La diferencia entre los Legionarios de Cristo y el Opus Dei

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Por Trinity, 21.09.2009


Me ha impactado la reciente entrevista de Sandro Magister sobre los problemas internos de la Legión de Cristo. La notable coincidencia con el Opus Dei en los errores (exaltación del fundador, divinización de sus directrices, anulación de la personalidad y de la conciencia, etc.), ayuda a comprender que los fundadores, con sus diferencias, fueron personas que quisieron dar una respuesta nacional catolicista a las persecuciones religiosas de sus tiempos, trabajando primordialmente con las clases poderosas.

En una actualización anterior, Sergio Dubrowsky veía como un buen precedente que los Legionarios hayan empezado a rectificar las praxis ilegítimas, pensando optimistamente que en la Obra puede suceder lo mismo. En cambio, Maximiliano es más cauteloso, limitándose a preguntarse si los dirigentes del Opus Dei acabarán siendo capaces de aceptar lo que la Iglesia les pide.

No quiero ser aguafiestas, pero no puedo ignorar lo que este verano hemos visto que ha hecho nuestro Prelado. En lugar de entender que estas prácticas son ilícitas, ha tocado a rebato pidiendo que le apoyásemos en su romería a la Virgen de Guadalupe para pedir que conjure el peligro que se cierne sobre sus intereses; ha promovido una campaña de intoxicación informativa en los cursos anuales y convivencias sobre la libertad al hacer la Charla fraterna; y luego se está dedicando a visitar personalmente a muchos obispos, de entre los que hay afines a la prelatura -a los que se supone que habrá pedido apoyo frente a la petición de Roma-, y otros que no aprueban ciertas praxis de la Obra –a los que se supone que habrá intentado intimidarles.

El que estas visitas las haga personalmente, confirma lo que nos decía Sinmiedo recientemente: que no están informando de estas peticiones de la Santa Sede ni siquiera a los vicarios regionales. Y a mí todo esto me preocupa. Nuestro prelado se está convirtiendo en un grave problema eclesial. No entiende lo más elemental sobre ciertos derechos humanos, anteponiendo el criterio del fundador al de la Iglesia, y no rectifica ni parece dispuesto a rectificar. Se limita a ver todo en clave política, y a maniobrar según sus posibilidades. Y es que una religiosidad fanática, como bien se dieron cuenta el P. Castillo en 1972 y ocho años antes el cardenal von Balthasar, castra para una sana autocrítica. Y mientras tanto, la Obra languidece, mientras las directoras nos hablan de lo bien que va todo, cuando nos visitan.


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