La decadencia del Opus Dei

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Por Bolturina, 3 de noviembre de 2006


La distinción entre lealtad y fidelidad es esencial para comprender la decadencia del Opus Dei y la profunda contradicción que arrastra, imposible de resolver, viviendo en un círculo surrealista del que sólo se sale cuando se es capaz, por instinto o por conocimiento y cultura, de distinguir la importante diferencia entre lealtad y fidelidad o cuando uno muere dentro loco o enajenado. No podrá vivir la Institución su Perestroika, su reestructuración para adaptarla a la realidad. Imposible. Por eso, no deja de llamarme la atención que la Obra está condenada a su decadencia, a su entropía y a su declive generación tras generación. Algo que ya es visible. Nunca he creído que el nivel cultural de los numerarios sea alto, no puede serlo jamás sin espíritu crítico y sin curiosidad por la alta cultura, vedados ambos para ellos. Pero el nivel actual es penoso y será peor. Encerrada en una burbuja artificial, vive una sociedad aparente donde lo único que queda, fruto del inmoralismo típico de toda incoherencia entre teoría y praxis, es aparentar y vivir “como si". Viven como si fuesen caritativos, como si fuesen pobres, como si estudiasen, como si fuesen la élite, como si...

Cuando existe un abismo entre teoría y práctica, cuando la práctica no puede alcanzar ni cumplir los principios teóricos, por su irrealidad, su falsedad o su imposibilidad, la teoría es sustituida mecánicamente por la ficción del "como si".(Y no es que la teoría no pueda cumplirse. No soy pesimista. Puede cumplirse cuando está construida sobre bases sabias). Entonces, ya no se vive en la realidad sino en la apariencia de creer que se vive lo que se predica cuando en realidad se vive un mundo ficticio. Este ficcionalismo lo fundamentó la "Filosofía del como si" de Vaihinger en 1911. La Obra vive creyendo que santifica el trabajo, cuando casi nadie de los numerarios tiene una profesión civil; vive creyendo que la alta cultura vive en ellos, cuando no existe ni tiempo ni dedicación para la verdadera formación del espíritu y menos, libros que valgan la pena su nombre.

Rodeados de panfletismo doctrinal o de cultura acrítica lo cierto es que viven en una caverna donde a oscuras se jalean los mismos tópicos promoción tras promoción, en un circuito cerrado de lugares comunes del que no se sale sino bajo pena de ostracismo. Se vive en una sociedad aparente donde lo que cuentan son las apariencias, las estadísticas desmentidas por la realidad que el sentido común ve, hacer que se hace, activismo que va alejando cada vez más a cada miembro de su esencia, que lo va enajenando e incapacitándolo para conocer la verdad y la vida auténtica.

La apariencia lleva en la Obra, como en todas las sociedades donde se vive a una profunda inautenticidad y a la deslealtad con uno mismo sacrificada a costa de la fidelidad a aquella apariencia que nos mata interiormente. La vida en la apariencia lleva consigo otro fruto aún más amargo: se crea la ideología de que no es necesario vivir en la verdad por su propia dificultad de conocerla o de realizarla y se sustituye por ficciones que son creídas por los miembros como si fuesen verdades. Excepto el Fundador y su primer sucesor es creíble pensar que nadie dentro sabe a ciencia cierta lo que es el Opus Dei. Porque nadie puede cumplir lo que predica. Por su profunda contradicción. Si se cumple, el OD se desintegra. Y si no se cumple, como hasta ahora, vive en una apariencia que le lleva a su decadencia, alejando a los mejores de su seno. Condenada pues a vivir atrapada en su propia contradicción. Si quisiera reformarse dejaría de ser OD . Y si es OD no puede alcanzar lo que predica, necesita mentir para existir, fingir, aparentar y engañar.

La sociedad aparente del OD se mantiene mientras los miembros sigan confundiendo la fidelidad con la lealtad. La vida enajenada que exige vivir en una apariencia continua lleva a que la inmensa mayoría de sus miembros sacrifiquen la lealtad con lo mejor de sí mismos, la lealtad con su personalidad intransferible y acaben uniformándose en la fidelidad a la jerarquía interna. Renuncian a ser ellos para ser institución, creyendo la falacia interna de que se refuerza así su personalidad. Es lo contrario. Se vacían de ellos mismos y se adocenan, se hacen súbditos y no ciudadanos en esta sociedad aparente. Dejan de ser leales con su propia personalidad. Muere el ser interior de cada uno para nacer el súbdito fiel.

Sólo la lealtad hace posible la existencia moral y la personalidad individual. La dimensión ontológica de la lealtad hizo decir a uno de los cuatro grandes de Harvard, Royce, "que todas las virtudes comunes, en tanto que defendibles y efectivas, son formas especiales de lealtad por la lealtad”. Por medio de la lealtad se da sentido a la personalidad, se pone fundamento a la conciencia, se identifica la existencia personal consigo misma y se exige vivir en lo permanente. Sin lealtad no hay virtud, ni vida moral ni vida auténtica. El OD mata esa lealtad, se cobra ese precio, a costa de fieles súbditos. Por ello no puede haber en su seno vida auténtica, ni virtud ni verdad. Las expulsa al expulsar la lealtad de cada uno consigo mismo y formar miembros despersonalizados y uniformados, vacíos de ellos para llenarlos de doctrina y provocar obediencia ciega y absurda.

La fidelidad ha de poner su fe en alguien o algo que la trasciendan, la lealtad permanece en la inmanencia del ser leal a sí mismo. Por eso las faltas de fidelidad son perdonables, y las de lealtad imborrables. Y ése es el gran drama del numerario que si es capaz de guardar algo de sentido común, con los años descubre que su vida fue inauténtica, que le fueron perdonadas sus faltas de fidelidad al precio de ir muriendo su verdadero yo. Muerte de su lealtad que nadie puede perdonar salvo si la vida le da tiempo de recomenzar fuera consigo mismo, lo mejor de sí mismo, o bien de morir dentro mirando atrás su camino viendo que vivió una vida que no fue la suya


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