Alcance del mensaje del Prelado de 30 de enero de 2021

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Por Gervasio, 1 de febrero de 2021


Me escribió un numerario, bastante alborozado y un tanto esperanzado, sus impresiones al leer el reciente mensaje del prelado: ¿De qué va esto? Parece que se trata de suprimir estructuras, quitar comisiones regionales, probablemente delegaciones también. Esto tendrá repercusiones en que se dispondrá de más numerarios para atender los centros. Económicamente no sé cómo se va a orientar esto, porque son mucha gente (entre directores y oficiales) que tendrán que incorporarse al mundo laboral de alguna manera y no sé si en los colegios y sitios similares habrá sitio para todos; claro que también hasta ahora son gente que ha vivido a costa de la prelatura, así que económicamente no se debería notar. ¿Qué va a pasar con las sedes de las comisiones y delegaciones que se supriman? ¿Se van a vender o a convertir en centros convencionales? ¿Por qué este cambio? En cierto modo es reconocer que para atender a la gente de la Obra y para dirigir las labores no hace falta el montaje actual. Mi amigo es persona que considera necesario y desea sincera y rectamente un cambio profundo dentro del Opus Dei en sus líneas de mando. A mi modo de ver ha incurrido en un whisful thinking. Ojalá me equivoque. Me vi obligado a responderle: leí tu impresión —esperanzada y optimista— de la de la última carta del prelado y luego la carta misma. Su lectura me borró toda la esperanza y optimismo que manifiestas. Siento desilusionarte…

Hace no mucho una prima mía monja me contó lo que estaba sucediendo en su Congregación. También allí se van agrupando las “regiones”. Por cierto, que la terminología es la misma dentro del Opus Dei que en las Congregaciones. Inicialmente había una “región” por cada país. Posteriormente se van agrupando varios países en una misma región. Y así, +en un determinado momento Inglaterra e Irlanda no sólo pasaron a constituir una única región, sino que esa única región pasó a abarcar además de Inglaterra e Irlanda también a Portugal. Posteriormente incluso pasó a añadirse algún otro país más: Inglaterra, Irlanda, Portugal y Holanda. Etc. Por ahí van los tiros, pienso yo. Esto requerirá una parcial reorganización territorial —continúala carta del prelado Ocáriz—. Si para dirigir, por ejemplo, la labor de la Obra en dos determinados países hay ahora dos Comisiones y dos Asesorías, se estudiará si, con los medios actuales y teniendo en cuenta la experiencia adquirida en estos años pasados, puede ser más eficaz una Comisión y una Asesoría para esos dos territorios, manteniendo todas sus iniciativas apostólicas. Esto se ha realizado ya uniendo Croacia y Eslovenia.

En fin, lo que sucede, a mi modo de ver es que la “labor” disminuye. Tales agrupamientos no responden a que, como a modo de justificación se lee en la carta del prelado: una realidad actual muy positiva es la facilidad de comunicación y de desplazamiento entre ciudades y países, que hace posible reducir el número de las estructuras organizativas y de gobierno.

De la lectura de la carta obtengo la impresión de que la naturaleza y función de las comisiones y delegaciones —aunque se aminore su número— van a continuar siendo las mismas: controlarlo todo lo más minuciosamente posible: el programa de mano de un club de niños, los planos de un edificio, cualquier otra “cosa pequeña”, como cuantas confesiones evacúa cada presbítero al mes, etc. No en vano el prelado recalca: lógicamente, sin cambiar su naturaleza, pues «no está en nuestras manos ceder, cortar o variar nada de lo que al espíritu y organización de la Obra se refiera» (Instrucción, 19-III-1934, n. 20). No se me alcanza en qué pudiera consistir la organización del Opus Dei en 1934, pues no la había; pero “genio y figura, hasta la sepultura”, dice el proverbio. El Opus Dei terminará sus días —no le veo mucho futuro— con el estilo de organización minuciosa que le imprimió su santo fundador, donde la santificación del trabajo ordinario y el ejercicio de las virtudes cristianas no está configurado como algo sencillo, sino que requiere, un entramado organizativo capilar, con sus gobiernos central, regional, delegacional y local, siempre al acecho y recabando información.

Además de minuciosa, la organización del Opus Dei es piramidal. Va de arriba abajo y no al revés. No es que en un determinado país se haya acumulado ya tal número de personas del Opus Dei que no haya más remedio que dotarlos de un Comisión Regional. El fenómeno se produce a la inversa. De la Casa Central en Roma se envía a cada país a unos encargados de hacer proselitismo jurídicamente organizados: uno es secretario, el otro director, el otro sacerdote o vocal de no sé cuántos. Escribe orgulloso el prelado: Gracias a Dios, al impulso de san Josemaría y de sus dos primeros sucesores, la Obra trabaja establemente en sesenta y ocho países. No fue así como creció el cristianismo, ni como se multiplican las diócesis. En EEUU, como en otros países, llegó un momento en que creció tanto el número de católicos que no hubo más remedio que erigir para ellos las correspondientes diócesis. El Opus Dei va a la inversa. Primero se crea el consejo regional, luego el local y luego viene el pitaje, como fruto de ese vertical montaje. No se “comienza” en un país, cuando varias personas del Opus Dei se han desplazado allí —por razón de su trabajo o de lo que sea—, de modo que no hay más remedio que atenderlos, dotándolos de un consejo local. El “comienzo” en un país es cosa del Padre. Esa verticalidad es tan acusada que en ocasiones produce el fenómeno de un edificio en el que en el piso superior están los “superiores mayores” —vicario, vocales, defensor, missi, etc.— y en el de abajo un consejo local que lleva a cabo prácticamente la única labor que allí hay. El Padre no se va a rozar directamente con un consejo local. Para eso tiene sus missi. La terminología es un poco anticuada. Discúlpeseme.

Y la organización del Opus Del —no nos engañemos— es similar a la de los institutos de vida consagrada. Una casa central con sede en Roma. Y luego, “regiones”. A cada país le corresponde una región, a no ser que se trate de países minúsculos, como los de América Central, Lichtenstein o la república de San Marino. Nada tiene que ver este tipo de organización con la de la Iglesia por diócesis. Las diócesis son otra cosa. Por eso los del Opus Dei no acostumbran a comparar la propia estructura organizativa con la de las diócesis, sino con la de los religiosos.

—También a los religiosos les pasa lo mismo, me razonaba otro numerario a propósito de la falta de vocaciones en la Obra.

Se me ocurre, además de la analogía con los religiosos, otra interpretación un chispitín maligna, que da para de poder divertirse un poco.

Recuerdo, cuando llegué al Colegio Romano, la llamativa cantidad de “encargos” que se distribuían entre los colegiales para que se responsabilizasen de alguna tarea. Todos ellos por supuesto muy “formativos”. Todos ellos por supuesto tenían una reglamentación minuciosa de bastantes páginas. Todo un alarde de imaginación y complicación organizativa. Con el traslado de la sede del Colegio Romano a Cavabianca se siguió el mismo criterio, según me cuentan. Entre otros muchos, había un encargo —supongo que lo continuará habiendo— consistente en velar o por el buen estado y conservación de un vehículo automóvil utilizado en su momento por el Santo Fundador. Toda una reliquia insigne. Al parecer no se trata del primer automóvil del que el fundador disponía en España al comienzo de la Obra, para lo que él llamaba “sus correrías apostólicas”, sino de un Mercedes de otra época, de esos que le regalaba Castelli, el de la empresa constructora de Villa Tevere, en agradecimiento por encomendarle tanta obra. La conservación de tal reliquia histórica originaba un “encargo” consistente en velar ininterrumpidamente name="_GoBack" por su custodia, hasta el punto de que tenía unos encargados que debían trasladarse todas las noches al edificio en que se encontraba el Mercedes, no fuera a sufrir el asalto de algún de gamberro desconsiderado o de un desalmado. Algo así como unos Caballeros del Santo Sepulcro que en vez de un sepulcro custodiaban un Mercedes.

Quizá la proliferación de tantas “regiones” tenga el mismo sentido. Quizá la razón de esa exuberancia responda más que nada a la idea de “responsabilizar” a los encargados. Tú vas a ser consiliario o lo que es lo mismo vicario. Tú vas a ser nada menos que el don Florencio de la nueva "región”; o bien vocal de San Miguel o bien qué sé yo qué. Que no mengüe la responsabilidad de nadie por falta de “encargo”. En cualquier caso, hay que tener al personal entretenido, activo y con sensación de que le falta el tiempo.

Sucede, empero y sin embargo, que a veces escasea el personal. Si en un centro de estudios los alumnos pasan de ser sesenta a doce, no procede conservar los correspondientes sesenta encargos. Hay que suprimir, refundir, remodelar. Lo mismo sucede, pienso yo, con las “regiones”. La “región” de Holanda, NL en siglas oficiales —por poner un ejemplo—, no tiene ni ha tenido centro de estudios propio. ¿Qué sentido tiene, piensa uno, que desde el año de la pera NL esté configurada a modo de “región”? Y lo propio sucede con las delegaciones sin centro de estudios, como sucede en España.

He aquí lo que me contestó mi amigo del que hablé antes: Estoy de acuerdo con tu valoración respecto a que la causa del adelgazamiento de la estructura está en la disminución de la gente de la Obra. Pero pienso que también está la causa en la disminución de trabajo al quitar tanto manoseo de la intimidad de la gente: ya no hay tanto en qué entretenerse. Por otra parte me parece que supone tomar una medida que supera con mucho la insensata expansión de la Obra que promovió el anterior prelado, abriendo frentes en muchos sitios estériles a costa de debilitar las labores que iban más o menos bien y a costa también de desalentar y agotar a los numerarios en esos países en los que se ha empezado.

No es de extrañar que haga una alusión a que no se trata de cambiar nada, pues eso de meter cambios es un tema muy sensible para la gente más mayor.

Y es verdad que no tiene mucho sentido tener un ejército de directores y de oficiales en las delegaciones o comisiones igual que cuando había más gente de la Obra, los desplazamientos eran más lentos y engorrosos; además los ordenadores hacen que el trabajo de esos oficiales esté de más; si a eso le sumamos que los informes de conciencia por escrito han disminuido no sé en qué porcentaje... creo que suprimir organización es de lo más oportuno. No se puede presumir de ser una organización desorganizada... y tener una férrea estructura de información y ejecución de órdenes que ya quisieran para sí los estados más totalitarios.

En fin, que lo que sea sonará, si es que algo suena. Original