Anexo a una historia/Apostolado

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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA


APOSTOLADO

En el afán de almas, de acción apostólica, que de la Obra se predica, dicen, que de ciento interesan ciento. Yo diría que de ciento, si posible fuera, se va a por los ciento, pero que caben sólo unos cuantos.

Importa que cada día en la Obra el número de socios sea mayor, pero importa también y sobre todo -ahora como siempre- que se cuide la selección. Una selección que en los primeros tiempos se basó en unos valores personales altos, interesantes, grandes, que dieran prestigio a la Asociación; y que ahora, cuando ya el prestigio está más hecho, se basa en una sumisión más adecuada (capacidad de "adaptación"). Antes la base era una necesidad de calidad; ahora una cantidad, que necesariamente ha de ser sometible si no quiere acabar en desbandada.

El proselitismo, la "labor de San Rafael" -como se llama a la que se hace con la juventud- dice Monseñor que es para él como "la niña de sus ojos".

Escribe y predica Monseñor cosas ejemplares, alentadoras, bonitas (Camino, homilías, conferencias, coloquios); cosas prometedoras, al menos en su forma. Antes, por mentalización, no veía más allá; ahora, en opinión personal, tendría que seguir calificando y añadirle: barrocas, suficientes y contradictorias. Yo, sin embargo, además de impresionarme y sentirme atraída por ellas, he tenido que acabar llorando ante tanta acogida y comprensión "dicha y escrita", mientras sobre mí, y los que me rodeaban, pesaba la enorme carga de las contradicciones que él mismo les aplica.

El apostolado de la Obra es un apostolado con toda clase de medios, una formación atrayente (para algunos demasiado ingenua), dedicación a ella primordial. Todo un montaje, al que se le denomina acción apostólica, pero que con propiedad debería llamársele exclusivamente "proselitismo". Le llaman "santa coacción".

"La perseverancia de ninguno de mis hijos está asegurada -arengará el Padre a sus seguidores- si no es con la tuerca y la contratuerca de otras vocaciones traídas a la Obra por él."

Interesan especialmente los muy jóvenes, "adolescentes". A la Obra se puede pertenecer desde los catorce años y seis meses. Y hay que conseguir que sean muchos los que se asocien. Quizá para avalar con una cantidad lo que no es fácil avalar de otra manera. Para lo que se planifican labores que empiecen a influir desde muy jóvenes -colegios, por ejemplo-, capaces de llegar a una juventud que por circunstancias de los tiempos deja muy pronto de ser asequible a los estilos de la Obra.

Ante una persona que puede "entender" a la Obra, que puede ayudarla -aportándole algún prestigio, dinero, etc.-, que puede ser una vocación más, se derrochan detalles, amabilidades, se le dedica el tiempo que sea (en esos casos no importa perderlo), y no hay limites.

Hay que tener amigas, muchas amigas, Pero una amistad que "se utiliza"; vale sólo en tanto en cuanto "sirva", en cuanto sea útil para la Obra; no es admisible de otra manera si no existe algún tipo de beneficio hacia dentro, es -dicen ellos también- "una pérdida de energías, que necesita la Obra y no pueden derrocharse inútilmente".

Hay anécdotas que reflejan muy bien tales actitudes, opuestas entre sí; algunas nada solicitas. En una ocasión se trataba de una chica que había dado "malos pasos", pero que estaba arrepentida; quería que alguien la ayudara a regenerarse, y acudió a una antigua amiga suya que poco antes se había hecho de la Obra; y le aconsejó ésta que fuese por la misma casa que iba ella (estaba bajo los primeros entusiasmos), casa de la Obra dedicada a hacer labor con chicas de clase media. Fue, y se supo quién era aquella chica. Y a pesar de los pesares -de lo mucho que pregonan su afán de almas- pocos días después, a través de su misma amiga, le aconsejaron que no volviera, según argumentaron, "por el buen nombre de la casa". En la Obra caben y gustan, y se alardea de grandes conversiones. Pero no caben, es muy distinto, las que pueden ser más comprometidas que lucidas.

Comprar un lápiz, una goma, lo que sea, en las librerías de la Obra, es también -enseñan- acción apostólica. Se viva a la distancia que sea, hacerlo es contribuir -dicen- a toda la labor que desde allí se hace. Una labor condicionada a vender una clase muy determinada y limitada de libros, de donde el negocio no es fácil. Pero sí lo es, muy fácil, la colaboración de todos -socios y amigos de la Obra- por necesidad de buen espíritu.

Apostolado es para los socios de la Obra vender y regalar y difundir, cuanto más mejor, los libros que se refieren a su fundador o que recogen publicaciones suyas, hasta conseguir que sean los más vendidos y leídos.

Librerías, editoriales, etc., que dirán que no son de la Obra. Pero sí será la Obra la que se ocupe y se preocupe de organizarlas y dirigirlas, de impulsarlas y protegerlas.

Llaman "labores personales" a organizaciones apostólicas -colegios, casas para convivencia, centros de enseñanza- que, promovidas y dirigidas por la Obra, son otros los que las mantienen y los que figuran como sus promotores -supernumerarios o cooperadores-. Aparentemente desligadas de la Asociación, pero realmente vinculadas y manejadas por ella. Los lanzan, los ilusionan; les hacen ocupar en ello su tiempo y su dinero, y luego... Me parece estupendo el hecho de estimular, de promover, de dejar hacer a otros. Pero ¿a qué decir una cosa por otra?

Dice el fundador que el apostolado de la Obra es el "apostolado de no dar". "No habrá billares, ni futbolines, ni nada para atraer a los chicos a las casas de la Obra." Pero sí será el apostolado de las"necesidades apostólicas". Necesidades en las que se justificarán desde una Torreciudad, hasta cada minuto de cada uno de sus socios, que no deberán malgastarlo en cosas ajenas a la Obra.

¿Torreciudad para dar al mundo un santuario más, un instrumento de oración y veneración a la Señora? Eso dicen. Pero Torreciudad, objetivamente, lo sabemos muy bien, no es ni creo que llegue a ser nunca nada más que un centro dedicado y reservado exclusivamente a los socios de la Obra y amigos preseleccionados. Centro de estudio, de descanso, de retiro. Torreciudad como "homenaje" a un fundador que ha enseñado a sus hijos a manejarse así.

Tuve que ver, en parte, con algunas instalaciones de las de su proyecto -sé bastante de los millones que allí se han manejado- y no veo la posibilidad de justificar (como pretenden) semejante complejo en la labor campesina que dicen que allí se hará, en un campo en el que no creo que lleguen al centenar sus habitantes. Pretenden justificarse también con la aportación de un importante archivo (deseo del Padre) para los estudiosos del reino de Aragón.

Quizá por una vez en la vida quepa decir que "los hijos de la luz son más audaces que los hijos de las tinieblas". ¿A quién no le consta una audacia grande por parte de la Obra? Audacia para conseguir vocaciones, para organizar centros, para crear labores. Sería estupendo haber llegado a eso si no fuera porque al hacerlo se hiciera como se hace en la Obra: arrollando y desatendiendo.., tantas cosas.

"La Obra es de Dios", argumentan como razón de peso, y en ello lo encuentran todo justificado: sus gastos, sus coacciones, sus omisiones o sus exageraciones. A lo que yo añadiría: y todos los demás que pertenecen a la Iglesia, y cada uno de nosotros, y los desvinculados de la Obra también: todos somos de Dios.

Giras, aglomeraciones, promovidos entusiasmos alrededor del Padre. Son, dicen, su acción apostólica. Un ejemplo para sus hijos. La expresión clara de su preocupación y su desvelo por todos, de su capacidad de acogida.

Y mientras el objeto de todo esto son "las multitudes", dentro muchos de la Obra siguen desatendidos. El apostolado de la Obra podría decirse que es la gran algarabía en que queda totalmente ignorado el grito silencioso de los que ya "no necesitan nada" -no deben necesitar- porque tienen a la Obra (porque ya están dentro).

"Almas, Señor, almas, son para ti, para tu gloria", arenga Monseñor en su afán de vocaciones. Afán de almas que... ¡cómo cuesta!, ¡qué difícil es, por contradictoria, esa búsqueda de personas para luego ignorar precisamente a la persona!

¿Es fácil pertenecer a la Obra? ¿Fuerzan a entrar, o por el contrario respetan la libertad personal? Voy a limitarme a contestar con palabras de un numerario, uno de los primeros socios de la Obra -ya fuera- que contaba su experiencia en una entrevista que le hacían: "Me dijo el Padre que él creía que yo tenía vocación y que debía entrar, y accedí, pero es distinto acceder que solicitar." Esta vez era el propio fundador, que no será quien normalmente intervenga de una manera directa. Pero sí es su estilo y su mandato el que cuenta.

El que interesa, el que puede servir, necesariamente tiene vocación. Y debe reprochársele su falta de generosidad y su cobardía si no corresponde. Dicen incluso que para ver la vocación basta con que ese amigo de la Obra diga que se tiene, "Dios no va a mandar un angelito a comunicártelo", argumentan.

Y en una Asociación en la que se selecciona tanto, se selecciona capacidad intelectual, prestigio, situación de trabajo o económica, a la hora de seleccionar precisamente la condición vocacional es cuando menos se selecciona. Yo estoy convencida de que si en la Obra se seleccionaran menos condiciones externas y más internas, habría luego muchos menos problemas, menos enredos, menos controversias.

La definición exacta de cómo debe ser el apostolado en la Obra es la de "personal dirigido". Que es tanto como decir: controlado, vigilado, preestablecido. Todo está escrito. Para el apostolado como para todo lo demás. Y sólo lo escrito vale. Existen guiones concretos, específicos, y de antemano aprobados por los directores, incluso para las meditaciones y clases doctrinales de los sacerdotes.

¿Cómo se podrá hablar de un apostolado real, adecuado a las necesidades de cada uno, de la época, etc., "en medio de todas las encrucijadas de la vida", como en la Obra se dice, con estos métodos, con estas maneras?

Un chico que no tenía idea de que yo había sido del Opus Dei, me decía: "Mira, cuando empiezan a tratar a uno le acogen como el más entrañable amigo, empiezan a imponer, a organizar, a decir todo lo que se tiene que hacer. Y si los sigues en todo, bien, pero si no al día siguiente te ignoran, es curioso cómo se nota que sólo van a lo suyo."

Otra vez una chica, de edad mediana, bastante serena y objetiva, me comentaba: "Empecé a ir a las meditaciones, pero aquello era como el cuento de Caperucita Roja, y la vida no está para eso. Yo no tengo nada en contra -me siguió diciendo-, conozco poco, pero lo suficiente para que no me sirva."

Habría casos para muchas páginas. Casos expresivos, sintomáticos. Que cada uno conoce. Y no son los casos lo más importante, lo más significativo. Sino que a eso se le pretenda llamar, como se pretende en la Obra, "el brazo largo de la Iglesia".

En la Obra hay gente de todas clases, se asegura. Gente rica, gente menos rica, hay de todo. Y es verdad. Pero no menos verdad que los más selectos son los preferidos. Hay que buscar los mejores, lo que lógicamente lleva a sentirse luego "los mejores". Distintos, distinguidos, aun dentro cada uno de su propia clase.

Apostolado principal es también en la Obra el cuidado de los que empiezan, de los recién llegados. Para que se "formen", para que capten bien el buen espíritu. Para que perseveren. Aunque a la vez no importa que de diez queden dos, con tal que sean muchos los que empiecen para que siempre sean muchos los que queden.

En la Obra cuentan todos los que piden la admisión en el momento. Pero como esa persona no pertenece jurídicamente a la Asociación hasta pasados una serie de períodos de prueba, si se van cuentan sólo los que ya superaron los períodos previstos; los otros no se cuentan como defecciones. Dicen que no importan las estadísticas pero ¡cómo se cuidan!

Un apostolado secular, eclesial, que se organiza centrado de tal manera sobre si mismo que no estimulará, por ejemplo, a que como testimonio de devoción mariana se llenen las parroquias y las catedrales en la novena de la Inmaculada, sino que las organizarán y reclutarán juventud sobre todo, en sus propios centros y casas.

Que centrarán la importancia de la confesión sacramental en la dirección con los sacerdotes de la Obra. Haciendo que la gente acuda a sus casas también y no a iglesias públicas en las que a la vez sería todo un testimonio.

Que insistirán en lo mal que están las cosas fuera de la Obra, para alardear de su única y particular ortodoxia.

Que ignorará a todo el que no alabe y venere a la Obra, sin mas.

Significativa y difícil, ¡incomprensible universalidad apostólica de la Obra!


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