Anexo a una historia/Comentario final

LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA


COMENTARIO FINAL

Ha ido pasando el tiempo. Todo el tiempo que hace falta para recopilar, copiar, buscar un cauce a una serie de notas como éstas, contando únicamente con ratitos muy cortos de un tiempo que se agota, que siempre es poco para unos quehaceres diarios que se lo llevan todo.

Apuntes, notas, concebidos y redactados en una época podríamos decir distinta; bajo la concesión incluso de que algún día fuesen leídos por el mismo Padre. Pero el tiempo pasa... y no pasa en balde, y pasan cosas. Han ido pasando muchas cosas. Y entre ellas ese mismo tiempo que de por sí tanto pule y sitúa y posibilita una perspectiva desapasionada y serena.

¡Providencial! sería la palabra. Providencial la necesidad de tiempo para organizar estos apuntes, y lo que ese tiempo ha ido proporcionándonos. Providencial, porque, ahora que a la vista de la muerte de Monseñor Escrivá sus hijos montan todo un despliegue de actividades en busca de datos, de testimonios, de anécdotas personales que avalen la vida, la santidad, la grandeza de su Padre, no deja de ser providencial, que aunque nadie a mí me lo haya pedido (me han intentado disuadir cuando se han enterado), mi opinión está ya, de alguna manera, hecha; hecha, derecho y deber, con la objetividad de no habérmela ni siquiera pensado para un momento tal. Era ya, y sigue siendo la misma. Es una sola, y no puede ser nada más que estar escrita y concebida de cara al Padre y en vida del Padre.

Una opinión, una necesidad de reflexión, de reacción, que la he tenido y expuesto, antes que nada, como decía, con los propios de la Obra. Que muchos me la han oído y comprendido muy bien, aunque no ayudado. Y que, sin embargo, ésos mismos, ésos y otros, por el simple hecho de estar dentro, de tenerlo que juzgar a través del prisma de "su fidelidad", serán también los que al oírmelo ahora y hacia fuera, rasgándose las vestiduras, no tendrán inconveniente en asegurar que son "majaderías"; "está loca". Ellos saben que yo nunca he sido en la Obra persona difícil, ni problemática, ni incordiosa, sino todo lo contrario. De mí se han dicho cosas mucho mejores; pero era estando dentro; ahora...

Pocos meses después de dejar la Obra oí en Televisión un comentario sobre el Gobierno ruso que me sorprendió por su semejanza; decía que en Rusia, cuando una persona no entendía y no compartía gustosamente el régimen soviético, un régimen tan maravilloso (insistía), era porque estaba loco; y decían que antes a ese tipo de desertores se los llevaba a campos de concentración, ahora los ingresan en hospitales psiquiátricos. En la Obra, no entenderla, no admitirla, atreverse a considerarla menos infalible y maravillosa, atreverse a llamar a las cosas por su nombre... es también estar loco, mal de la cabeza, ser un infiel. Si una persona está a favor de la Obra, esa persona es ideal y encantadora; pero deja de serlo (y por lo tanto es tratada de muy distinta manera) si en algo difiere o no comparte el sentir y definir de la Obra.

De mí, lo mejor que se ha dicho, ya estando fuera (si bien es verdad que se ocupan muy poco, y recuerdan menos) y no con demasiado cariño, es que ."soy una inquieta". Lo cual no tengo ningún inconveniente en admitirlo: lo soy. Tengo la necesaria inquietud para no conformarme con convencionalismos sin consistencia, para necesitar coherencia, nada más y nada menos que de toda una Obra de Dios.

Conocí al Padre el año 62 en Santiago de Compostela, precisamente el día del Apóstol, 25 de julio. He administrado casas donde él ha estado pasando unos días, con la consiguiente relación, en Barcelona, Segovia, Jerez. He asistido a la Asamblea de la Universidad de Navarra del año 67. He tenido ocasión de ser llamada a conversar con el Padre (él, otra directora y yo, a solas). Conversación en la que especialmente habló él, como normalmente pasaba, y le gustaba que fuese escueta y rápida la respuesta, para dar tiempo a todo lo que él deseaba decir: lo importante eran sus enseñanzas. Lo he tenido cerca, y he tenido cargos de gobierno en cada una de esas casas en las que con él he coincidido. La última vez que le vi fue en Pozoalbero (Jerez) el año 72: era yo la directora de la casa cuando él estuvo. Y he tenido que pasar por la pena (es una auténtica "desgracia" en la mentalidad de la Obra) de no poderle recordar ni humano ni con cariño.

¿Me ha aportado la Obra a mí algo positivo? Sí, claro que sí. Me ha hecho más recia, más enérgica, me ha desarrollado el afán de superación, me ha curado de espanto, me ha curtido y mucho; y me ha ayudado a ser más piadosa. Sin que lo cortés quite lo valiente. Me ha ayudado y me ha hecho mucho daño. Me lo ha hecho muy difícil, y me ha dejado muy sola, totalmente sola, antes y ahora. A su imponer y acaparar y avasallar, su "convencer" o coaccionar, yo no lo llamo, no puedo llamarlo ni ayuda, ni estímulo, ni nada que se le parezca.

Por mucho "apellido" de santa que a la coacción quiera aplicársele (Camino, de Monseñor Escrivá), no entiendo yo que coaccionar pueda ser nada, ni humano, ni sobrenaturalmente aceptable. Ayudar, sí, corregir, defender y proteger; pero nunca coaccionar, mentalizar o avasallar.

La Obra, justo es reconocerlo, tiene una buena cualidad; un serio y esforzado sentido de lo trascendente, de lo espiritual. Evidenciable, creo, a lo largo de todo lo expuesto. Pero es mucha la trama de incoherencias que enmarañan hasta lo más positivo. Que no impide que lo positivo exista. Existe ese sentido sobrenatural de la vida, pero enormemente amalgamado en tanta incoherencia.

Me voy a permitir calificar mi publicación: dura quizá; derrotista no.

Soy consciente de mi insuficiencia personal, de la pequeñez a que lógicamente queda reducida mi aportación frente a la fuerza de grupo de la Obra entera.

Mi aportación sólo cabe como lo que es, un caso entre muchos; uno, pero totalmente real. Ni mucho menos una aportación exhaustiva. El mismo título lo dice, es sólo un anexo. De una historia que se compone de muchas cosas más; pero de todas éstas también y a la vez que todas las demás.

Podría haber dado más datos, más fechas, más nombres, más... Pero ¿para qué? ¡Es todo tan constatable! Y sin embargo, a mí ese silencio me sirve de respeto, de consideración delicada, con las personas precisamente. ¿Con la Obra?, ¿qué decir, entonces, de delicadeza con la Obra?; que si ellos no escribieran, y difundieran y publicaran, como lo hacen, tantas cosas... tan inexactas, yo tampoco tendría que decir nada. La necesidad surge -y valga la redundancia- de la misma necesidad de proporción.

Es un deber y un derecho. No intento disuadir a nadie de su devoción a la Obra; si alguno lo supone, será porque no tenga razones suficientes que le defiendan, y entonces ya no soy yo, sino su propia inconsistencia (la de la Obra).

El Padre decía, poco antes de morir, que había que querer al 'Papa "como se quiere a un padre muy viejecito y muy enfermo" (me lo contaba una asociada), intentando disculpar en tales limitaciones actuaciones que no le parecían adecuadas a él. ¿Será así como hay que acabar queriendo (siguiendo el ejemplo del Padre) a la Obra misma?, ¿o como hay que llegar a considerar posturas y actuaciones de su propio fundador?

Un nuevo presidente para la Obra, una nueva época. Un nuevo presidente que de entrada sólo ha podido ser el que, de alguna manera, "podía seguir manteniendo el fervor personal" a que los socios están acostumbrados. Un señor con una personalidad que podía haber sido muy distinta a la de Monseñor Escrivá, un hombre indudablemente de talla, pero de tal manera identificado con su antecesor, que ha logrado hacer imperceptible el cambio. ¿Misterio de captación (del Padre a los suyos) o misterio de veneración de los suyos a Monseñor?

A sólo unos días de distancia de la muerte del Padre, las asociadas recibieron orden de asistir ,a sus funerales, además de con velo, con manga larga, medias y zapatos cubiertos. Eran los primeros días de julio. A Monseñor parece que le gustaba así. Y de esa manera la persona llamada a ser su continuador empieza definiéndose.

¿Seguirá compartiendo el propio Padre, ahora desde el cielo, el estilo afán filial de darle alegría? Alegría, por ejemplo -indicaciones de sus directores-, como la de que en todos sus funerales se adornaran los altares con rosas o gladiolos rojos, porque era su color preferido; flores que, en algún país, cuentan que hubo que llevarlas en avión, porque en él no existían.

Antes y ahora éste es, y al parecer va a seguir siendo, el estilo de una Obra de Dios, que no repara en medios para secundar a su fundador; para vivir y conseguir el más exhaustivo despliegue de detalles cuando de él se trata, haga o no haga daño, quepa o no quepa en un proceder ortodoxo y ordenado, cristianamente hablando.

Insistieron en la sencillez del entierro del Padre. Que hay que encajarla, sin embargo, en todo su contexto: cripta especial y privilegiada (en su propia Casa); recinto todo él de cuidada construcción y regios mármoles, por muy en Italia que esté.

Amortajado con ricos ornamentos. No era sitio para grandes asistencias de público, como no lo es tampoco el estilo de la Obra, siempre que no sea de un público previamente seleccionado por ellos mismos. Allí el plan era el de siempre (de regia reserva). En otros sitios la "sencillez" no dudó en permitir, en organizar esos mismos funerales con todo rango: adornos, plata, flores rojas, fotos...

La casa donde nacen personajes importantes suele ser interesante conservarla intacta. La del Padre (era muy sencilla), en medio de ese afán de homenaje a todo lo suyo ha faltado tiempo para derribarla y comprar solares alrededor... ¿Por qué?, ¿para qué? Quizá para que los que vengan detrás, y los que ahora también puedan ser convencidos, entiendan en ello una categoría y una estirpe aplicable a su fundador, que podría ser obstaculizada de otra manera.

No pienso yo, ni mucho menos, que estas cosas, y muchas de las que he venido comentando, se den únicamente en la Obra, ¡no!; ya sé que no. Se dan en muchos sitios, en muchas instituciones, y de muchas maneras; pasan a todos los niveles, pasan en todas partes. Lo que sí pienso también es que a una Obra de Dios que se jacta de perfecta se le puede pedir una coherencia.

Una Obra de Dios verdaderamente sencilla, "coherente", clara, ¡qué distinta sería! ¡Qué pocas explicaciones harían falta! No habría que prevenir como se hace, que acorralar, que prohibir, que temer tanto a lo que pueda variar... Bastaría con ser.

La Obra evidentemente es una gran fuerza, quizá no tanto por el número de sus socios -la cifra puede ser muy relativa- ni por la cantidad de países en que está extendida -el 90 % de sus socios puede decirse que son españoles-, una fuerza sí, por el "amparo", la "seguridad" que brinda a los que a ella se acercan. La tan anhelada "seguridad" en que tanta gente busca su refugio.

Lógicamente una gran fuerza. Además de que su fundador quiera explicársela sobrenaturalmente argumentando: "¿Usted lo entiende? Yo tampoco." "El espíritu sopla donde quiere." Si por sobrenatural hubiera que entender lo abundante, más le cabría tal prerrogativa al maoísrno por ejemplo, que a la Obra misma.

Yo no niego a la Obra una fuerza llena de intenciones nobles y buenas. Pero llena también de ambiciones muy partidistas, pudiendo ser muy católica; muy personalista, debiendo ser muy universal; despersonalizada y arrolladora, pudiendo ser muy constructiva. Demasiado jactanciosa para ser divina.

No me cabe la menor duda de que la Obra pueda ser una gran ayuda para la Iglesia. De que Dios quiera a la Obra, y la quiera santa, como quiere a tantas otras organizaciones y a cada persona. Pero no es todo que Dios lo quiera. Hay que apostar en ello la realidad de cada día. En la historia de las instituciones pasa como en la historia de las personas, pasa como cuenta el Evangelio, que "hay un hijo que dice sí que voy y no va, y otro que dice no voy y va".

"A la Obra, es evidente, hay gente que la necesita", argumentarán también sus socios, basando en ello la defensa de su autenticidad. A Marx también. Es una importante nota, pero no necesariamente aval de su ortodoxia.

Dios, que es tan bueno, sabe lo que hace y hace siempre lo mejor. Escribe derecho en renglones torcidos. Dios sabe cómo necesitaba el Padre que le recogiera; Dios sabe muy bien cómo la Obra necesitaba seguir con su fundador mejor en el cielo que en la tierra.

Dicen -los socios de la Obra- que el Padre ofreció su vida por la Iglesia, y que por eso se ha muerto antes. No puedo ocultar que me sorprendió tal argumentación. Al oírlo, me vinieron a la cabeza distintas enseñanzas suyas -de Monseñor-, como son: "Hijos míos, en el cielo se puede amar, pero no se .puede trabajar por Dios; hay que seguir trabajando mucho por É1 antes de ir al cielo." Recuerdo otro comentario que solía hacer; sobre Santa Teresa cuando dice: "Muero porque no muero." "No es lo nuestro -añadía el Padre-, debemos desear vivir para trabajar por Dios." Ante la muerte de algún socio de la Obra -me acuerdo de la de un croata, sacerdote, muerto en accidente de aviación-, el Padre exclamó también: "¿Cómo, Señor, teniendo tan pocos que te amen en la tierra, te llevas a los que tanto pueden trabajar por ti?"

No parece que estuviera en su estilo, en su mentalidad, un ofrecimiento de su vida a través de la muerte. Si bien es verdad que en la Obra, por la causa del Padre, está permitido todo. Está permitido lo que sea y como sea, con tal de salvar, de poder seguir proclamando el más absoluto enaltecimiento de su fundador.

Un par de meses después de la muerte de Monseñor, fui a confesarme y por casualidad caí con un sacerdote de la Obra, que ni me conocía ni yo a él. El cual, después de advertirme que fuese rápida porque tenía prisa, nada más decirle yo mi confesión, me susurró entusiasmado: "¿Tú sabes que el Padre te ama entrañablemente? El Padre, "que aunque la Iglesia aún no lo haya definido es santo", desde el seno de la Santísima Trinidad te ama, ¿lo sabías?" Y ante mi falta de vibración (mi indiferencia a tal exposición) añadió: "¿Sabes quién es el Padre, verdad?" Le contesté que sí; no había tiempo para más; ni creo que mentalidad...; "Pues esto tiene que ayudarte -siguió diciéndome- para que tu vida interior dé un auténtico respingo." En aquel momento me dediqué a pensar en el sacramento, y dejé pasar aquello. Luego no pude menos de considerarlo, y sentir verdadera pena. ¡Cómo es posible! ¿No se dan cuenta de lo estrecho, lo ridículo, lo absurdo que esto resulta? Porque aquello, ¡como siempre!, no era el comentario de una persona sin más; era, no podía ser otra cosa, el resultado de una "formación" llena de consideraciones "específicas". Lógicamente mejor "entendida" por una clase de personas que por otras, aun dentro de los mismos de la Obra.

No que esté en el cielo, que es muy razonable alardear de ello, sino con una santidad que tiene que ser "canónica". Que para ellos ya cuenta, aunque la Iglesia no se haya definido. La canonización de Monseñor Escrivá empieza para los suyos por propia concesión sentimental interna. No es nada nuevo, no. No es sino el eco, la respuesta adecuada, a un estilo que les ha quedado de herencia.

De la herencia no cabe duda. El tiempo y los hechos, las consecuencias se encargarán de todo lo demás.

Y a cada uno de nosotros, ¿no nos quedará acaso la responsabilidad de aportar a la sociedad, a la Iglesia, toda una serie de datos, de hechos, que promuevan una reacción consecuente, proporcional, y por proporcional regenerativa, antes que para nadie para la Obra misma?

Callar, cansarse y "olvidar" es muy cómodo, pero creo que poco constructivo por demasiado conformista. "Un hombre, un caballero transigente volvería a condenar a muerte a Jesús", "Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de honra o de fe, es un hombre sin ideal, sin honra, sin fe", son dos puntos de Camino (393 y 394). A pesar de las condenas que por parte de la Obra recaen sobre los que no transigimos.

"Enderécese lo tortuoso, suavícese lo escabroso, y "verán todos los hombres" la salvación de Dios" (Isaías, 40, 3, 5). La verdad a la Obra, que tanto le gusta aplicarse frases evangélicas (ésta la comenta San Lucas en su capítulo tercero), la verdad es necesario ofrecerla, proporcionársela, hacerla posible a todos los hombres, y la Obra, "muy a pesar de los pesares", esa verdad suya la condiciona de tal manera a su irrazonada fe ciega, deformándola y tergiversándola, que a la misma sobrenaturalidad acaba convirtiéndola en mito (ficción es una de sus definiciones de diccionario).

De la Obra, además de sus forofos, hablará, tiene que hablar, lo está haciendo ya, su propia historia, la historia de las personas que la forman. Muchas veces no precisamente para erigirse en loas, como sus más "fieles" seguidores quisieran. ¡Ojalá para entre todos hacer de la citada frase de Isaías parte también de esta historia!


Capítulo anterior Índice del libro Capítulo siguiente
Alegría Anexo a una historia Apéndice