Un cadaver escondido en un ropero

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Por Otaluto, 21.11.2007


Hasta las mejores familias tienen un cadaver escondido en un ropero. El Opus no es una excepción, pese a todas sus declamaciones en contrario. Yo he conocido por lo menos uno, y la historia es como sigue.

Luego de vivir varios años en un país extranjero, y pasar por un largo periodo de depresión, logré hacer que me repatriaran, o al menos, lo que quedaba de mí.

Mi primer trabajo fue en una dependencia del gobierno, en un cargo difuso y con funciones más difusas aun, bajo las órdenes de un numerario. Obviamente se trataba de un trabajo de favor. No obstante eso, durante los primeros 15 días creo que cometí todos los errores que tan breve tiempo me permitió materialmente cometer. Hablando burdamente, no dejé cagada sin hacer.

Como resultado de eso fui eyectado hacia otra dependencia, en otro ministerio, a cargo de otro numerario. Seguía, sin embargo, formalmente nombrado en la dependencia del primer numerario. Estaba “de prestado”. Pasaron las semanas y el primer numerario, con toda razón, presionaba para que el segundo numerario me nombrara en su dependencia. Este segundo personaje, al que llamare HH, sin embargo, daba largas al asunto, haciéndome sentir en cierto modo que mi vida dependía de su decisión.

Por pura coincidencia del destino, en ese ministerio había una persona a quien conocía de antes, y mediante la cual obtuve mi nombramiento sin recurrir a HH. Quizás fue un nuevo error de mi parte, una estupidez. Como consecuencia HH se enemistó conmigo, y comenzó a profesarme un odio mortal, que hacia publico entre sus colaboradores. Se negaba a recibirme, y mucho menos hablarme. Obviamente despertó en mi un sentimiento de naturaleza similar.

Bueno, a fin de cuentas ya estaba nombrado y no podía echarme. El problema es que, al perder a mi jefe, tampoco sabia cual era mi trabajo (rara situación). Como consecuencia no tenia nada para hacer. Durante los meses que vegeté en esas oficinas públicas, hasta conseguir otro trabajo, me hice amigo del colaborador más cercano de HH, su brazo derecho. Almorzábamos diariamente y era inevitable que me contara aspectos de la vida de HH que podían considerarse bastante privados. No voy a referirme a ciertos detalles de la vida sexual de HH ni a sus peculiares preferencias, que no juzgo, pero que claramente estaban en disonancia con una vocación al celibato. Este tipo de cosas me parecían del todo privadas y jamás las mencioné a nadie.

Pero lo que realmente me escandalizaba era saber que HH había recibido una enorme suma de dinero, pagada con fondos reservados del estado, por algún servicio cuya naturaleza nunca pude determinar. La cifra era muy importante, una cifra que en un país como Argentina puede permitir vivir sin trabajar. Esta circunstancia estaba claramente reñida con la entrega total que se requiere de un numerario en materia económica, y esto sí me molestaba más ya que no era un tema tan privado como el anterior.

HH era, es, una persona de inteligencia claramente superior a la media, de temperamento fluctuante y personalidad megalómana, si alguna vez hubo alguna. Parte de su éxito meteórico en el mundillo de la política se debía a la explotación inteligente que hacia de su pertenencia a la prelatura. Era suficientemente hábil para sugerir que él representaba la avanzada de un poderoso grupo político-religioso cuasi secreto, de proyección internacional e inescrutables ramificaciones llamado “Opus Dei”. Muchos lo temían, como se teme aquello que no se entiende.

A HH también lo temían los mismos directores. Pero lo necesitaban. Había ciertas aprobaciones de ciertos institutos educativos que era necesario conseguir.

Todos saben que a cualquier numerario corriente se lo llama a Delegación y simplemente se le comunica lo que se espera de él. No era el caso con HH, los directores comían de su mano. Si necesitaban algo, HH los invitaba a una cena organizada con todas las pompas por el departamento de protocolo del Ministerio. Los directores acudían a besar su mano (metafóricamente hablando) y sobre los postres presentaban sus peticiones.

Como decía, lo temían porque así como HH utilizaba el nombre del opus dei para ganarse prestigio, también era capaz de volverse en contra de la obra si se lo arrinconaba. Era como la fiera alimentada con carne humana, su mismo dueño nunca termina de estar seguro en sus cercanías.

Volviendo al tema, una cosa es la vida íntima de cada uno y otra cosa es tener una fortuna en el banco mientras el resto de nosotros entregábamos hasta el último peso. Esa situación me parecía una gran injusticia, y me sacaba de quicio. Un día llamé a Delegación y pedí hablar con el de san miguel:

Yo: –Te quiero avisar que HH tiene la suma de 000000 guardada en el banco-.
El: – Eso no es verdad –.

Yo: – Lo se de buena fuente, con todos los detalles. Puedo decirte hasta el color de la valija con que la fueron a retirar. Además basta ver su nivel de gastos para darse cuenta que es verdad. –
El: – Te aseguro Otaluto que no es verdad. En algún momento nos hizo la consulta por escrito de si debía aceptar o no ese dinero. Nuestra respuesta fue que no, y, como consecuencia, no lo aceptó-.

Yo: -Bueno, entonces entendió mal la respuesta porque tenerlo lo tiene-.
El: -Nuestro padre decía que él creía mas en un hijo suyo que en cien notarios unánimes-

Yo: -A eso no puedo decir nada-.
El: - Si comenzamos a desconfiar de la gente de casa, deberíamos cerrar la persiana del negocio y volvernos todos a casa...-

Yo: -Lo sé, es que en este caso...-
El: -Quedáte tranquilo, Otaluto, ese dinero no lo tiene-

Yo: -ok-.

Conseguí otro trabajo y pasó el tiempo. Un día me cambian de centro. Obviamente me mandaron a vivir con HH. Los directores estaban perfectamente al tanto de mi pesima relación con HH, pero asi es como se hacen las cosas. Ese centro era patético, un rejunte de gente con problemas, todos en via muerta, incluido yo mismo, aunque ni siquiera lo sospechaba.

Apenas me encontré con HH me acerqué e intenté ser todo lo afectuoso que pude. Quería que todo quedara atrás. Según mi punto de vista hubiera sido una desleltad hacia con la obra si una cuestión personal dificultaba la vida de familia.

Finalmente me hice amigo de HH, íbamos seguido a tomar unas copas por la noche. No digo que volvíamos tambaleándonos apoyados uno en el otro, pero bastante parecido. HH para ese entonces había perdido su cargo y estaba en franco declive. Ya no era peligroso para nadie, aunque podía tener todavía algún diente suelto con el que morder. Los directores ya no lo necesitaban pero ninguno quería tomar el riesgo personal que suponía echarlo. Con la cobardía que caracteriza a los directores del Opus Dei, miraban para otro lado “como perro que lo están cogiendo” (perdón por la expresión pero es un dicho popular).

La vida de HH era bastante desordenada. De normas ni hablar. Dormía hasta tarde y no se sabía bien en que empleaba el resto del tiempo. Hacia viajes costosos e imprevistos.

El director local que era una persona con buenas intenciones, se propuso darle salida. De Delegación le dieron el visto bueno (esto lo sé por él mismo, que luego salió y me lo contó). Hizo un buen trabajo, lo desmontó como se desmonta una bomba de relojería (ver mi escrito sobre cómo los directores practican la eutanasia). Al final del año HH decidió irse por sus propios medios y silenciosamente.

¿Y adivinen qué? Se compró un piso en el lugar más caro de Buenos Aires y lo amobló completamente sin pedir un peso prestado. Gastó una fortuna, de frente y sin dudar.

He contado todo esto para que se entere el de San Miguel, que ahora vive en Roma “muy junto al Padre”: ¡TE DIJE QUE EL DINERO LO TENIA, CABRON!



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