50 Cartas fundacionales de José María Escrivá

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Por Oráculo, 28 julio 2006


1. En otros escritos, he presentado hasta ahora una relación básica de Los documentos secretos del Opus Dei en el conjunto del corpus de sus documentos internos, las publicaciones propias de la Prelatura —de uso y consumo interno— que habitualmente son utilizadas en su labor pastoral, ascética, de gobierno y de formación. Redacté también otro escrito para presentar el contenido de Las instrucciones del fundador del Opus Dei, por ser éstas especialmente importantes para comprender la dinámica de todos esos otros documentos. Y, en otra colaboración, intenté igualmente trazar la frontera entre lo que son escritos auténticos del Fundador y lo que sólo serían pseudoescritos de Escrivá.

En conjunto, estos estudios deseaban ir mostrando, poco a poco, el panorama general de las fuentes que conviene conocer, al reflexionar sobre la realidad vital del Opus Dei, sin quedar por eso desorientados ante el “normativismo acanónico” que caracteriza la institución. Disponiendo luego de esos textos, las vivencias personales de cada quien podrían ser contrastadas o verificadas con la teoría que las provoca, las explica o, a veces, también las justifica, como muy bien sugería Isa Nath en sus más recientes escritos.

En los preludios de este tiempo de vacaciones veraniegas, me parece que ha llegado el momento de acercarse al tema de las Cartas de José María Escrivá. Son éstas un segundo elemento fundamental —en sentido estricto— de su acción fundacional. Pero éste es en efecto un tema tabú para la generalidad de las personas que han tenido alguna relación con el Opus Dei, ya que se cuentan por décadas los años en que estos materiales llevan secuestrados por las autoridades de la Prelatura.

Deo adiuvante espero contribuir a desmontar tanto “misterio artificial”, cuanto se pueda. Y, para este fin, nada mejor que la información precisa, documentada, veraz. Excuso decir que esta tarea nada tiene de “acción diabólica” pues, si algo caracteriza al maligno, es ser el padre de la mentira, no la luz ni la transparencia. Es la connivencia con los engaños, con las medias palabras o las verdades a medias, lo que sí hace expedito el camino para sus trapacerías, que suelen urdirse siempre contando con la necedad —dogmática, terca, ciega, nunca inteligente— de los tontos que suelen creerse muy sabios y muy prudentes.

Hoy me limitaré a presentar un elenco de Cartas básicas de José María Escrivá que pueden considerarse fundacionales, sea por razón de sus temas o materia, sea por su fin o bien por las circunstancias de su redacción. Y así descrito, este género “epistolar” resulta difuso en sus límites, pero está claro que puede distinguirse de los miles de cartas de su epistolario privado. Por tanto, sin excluir que este elenco pueda ser completado o matizado, ofrezco hoy una primera selección de 50 Cartas que, aun tratándose de una primera aproximación al tema, son suficientes para tener una perspectiva válida del conjunto. Es un primer paso, elemental, para comenzar a desvelar el “misterio” que envuelve esos escritos o para deshacer su aura de gnosis.

Por si alguien piensa que esto es demasiado poco, le recordaría que hoy por hoy no existe ninguna publicación que haya intentado hacer semejante cosa. Se advierte un tímido intento en el Bibliographische Hinweise final —el anexo conclusivo con las referencias de la bibliografía usada— de la biografía sobre Escrivá preparada por Peter Beglar, pero sólo en su edición alemana original, pues la traducción española ha prescindido de ese apéndice, hurtando al lector de habla hispana ese tipo de información documental. En fin, aunque objetivamente sea poca cosa el hacer un elenco, algo siempre modesto, al menos sabremos después cuál es el horizonte de nuestra ignorancia y por dónde deben orientarse los esfuerzos para enriquecer la documentación de esta web.


2. Ciertamente, en el “secuestro de estas fuentes” parece haber gato encerrado. Está involucrada la historia de la fundación, la biografía del Fundador, pero sobre todo ¿no estará comprometida también la “manipulación” hecha de la historia, según las alternancias que otros han comentado? Para mí, esta última hipótesis es plausible, si se considera el interés que la institución muestra en transmitir a las generaciones futuras la historia que desea que los demás cuenten como “verdadera historia”, sin discusión, bien que ésta pueda resultar inexacta, falsa, o por fuerza discutible, como sucede con todas las cosas humanas.

En esto pasa lo mismo que con el famoso tema de las “prelaturas personales”: hay interés en que todos —de dentro y de fuera— piensen de una determinada manera, hagan una misma interpretación de los datos, no vaya a ser que luego no podamos seguir haciendo “como siempre hemos hecho”. Estos pésimos hábitos institucionales entroncan con actuaciones del mismo Escrivá, quien parece haber permitido —o fomentado incluso— un aura en torno de sí por causa de su misión carismática, reclamando entonces determinadas actitudes y comportamientos de los demás para con él, incluída la previsión de futuro sobre la historia que debería ser contada.

Sin embargo, las tecnologías de la actual “sociedad abierta de la información” han roto las previsiones calculadas del Fundador, de modo que su acción de control sobre esos extremos —es decir: escribir en el presente la historia que los hombres del futuro deberían contar como “historia de su pasado”— ya no parece que sea tan fácil. Por eso, cada día van resultando más obvias las manipulaciones hechas, sobre todo para cuantos leen serenamente —sin prejuicios— las múltiples colaboraciones publicadas en esta web, que ya se cuentan por miles en este momento. No es difícil compartir entonces la opinión de David Clark (Recovery from Cults: Help for Victims of Psychological and Spiritual Abuse, 1993), para quien la institución Opus Dei presenta más una dinámica de secta que de Iglesia. En su reciente libro sobre el Opus Dei, John L. Allen alude a este punto de vista.

Y, ante este panorama, el uso directo de las fuentes fundacionales resulta doblemente necesario porque, en este momento, el estudioso tiene delante la tarea de narrar la historia acontecida, pero también el trabajo de expurgar muchos escritos de una deliberada intoxicación. Es algo análogo a lo que en la exégesis bíblica y la filología se denominan corrupciones originales en algunas lecturas de los manuscritos antiguos. Como el material es abundante, y además de difícil o imposible acceso, la tarea no es fácil. Y por eso la ausencia de estudios científicos y de una crítica independiente corre en favor de la consolidación de las intoxicaciones.


3. A fin de facilitar la familiaridad con el elenco de Cartas, las agruparé en cinco series, que se corresponden con las diferentes décadas de la vida de Escrivá, e igualmente en cada serie las enumero por sus nombres —cuando lo tienen o me consta su existencia— y según el orden de sus fechas.

El lector puede sorprenderse de los nombres latinos de una buena parte de esta documentación: se debe a que algunas Cartas —no todas— fueron traducidas al latín, a partir de su castellano original, remedando el hacer del magisterio pontificio y también los usos de citar los documentos por sus palabras latinas iniciales, según las antiquísimas tradiciones de los romanos. ¿Una excentricidad más de Escrivá y del valor “imperecedero” que atribuía a sus propios escritos? No es caso valorar ahora este asunto, pero este detalle muestra toda una mentalidad.

Paso a enumerar los grupos de documentos.


a) De la década de los años 30.

1. Carta Singuli dies de 24 de marzo de 1930

2. Carta Videns eos de 24 de marzo de 1931

3. Carta Res omnes de 9 de enero de 1932

4. Carta Vos autem de 16 de julio de 1933

5. Carta circular de 9 de enero de 1939

6. Carta circular de 24 de marzo de 1939

7. Carta de 18 de mayo de 1939

8. Carta Euntes ergo de 2 de octubre de 1939


b) El período entre 1940-1949.

9. Carta Sincerus est de 11 de marzo de 1940

10. Carta Quem per annos de 24 de octubre de 1942

11. Carta Legitima hominum de 31 de mayo de 1943

12. Carta Opus noster de 14 de febrero de 1944

13. Carta Sacerdotes iam de 2 de febrero de 1945

14. Carta Divinus Magister de 6 de mayo 1945

15. Carta Nunquam antehac de 30 de abril de 1946

16. Carta de 29 de diciembre de 1947 = Carta de 14 de febrero de 1966

17. Carta Meum gaudium de 15 de octubre de 1948

18. Carta de 18 de marzo de 1948

19. Carta de 8 de diciembre de 1949


c) El período entre 1950-1959.

20. Carta Bene nostis de 14 de febrero de 1950

21. Carta de 7 de octubre de 1950

22. Carta de 14 de noviembre de 1950

23. Carta Hac nostra aetate de 9 de enero de 1951

24. Carta de 14 de septiembre de 1951

25. Carta de 24 de diciembre de 1951

26. Carta de 12 de diciembre de 1952

27. Carta Mirabilis omnino de 15 de agosto de 1953

28. Carta de 19 de marzo de 1954

29. Carta Sicut ante de 31 de mayo de 1954

30. Carta Divinus Seminator de 28 de marzo de 1955

31. Carta Ad serviendum de 8 de agosto de 1956

32. Carta de 9 de enero de 1957

33. Carta Multum usum de 29 de septiembre de 1957

34. Carta Non ignoratis de 2 de octubre de 1958

35. Carta Dei amore de 9 de enero de 1959


d) El período entre 1960-1969.

36. Carta Dei voluntas de 16 de junio de 1960

37. Carta Gratias Deo de 25 de enero de 1961

38. Carta de 25 de mayo de 1962

39. Carta de 2 de octubre de 1963

40. Carta In Opere Dei de 14 de febrero de 1964

41. Carta de 15 de agosto de 1964

42. Carta Sicut antea de 31 de mayo de 1965

43. Carta Verba Domini de 29 de julio de 1965

44. Carta Argentum electum de 24 de octubre de 1965

— Carta de 14 de febrero de 1966 = nueva versión de Carta n.16

45. Carta Fortes in fide de 19 de marzo de 1967


e) La etapa final entre 1970-1975.

46. Carta de 10 de junio de 1971

47. Carta de 28 de marzo de 1973

48. Carta de 17 de junio de 1973

49. Carta de 14 de febrero de 1974

50. Carta de 28 de enero de 1975


4. Hasta aquí el elenco. Sería pretencioso añadir ahora comentarios sobre cada una de estas Cartas, ni aun breves, porque no habría espacio razonable, ni éstos tendrían la profundidad debida. Según logremos editar cada uno de esos documentos, tiempo habrá para aludir a los contenidos, elucidar contextos y, si procede, extraer también consecuencias. Esta web ha editado ya, por ejemplo, la Carta Non ignoratis de 1958 en su integridad, pero bien arropada de otros documentos que permiten valorar algunas de las afirmaciones centrales del texto. Basta revisar todos estos escritos para intuir la enorme riqueza que aportaría la edición de todo este corpus documental. Lo intentaremos.

Entretanto, me permito destacar ahora que la Carta Fortes in fide de 1967 es un extenso comentario del Fundador al Credo y, por tanto, un documento de carácter estrictamente doctrinal, redactado al poco de la conclusión del Concilio Vaticano II. Este documento tiene entonces un interés singular para comprender la ”mentalidad teológica” de Escrivá y su perspectiva de la fe apostólica.

Y es éste un aspecto que deberá ser valorado pues, tras la canonización del hoy santo, no han faltado voces —¿el comienzo de una nueva estrategia?— sugiriendo la conveniencia de su nominación como Doctor de la Iglesia. La Fortes in fide fue comentada a los miembros de la Obra a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, pero muy pronto fue retirada de la circulación interna, sin que jamás se haya dado razón ninguna del porqué. Y se hizo otro tanto con casi todas las Cartas del Fundador; por eso hoy son prácticamente desconocidas para la generalidad de los fieles del Opus Dei.

Las Cartas a las que he asignado los números 47, 48, 49 —dos del año 1973 y una de 1974— son también muy especiales, pues incluso en la jerga interna del Opus Dei se las designa como las tres campanadas: fueron tres “toques”, llamadas de atención, que el Fundador hizo a los suyos durante la crisis que siguió al Concilio Vaticano II. En ellas puede verse claramente la percepción que el Fundador tuvo de su propio carisma, en esa etapa final de su existencia terrena, y también su perspectiva sobre el momento histórico de la Iglesia. Dos de ellas, la Carta de 28 de marzo de 1973 y la Carta de 14 de febrero de 1974, suelen estar habitualmente a disposición de los fieles en los “armarios de dirección” de los Centros. Una loable excepción.


5. Con todo, el contenido sustancial de las diversas Cartas puede reconstruirse fatigosamente a través de las citas fragmentarias que aparecen en los tomos de Meditaciones, ed. segunda Roma 1987, 1989-1991), sobre todo, y también en algunas otras publicaciones internas de la Prelatura, como por ejemplo en la serie de Cuadernos.

Así, por ejemplo, si comenzáramos por la primera de la serie, la Carta Singuli dies de 24 de marzo de 1930, la reconstrucción daría este resultado provisional: 1: V.198. 4: I.447, V.199. 5: III.553, III.557. 6: I.446. 8: III.505, III.557. 9: IV.339. 10: III.338. 11: IV.653, IV.503, IV.653, VI.170. 12: I.563, I.683. 13: I.683, III.657. 15: III.342, I.462. 17: IV.629. 18: I.440, III.664. 19: I.562, I.562, III.372, IV.334, IV.259, IV.513. 20: IV.469, I.522, III.504, III.753. 21: IV.469, IV.224, I.146. 22: I.114, III.662, III.410, III.477, VI.406. 23: III.669.

Es un conjunto ininteligible de guarismos, pero fácil de descifrar: indican los lugares de localización de los fragmentos, por el orden de números internos que dividen y organizan el texto de la Carta; tras los dos puntos (:), se indica el número de tomo de Meditaciones y la página donde aparece cada cita. Hecha la muestra, envío el resultado a Agustina, para contar al menos con una primera edición en esbozo de esa Singuli dies: ahí se indica el comienzo y el final de cada cita mediante paréntesis cuadrados [...], mientras que los paréntesis redondos que advierten sobre omisiones de texto (...) pertenecen a la cita tal como aparece editada en la respectiva publicación interna del Opus Dei.

Es obvio que este tipo de reconstrucciones sólo permite elaborar ediciones provisionales, pendientes de su contraste y cotejo con los originales: pueden contener en efecto errores en la ordenación de los párrafos, como igualmente prescinden de la separación entre “texto principal” y “pie de página” que algunas Cartas muestran en su original. Sin embargo, bastan estas lecturas integradas —aun no siendo íntegras o completas— para recibir una impresión nueva de la doctrina de José María Escrivá y del núcleo de su espíritu.

La integración suele dar como resultado un texto que habitualmente se lee con gusto y, sobre todo, una literalidad que en sí misma posee mayor frescura y mayor apertura de enfoques que el “adoctrinamiento práctico” de las otras publicaciones internas: en éstas, con demasiada frecuencia, la fragmentación de los originales se pone al servicio de una exégesis estrecha, escasamente sensible a la libertad personal de los fieles. Pero esta otra nueva perspectiva resulta muy útil cuando interesa deslindar lo perenne del carisma comunicado a Escrivá y lo caduco de su fundación, por estar ligado a elecciones y decisiones particulares, por causa de la mentalidad, formación, preferencias, caprichos o gustos del Fundador. En estos casos no sería legítimo hablar de un Escrivá divina ductus inspiratione —según la expresión de la constitución Ut sit— y, al contrario, la “divinización” de esos aspectos sería una acción más en el proceso de “mitificación” del personaje.



Original