A mis amigos de la barca: no queméis las naves

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Por Fueraborda, 10 de agosto de 2009


Queridos amigos míos, que navegáis en la misma barca en la que yo bregué durante muchos y largos años:

Vosotros, como yo, nos adentramos un día en el mar, en busca de un ideal y en respuesta a una llamada. ¡Duc in altum!

Yo soy ya viejo pescador, tengo poco que perder, y me dirijo a vosotros con la esperanza de que me escuchéis, porque querría evitar que tengáis que pasar por el trago por el que yo pasé: las consecuencias de haber quemado las naves.

La libertad no debe destruirse ni quemarse jamás. Las naves, deben estar siempre dispuestas para llegar más lejos, para cambiar de rumbo, para lo que pueda acontecer, que ahora desconoces, pero que incluso puede ser Dios quien te lo pida. Tener las naves personales siempre a punto, es señal de libertad; de una libertad que debes valorar y preservar de todo intento de aniquilación. Quien quiere que cortes con todo lo bueno que hay fuera del barco, con otras barcas, con otros posibles mares, dejándote aislado; quien se niega de esa manera al libre ejercicio de la libertad que Dios te ha dado, no es digno de tu confianza, pues ésta ha de ser recíproca.

Quemar las naves es un error. Significa cortar las alas. Es más: es una estupidez.

Yo cometí esa estupidez, como casi todos. Estaba ciego...

La Obra tiene una espiritualidad a la que amáis, y hay que respetarla. Y la misma Obra tiene que respetar en ti y en todos, su genuino espíritu. Y si no, se está traicionando ella misma.

No debéis consentir excepciones a lo que os enamoró: La llamada a la santidad y al apostolado en medio de la calle, siendo uno más, sin salir de tu sitio, amando al mundo apasionadamente, y a través del libre ejercicio de tu profesión, con plena libertad y autonomía en los temas temporales.

No os dejéis engañar cuando en nombre de Dios y para bien de la Obra, os pidan lo contrario. El bien de la persona, nunca puede estar supeditado al de la Obra ni al de nada. Desengáñate: dentro de las necesidades de la Obra, tú no figuras. La misma Obra tendría que ser la primera en salvaguardar tus derechos, porque son la entraña de tu vocación. No creo que Dios quiera el aislamiento que supone la destrucción de tus naves: hay que estar siempre abiertos; abiertos a Él, ante todo.

En principio, quemar las naves es pura teoría: no pasa de ser una canción de casa: que dicha perder la vida, quemar las naves... Perder, quemar…, no es una dicha: es destructivo.

Pues luego viene la práctica, y un buen día llega un Director y te pide que, en bien de la Obra, quemes una nave, y luego otra, y luego otra...: bienes patrimoniales, profesión, cortar lazos de sangre, desligarte de tus raíces... Has de pensarlo bien y decidirlo tú sólo. Pero antes quiero que me escuches porque tengo experiencia, pues estuve muchos años en el mar y te puedo hablar de ello.

En la vida, te pueden pasar muchas cosas que desconoces: el mismo Pedro tuvo que saltar de la barca para poder encontrarse con Jesús, que andaba sobre el agua. Las cosas no son inamovibles, nuestra vida es muy rica y puede variar. Muchos son los santos de la Iglesia que han cambiado de espiritualidad, que la han reformado, que se han ido a otra barca porque Dios lo quería. La vida es abierta y el mar muy amplio, rico y variado.

Ejemplifiquemos un poco:

Dios te fue a buscar en tu profesión, como a Mateo. Pues quédate en tu profesión. Lucha por tu profesión, ama tu profesión, que, según tu espíritu, es donde tienes que ganar almas para Dios. Eso es lo genuino. Eso es lo que te explicaron en las clases de la primera formación, y eso es lo que todos tenéis que exigir que se respete. Los colegios, son un invento posterior para facilitar pitajes a granel de niños inocentes, presa fácil por haber sido incubados en familias de la obra o similar. Invento fácil en contra de lo que el fundador había previsto. No cometas el error de cambiar tu trabajo por el de una obra apostólica; no te dejes engañar: elige libremente, sin dejarte embaucar con argumentos torticeros. Allí, tendrás que someterte a las directrices e intereses de la Delegación (que al fin y al cabo, es quien los gobierna, aunque se llame “labor personal”). Si discrepas, te echarán. Y entonces, ¿qué? Porque en ese momento, la Obra dejará de ser madre...

Y lo mismo les digo a los que reclutan como oficiales, o como directores a tiempo completo. Y lo mismo a las Administradoras. No claudiquéis. Sed fuertes. Ese es el espíritu de los comienzos.

No te separes nunca -ni provisionalmente- de lo que es tu medio de subsistencia, de tu profesión, de tu anclaje en el mundo.

Y dedícale todo el tiempo necesario a tu formación; los miles de encargos están en segundo término: nadie te dijo que venías al Opus Dei para hacer arreglos o planchar lienzos, pero sí para santificarte en tu trabajo. Y si necesitas invertir dinero, lo inviertes. Y si necesitas viajar o trasladarte, lo haces. Y no consientas que los criterios te distancien lo más mínimo de tus colegas: vete a las cenas que haga falta, y a los viajes de fin de carrera, y a las reuniones... Y haz los regalos que tengas que hacer. ¿No eres uno más entre ellos? No hay que obedecer criterios cuando estos van en contra del espíritu, porque entonces traicionarás éste.

Y si estás haciendo los estudios sacerdotales, pues mayor responsabilidad. Si en el Colegio Romano, a estas alturas, seguís teniendo seis horas de arreglos y dos de estudio, y si esas dos de estudio quedan recortadas por confidencias y confesiones... ¿Qué curas vais a ser? Hay que negarse: es un fraude. Tenéis que exigir profesorado competente y acceso a una amplia bibliografía (y si no, os pasará como lo que presencié hace unos días en el funeral de un amigo: oficiaba el primo del difunto, sacerdote numerario, y toda la familia en vilo porque él estaba aturdido y nervioso por encontrarse en una situación nueva. Le apuraba la presencia del párroco, y el público, y la homilía más bien fue una chistosa charlita para niños de club. ¡Qué pena de sacerdocio!).

Si has caído -¡qué le vamos a hacer!- en la claudicación de un trabajo interno, exige a tu patrón un contrato laboral. Tú eres una persona igual a las otras, y tu trabajo debe estar tipificado y regulado por la sociedad civil. Recoge tu sueldo mensualmente, exige tus derechos, y cumple con tu deber. Pide aumentos y ascensos, y tu correspondiente despido si prescinden de tus servicios.

Si eres mujer y te vas a dedicar a la Administración (como Administradora o Auxiliar, me da igual), exige que te paguen los estudios en una escuela de hostelería reconocida oficialmente. Y exige después la nómina correspondiente a tu categoría profesional. No consientas perder el tiempo y el dinero (y menos aún si tus padres pagan la matrícula) en unos Estudios de Ciencias Domésticas de los que no obtendrás ni un título (es más, te pueden denunciar si dices que eres “licenciada en Ciencias Domésticas por la Universidad de Navarra”).

Si la Obra te pide que hagas el Opus Dei en Kuala Lumpur, o en Tanzania..., y tu empresa no tiene para ti allí un puesto de trabajo, mi consejo es que saques antes unas oposiciones, y luego pidas la excedencia. Te están pidiendo que te vayas a una misión (a pesar de que lo nuestro era ser misionero sin misión, ¡cómo cambian las cosas!), y esa misión es un lugar donde profesional y socialmente te vas a aislar. Piénsatelo mucho: esa no es tu vocación. No sacamos a nadie de su sitio, pero, ¿Has visto cómo vuelven luego? Pues te aconsejo un paseíto por los que “se fueron a fundar”.

Utiliza tus bienes patrimoniales: hazlo como quieras y en conciencia, sin dejarte presionar por otras necesidades ajenas a tus intereses más íntimos. No malgastes tu única propiedad privada, porque no es de buen espíritu hacerlo. Acuérdate también de tu familia, de tus amigos, de los que necesitan ayuda, de los que por algún motivo les debes algo. Administra con generosidad y libertad tus bienes, que así lo quiere Dios. Tienes pocas cosas en tus manos, pero ésta es una de ellas, y has de dar cuenta al prójimo y a Dios. La autonomía personal no se puede ceder a otra persona, ni a una organización, que no es identificable con Dios.

Exige siempre el recibo correspondiente cuando entregues tu dinero. ¿No firmas cuando lo sacas? Lo mismo cuando lo ingresas. Y por supuesto, no firmes jamás nada en blanco...

Si por quemar las naves alguien entiende que te desprendas de las amistades y de la familia, que te vinculan con la orilla, que te dan cuenta de lo que ocurre en tierra y en otros mares, y que tienen tendida su mano..., no lo hagas jamás. El don de la amistad, la comunicación, es el mayor don que puedas tener: no cometas el error de perderlo, y menos de usarlo con fines torcidos. No te aísles jamás. Nadie te puede prohibir tu libre comunicación: ni con los de fuera, ni con los de dentro. Es de ley natural y de derecho eclesiástico. Comunícate cuanto más, mejor. Y recuerda siempre que los amigos son un don. No dejes de pedir su consejo cuando lo necesites. Tampoco dejes de darles lo que requieran: si necesitan de ti, entrégate a ellos. No permitas que nada se interponga en asunto tan personal: no te haría bien. Confía siempre en los que te quieren, seles siempre fiel.

Si eres capaz de actuar con esa rectitud y coherencia, eres libre.

Además, harás un bien a la Obra, porque la Institución está falta de personas así. Tienes deberes y tienes derechos. ¿Quién se ha inventado que no tienes derechos? ¿O que éstos se suprimen por razones ascéticas? Hay derechos inalienables. Exígelos, es tu deber. Y si está en tu mano, ayuda a otros a que lo hagan también.

Tienes con la Prelatura un contrato. Bien, ¿dónde está ese contrato? ¿Dónde las firmas de ambas partes?

¿Qué problema hay en que revises tu contrato y sus cláusulas?

¿Y qué problema habría si desearas rescindirlo?

¿Quién puede juzgar tu conciencia?

Te aconsejo que tengas al día tus naves, porque en algún momento te puedes dar cuenta de que navegas en una charca, o de que no es el mar de tus sueños, o de que hay demasiado pez muerto.

Y si no es así y no las necesitas, pues estupendo: a nadie hacen daño, son muestra de tu libertad y tu señorío sobre ellas.

Y el Dios que te llamó por tu apelativo familiar en tu primera juventud..., estará feliz, seguirá feliz contigo, que el Amor de Dios nada tiene que ver con esto.

¡Hala, duc in altum!



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