30 años de numerario, 18 en una Delegación y 5 libre

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Por Heraldo, 30.11.2007


Fui miembro numerario del Opus Dei durante 30 años, 18 de los cuales fui miembro de la Delegación más grande de México. Llevo libre desde principios del 2003, y deseo dar ahora mi balance de todas estas décadas.

Si le preguntan al Vicario Regional de México –o a algún otro director enterado- por qué dejé la Obra, les dirá sin pestañear que por falta de sinceridad; que me metí en unos líos contra el sexto mandamiento y que no fui sincero. Por lo que explicaré enseguida, siento una profunda indignación al ver resumida la historia de mi vida en esos trazos injustos y tremendamente parciales, que nada saben de justicia ni de verdad.

La realidad es que mis dificultades con ese mandamiento fueron una consecuencia muy tardía –mi último año en la Obra- de un conjunto complejo de decepciones y frustraciones que el Opus me producía desde hacía muchos años. En primer lugar, para mí pertenecer al Opus nunca fue una situación pacífica. Desde antes de cumplir 24 años hasta un año después de dejarlo, tenía que recurrir a los antidepresivos, que habían pasado a formar parte de mi canasta básica.

Durante muchos años intenté mantenerme, ante los despropósitos, incongruencias, faltas de respeto a las personas, etc., con “visión sobrenatural”, al menos con la confianza de que Dios nos ayudaría a mejorar las cosas en la Obra. Pero mi espíritu crítico fue creciendo y los Directores terminaron por marginarme y olvidarme en una residencia de estudiantes, ya que no permití ir a parar a un centro de mayores, que para mí habría significado la muerte en vida.

En efecto, en los centros de mayores abundaban y siguen abundando los enfermos, deprimidos, sexópatas, acomplejados, frustrados, enrarecidos, ensimismados… Y sólo por excepción aparecían algunos numerarios –sí los hay- normales, alegres y entregados a su vocación. Sin embargo, el dominio de los raros es absoluto, y eso hace que los centros de mayores sean una pesadilla.

¿Cuáles fueron las razones sobre las que principalmente se vertía mi espíritu crítico y que motivaban mi decepción? Mencionaré algunas.

  1. La pérdida de la libertad interior. Esta pérdida queda lograda con la charla fraterna y la confesión semanal, pero contribuyen a ella la comunión diaria en familia y la corrección fraterna. Por mucho que se quiera insistir en que uno mantiene e incluso acrecienta su libertad a través de estas prácticas, la verdad es otra y muy clara. ¿Cómo puedo ser libre si precisamente en aquello que toca lo más íntimo tengo delante quien me dice ¡de parte de Dios! qué es lo que debo pensar, querer y hacer? La charla, la confesión y la corrección fraterna son precisamente eso, el control total de la propia conciencia. Y con la comunión diaria en familia está uno atrapado, porque no puedo comulgar si estoy en pecado, y no puedo dejar de estar en pecado si no me confieso, y no me dan la absolución si no lo cuento todo en la charla. ¡Menuda emboscada! Además, todos notan si uno ha pasado o no a confesarse. Esto no lo condena la iglesia sencillamente porque no lo sabe, porque los del opus son unos expertos en presentar las cosas para evitar la censura.
  2. Quienes dirigían los organismos de gobierno de la Obra –consejos locales, Delegaciones y comisiones- eran los Numerarios más tontos, sometidos y sin personalidad, al menos los que, por falta de experiencia, presentaban esos caracteres. Aquellos que eran más fáciles de manipular desde arriba, para que el gobierno de la Obra siguiera siendo hegemónicamente centralizado.
  3. Las estrategias para conseguir nuevas vocaciones de numerarios. ¿No es una estupidez lanzar la consigna -y mantenerla por largo tiempo a través de medidas particulares- de conseguir 500 vocaciones en un año? Porque la consigna se perseguía a costa de lo que fuera. Poco o nada importaba la idoneidad de la gente, la libertad de las conciencias de unos y otros, la amistad verdadera, la confianza prestada… Yo traté muchas veces de argumentar con los escritos del Fundador en la mano, que en muchos pasajes matizan mucho más. Pero como lo Institucional había venido a dominar sobre lo personal, eran más importantes este tipo de consignas que el apostolado personal basado en la amistad auténtica.
  4. La mentira del cariño del Prelado a sus hijos. Lo pude comprobar sobre todo cuando un numerario -¡con la fidelidad!- que estaba perdiendo la vocación pidió hablar unos minutos con D. Alvaro del Portillo, que en esos días estaría en México una temporada. El hecho fue que no se le concedió audiencia. No veo cómo un Padre que dice que quiere a cada uno de sus hijos como si fuera el único, le niega 5 minutos de entrevista. ¿O habrán sido Xavier Echeverría y los Directores de la Comisión los que se la negaron? Me parece que lo mismo da.
    Al final me di cuenta con claridad meridiana que uno en el opus es un simple instrumento –como bien decía el fundador-, que no vale ni es querido por sí mismo, sino por lo que puede aportar al opus. Y esto es una verdad como una casa, pues yo mismo soy testigo de decenas de personas que olvidábamos al día siguiente porque habían dejado de pertenecer a la obra. No me lamentaría tanto de esto si no fuera porque una de las cosas que más me engancharon al opus fue el supuesto verdadero cariño que allí había. Lo único cierto es que en la obra uno está completamente solo, con su fe y nada más, pero sin un apoyo humano auténtico e incondicional.
  5. El panorama desolador de los centros de mayores que ya mencioné. No me cabe duda que llegar a ser un simple numerario mayor en el Opus Dei es la garantía de la depresión, el aburrimiento y la fuga total de este mundo.
  6. La mentira y la incongruencia, porque al mismo tiempo que ocurría todo lo anterior se afirma sin recato: que somos libres, que la vida de familia es un trasunto del cielo, que los organismos de gobiernos son autónomos, que el apostolado del Opus Dei se basa en la amistad sincera, que el Padre nos ama a cada uno. Por eso hablo de decepción y desencanto.

En medio de un creciente desencanto todas mis ilusiones se fueron apagando. Se creó el caldo de cultivo para atentar contra el sexto mandamiento, que por cierto tanto asusta en el Opus y sólo al Opus, porque es uno de los pecados más fáciles de comprender. No pretendo justificar mi conducta, pues me importa un bledo lo que piensen de mí. Sí quiero desenmascarar una hipocresía.

¿Cómo entender la postura de ellos sobre mí? Es extraordinariamente fácil. Ellos sostienen que ni Opus Dei, ni su fundador, ni el Prelado, ni los Directores se pueden equivocar, porque los asiste la gracia de Dios. Por tanto, el error tiene que ser mío. Así pensó la Iglesia contra Galileo, porque se interpretaba mal la Sagrada Escritura, y se le hacía decir lo que no dice. Hay aquí algo parecido, pues es la Iglesia la que sigue aprobando y consintiendo a un opus dei que dice de sí a sus miembros que es infalible.

Decir que uno pierde la vocación por falta de sinceridad es un pleonasmo y una coartada. Del Opus uno se sale (jurídicamente) cuando se sale (mentalmente). Y sólo se puede salir mentalmente cuando uno se reserva algo para sí como pensamiento exclusivamente propio. A su vez, es una coartada, pues si se logra mantener a la persona encerrada en el círculo de la charla y la confesión, se evita la salida mental y en consecuencia la salida jurídica.

A la vez, es perfectamente posible ser un tipazo y e incluso vivir feliz en medio de esta locura. Basta con cerrar fuertemente los ojos ante las incongruencias y vivir una fe ciega. Son contados con los dedos de la mano los que pueden hacer esto. Otros aguantan la tormenta porque ya son mayores y sienten un vínculo de lealtad irrompible. Uno sigue amando y venerando a su padre aunque éste haya sido un borracho que golpeaba a su madre. Después de todo hay algo imborrable que me une a él y que me define por dentro.

Pasada la postguerra española y la época del fundador, el Opus Dei irá ocupando su lugar como una institución más en la iglesia, sin ningún ímpetu especial. Esto le ayudará a ubicarse y a moderar sus métodos. Y eventualmente la autocrítica penetrará en sus filas. Porque, si bien se mira, todo lo malo de la obra deriva de esa identificación con Dios que el mismo fundador suscitó que se le atribuyera. De ahí sale el centralismo absoluto del opus, el predominio de lo institucional, la anulación de la libertad interior, etc. Es inconcebible que se le haya escapado esto al papa y a los jueces del proceso. Habría que declarar hereje y encerrar inmediatamente en un manicomio a quien en el futuro diga tener comunicación directa con Dios y que su Voluntad se conoce a su través, bien sea para unos pocos hombres, bien para la iglesia o la humanidad. Las declaraciones de Bin Laden me hicieron recordar al fundador.

He escrito este artículo con bastante pereza, pues el Opus Dei ha quedado muy atrás en mi vida. Me avergüenza haber participado tan directamente en una equivocación tan lamentable, como seguramente se sintió avergonzado Juan Pablo II por el caso Galileo y otros errores del pasado eclesiástico. El ridículo que hizo la iglesia fue fenomenal.



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