De la laboriosidad al activismo

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(Cap. 4 de Lo que pasó a ser el Opus Dei)


La laboriosidad es una cualidad útil, pero la absolutización de esta virtud lleva a un activismo permanente. En este caso las maltratadas son algunas necesidades humanas naturales como el descanso o el juego (ludismo). Un miembro del Opus Dei tiene que trabajar siempre. Al mismo tiempo, nunca puede pensar que ha trabajado bastante:

El Senor pide siempre más: más, más, más, repetía nuestro Padre. A veces sólo un pequeno esfuerzo; otras, uno mayor; pero siempre algo más.[1]

El eslogan más, más, más es sistemáticamente utilizado en la dirección espiritual. Hay que recitar más oraciones, trabajar más (descansar menos), hacer más apostolado. La gente común considera que puede juzgar por sí misma cuántas fuerzas tiene para trabajar y qué le gusta. No pasa así en el Opus Dei:

Ciertamente, cada uno debe recorrer de modo personalísimo el camino de la vocación a la Obra, pero sin salirse del espíritu de entrega total a Dios que nuestro Padre nos ha transmitido. No cabe fabricarse un camino a la medida de la propia falta de generosidad (de "mi debilidad", de "mi pequenez"...). Si así se hiciera, la vida dejaría de ser respuesta a Dios para convertirse en respuesta a las exigencias de la propia vanidad, de la comodidad, de la lujuria, del propio egoísmo en definitiva. Una garantía clara de que esto no sucede es dejarse exigir en la charla fraterna.[2]

Cualquier intento de medir sus fuerzas es definido como comodidad y "pecado de pereza". Cada nuevo recluta tiene que adaptarse al modelo inventado por el fundador: "Un hijo de Dios, en el Opus Dei, no puede desear jamás vivir en un régimen de excepción: necesitamos vivir en el régimen que tengan los demás".[3] La regla para todos es la de trabajar siempre. Los directores tienen que asegurarse de que todo miembro del Opus Dei no pasa ni un solo momento sin quehacer:

Luchad contra esa excesiva comprensión que cada uno tiene consigo mismo: !exigíos! A veces, pensamos demasiado en la salud; en el descanso, que no debe faltar, precisamente porque se necesita para volver al trabajo con renovadas fuerzas. Pero ese descanso —lo escribí hace ya tantos anos— no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo.[4]

No basta organizar el trabajo, sino que también hay que organizar el descanso. Sobre la necesidad y el modo de proporcionar el descanso, se os darán las oportunas instrucciones.[5]

Las instrucciones sobre el trabajo son sencillas: "Al que pueda hacer como cinco, hay que pedirle como ocho".[6] Se puede decir que san Josemaría empleaba una estrategia que se podría llamar gestión por metas inaccesibles. Es fácil imaginarse la tensión en la que vive una persona forzada a dejarse exigir, y a la que se le exige más de lo que puede dar: angustias, remordimientos, baja estima...

En cada centro de la Obra se pueden encontrar figuras de burros. El trabajo del burro en la noria es, según el fundador, un ideal de vida y un modelo a seguir: un trabajo monótono, silencioso y eterno, hecho sin ninguna consolación, sin mirar al lado, hasta el agotamiento.

Hemos de querer morir de viejos, exprimidos como un limón.[7]

Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto.[8]

Me temo de que tal voluntad de destrucción se aproxima a una actitud de odio a sí mismo.

Hay que saber deshacerse, saber destruirse, saber olvidarse de uno mismo; hay que saber arder delante de Dios, por amor a los hombres y por amor a Dios, como esas candelas que se consumen delante del altar, que se gastan alumbrando hasta vaciarse del todo. Yo os llevo, hijos míos, por caminos más altos, porque son caminos de continuidad. Y quiero para mis hijos, como penitencia, que sepan darse. Sólo sabremos darnos a Dios, si nos olvidamos de nosotros mismos y servimos a los demás. Será verdaderamente éste un camino divino, porque está fundamentado en la humildad. Y Dios lo premia.[9]




  1. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, 19.03.2001, p. 83
  2. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, 19.03.2001, p. 22
  3. San Josemaría, A solas con Dios, n. 191
  4. San Josemaría, Amigos de Dios, n. 62
  5. San Josemaría, Instrucción para los directores, 31.05.1936 (publicada y probablemente redactada en 1967), n. 85
  6. San Josemaría, Instrucción para los directores, 31.05.1936 (publicada y probablemente redactada en 1967), n. 84
  7. San Josemaría, cf. Don Alvaro, Nuestro Padre en el cielo, 26.06.1975, p. 29
  8. San Josemaría, Camino, n. 186
  9. San Josemaría, meditación 16-II-1964



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