Pobreza institucional y personal

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Por Gervasio, 1/05/2015


La pobreza institucional del Opus Dei queda reflejada en las viviendas de los numerarios, así como en sus casas de retiro, llamadas antiguamente casas de ejercicios espirituales. Estas últimas no son viviendas. En ellas se llevan a cabo, además de ejercicios espirituales, otras actividades de corta duración, de un mes a lo sumo. No están destinadas solamente a numerarios, sino a toda clase de personas —hombres y mujeres, siempre por separado—, dependiendo del tipo de actividad programada. Los supernumerarios y agregados —a diferencia de los numerarios— escogen y organizan a su gusto su propia vivienda. No se la asigna ni organiza el Opus Dei.

En muchos de los pisos para numerarios en que viví, una sirvienta primorosamente uniformada se encargaba de abrir la puerta cuando alguien llamaba al timbre...

En cierta ocasión le ocurrió no sé qué incidente desagradable. Para que no tuviese miedo al abrir la puerta, la superioridad decidió que, al hacerlo, estuviese acompañada por otra sirvienta. El resultado era impresionante. Tras pulsar el timbre, aparecían nada menos que dos doncellas uniformadas en impecable crespón negro, con delantal y cuello blancos. Todo un tableau vivant. Recuerdo a una marquesa —por cierto en buena posición económica— y a una condesa —en mejor posición económica todavía— asombradas ante semejante despliegue de servicio doméstico —tan escaso para ellas—, cuando fueron a visitar a un sobrino suyo enfermo. No les convencía eso de que su sobrinito viviese en la pobreza. No entendían eso de que vivía no con pobreza, sino en la pobreza. En fin, que daban poca importancia al uso de las preposiciones en relación con la pobreza y sí mucha importancia a la presencia de servicio doméstico uniformado y abundante.

En mi opinión, en las casas y viviendas regentadas por el Opus Dei, más que un tren de vida lujoso, lo que encontramos es un tenor de vida anticuado. Puestas a pernoctar en una “casa de retiros” del Opus Dei, las mencionada señoras se llevarían la desagradable sorpresa de que no hay dormitorios con baño, que es lo mínimo que hoy día se exige en cualquier alojamiento ideado para pasar la noche. Así sucede hasta en un hostal de dos estrellas para camioneros. En fin, el estilo Opus parece responder a criterios propios de la belle époque, cuando las sirvientas no eran consideradas lujo alguno —en cada casa había un buen número, mal pagadas y carentes de todo derecho—, al tiempo que escaseaban los cuartos de baño, incluso en las casas de las familias acomodadas.

En los pisos de los numerarios se aprecian distinciones derivadas de su posición económica, aunque no son muy marcadas. Si los numerarios residentes son personas económicamente bien, el presupuesto para los gastos ordinarios de la casa es un poco más alto y la edificación, mejor. Se nota en que las comidas son más escogidas, las sirvientas se encargan de abrir la puerta y de atender el teléfono, mientras que en las casas de estudiantes, o así, el presupuesto es menor y también menos completo el servicio doméstico.

A esta diversidad hay que añadir la que deriva del status social y económico que acarrean los puestos directivos dentro del Opus Dei. El director de la casa ocupa la mejor habitación, generalmente con cuarto de baño individual adjunto y salita independiente. ¡Natural! Los directores de la Delegación y de la Comisión Regional también tienen buenas habitaciones y lo más escogido del servicio doméstico. ¡Natural! Como todavía hay obispos que tienen por vivienda un palacio —aunque van bajando el diapasón—, los de la Comisión Regional no van a ser menos. ¡Natural!

— ¿Qué es orar? preguntaba un niño que se preparaba para la primera comunión.
— Orar es levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes, respondió el catequista.
— Ahora comprendo por qué los obispos suelen tener un Mercedes, fue la conclusión a la que llegó el niño.

El fundador nunca llegó a obispo; pero a un Mercedes-Benz, sí. Se los regalaba Castelli, el de las obras de Villa Tevere. ¡Natural! Después de tanto gasto a su constructora, qué menos que hacerse cargo él de “el coche del Padre”.

Existe un régimen institucional de pobreza para las “numerarias sirvientas” muy distinto del de las numerarias que no lo son; es decir, las llamadas “numerarias”, sin más apelativos o añadidos. La numeraria sirvienta debe usar telas y vestidos de peor calidad que las numerarias toutcourt. Es cuestión de principio más que de desembolso económico. Recibe ropa desechada por ellas y por ahí p’alante. Todo ello también muy de la belle époque, de aquellos tiempos de comienzo del ferrocarril, de las máquinas a vapor y otros adelantos técnicos hoy superados. Al Opus Dei le ha costado y cuesta adaptarse al teléfono móvil, a las computadoras y tabletas personales, a las tarjetas de crédito, a los automóviles de uso personal, a la escasez de servicio doméstico y en general a las nuevas modas. Del Portillo, según me contaron, reunió en España a un montón de numerarios y los invitó a renunciar a disponer de coche. Tener o no tener chófer, en cambio, ni se mencionaba. Me estoy divirtiendo demasiado. Prosigo con lo de la diversidad de numerarias.

Es de suponer que a ambas categorías de numerarias se les exija practicar idéntico grado de la llamada “virtud de la pobreza”; una virtud inventada por Escrivá y que nunca logro encontrar enumerada como virtud en los usuales tratados sobre esta materia, porque la pobreza no es un hábito operativo, sino un hecho (Cfr. Gervasio, Otra vez sobre pobreza, 24-II-2012). Ambas habrán de ser igualmente virtuosas en materia de pobreza —es de suponer— puesto que tienen idéntica vocación. Presupongo que no se considerará que las auxiliares son más virtuosas en pobreza, en razón de que visten pobremente. Tampoco que son menos virtuosas por haber renunciado a menos bienes que las numerarias a secas, por provenir de extractos sociales muy humildes, en los que a poco más que a ser sirvienta se puede aspirar. En fin, al parecer, tanto unas como otras han de ser consideradas igualmente virtuosas en pobreza, aunque unas vistan con pobreza y las otras, no.

Sea lo que fuere, el caso es que el régimen de pobreza institucional de los del Opus Dei depende del tipo de “profesión” que realizaron al incorporarse al Opus Dei, a saber, como numerario, como agregado, como supernumerario, como numeraria auxiliar —sirvienta— o como numeraria sin más. La que profesa como numeraria auxiliar —pobrecita la que tiene que servir, que musicó Chueca— queda sometida institucionalmente a un peculiar régimen de pobreza distinto del de las numerarias y numerarios toutcourt.

Profesar como supernumerario es la única incorporación al Opus Dei que claramente no lleva aparejado un peculiar régimen institucional de pobreza. Cada supernumerario se organiza financieramente a su aire y sólo se les exige una aportación económica proporcional a sus posibilidades. Como orientación, se les suele indicar que deben donar mensualmente a la Obra una cantidad semejante a la que supone sacar adelante un hijo. La Obra debe ser tratada como un hijo más, se les dice. Como complemento, de vez en cuando se les da algún sablazo para cosas concretas.

En los estatutos de 1950 para los numerarios y agregados se establecía un régimen similar al de los miembros de las congregaciones religiosas de votos simples; un régimen de pobreza éste, que es distinto al de las órdenes religiosas de votos solemnes. Estos últimos han de renunciar a todas sus propiedades. En las congregaciones de votos simples, el profeso puede continuar siendo propietario de los bienes que tiene en el momento de profesar. Debe, no obstante, ceder su administración, así como su uso y usufructo, a terceros. Ese mismo régimen teníamos los numerarios y agregados. Recuerdo que, antes de hacer mi primera profesión temporal —oblación o algo así la llamaban y me parece que la siguen llamando—, me preguntaron si tenía una vaca. Sí, eso me preguntaron. Me preguntaron por una vaca, es decir, un cuadrúpedo con dos cuernos y cuatro patas. Dije que no con toda convicción, porque así era, pero tan desconcertado como si me hubiesen preguntado si tenía en mi poder alguna zapatilla de la concubina de Luis XV, la famosa madame Pompadour. Al día de hoy sigo intrigado por lo que hubiese procedido hacer, si llego a haber sido propietario de una vaca. Casi seguro que no me la hubiesen dejado llevar al centro de estudios.

Todo lo que el religioso adquiere, lo adquiere para su instituto. También revierte en el instituto todo lo que el religioso adquiere en concepto de pensión, subvención o seguro (Cfr. canon 668). Ese mismo régimen teníamos los numerarios, hasta que llegó lo de “por fin somos prelatura” y los estatutos de 1982.

Son bien conocidos las inquietudes, berrinches, súplicas y teatralidades del fundador para que el Opus Dei tuviese un encuadramiento jurídico distinto del de instituto secular. No lo logró en vida y de ello tuvo que encargarse como pudo su sucesor, del Portillo. Más que mediante indicaciones positivas, el fundador había pergeñado el futuro jurídico de la Obra con delimitaciones negativas: nada de instituto secular, nada de votos y nada de equiparar el Opus Dei a las congregaciones religiosas de votos simples. Con las prisas y otras limitaciones —o quizá por exigencias del guión—, el caso es que en los estatutos de 1982 (Cfr. n. 94) se estableció para todos los componentes del Opus Dei —para todos ellos, sin distinguir entre numerarios y agregados de un lado y supernumerarios de otro— el régimen de pobreza propio de los supernumerarios antes descrito.

Tal régimen de bienes tenía y tiene la ventaja de poder presentar ante la Santa Sede a los laicos, diáconos y sacerdotes del Opus Dei como fieles corrientes, que en modo alguno están afectados por alguna clase de voto de pobreza o de un sucedáneo de voto de pobreza. Al ingresar en el Opus Dei —también en el caso de los numerarios y agregados— no se modifica ni la capacidad jurídica de ser propietario de bienes, ni la capacidad de obrar, en orden a su administración y disposición. Como pudiera hacerlo cualquier otra persona ajena a la Obra, tras cubrir sus propias necesidades personales y familiares, los del Opus Dei entregan a sus dos ordinarios —el de la prelatura internacional y el de la diócesis territorial— lo que tengan por conveniente, en calidad de donativo. Todos ellos pueden tener bienes propios así como administrarlos y donarlos.

A los numerarios y agregados se nos ocultó dolosamente que, con los estatutos de 1982, habíamos pasado a tener el régimen de pobreza propio de los supernumerarios, a saber, dar a la Obra lo que tuviésemos por conveniente una vez atendidas las propias necesidades personales y familiares. Pero en las sucesivas ediciones del Catecismo de la Obra se da y continúa dando como vigente el régimen anterior, similar al mencionado régimen de pobreza de las congregaciones religiosas de votos simples. Concretamente en su última edición se dice que los numerarios y agregados tienen la obligación de entregar todo el sueldo a la prelatura y, con un cinismo increíble, se apoya tal afirmación mediante una remisión a los estatutos de 1982.

Total, que se engañó a la Santa Sede y también se nos engañó a los numerarios y agregados. Al cabo de poco tiempo, se descubrió el pastel. Como suele decirse, entre el cielo y la tierra no hay nada oculto. Echevarría —el prelado actual— se sintió entonces movido a modificar los estatutos de 1982 con un decreto general cuyo número de protocolo es 6/99; un decreto encaminado a restablecer para numerarios y agregados el régimen económico antiguo. Nunca he podido leerlo, aunque ya me gustaría. Como a los numerarios y agregados se nos había ocultado dolosamente el cambio de estatuto económico, también se les ocultó —yo ya estaba fuera— su restablecimiento. Como también a Santa Sede se le ocultó que no se vivía el régimen de pobreza por ella aprobado, sino el antiguo —el propio de cuando era instituto secular—, también se le ocultó la existencia del tal decreto 6/69. Todo un alarde de opacidad y dolo.

El actual prelado —según leí en Opuslibros, que es como uno se entera de lo que pasa en el Opus Dei—, quizá no muy convencido de la honradez de su decreto 6/69, ha afirmado oralmente en una tertulia que los numerarios y agregados no tienen la obligación de entregar todo su sueldo a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei. Echevarría debió de decirlo entre estornudo y estornudo o algo así; es decir, con ese ruidito entre nasal y gutural característico que a veces le aflora. A lo mejor no habló de sueldo sino de regüeldo o de cuerdo. Vaya usted a saber. En cualquier caso un oraculum vivae vocis —unas palabras emitidas oralmente— del prelado no puede ser considerado fuente del Derecho, si no queda recogido por escrito por dos testigos y promulgado fehacientemente. Tampoco, el mencionado decreto secreto, contrario a los estatutos, parece tener validez, ni haber sido promulgado suficientemente. En suma, la ceremonia de la confusión.

Como dice un certero proverbio inglés, los pecados viejos proyectan sombras alargadas, old sins cast long shadows. El viejo truco de pretender eliminar las consecuencias negativas de un engaño con otro engaño casi nunca funciona. Aquel doble engaño proyecta al día de hoy su oscura y alargada sombra tanto sobre la Santa Sede, que aprobó los estatutos del Opus Dei en 1982, como sobre los numerarios y agregados. En su función de tutela sobre el Opus Dei la Santa Sede podría exigir que se cumplan los estatutos por ella aprobados. No sería más que exigir que se atengan a lo que con tanta insistencia pidieron: no queremos voto de pobreza. Con ello, como en el romance de don Rodrigo, el resultado sería el de ya lo comen, ya lo comen, por do más pecado había. Eso pediste, eso tienes. La cuestión afecta sobre todo a la exigibilidad de la cuenta de gastos y a la obligación de entregar el propio sueldo a la prelatura. Si quieren ser considerados sacerdotes, diáconos y laicos seglares, que se comporten como tales de una repajolera vez, pero que no digan uno y hagan lo otro.

Las cosas están de la siguiente manera, si no estoy mal informado. Las autoridades de la prelatura aceptan dar distinto tratamiento a los bienes patrimoniales y a los provenientes del salario mensual de los numerarios y agregados. Parece ser que los numerarios se avienen a entregar su salario mensual; pero no siempre se avienen a entregar sus bienes patrimoniales o a dejar de administrarlos. A veces, ni se les aconseja esto último. Al respecto hay que tener en cuenta que algunos numerarios administran un patrimonio personal que produce unas ganancias inconmensurablemente mayores que las provenientes de un triste salario, por elevado que este sea. Por supuesto tales numerarios son muy bienvenidos, alabados y sobre todo consentidos. No se va a dejar de pasar por alto algún que otro defectillo, cuando se vive tan ejemplarmente la virtud de la pobreza. ¡Vivan los numerarios ricos!, en el bien entendido, por supuesto, de que entreguen sus rendimientos económicos a la Obra, aunque —ya se sabe— el que administra y el que se enjuaga algo traga. Nunca llegan a ser numerarios de toda confianza. Ahí tienes a Goyo Ortega. Para depositar confianza total en un numerario, lo mejor es que sea pobre, entendiendo por tal el que trabaja para la Obra sin recibir sueldo alguno y que ni siquiera tiene seguridad social. Vamos, que no tenga donde caerse muerto. Se eliminan así posibles tentaciones contra la perseverancia y resistencias a obedecer. Hay quien se queda en la Obra porque no tiene otro futuro.

Entreguen o no sus rendimientos patrimoniales a la Obra o sólo lo hagan parcialmente, se producen situaciones de agravio comparativo respecto a otros numerarios, carentes de fundamento en el Codex Iuris Particularis Operis Dei. Pongo —como ejemplo hipotético— el de un despacho de abogados constituido en sociedad. Al numerario que está al frente de ese despacho le cabe cargar a la sociedad propietaria del despecho —sociedad que él controla al cien por cien o al menos al sesenta por ciento— viajes, regalos, coches, cuadros, comidas de empresa o de no tan empresa, un favor a un primo suyo, etc.; cosas que quienes viven de su sueldo no pueden hacer. Se originan en consecuencia, sin fundamento alguno, dos regímenes de pobreza diferentes para los numerarios y agregados: el de los asalariados y el de quienes administran un patrimonio que produce sabrosas ganancias. Sobre estos numerarios pudientes pero no asalariados es ilustrativo el testimonio de 26-III- 2008 firmado por Julio Así dejé la cuenta de gastos.

El numerario del despacho de abogados —no me refiero a nadie en concreto; se trata de un supuesto didáctico— hace movimiento económico; es decir, ingresa íntegramente el sueldo mensual que él mismo se ha asignado. En realidad es él quien decide lo que entrega a la Obra. Además, entrega puntualmente la cuenta de gastos correspondiente a cada mes. Incluso puede hacer consultas sobre gastos, como la que me hizo en cierta ocasión un supernumerario, en relación con el uso de desodorante. Había un desodorante más barato que otro. El más caro no le irritaba la piel; el más barato, sí. ¿Qué hacer? Yo que soy de natural bondadoso y complaciente —como todos habréis observado— le aconsejé comprar y usar el desodorante más caro. Y es que yo estaba muy preparado para aconsejar en temas de pobreza.

Ya no lo estoy. Hoy día todo eso me parece una pamema. Todo el tema de la pobreza en el Opus Dei me parece una pamema. También me parece una pamema ese juramento, promesa, compromiso o lo que sea —voto seguro que no— que se efectúa al adquirir la condición de inscrito —un grupo de numerarios más selecto aún que el de los simples numerarios— consistente en no permitir que en el Opus Dei exista un peculio personal (Cfr. Caeremoniale Operis Dei). ¿Qué pasa con el mencionado numerario que regenta el despacho de abogados u otro patrimonio? Por lo mismo también me parece bastante pamema lo de la cuenta de gastos.

Me estoy divirtiendo demasiado con esto de los desodorantes y lo del peculio. A lo que iba. El régimen de pobreza de los numerarios y agregados con patrimonio productivo ha acabado del mismo modo que las llamadas “obras comunes” y “obras auxiliares”, de las que se hablaba en los catecismos antiguos de la Obra —todavía en el de 1959— y que hoy ni se mencionan. La evolución de esas obras comunes y auxiliares las narra muy bien Saralegui en Opus Dei y los negocios.

Al principio el fundador quería controlar férreamente las empresas económicas, promovidas por gentes del Opus Dei, metiendo miembros de la Comisión Regional o de su confianza en esas empresas e imponiendo juramentos y cosas así a los implicados. Posteriormente se dio cuenta de la incompetencia de sus hombres de confianza y de la ineficacia y lo contraproducente de sus controles. Al final optó por “pedir” —así “pedir”— dinero a sus hijos ricos —numerarios o supernumerarios o agregados, si se diese el caso—, distinguiéndolos con su “paternal benevolencia” y liberándolos, para que se enriquezcan, de “tareas apostólicas menores”, que pueden ser desarrolladas por otras personas. Lógico. Una cosa es una vaca y otra una vaca lechera. Tengo una vaca lechera. No es una vaca cualquiera. Me da leche merengada. ¡Ay!,¡qué vaca tan salada! La situación del numerario liberado para dedicarse a los negocios y del numerario encargado de dedicarse a los negocios es muy parecida.

Nunca vi santo más preocupado por recabar dinero que Sanjosemaría. Si eso es una manifestación de la virtud de la pobreza, creo que la vivió en grado heroico. Afirmaba de sí mismo —lo tenía a gala— que tenía las manos horadadas, que el dinero se le escapaba de las manos. La Región de España —allá por los años de la pera— había de regalarle —no recuerdo bien si por su santo o por su cumpleaños— un millón de pesetas, cantidad que entonces era algo. Vamos, un San Francisco de Asís en toda regla, pero en versión fundraising man.

Jesucristo dijo al joven rico —el ave triste, como lo llamaba Sanjosemaría—“vende lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos y después ven y sígueme” (Mateo XIX, 21). No le dijo: “dame lo que tienes y tendrás un tesoro en los cielos”. Dijo “dalo a los pobres”. Noto una diferencia entre esas dos indicaciones, que no es sólo de matiz. El fundador lo solucionaba afirmando: “yo soy pobre”, “yo soy el pobre”, “somos pobres”, “la Obra es pobre y siempre será pobre”, “para pobres, nosotros”. “Hago muchos apostolados y no tengo dinero para tanto apostolado como hago”. Resultado: para el que da dinero a la Obra, aplauso; para el que da dinero a la parroquia o a los que sin distorsiones lingüísticas llamamos “pobres”; a esos, corrección fraterna. Esa es la problema gorda. El invento de “la virtud de la pobreza” no consiste en otra cosa —no nos engañemos— que en considerar virtud dar dinero a la Obra de Dios. De ahí el encaminamiento preferente del Opus y de sus apostolados hacia las gentes con dinero. Cuanto más ricos son —parece ser el criterio—, más posibilidades tienen de practicar la “virtud de la pobreza”.

Luego está el tema de las libertades que, aunque reconocidas, son puramente teóricas. En tema de disposición de los propios bienes por testamento, incluso los religiosos pertenecientes a congregaciones de votos simples tienen libertad de testar a favor de quien o quienes les plazca (Cfr. canon 668). En el Opus Dei te dicen que hay libertad para otorgar testamento; pero también te dicen lo que tienes que consignar en él, quiénes van a ser los albaceas y a qué notario tienes que acudir. Además hay que dejar copia del testamento realizado a los directores. En suma, te imponen que hagas un testamento supuestamente “virtuoso”; es decir, concorde con la virtud de la pobreza. ¿Es eso libertad? La verdad es que siempre cabe la posibilidad de acudir al día siguiente a otro notario y otorgar un testamento diferente. Es verdad, pero todo este tejemaneje deja mal sabor de boca.

Judas era ladrón. Se aprovechaba de la caja común. Cuanto más se ingresase en la caja común, más le tocaba a él. Llegó a traicionar al Señor por dinero. Eso sí que es traición. Maledictus qui facit Opus Dei fraudulenter (Jeremías XLVIII, 10). Los ex también sabemos maldecir, calificar de traidor y esgrimir la Escritura con unción sobrenatural. Nosotros no hemos engañado a nadie ni nos hemos apropiado indebidamente del dinero de nadie. Simplemente nos fuimos.




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