El patito feo

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Por Luxindex, 16 de marzo de 2011


“Para que una persona pueda ser elegido Prelado se
requiere que sea […] hijo de matrimonio legítimo […]”.
Estatutos de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, punto 131.

Así pues, en una especie de adaptación del célebre El patito feo de Andersen, un hijo ilegítimo no puede ser Prelado del Opus Dei®. Menudo cuento.

Hijo ilegítimo, hijo legítimo, hijo legitimado, hijo natural, hijo natural simple, hijo adulterino, hijo adoptivo, hijo bastardo, hijo matrimonial, hijo no matrimonial, hijo pródigo, hijo no deseado, hijo adoptivo, hijo único, hijo político… A todos, de forma más o menos convencional, nos incluyen en uno o más de estos grupos pero lo cierto es que todos compartimos tener el mismo Padre que el Hijo del Hombre y, como sabiamente dijo el hidalgo hijo literario de Cervantes, ser hijos de nuestras obras...

No creo, pues, que a Dios Hijo ni a Dios Padre les interese el requerimiento que impuso el sedicente «Nuestro Padre» a sus sucesores; vamos, que no creo que le importe que el prelado de turno sea hijo legítimo o ilegítimo sino que no se comporte como un de hijo de… ¡y, jo, ahora no me sale la palabra!

El padre Escrivá, Hijo Predilecto de Barbastro (1947) e Hijo Predilecto de Honduras (1992), Hijo Adoptivo de Pamplona (1960) e Hijo Adoptivo de Barcelona (1966), copió la idea de que cualquier hijo de vecino puede ser santo, aunque él siempre prefiriera dirigirse a los hijos de papá.

Hijo de ganancia, hijo expósito, hijo mancillado, hijo sacrílego, hijo incestuoso, hijo espurio, hijo reconocido, hijo noto, hijo de la piedra, hijo de la tierra, hijo del agua, hijo de la luna, hijo de la cuna, hijo de leche… ¡¡Leche: hijos de Dios!!

Teológica somos, y jurídicamente deberíamos ser, todos iguales y, después y en todo lo demás, cada uno hijo de su padre y de su madre. Eso, o damos por bueno algo que ningún sitio tiene ni en el Evangelio, ni en el sentido común, ni en ningún corazón que lo sea.

Porque, ¿en que cabeza sana cabe que el simbólico Pecado Original de Adán y Eva se amplíe, si eres hijo bastardo, al original, por inaudito, pecado de ser hijo de tus padres y que eso tenga una repercusión, digamos, administrativo-pseudoreligiosa? ¿Por qué a esos se les exige no ser hijo ilegítimo pero nada se dice de que los tengan? ¿No será que la voz bastardo sólo es aplicable a quien la emplea para reprobar al inocente? ¿O acaso interviene el hijo en su propia generación?

El Padre Eterno, nos dice la Madre Iglesia, siempre perdona nuestros pecados; «Nuestro Padre», dice el Opus Dei® o «Madre Guapa» si eres bastardo, no perdona ni el de tus padres…

El padre Echevarría, hijo de la era preinalámbrica (suelta cable, recoge cable), debería retirar ese requisito para que el padre Escrivá no siga quedando como un obseso de la rectitud de la estirpe, como uno de ésos que, precisamente por su ahínco, son sospechosos de que su linaje no hubiese pasado tan injusta prueba. Eso, o tiene sentido que el santo-Bala (no olvidemos su reputada clarividencia) vio a decenas, si no a centenares o miles, de hijos ilegítimos postulados para prelado del Opus Dei ® aporreando la puerta, y claro, de ahí que viese necesario establecer tan insólita restricción.

Que la condición de bastardo no excluya en nuestra Iglesia para ser elegido Obispo o Pontífice es lo de menos. Que la lista de patitos feos que resultaron cisnes santos sea larga y luminosa (san Martín de Porres, santa Luisa de Marillac, Fernando III el Santo, san Juan de Palafox, san Nuño Álvarez Pereira…) es lo de menos.

Es lo de menos porque ¡qué es eso en comparación con ser el Prelado del Opus Dei®! Parafraseando a Escrivá, ya se sabe que santos, papas y obispos ha habido muchos, muchísimos, pero Prelados sólo dos. Y aunque puede que, si Dios quiere, esa gris lista acabe siendo muy cortita siempre habrán sido, para alivio de la Iglesia triunfante, purgante y militante, ¡hijos legítimos!




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