Anexo a una historia/Pureza

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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA


PUREZA

No es un tema de moda, lo comprendo. Ahora, el que no da rienda suelta a su instinto, a su sexo, "no se realiza". El hombre toda la vida ha sido "animal racional". ¿Tendremos que conformarnos con ser menos racionales para ser más animales? ¡Cuántos -pienso yo-, realizadísimos sexualmente, están totalmente sin realizar intelectual y espiritualmente! En fin de cuentas, realización ésta, queramos o no, mucho más humana.

No es un tema fácil tampoco en la Obra, por motivos muy distintos. Como he venido explicando, en la Obra las necesidades personales, las soluciones, no cuentan, no se consideran importantes. Pero sí cuentan y son enormemente fundamentales las prevenciones.

Constantes medidas preventivas, tomadas y concebidas a la luz de las posibilidades de depravación más alarmantes. Querer, sentir cariño en la Obra (como he venido comentando) sólo es lícito sentirlo por el Padre. A los demás hay que quererlos, pero sin "quedarse" en las personas, dicen, sin que sea un cariño a nadie en concreto. Un cariño de detalles externos, que para nada afecte o emplee los sentimientos. Si alguna vez se nota el sentimiento, debe una acusarse y buscar la manera de evitarlo, huir de la persona que lo estimule y concebir que es una tentación denigrante.

Los cambios, en la Obra, mucho más que por razones de necesidades de las labores apostólicas, suelen ser por ese motivo. Hay que separar inmediatamente. Hay que someter los gustos, hay que impedir todo encanto que pueda influir en el sentimiento. A la que le guste el Sur, al Norte. A la que está bien en un ambiente, que vaya a otro. Si resulta cómoda una convivencia, mejor un cambio, para que se conviva más a contrapelo. A la que se hace demasiado cargo de una situación, que cambie también, que no sea que se le tome demasiado cariño a aquello. Dicen que tanto cambio enriquece. ¡Claro que enriquece! Hay que hacerse gallega con los gallegos, catalana con los catalanes, castellana con los del centro. Lo que pasa es que a fuerza de hacerse tantas cosas distintas, se acaba... deshecha.

La convivencia, la vida de familia, que debería ser ese descanso de que el Padre habla, aludiendo a un ambiente acogedor y amable, que es el que sus hijos han de encontrar en las casas de la Obra al volver de la brega diaria, acaba convertida en un sinfín de prevenciones rebuscadas, realmente ofensivas, que la hacen cansadísima, extraña y complicada. Hay que medir el tiempo que se mira a una u otra, cómo se sonríe a ésta o aquélla; qué ratos se dedican a charlas con cada una, etcétera. No cabe salir, pasear dos días con la misma, de las de dentro (de fuera, sí, pero sólo so pretexto de apostolado). Para todo eso habrá siempre más de una dispuesta a "prevenir", a sobreentender, a entrever.., para acribillar a correcciones fraternas; consiguiendo que todo se complique y retuerza. Decir, decir, salir al paso; cuenta enormemente el "por si acaso". Por si acaso todas las prevenciones son pocas, todas las medidas parecen cortas. Un ambiente en el que lo importante es "darse", pero darse... de esta manera.

Dos numerarias no pueden estar nunca en una habitación a puerta cerrada (por eso muchas puertas son de cristal); ni siquiera esporádicamente deberán dormir dos solas en una habitación, como no deben vivir en una casa dos únicamente, sino tres o más. Cualquier síntoma de afinidad entre dos personas es "luz roja" para la separación más radical. A las puertas de los dormitorios acabaron quitando los pestillos que tenían para cerrar por dentro, para que nadie pueda aislarse bajo ningún concepto. Son únicamente algunos detalles. Detalles que habrá que encajarlos en el supuesto contexto de confianza que tanto se pregona en la Obra, de la que tanto se alardea, y que sólo por necesidades preventivas queda así de condicionada.

Prevenir en razón de unas posibilidades necesariamente degenerativas, incluso entre personas del mismo sexo (el otro ya está bien separado). Teniendo que admitirlo y consentir en ello a pesar de la repulsividad lógica que para cualquier persona medianamente normal supone.

Conozco personas a las que se les han creado verdaderos problemas de este tipo que nunca hubieran tenido por sí mismas. Hacen pensar lo que nunca se les hubiera ocurrido. Y ofende, ofende y decepciona, creo que con motivos, prevenciones particulares, aplicadas a la generalidad.

Acepto que se pueden dar toda clase de casos y de cosas. Se puede caer en toda clase de debilidades, y sé que hay que contar con que somos humanos. Pero de ahí a que, para no ser ingenuas y tener los ojos bien abiertos, sea necesario concebir que si no se actúa con toda esta enormidad de prevenciones lo normal sea degenerarse...

Personas dedicadas a un tipo de vida, de delicadezas interiores, de exigencias ascéticas, como las que la vocación de por sí implican... ¿No sería posible prevenir de mil maneras que no tuviera que ser desconfiando de todas, o imponiendo esa desconfianza como sistema? Hay personas que tienen mal el hígado y necesitan someterse a un régimen alimenticio y de medicación determinado, pero ¿acaso por eso va a ser necesario aplicar a todas las personas (todas tienen hígado) el mismo régimen, por si acaso, y para evitarles enfermedades hepáticas?

En la vida se puede renunciar al amor sexual como donación a Dios de lo más entrañable y propio que el hombre tiene para entregar de si mismo. Pero no se puede, no se debe, no cabe (por ley natural) renunciar al amor humano en general. Como no se puede reducir este amor diario y noble a la única y sola persona del Padre, como en la Obra se pretende.

Una Obra en la que se logra superar un montón de prejuicios. La suficiencia, el desparpajo, esa desenvoltura para tantas cosas que tienen los miembros de la Obra, ¿qué son sino prejuicios que se desechan? Y sin embargo, parece como si tuviese que ser a costa de crear y de fomentar otros muchos más absurdos e innecesarios. Es la eterna cuestión. Personas que podrían llegar a conseguir una auténtica simplicidad (atributo divino) de mente y de vida y de situación en la sociedad; personas para las que las complicaciones objetivas no existen, porque tienen todos los medios, las imposiciones se encargan de enredar y complicar. Personas que, por el hecho de ser seculares, de la calle, pueden tener mentalidades suficientemente normales para no necesitar que se las trate como adolescentes, colegiales o gente recluida. ¿No será que es en eso donde se trastocan las cosas, y donde debería haber unas situaciones lógicas y amplias, se acogota a .la gente, y se quiere arreglar luego con imposiciones y medidas que "malamente" suplan?

Una "asociada numeraria", durante un tiempo en el que actué de directora, estaba totalmente desconcertada y harta de todo, y encontró en mi manera de ayudarle la posibilidad de volver a ver las cosas con mucha más ilusión y afán de entrega. A esa persona, por tales resultados, y por el hecho de que ello llevase consigo un cariñoso sentido de agradecimiento hacia mí, aparte de separarla inmediatamente (nos llevaron a vivir a casas distintas sin más razones), le prohibieron algunas directoras regionales saludarme cuando se encontrara conmigo en la calle o en cualquier otro sitio. Yo había pasado a ser un peligro para ella; así se lo aseguraron. Y cuando, ante esa extraña medida, acudí al director espiritual de la delegación a que pertenecíamos, para que estudiara el caso y solicitara una rectificación al nivel adecuado, a ese director espiritual (sacerdote), que así lo hizo, le contestaron (en asesoría regional) "que olvidara el caso"; era la única rectificación que cabía.

A otra numeraria también, y por motivos de agradecimiento hacia mí, muy semejantes a los anteriores, se le ocurrió comentar en su charla con la siguiente directora, la que me sustituyó, que echaba de menos la ayuda que en mí había encontrado para su vida interior, se le aconsejó que rezara con frecuencia la jaculatoria "aparta, Señor, de mí lo que me aleja de ti"; yo era el obstáculo.

En otra ocasión se trataba de sacar adelante a una haciéndole superar su aburrimiento, su desilusión, acogiéndola y animándola en un intento que podía ser el último recurso. Después de una temporada difícil y árida intentándolo sin conseguirlo, cuando esa numeraria empezó a reaccionar y se la empezó a ver más contenta y a gusto, a otra de las de la casa se le ocurrió interpretarlo como motivo de apego, organizando todo el consabido proceso (prevenciones y acusaciones); proceso en el que incluso el sacerdote (director espiritual de la casa), a pesar y además de conocer la intención y la situación de las partes interesadas, no pudo hacer otra cosa que aceptar la prevención, indicando que lo mejor era separarnos, porque a las demás (que estaban enredando) había que darles la razón "para tenerlas contentas" y no desilusionarlas de la eficacia de sus prevenciones.

Yo puedo asegurar que si la actuación dc mi familia tuviera que ser juzgada, interpretada a la luz del sentido de pureza en la convivencia que se tiene en la Obra, podrían ser tachados todos de verdaderos degenerados. Y no me importa ser así de contundente, precisamente con los míos, porque es evidente lo normales, lo buenazos y lo ejemplares que son, además de ser afectivos y cariñosos.

En la Obra insisten en que hay que ser delicados. Pero hay que saber encajar este sentido de delicadeza, porque no vale hacerlo bajo su significado ordinario. Delicada, pero indiferente; atenta y cordial, pero distante; acogedora y comprensiva, pero impertérrita. "Fina y delicada" para captar y vivir al pie de la letra todo aquello que indican, que piden, que inculcan los propios directores como portavoces del Padre. Pero a la vez insensible y capaz de aguantar y de pasar por encima de las más atrevidas condenas y de los más "audaces" calificativos que puedan afectar al propio prestigio de la persona, siempre que la Obra sea la que dictamine. Pueden considerar que una es una degenerada, o lo que sea, con la mayor desenvoltura del mundo, sin más pruebas que esa mentalidad intuitiva-preventiva; y sin que haya nada que alegar ni de que defenderse. Disculparse sería una falta de humildad, de confianza en los que gobiernan, que necesariamente son mucho más objetivos.

Así como no cabe preocuparse por nadie que no sea por todos a la vez (fatal amistad particular); nadie tiene por que tener más necesidades ni más "problemas" que los previstos. Y no hay más camino ni más actitud con nadie que la de encasillar y vigilar a todos.

Hablaba de delicadeza, de finura de espíritu; que supone, queramos o no, un mínimo de sensibilidad. Finos sí, delicados también, pero sensibles no. Hay que ejercitarse en toda clase de solicitudes; pero hay, a la vez, que renunciar a todo tipo de sensibilidad, de sentimiento, de reacciones consecuentes.

Por austeridad, por necesidad de una ayuda exigente a esa lucha de continencia y pureza, en la Obra las mujeres duermen en tablas. Los hombres no. Ellos, según Monseñor Escrivá, después de un día de trabajo intenso necesitan descansar bien. Intensidad que en el caso femenino parece carecer de importancia. A ojos vistas el trabajo de las numerarias es bastante más cansado que el de los numerarios, al menos físicamente.

Los numerarios pueden dormir los días que les parezca oportuno hasta la hora que quieran; las mujeres, no. ¿A qué todo eso? ¿Qué es, realmente, lo que el Padre se propone con ello? ¡Demasiada discriminación! entiendo yo. Siempre en los hombres la continencia ha sido más difícil que en las mujeres. Y, sin embargo, en la Obra es como si ocurriese lo contrario.

Para elegir nuevo presidente general, cuando llegue el caso, los hombres tienen voto, las mujeres sólo voz. (Siempre dentro de los electores que son un grupo muy reducido dentro de la asociación, previamente seleccionados.) Como en lo de las tablas, un detalle más de discriminación. De hecho el presidente general lo será para toda la Obra, para unos y para otros, igual para las dos secciones. Pero no es lo mismo, según para qué cosas, en la Obra ser hombre que mujer.

Una numeraria o agregada no puede trabajar en ningún departamento en que tenga que estar sola con un hombre. No puede tener ninguna relación con los amigos de sus amigas. No debe ir ni de visita a casa de los supernumerarios, para evitar relaciones entre personas de uno y otro sexo. En palabras del propio Monseñor Escrivá, "hay que cuidar la vista, la revista y la "entrevista"". Siempre estuve de acuerdo, y lo sigo estando, en que evitar la ocasión evita el peligro. Pero la ocasión real. ¿Cómo, si no, la realidad de una vocación secular, de una mentalidad normal?

Cuando aludía al sistema de administración de las casas de la Obra, creo que dejé clara la separación total que se vive. La casa de la administración y la administrada son siempre dos zonas contiguas, pero llenas de requisitos para lograr una total separación. Horarios de limpieza fijos y establecidos para no coincidir. Telefonillo interior exclusivo de directores por el que se pide todo, pero nunca se nombra a nadie. En el comedor sólo el director puede dirigirse a las doncellas, queda prohibido para los demás. Concebido todo esto como necesidad de distancia entre distintos sexos.

La separación de las casas primero obligaba a que las puertas de comunicación tuvieran una cerradura por cada lado, que cada director (la directora en el caso de la administración) custodiaba vigilantemente, abriendo sólo a las horas indicadas. Después fueron dos puertas paralelas. Ahora, además de ser dos puertas, debe quedar un espacio de separación entre las mismas para que la distancia sea mayor.

A nivel de sacerdotes la separación implica, por ejemplo, que si una numeraria está enferma, aunque se esté muriendo, ha de estar acompañada por otra de la Obra, para que el sacerdote pueda pasar a administrarle algún sacramento, ya sea en casa de la Obra, en clínica, o donde toque. Mientras los varones tienen todas las posibilidades para ser atendidos por los sacerdotes, las asociadas no las tienen. Más discriminaciones.

Estando yo fuera me han contado (otra que ha salido después que yo) que si una numeraria se permite hablar a solas con un sacerdote (de la Obra lógicamente), fuera del confesonario, ella queda obligada a no acercarse a comulgar durante una semana, y al sacerdote un mes suspenso a "divinis".

En mi época, cuando un sacerdote pasaba a una casa de mujeres a hablar de las necesidades espirituales de las de la casa, o de la labor apostólica, debía hacerlo siempre de pie, y era obligación de todos ser lo más escuetos posible.

He oído contar como anécdota graciosa a la vez que "formativa" la reacción de una pobre niña (ingenua y fiel), de una empleada del hogar, que trabajaba en una residencia de la Obra; estaba tan bien enseñada que una vez que se despistó del grupo de la limpieza de la residencia, al ver acercarse a ella un residente, gritó asustada " ¡un hombre, un hombre!" y se metió en un cesto de ropa que había cerca, para que no la vieran, hasta que el residente desapareció.

Normas e imposiciones que son consecuencia de una mentalidad, de la única que en la Obra cuenta. Todas ellas expresión fiel de la mentalidad del Padre.

No quiere decir esto que todos en la Obra tengan la misma mentalidad; en la Obra, de hecho, hay mentalidades y mentalidades. Lo que sí pasa lógicamente es que la mayoría se mentalizan.

El Padre valora y proclama santa la unión de un hombre y de una mujer, en el matrimonio, asegurando bendecirla con las dos manos, para a su vez centrar toda su importancia en la obligación de tener hijos, muchos hijos, todos los que Dios quiera. Una supernumeraria joven decía, como defensa ante la falta de detalles afectivos que se veía entre su marido y ella, que "a su marido sólo lo necesitaba para darle hijos". No todas las supernumerarias piensan y actúan así, lo cuento únicamente porque de alguna manera es consecuencia de lo que se les inculca a todas. Supernumerarias que, por razón de buen espíritu, de sinceridad, y de formación en la castidad, han de hablar de sus más íntimas relaciones -en su charla quincenal- a numerarias muchas veces muy jóvenes que nada saben ni tienen por qué saber de ello, sometiéndose a sus consejos. ¡Cuántas extravagancias como consecuencia! Sin que propiamente sea lo que se pretende, pero sí su resultado lógico.

Hay que huir, protegerse del ambiente de impureza de fuera. Por la calle hay que cuidar la vista, no mirar, por ejemplo, las carteleras, que, dicho sea de paso, dan cada día más asco. Hay que influir en la moda, hay que dar testimonio de decencia, importante tema; lo considero un apostolado deliciosamente femenino. Aunque su testimonio por parte de los de la Obra quede tan ahogado en su propia y característica introversión.

El tema de la pureza en la Obra es, a pesar de los pesares, un silencioso tema. Podría decirse que prácticamente ni se la nombra. Se habla, sí, de pureza, pero no se cacarea más que otras cosas. Se toman medidas, se actúa, se le da importancia exhaustiva; pero si puede taparse con alguna que otra disculpa, mejor.

Rezar, pedir por "la pureza de los de la Obra", porque todos sepan vivirla de esa manera y no falten a nada de ella y sean muy fieles a todo este conjunto de normas. La oración y la preocupación de los de la Obra también ha de estar centrada y acaparada por los que ya son, o están, en vías de serlo.

No quiere el Padre a sus hijos -he comentado ya en otro capítulo- flores de invernadero. Pero la realidad luego... como tantas veces, se ahoga, se anquilosa, a pesar y a costa precisamente de su propia teoría.


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