Anexo a una historia/Obediencia

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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA


OBEDIENCIA

La obediencia que en la Obra cuenta como instituida, es secular y responsable. Nada obliga teóricamente. Ha de ser (teorizan) una obediencia inteligente y racional, que debe, sin embargo, componerse de cumplir al pie de la letra aquello que indiquen, con la convicción de que es lo único realmente bueno. Compaginando toda su secularidad y racionalidad, con el constante "entender no es necesario", "razonar no cuenta", "la conciencia personal es mala consejera" y "todo lo que manden es únicamente la voluntad de Dios", etc.

Se escribe, se publica, se asegura que en la Obra no hay obligaciones, no se exigen votos. A la vez que insiste el fundador, y lo hace sin dificultad, de decir las dos cosas simultáneamente, "en la Obra, obedecer o marcharse".

Obediencia (insisten) "sólo para lo sobrenatural". Sólo en relación con la vida interior de los socios.

Para estimular a sus hijos en la obediencia, gusta a Monseñor glosar aquel pasaje del Evangelio en el que Jesús, desde la orilla, indica a sus discípulos, que habían estado toda una noche sin pescar nada, que echen la red a la derecha; a ellos, que eran hombres de mar, curtidos; a ellOS con toda su experiencia profesional sobre pesca y peces. Y, sin embargo, porque se fiaron de su palabra "se les llenó la red, y no podían con la carga". Enseñanza maravillosa del Maestro sobre obediencia y sus consecuencias. Pero obediencia a Cristo, a su doctrina. Aplicar a la Obra, a su aspecto más humano, al querer y al sentir del Padre, esa misma norma, pretendiendo situar en el mismo plano de acogida obediente cualquier indicación suya, me parece demasiado pretender. Sin embargo, en la Obra es un tipo muy usado de pretensión. Podían ser muchos los ejemplos. Otro y muy significativo es el del "fiat" de la Virgen; enseñan que la obediencia debe vivirse con un "fiat" incondicional a todo lo que venga del Padre, a todo lo que sea una directriz de la Obra, como la Virgen. Pero no como Ella a la voluntad de Dios, evangélica; sino a las insinuaciones, a los más insignificantes deseos de Monseñor Escrivá.

El propio Padre asegura que la obediencia en la Obra no tiene que ser ciega, dice que tiene que ser inteligente. Pero que en la práctica ha de atenerse a la "ciega y total convicción" de que obedecer es pasarlo todo por la mente y por el corazón del Fundador; ver, querer, entender... Lo que entiende él, quiere él, lo que ve él.

Para destinar una persona a un país distinto al suyo, por ejemplo, se le consulta si quiere o no, dando a entender con ello que cada uno es libre de aceptar o no aceptar. También se dice que es así como se actúa con relación al trabajo profesional, al encargo apostólico, etc. Pero o a todo se dice que sí, y parece todo maravilloso, o tienes mal espíritu. En cuanto al trabajo profesional, debe ejercerse donde a la Obra más le convenga; ampliarlos reducirlo o renunciar a su ejercicio, según los directores indiquen.

¿Motivos de obediencia en la Obra? Todo.

Repetir al pie de la letra lo que el Padre dice. Hacer cada uno la oración, la lectura, etc., como establezcan en la charla semanal. Acoger incondicionalmente toda indicación de los directores. Leer o no leer, según dispongan. Opinar o no opinar sobre cada tema como los directores digan, etc. Consejos y consultas en constante ejercicio como necesaria materia de obediencia. Obediencia, atenta, "delicada", sólo así es posible en la Obra tener su espíritu, todo lo que no sea eso es diabólico, es soberbia.

Para todo tipo de decisión se debe "consultar". Las personas definitivamente incorporadas a la Asociación se obligan previamente bajo deber jurado, como garantía de fidelidad. Consultar será siempre oír el "consejo" que dan, para, por obediencia, seguirlo exactamente, actuando luego como si fuese decisión propia, "sin achacarlo a los directores", insisten; aunque, paradójicamente, los directores sean los que han decidido.

Las iniciativas de las personas valen en cuanto sean divertidas, ingenuas y manejables; aprovechando esas ocasiones para avalar y defender en ellas una "variedad y libertad" sólo y exclusivamente aparente.

Iniciativas que, el Padre, a veces acepta, acepta colaboradores a su lado que son muchas veces aportaciones estupendas, el Padre sabe bien de quién se rodea; pero lo serán únicamente de una forma anónima, utilizada, pasada, por el "crisol" de su propio criterio.

Obediencia en cristiano creo yo que debe ser la más abierta y total disponibilidad a la voluntad de Dios, a la que debemos acatamiento y sumisión; yo diría más bien veneración, cariño. Obedecer es exigirse; es estar por encima de anárquicos caprichos, de ganas o desganas. Nunca la "gana" fue norma de conducta para nadie que se precie de una consecuente sensatez. El Evangelio dice que "el reino de los cielos es de los que se hacen violencia". De los que saben contar con los demás, de los que cumplen las reglas de juego. Violencia en la que van a quedar definidos precisamente los diversos estilos de obedecer, que a grandes rasgos podríamos encuadrar en dos grupos; el estilo religioso y el estilo secular. Los dos para una sola obediencia, idéntica en su núcleo fundamental, pero diversa en sus formas. El médico como médico, el jurista como jurista. La monja como persona consagrada. Al seglar como al cristiano de la calle. Una elección en la que cada uno debe buscar lo que más le ayude a vivir los planes divinos, por eso a unos servirá renunciar al libre manejo de sí mismo, para encontrar la ayuda del mandato del de más arriba (obediencia religiosa); y otros verán la eficacia de su vida en una obediencia que corre con las consecuencias de una actuación por sí misma (obediencia secular).

Cada uno es muy libre de elegir el Carmelo, o el Opus Dei, o el matrimonio; lo que mejor crea. Pero en cada una de esas elecciones lógicamente irá implicada una clase de obediencia. Por eso no puede ser igual obediencia la de la Obra que la de un cartujo o una jerónima.

Nada más lejos de mí que minorizar la obediencia. Por el contrario, venero y proclamo como virtud sin paliativos la obediencia. Una obediencia consecuente y trascendente, pero no una obediencia que se confunda con mimetismos. Como no creo tampoco que se pueda llamar secular a una obediencia personalizada que se impone por sistema.

Obedecer a Cristo mismo en su Magisterio, Magisterio de institución divina, es para un cristiano materia ordinaria de obediencia, la única manera de conectar con los designios de Dios. Ante nuestra pequeñez humana, nuestra personal insuficiencia, Dios, que lo sabe, nos brinda esa Iglesia suya, los medios, la manera. Unos mandamientos, unos dogmas, una ética a tono con la grandeza y la magnificencia de Dios mismo; trascendente como la misma Iglesia; a pesar y además de todas las dificultades que la propia actuación de los hombres le aportan. Obedecer es todo eso.

Obedecer para una religiosa será lo mismo más las reglas de su orden. Para un cristiano secular la obediencia no puede ser otra que la de su propia condición de cristiano.

Así como nadie podrá ni deberá nunca disculparse en otra persona dc la responsabilidad de haber faltado a su propia obediencia, nadie, en honor a la verdad misma, podrá erigirse personalmente en regla o medida de obediencia para nadie.

En el estilo religioso serán sus propias reglas las que se erijan (le antemano elegidas por sus miembros. Se erigirá un criterio superior que va implícito en la elección de cada uno para una entrega personal a través de esa clase de obediencia, como mejor y más íntima exigencia. Secularmente no hay más renuncia, no debe haberla, que la que resulta del hecho de ser cristianos. Es la única que cabe, que debería ser, por lo tanto, la obediencia de la Obra. Una obediencia a ciegas, una obediencia incluso en lo opinable. ¿Obedecer o marcharse? ¿Qué clase dc obediencia secular cabe que sea ésta?

Se cuenta en la Obra, como anécdota ejemplar, que estando una vez el Padre de tertulia con un grupo de numerarios en la casa de Roma, mandó a uno de aquellos chicos a comprar helados para todos, y le dijo que, al salir, se echara la llave en el bolsillo para entrar al volver. El chico lo entendió, pero vio que había portera, justamente en el mismo vestíbulo, y pensó que no necesitaba la llave. Al volver tocó el timbre y entró en seguida. Pero el Padre, que le oyó, nada más entrar en la sala donde estaba, le dijo: "Hijo mío, tú y yo no nos entenderemos nunca." Aquel chico tenía que haber cogido la llave sin interpretar. Para el Padre entenderse con sus hijos necesita esa clase de docilidad. Así es como hay que obedecer en la Obra. Es una anécdota sólo, hay muchas más, pero creo que ésta da una idea.

No sé qué clase de obediencia será la que conste en las Constituciones. La que predican y se teoriza es la "secular e inteligente"; la que se exige y se impone en la práctica, es esta otra y sólo ésta. Total, incondicional, a ciegas.

Con miles de fórmulas para establecer las cosas, y al mismo tiempo considerarlas espontáneas. Para exigir que se cumplan a la letra, pero sin que eso impida que, según a la Obra le convenga que unas veces sea así y otras no; interpretación lógicamente a cargo de los propios directores y sólo de ellos. O se acepta como modelo único al Padre y se pasa todo por la obediencia, o "no se entiende el Espíritu de la Obra".

Barrer la escalera hacia arriba puede ser un estilo de obediencia que en la Obra se diga que no se da. Someter la propia conciencia a lo que quieren hacer entender, porque nunca la persona es buena consejera (así lo determinan), creo que en materia de obediencia abarca y llega mucho más allá que barrer hacia arriba la propia escalera.

Que a esto luego haya que llamarlo obediencia inteligente, o lo que se quiera, es distinto. Es y a pesar de los pesares sólo puede ser una incoherencia más entre tantas.


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