia, que hay que hacer aprobar a toda marcha, precisamente para introducir un estilo secular (no sin ceder en muchas dependencias del derecho para religiosos, pero afanados en superarlos), y luego, a pesar de toda su pretendida evolución jurídica, se encasilla y se reduce (cada día más) a medidas y normas conventuales.

¿Quedaría aprobado en la próvida Mater Eclessia el estilo de pedir permiso a la directora cada vez que se necesita beber agua entre comidas?, ¿o acudir a ella para pedirle una penitencia (rezar algo) cuando se rompe un objeto sin querer? ¿Estaría incluida en tal constitución la costumbre de acusarse públicamente, en el círculo semanal, de alguna falta personal? ¿O el someter a la obediencia el ejercicio de la propia profesión? ¿Dónde está la raíz de la secularidad de la Obra? En ella, hasta el año 62 o 63 se rezaba en común maitines y completas. Al principio el Padre incluso llegó a pensar en la posibilidad de poner a los socios unas capas especiales para los actos litúrgicos.

¿Cuál es, entonces, realmente, la secularidad que concibe la mente del Padre? ¿Cómo es esa secularidad de que el Padre tanto habla? "¿Quiere o ha querido alguna vez el Padre realmente la secularidad para sus hijos? ¿Será su manera de entenderla, peculiar y distinta, o fuimos nosotros los que nos hicimos a una idea que nunca debió de ser la propia de los socios de la Obra?

La secularidad de una entrega a Dios en medio del mundo, que se centra en un sencillo afán de normalidad y de vida ordinaria, para ir luego encasillándose en las codificaciones más exhaustivas, en el más complejo y cuadriculado reglamento. Es como si esa organización inicial, familiar y amplia (que debió de ser la Obra al principio), empezara a írsele de las manos a Monseñor Escrivá y surgiera, ante ello, la necesidad de una normativa controladora.

Y en ese control, en esa sistematización de espiritualidad, en ese acaparamiento de actuaciones metodificadas, es donde yo me pregunto: ¿es todo esto coherente, adecuado a un estilo secular como el que de la Obra se asegura? ¿O será más bien la necesidad de dominio de su propio fundador lo único que importa?

Yo me imagino una Obra de Dios, con toda su misma espiritualidad, lo que la Obra es en teoría, con un fundador respetado y admirado, presidente general, pero sin mitos, sin absolutismos, con un mismo despliegue de labores y de apostolados, pero todo ello orientado y dirigido, pero no controlado, unipolarizado. ¡Cómo sería la Obra así! Sería.., entre otras cosas, lo que muchos imaginamos, lo que nos contaron y nos propusieron. Algo, quizá, menos lucido, menos figurativo y menos fácil, pero ¿no sería mucho más coherente?

"Si alguna vez hay alguien que obligue a alguno de mis hijos a no ser secular, si algún director incluso de la Obra llegase a actuar así, yo entendería que ese hijo mío lo dejara todo y se fuera." Todo un consejo del propio Padre. Un consejo que, a pesar de los pesares, ahí está. ¿Acaso no habrá llegado la hora? Acaso no estemos bajo esa necesidad de actuación; de actuar defendiendo una secularidad que nos corresponde, y que no puede ser compatible, no se la puede confundir, con actuaciones que le son ajenas, con cosas que no le van. Doctores tiene la Iglesia. Y cada uno nuestra responsabilidad personal. Responsabilidad que en la Obra, en cada uno de sus socios, al tener que estar tan delegada en los directores, necesariamente se anquilosa, y es muy difícil ejercitarla. Pero, si no, ¿a qué tenemos que dejar reducida la secularidad?

Una Obra de Dios, que cuando ve acercarse a otros movidos por la idea de Instituto Secular, no quiere llamarse de esa manera, no quiere asimilaciones con nadie, para ser (dicen) de esa forma más seculares.

Y que, sin embargo, es sólo un detalle, no tiene inconveniente en obligar a sus asociadas a ir con velo a la Iglesia. Obligar, sí, a pesar de que luego "el buen espíritu" les haga decir que personalmente lo creen más delicado. "Por delicadeza", "porque quieren", "como señal de respeto": ésas son las razones que les han dicho que al Padre le gusta que se diga, aunque la mayoría de las que lo tienen que llevar, ni lo entiendan, ni lo hagan a gusto. Antes, un montón de personas se las han visto y se las han deseado para que no se supiera que pertenecían a la Asociación, entre otras cosas, decían, para no dar a nadie motivos de distinción ni de prevención ante el hecho de una vinculación a la Obra, ahora... ahora no importa que se las distinga a la legua.

Cuando salió esta norma del velo, yo estaba fuera ya. Y desde fuera, recogía la razón de la "delicadeza", que me dejó pensativa, atónita. ¿Cómo es posible? Una vez más la consabida pregunta: ¿A qué llamarán delicadeza? Junto a todo lo que había visto vivir conmigo, junto a toda esa experiencia de cómo se trata y reaccionan ante las personas... ¿Cómo es posible que se cifre sólo en esto (en cosas de éstas) la delicadeza? Una delicadeza que, parece ser, los demás no viven, no saben tenerla. ¿Que a esto se le dé importancia, y no se le dé, por ejemplo, a lo que se hace con los que se van?

En la Obra hay que tener un estilo, un estilo que se nota en el vestir, en el trato, en las exigencias de vida. Es, dicen, la dignidad de la Obra, "el aire de familia", un tono que sea el que la Obra (sigue enseñando) se merece. Creando la digna postura de sentirse muy por encima de cualquiera de la calle.

Vestir, decía, como todos... Yo diría bastante mejor que muchos (por el mayor desahogo, entre otras cosas). Vivir en casas como cualesquiera, pero adecuadas y mejor "cuidadas", reservadas... Ir a la Universidad, caminar por las mismas calles... vivir en las mismas ciudades. Y a esto es a lo que hay que llamar secularidad.

Los motivos de diversión, sin embargo, deben ser especiales, exclusivos, los mismos pero distintos, más cómodos y exquisitos: piscinas y campos de deporte privados y propios. Prevenciones y reservas, consignas y controles para asistir a la Universidad. Por el hecho de ser, de pertenecer a la Obra, las amistades de siempre no sirven, tienen que ser otras, tienen que serlo sólo por motivos apostólicos, quizá sin que eso propiamente sea lo que se aconseja, pero sí sobre lo que se insiste, porque con ellas, si no es para conseguir algo para la Obra, se pierde el tiempo y ese tiempo ya no es tuyo -te dicen-. Con la familia se debe derrochar cariño, pero siempre que sea para que entiendan y ayuden a la Obra, no para que cuenten con uno, sino para que lo hagan lo menos posible, para que regalen... y den, y paguen cosas de la Obra, regalos para todas -con los regalos de las familias no se quedan las interesadas-. Por el contrario, salvo muy contadas y consultadas excepciones, nunca los miembros de la Obra harán regalos a los demás, ni a su familia, ni a nadie. Y a todo esto hay que seguir llamando secularidad.

En la Obra no se asiste a diversiones públicas. Nadie asistirá normalmente a un tentadero ordinario, por ejemplo, pero si admitirán encantados que se organice alguno sólo para ellos. No se va al cine, pero se tiene en casa todo lo necesario para proyectar películas, salón adecuado, cámara, pantalla, etc. En cada ciudad hay alguno especialmente acondicionado, para que puedan ir de todas las casas. Se organizan fiestas, teatros (simplones y pueriles) en los que no cooperar, no actuar, o no asistir "ilusionada", deberá entenderse como una falta de espíritu. Se hacen excursiones, pero se hacen en grupos expresamente determinados por las directoras; ellas dirán con quién hay que agruparse.

Así es como la Obra vive en el mundo. Un mundo del que prácticamente no se participa. Se ve, se oye, se utiliza, pero hay que dejarlo lejos... La problemática de la Obra es siempre una problemática distinta, específica y propia. Se busca, se desea ese mundo real, porque en el fondo se tiene esa necesidad de secularidad que llevó a hacerse de la Obra, pero lo va reduciendo... (son muchas las limitaciones, las prevenciones), se va quedando lejos, etéreo, mundo al fin y al cabo, pero un mundo enormemente condicionado y particular.

¡Qué pobre concepto de la secularidad encuentro yo eso de radicarla en vestir bien, vivir en casas bien decoradas! Otra secularidad, la de una vida conectada y compartida con los demás, con un ejercicio normal de las facultades morales, intelectuales, sensibles y racionales, en una convivencia sin prejuicios (con los de fuera y con los de dentro). Esa clase de secularidad ¿dónde está en la Obra?

Por secularidad, sin embargo, a todo en la Obra hay que buscarle nombre secular, aunque luego hacia dentro el nombre nada tenga que ver con su significado real. Las casas de formación (en terminología interna Centros de Estudios) las llaman Colegios Mayores.

Se adquieren casas espléndidas, asegurando que las exige la labor con una clase social alta, aunque luego esa clase alta (que se conformaría con mucho menos) prácticamente no use las casas excepto el oratorio y sala de recibir, zona de la cual no se les deja pasar.

Se organizan cursos que dicen internacionales, a los que cabe que asista algún extranjero socio de la Obra. Como tales se anuncian, y si alguien que no sea de la Obra solicita plaza, basta con decirle que no quedan. Dicen que por motivos de secularidad (porque los socios de la Obra son seculares, podría ser) pero incluyendo en esa clase de secularidad el que no se sepa que son cursos internos sólo para los socios.

Las casas de retiros y de ejercicios, con sus grandes zonas de jardín, los mejores medios, explican que son para hacer un apostolado en el que dando lo mejor se pida lo mejor. Las casas a que me estoy refiriendo, las de la Obra propiamente, las mejores puestas (puedo asegurar que el 75 % de los días del año están ocupadas por socios de la Obra), son esencialmente para ellos (convivencia, cursos anuales, retiros). No importa que lo sean, pero ¿por qué dicen otra cosa? Los que no son de la Asociación, a los que se invita y se trata para hacer apostolado con ellos, ésos pueden ir, y de hecho van, la mayoría de las veces, a hoteles alquilados, o casas prestadas. ¿A quién pretenden engañar? ¿Qué sacan diciendo una cosa por otra? ¿Acaso no saben bien lo que de hecho lleva consigo su realidad? ¿Es posible que se conciba que se es más secular por .esto?

A los de fuera podrán convencerlos de lo que quieran, pero ¿y a los de dentro?, para sí mismos ¿qué interés, qué sentido, qué explicación, cabe que pueda tener? Y si es así ¿a qué engañar a nadie?

Otra nota de secularidad es la de que en la Obra se es según lo que la Obra sea en uno. Me explico. Han de tratarte, trabajos de administración de las casas. Dicen que las numerarias se han de dedicar a dirigir y a formar. Y lo dicen a la vez que insisten en que la vocación es la misma para todos: numerarias, supernumerarias y agregadas.

La numeraria es, sin embargo, esa persona que debe recortar cualquier horario que tenga fuera de la Obra, para ayudar más en "casa", para asistir a las tertulias, para llegar a cenar a punto, de manera que todo ello la lleve a sentirse más integrada en la vida de familia. Aun a costa de recortar y de renunciar a las propias actividades profesionales. Dice el Padre que "el Opus Dei no actúa en grupo, sino individualmente, trabajando y mezclados con todos, en el ejercicio de la profesión precisamente, con el ejemplo y el testimonio". Aunque esto no quite que el "encargo" que deben tener los socios en la casa en que vivan (de la Obra), deba estar antes y muy por encima de ello. Una cosa es la teoría; otra, como siempre, la práctica. Muy explicable, entiendo yo, si se tratara de cualquier tipo de congregación conventual, menos explicable cara a una Asociación que se jacta de secular, y que dice que no saca a nadie de su sitio. Que no se para a considerar, sin embargo, que a otros profesionales ajenos a la Obra, en las familias normales, eso no les pasa.

La vida de la agregada, teóricamente, es muy semejante a la de la numeraria. No debe ir a espectáculos públicos, salvo muy contadas excepciones; no debe salir y entrar sino por motivos apostólicos. Sus relaciones, su vida, sus intereses, quedan lógicamente reducidos a la Obra y a las cosas de la Obra.

He hablado de numerarias y he hablado de agregadas, quizá sin explicar exactamente quiénes son. Las numerarias son asociadas que tienen dedicación plena a la Obra y que viven en casas específicas para ellas. Las agregadas son las que con las mismas exigencias de entrega personal no viven en las casas de la Obra, viven con sus familias, pero viven para la Obra. Es complejo, es difícil, pero es así.

Las supernumerarias (o supernumerarios, existen las mismas clases de socios en masculino que en femenino) son otra clase más de asociadas, vinculadas a la Obra bajo las propias condicionantes de su vida familiar, social, etc. Pueden ser casadas; las numerarias y las agregadas, no. Y son, yo diría, el sector más propiamente secular de la Asociación. Sus circunstancias -sus mismas exigencias sociales y familiares- les permiten, les imponen, una más amplia y ordinaria comunicación con los demás, mayor libertad de acción, menos complicada manera incluso de llevar a la práctica su propia vida interior (la que la Obra enseña). Son las que menos saben de praxis. Las hay que se "fanatizan", se dejan absorber, y entonces forman una mezcla difícil y muy compleja. Son, precisamente, socios o asociadas que -como otros que se acercan a la Obra, pero que no se sectarizan, no es fácil, pero hay algunos-, son personas, socios, que pueden coger de ella lo mejor de su teoría, y llevárselo a casa... y actuar por su cuenta. Así sí, así sí que se puede hacer efectiva, positiva, la teoría de la Obra.

El Padre dice que vocación en la Obra hay sólo una, la misma para todos. Vivida por cada uno según las personales circunstancias, estado de ánimo, y la disponibilidad de su tiempo, aclara el catecismo. La misma, pero con posibilidades bastante distintas, añadiría yo.

En mis comentarios, en todo esto que vengo escribiendo, me estoy refiriendo especialmente a las numerarias; es mi caso, y por lo tanto mi mayor experiencia.

Asociadas condicionadas a una vida de familia específica e intensa, a la vez que en constantes trasiegos internos. Un trasiego continuo que al parecer no tiene por qué reparar ni en idoneidad, ni en salud, ni en repercusiones psíquicas. Hoy aquí, mañana allí. Cambios de casa, de encargo apostólico, de ciudad, de ambiente, de persona (si una no cambia cambian las que la rodean). ¿Quién es la valiente que, ante todo esto, no acaba sintiéndose sin ciudad, sin ambiente, sin casa, sin familia, sin nada?

Una religiosa, un fraile van y vienen, y cambian, pero lo hacen sin atravesar las propias fronteras de su estilo religioso, de su clase de entrega. Hay también matrimonios que van y vienen constantemente por motivos profesionales, pero lo hacen acompañados de sus familias (las mismas personas). Que es muy distinto a tenerlo que vivir constantemente, impuesto y a solas. Errante soledad a la que semejante clase de secularidad aboca. Ávida de compañía, rodeada... pero enormemente sola. Fomentando con todo esto, diría yo, un estilo más anacoreta que secular. Entiendo que existan los cambios; lo que no creo es que cuando son tan excesivos y sin motivos como en la Obra, a nada positivo favorezcan.

¿Habrá llegado la hora? La hora de dar la cara, de llamar a las cosas por su nombre, de no aceptar quedarnos sin secularidad, como el mismo Padre nos alienta. A pesar de que su decir y su hacer, el del Padre, no deje de ser la eterna contradicción de la Obra. Para algunos, la fe ciega que a él le deben es suficiente para consentir en lo que sea, siempre que se trate de acceder a sus deseos. Para otros, admitir que la secularidad se tergiverse es atentar contra nuestra propia vocación.

Me hice de la Obra porque creía en su secularidad. Y me he encontrado con una secularidad representativa, confusa e inconsecuente.


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