Cuadernos 9: Virtudes humanas/Para saber amar

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search

PARA SABER AMAR


-121-

En la formación de un carácter maduro y armónico, ocupa un lugar importante el dominio de las propias pasiones; lo que podría llamarse la educación de la templanza. En el mundo actual, dominado por el materialismo hedonista, esta tarea es particularmente necesaria. Algunos no desean negar nada al estómago, a los ojos, a las manos; se niegan a escuchar a quien aconseje vivir una vida limpia 1.

Frente a todos los que se dejan arrastrar por el deseo inmoderado de placeres que ofenden a Dios y degradan al hombre, hemos de afirmar la necesidad y la belleza de la templanza, que es señorío. No todo lo que experimentamos en el cuerpo y en el alma -enseña nuestro Padre- ha de resolverse a rienda suelta. No todo lo que se puede hacer se debe hacer. Resulta más cómodo dejarse arrastrar por los impulsos que llaman naturales; pero al final de ese camino se encuentra la tristeza, el aislamiento en la propia miseria 2.


La virtud humana de la castidad

Incluso desde el punto de vista meramente natural, la castidad es importantísima para custodiar la dignidad del amor humano. Mediante

-122-

esta virtud, la facultad generativa es gobernada por la razón y dirigida a la perpetuación de la especie dentro del matrimonio. El instinto sexual se inscribe así en el orden querido por Dios en la creación, aunque -por el profundo desorden introducido en la naturaleza humana por el pecado original- mantener esta ordenación no resulte a veces fácil.

Es un aspecto de la lucha que hay que sostener en la tierra, para la que todos contamos con la ayuda divina. En cambio, cuando el hombre renuncia a pelear y se abandona a la tiranía de los instintos, se rebaja a un nivel infrahumano: parece como si el "espíritu" se fuera reduciendo, empequeñeciendo, hasta quedar en un puntito... Y el cuerpo se agranda, se agiganta, hasta dominar 3. Se hace entonces realidad la afirmación de aquel confesor, un poco rudo, pero experimentado, que contuvo los desvaríos de un alma y los redujo al orden, con está afirmación: "andas ahora por caminos de vacas; luego, ya te conformarás con ir por los de cabras; y luego..., siempre como un animal, que no sabe mirar al cielo" 4.

En el plano sobrenatural, la castidad es imprescindible, porque la vida de la gracia no puede asentarse sobre una humanidad animalizada. Hemos de gritar al mundo entero, con la boca y con el testimonio de nuestra conducta: no emponzoñemos el corazón, como si fuéramos pobres bestias, dominados por los instintos más bajos 5. Además, sin la virtud de la santa pureza, la doctrina queda infecunda, y acaba por olvidarse o por cambiarse, para cohonestar las propias pasiones. Es la trayectoria que señala nuestro Padre, cuando escribe: ha seguido el camino de la impureza, con todo su cuerpo..., y con toda su alma. -Su fe se ha ido desdibujando..., aunque bien le consta que no es problema de fe 6.

En los primeros siglos, en medio de un ambiente pagano hedonista, la Iglesia amonestó con fortaleza a los cristianos sobre los placeres de la carne, que como crueles tiranos, después de envilecer al alma en la impureza, la inhabilitan para las obras santas de la virtud 7. Y nuestro Padre, de modo gráfico, nos hacía notar que cuando el paladar está estragado, no puede de ninguna manera entender estas delicadezas del trato

-123-

con Dios 8. La enseñanza viene del mismo Jesucristo: bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios 9.

Como las alas de los pájaros

El tono de muchos espectáculos y medios informativos, e incluso de algunas costumbres sociales, ha puesto de moda la falsa idea de que la vida casta es un arcaico tabú, que la mentalidad moderna ha superado. El resultado, entre otros, es que -aun entre cristianos que luchan por vivir la pureza- es frecuente considerar que la práctica de esta virtud resulta muy difícil.

Es cierto que en ocasiones, la castidad puede costar un poquito. Pero no exageremos. Para una persona normalmente constituida, esa lucha suele ocupar un cuarto o un quinto puesto 10, afirmaba nuestro Padre. Y detallaba: primero están las aspiraciones de la vida espiritual, la que cada uno tenga; inmediatamente, muchas cuestiones que interesan al hombre o a la mujer corriente: su padre, su madre, su hogar, sus hijos. Más tarde, su profesión. Y allá, en cuarto o quinto término, aparece el impulso sexual 11. Aunque por temporadas pueda venir a primer término, aun entonces resulta fácil vencer si se ejercitan los medios que la Iglesia nos enseña.

Comparo esta virtud -decía también nuestro Fundador- a unas alas que nos permiten transmitir los mandatos, la doctrina de Dios, por todos los ambientes de la tierra, sin temor a quedar enlodados. Las alas -también las de esas aves majestuosas que se remontan donde no alcan­zan las nubes- pesan, y mucho. Pero si faltasen, no habría vuelo. Grabadlo en vuestras cabezas, decididos a no ceder si notáis el zarpazo de la tentación, que se insinúa presentando la pureza como una carga insoportable: ¡ánimo!, ¡arriba!, hasta el sol, a la caza del Amor 12.

-124-

La castidad es exigencia del amor. Es la dimensión de su verdad interior en el corazón del hombre 13, enseña el Romano Pontífice. Por eso, porque del amor proviene y al amor se ordena, la castidad -la de cada uno en su estado: soltero, casado, viudo, sacerdote- es una triunfante afirmación del amor 14. Es preciso entender que la limpieza de vida se halla igualmente lejos de la sensualidad que de la insensibilidad, de cualquier sentimentalismo como de la ausencia o dureza de corazón 16. El cuerpo se ordenará, en las funciones que le son propias, al fin global del hombre y a los medios que, por vocación o por elección, cada persona concreta ha de poner para alcanzar ese fin.

Dos maneras de ser castos

En una primera aproximación, podemos decir que hay dos maneras de vivir la castidad, dos maneras de ser limpios. Las dos son buenas, las dos son santas. Una es hacer uso del corazón, de los sentidos, del cuerpo y -te lo diré claramente- de la facultad de procrear, dentro de los términos que el Señor -en su Providencia amabilísima- ha señalado, y dentro del matrimonio, que para los cristianos es un Sacramento 16.

Por otra parte, Dios puede pedir a una persona que viva el celibato apostólico; y eso es lo que nos pide a algunos en el Opus Dei, a fin de estar disponibles completamente para el servicio de Dios. Sin ser frailes, ni religiosos. Somos ciudadanos normales, pero hemos recibido -porque Dios ha sido tan bueno, y lo ha querido así- una llamada más grande del amor divino, más alta todavía que la vocación al matrimonio. Hemos respondido que sí, y aquí estamos. La santa pureza es afirmación gozosa. No es decir: no, no, no. Es decir: sí, sí, sí, a Dios Nuestro Señor 17.

Quienes han recibido la llamada a servir a Dios en el matrimonio, se santifican precisamente en el cumplimiento abnegado y fiel de los debe-

-125-

res conyugales, que para ellos se hacen camino cierto de unión con Dios. Los que han recibido la vocación al celibato apostólico, encuentran en la entrega total al Señor y a los demás por Dios, indiviso corde 18, sin la mediación del amor conyugal, la gracia de Dios para vivir felices y alcanzar la santidad. Tanto unos como otros tienen el compromiso de ser leales. Si estás enamorado de otra manera -decía nuestro Padre, refiriéndose a la vocación al celibato apostólico-, ¡fiel!; y si estás enamorado de una chica, ¡fiel también 16.

En definitiva, la castidad -no simple continencia, sino afirmación decidida de una voluntad enamorada- es una virtud que mantiene la juventud del amor en cualquier estado de vida. Existe una castidad de los que sienten que se despierta en ellos el desarrollo de la pubertad, una castidad de los que se preparan para casarse, una castidad de los que Dios llama al celibato, una castidad de los que han sido escogidos por Dios para vivir en el matrimonio 20.

En orden al matrimonio

En el matrimonio, Dios llama al hombre y la mujer a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida humana 21. No es difícil comprender, desde esta perspectiva, la perversión que supone subvertir el orden de los planes divinos en pro de un egoísta placer personal. El Señor ha establecido, con el matrimonio, un cauce fecundo para el amor. Nuestras madres saben mucho de amor; si no, no estaríamos nosotros en el mundo. Yo gozo pensando en la alegría de mis padres cuando esperaban un hijo. Somos fruto del amor, y en el caso de un matrimonio cristiano, del amor humano y del amor a Dios. A mí, el Señor me ha pedido el corazón entero -ahí cabéis vosotros también-, pero no me canso de repetir que el matrimonio es

-126-

también un camino divino (...). Tengo el orgullo de poder asegurar que nunca he apagado un amor noble de la tierra; al contrario, lo he alentado, porque debe ser -cada día más- un camino divino 22

Particularmente en nuestros días, resulta necesaria una preparación de los jóvenes al matrimonio, que les disponga a vivirle con éste espíritu. Algunas expresiones claras de nuestro Padre delinean el estilo del noviazgo cristiano. ¡Preparaos a amar: a Dios y al prójimo! La mayor parte de vosotros tendrá que crear una familia, un hogar. Para crear un hogar se necesita un corazón grande, limpio; una naturaleza lo más limpia posible, también 23. En nuestra labor de almas, hay que descubrir a todos las normas claras inscritas por el Creador en el corazón humano, y enseñarles a respetarlas, porque son muchos los que ha recibido desde niños el influjo devastador de una enseñanza en la que se ha eliminado toda referencia a una norma objetiva de moralidad. En esta tarea de formación no hay que dar nada por supuesto, pues muchos tienen oscurecidos los dictados más elementales de la ley moral natural.

Hay que enseñar que la santa pureza es virtud para todos -hombres y mujeres, jóvenes y adultos-, y que cada uno ha de vivirla de acuerdo con las exigencias de su estado. Que sólo dentro del verdadero matrimonio es lícito e incluso santo el uso del sexo. Que un matrimonio cristiano no puede desear cegar las fuentes de la vida. Porque su amor se funda en el Amor de Cristo, que es entrega y sacrificio 24, y por eso ha de estar siempre abierto a la vida que Dios desee suscitar con la colaboración de los padres. Que las personas solteras, también las que no están ligadas con Dios por un compromiso especial, tienen el deber grave de vivir la santa pureza en continencia total de cuerpo y de espíritu. Y que, por tanto, han de poner todos los medios aconsejados por la Iglesia para evitar las ocasiones próximas de pecado.

Nuestro Padre no hablaba de la virtud de la pureza más que cuando era necesario, y en esos casos lo hacía siempre con sentido sobrenatural, en tono positivo y con claridad. Su santidad heroica, su vasta experiencia de trato con las almas, y su corazón desbordante de cariño

-127-

para todos, le hacían capaz de sintetizar la visión cristiana -y, por tanto, plenamente humana- de la castidad en frases contundentes, capaces de remover a las almas.

Comparaba con frecuencia la lucha ascética con el deporte: en algunos momentos me he fijado cómo relucían los ojos de un deportista, ante los obstáculos que debía superar. ¡Qué victoria! ¡Observad cómo domina esas dificultades! Así nos contempla Dios Nuestro Señor, que ama nuestra lucha: siempre seremos vencedores, porque no nos niega jamás la omnipotencia de su gracia 25.

A las personas casadas les recordaba que en el estado matrimonial (...) hay anverso y reverso. De una parte, la alegría de saberse queridos, la ilusión por edificar y sacar adelante un hogar, el amor conyugal, el consuelo de ver crecer a los hijos. De otra, dolores y contrariedades, el transcurso del tiempo que consume los cuerpos ,y amenaza con agriar los caracteres, la aparente monotonía de los días aparentemente siempre iguales.

Tendría un pobre concepto del matrimonio y del cariño humano quien pensara que, al tropezar con esas dificultades, el amor y el contento se acaban. Precisamente entonces, cuando los sentimientos que animaban a aquellas criaturas revelan su verdadera naturaleza, la donación y la ternura se arraigan y se manifiestan como un afecto auténtico y hondo, más poderoso que la muerte (cfr. Cant. VIII, 6) 26.

Una cruzada de pureza

Puede suceder que este espíritu no esté de moda, y que vivir la castidad con todas sus consecuencias sea a los ojos de muchos algo incomprensible o quizás una utopía. Sin embargo, no es nueva esta actitud. También los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse con un ambiente hostil. Nos cuenta la Sagrada Escritura que el procurador Félix escuchaba interesado la defensa de San Pablo cuando el Apóstol hablaba de Jesucristo, pero que interrumpió bruscamente su discurso al oír

-128-

hablar de la continencia, y le respondió aterrorizado: por ahora puedes retirarte 27.

Siglos más tarde, cuando ya existía una tradición cristiana de castidad y pureza, los Padres de la Iglesia tuvieron que pronunciar palabras como éstas, de sorprendente actualidad: ¿Qué quieres que hagamos? ¿Subirnos al monte y hacernos monjes? Y eso que decís es lo que me hace llorar: que penséis que la modestia y la castidad son propias de los monjes. No. Cristo puso leyes comunes para todos. Y así, cuando dijo: "el que mira a una mujer para desearla” (Matth. V, 28), no hablaba con el monje, sino con el hombre de la calle (...). Yo no te prohíbo casarte, ni me opongo a que te diviertas. Sólo quiero que se haga con templanza, no con impudor, no con culpas y pecados sin cuento. No pongo por ley que os vayáis a los montes y desiertos, sino que seáis buenos, modestos y castos aun viviendo en medio de las ciudades 28.

Cada uno en su sitio, con la vocación que Dios le ha infundido en el alma -soltero, casado, viudo, sacerdote- ha de esforzarse en vivir delicadamente la castidad, que es virtud para todos y de todos exige lucha, delicadeza, primor, reciedumbre, esa finura que sólo se entiende cuando nos colocamos junto al Corazón enamorado de Cristo en la Cruz 29.

Parte de nuestra misión evangelizadora consiste en desenmascarar los ropajes pseudointelectuales con que se ocultan las costumbres inmorales. Hemos de decir a nuestros contemporáneos que no es retrógrado quien se comporta de acuerdo con la dignidad de la persona humana; retrógrado es más bien quien retrocede hasta la selva, no reconociendo otro impulso que el instinto 30. Sin ñoñerías, con la naturalidad de nuestro ejemplo, y siempre con el bálsamo de la amistad -que es caridad-, hemos de desarrollar una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia 31. Con otras palabras, decía también nuestro Padre: se trata de hacer realidad, con particular empeño, lo que vengo predicando desde los comienzos: metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, hemos de

-129-

llevar a todos el bonus odor Christi (II Cor. II, 15), llevando con nosotros nuestro propio ambiente, que tiene como parte integrante la virtud cristiana de la santa pureza con su cortejo de virtudes menores pero indispensables 32.

Normalmente se tratará de pequeñas manifestaciones, que no llaman la atención pero que marcan un estilo de comportamiento elegante y atractivo, como es siempre elegante y atractiva la pureza. Así son, por ejemplo, los detalles de pudor y de modestia en el vestir, en el aseo, en el deporte; la negativa -tajante- a participar en conversaciones que desdicen de un cristiano; la repulsa hacia espectáculos inmorales...; y sobre todo, el ejemplo alegre de la propia vida. Después habrá que aconsejar, golpear en esos corazones que sienten la amargura de una soledad viciosa. Quienes tengan acceso, de un modo u otro, a los medios de comunicación, han de considerar como una tarea urgente el proponer siempre en términos positivos, que resalten su hermosura, la virtud humana y cristiana de la santa pureza.

Conciencia clara

No siendo la santa pureza la única ni la principal virtud -pues el primado corresponde a la caridad-, resulta sin embargo indispensable para la vida cristiana. Por tanto, nos empeñaremos en afinar nuestra conciencia, ahondando lo necesario hasta tener seguridad de haber adquirido una buena formación, distinguiendo bien entre la conciencia delicada -auténtica gracia de Dios- y la conciencia escrupulosa, que es algo distinto 33. No es extraño que, como por ósmosis, asomen en el alma atisbos de las costumbres licenciosas de la sociedad. Por eso, nos invita el Padre: afina en tu examen, y concreta tus propósitos. ¿Cómo mortificas tus sentidos? ¿Te has dejado arrastrar en algo, aunque te parezca una cosa sin importancia, por el asedio de descarada sensualidad que predomina en la calle, en la prensa, en la televisión, o en el lugar donde trabajas? Destierra

-130-

ese capricho en el gusto, o ese pequeño detalle de falta de templanza; no te permitas esa mirada, abandona esa lectura insustancial...

Todo se demuestra al fin muy importante, porque el Amor Hermoso se acrisola solamente en un clima encendido de lucha, que aparece también en lo poco de cada día 34.

Entre los medios que la prudencia aconseja poner, el Padre nos viene insistiendo en que tengamos cuidado con la televisión. Todas las invenciones humanas se pueden emplear para el bien o para el mal. Así ocurre, por ejemplo, con la energía atómica: de hecho se hace tanto bien en medicina y en tantos campos de la ciencia. Pero otras veces se emplea como instrumento del mal. Y cuando uno piensa en la energía atómica, lo primero que viene a la imaginación es el riesgo de las bombas nucleares. Algo parecido sucede con la televisión. No penséis que soy una persona de la Edad Media, porque esto es de sentido común. Si alguien se entretiene viendo cosas que afectan a la santa pureza, se está poniendo deliberadamente en ocasión de pecar; y, según enseña la Teología Moral, eso ya es en sí mismo un pecado: ponerse voluntariamente en ocasión de pecar, sin necesidad 35. Y es que ahora, por desgracia, en casi todos los países del mundo hay emisoras manejadas por gentes sin amor ni temor de Dios, que introducen en la intimidad del hogar, pisoteándola, esa ola de porquería y de sensualidad que -con la gracia de Dios- rechazamos en la calle 36.

Los medios para preservar esta virtud -y para acrecentarla- siguen siendo los que han vivido siempre los cristianos. Hablando de cómo formar en este aspecto a la agente joven, decía nuestro Padre: insistidles continuamente en que sean muy sinceros siempre, y especialmente antes.

Enseñadles también a poner la lucha en puntos que estén lejos de los muros capitales de la fortaleza. No se puede andar haciendo equilibrios en las fronteras del mal: que sepan temer con fortaleza el voluntario in causa, que huyan del más pequeño desamor; y que sientan las ansias de un apostolado continuo y fecundo, que tiene a la santa pureza como fundamento y también como uno de sus frutos más característicos; que llenen

-131-

el tiempo siempre con un trabajo intenso y responsable; que busquen la presencia de Dios, que sepan que hemos sido comprados a gran precio, y somos templos del Espíritu Santo.

Enseñadles que si alguna vez se cae, hay que levantarse enseguida: con la gracia de Dios, que no faltará si se ponen los medios, hay que llegar cuanto antes a la contrición, a la sinceridad humilde, a la reparación, de modo que la derrota ocasional se transforme en una gran victoria de Jesucristo 37.

No hay en la vida cristiana complejos de ningún tipo, ni el cristiano ha de ser una persona acomplejada. La conciencia de nuestra debilidad nos lleva a buscar la fortaleza de nuestro Padre Dios. Por eso, no hay que asustarse de nada: cualquier aberración podría ser nuestra, si Dios nos dejara de su mano. De otra parte, incluso las personas más pervertidas, si se arrepienten y purifican su vida pasada, pueden llegar a ser instrumentos espléndidos en las manos de Dios y apóstoles suyos.

Nace de aquí un optimismo indeclinable que, mientras evita toda ilusión vana, conduce a la victoria. Y para eso, la Iglesia nos ofrece la gracia de sus sacramentos, el consejo de sus pastores, y la protección de la Virgen Santísima, nuestra Madre.

Estamos manchados -decía una vez el Padre-, pero somos hijos de esa Madre buena, y recibimos gracia abundante de Dios. Vamos a procurar que nuestra alma y nuestro cuerpo estén bien limpios siempre. Entre las virtudes de la Virgen -que las tuvo todas, y en grado excelso-, podemos pensar hoy especialmente en su Santa Pureza; rogad a Nuestro Señor y a su Madre Santísima que os ayuden a vivir esta virtud con gran delicadeza. Y luego, a pelear, a poner todos los medios. ¿Por qué? Por amor 38.


(1) Amigos de Dios, n. 84.

(2) Amigos de Dios, n. 84.

(3) Surco, n. 841.

(4) Surco, n. 843.

(5) Amigos de Dios, n. 178.

(6) Surco, n. 837.

(7) San Ambrosio, De virginibus 1, 3.

(8) De nuestro Padre, Tertulia, 30-VII-1974.

(9) Matth. VI, 8.

(10) De nuestro Padre, Tertulia, 9-XI-1959.

(11) Amigos de Dios, n. 179.

(12) Amigos de Dios, n. 177.

(13) Juan Pablo II, Alocución, 3-XII-1980.

(14) Surco, n. 831.

(15) Amigos de Dios, n. 183

(16) De nuestro Padre, Tertulia, 30-V-1974.

(17) Del Padre, Crónica, 1976, p. 567.

(18) Cfr. I Cor. VII, 33.

(19) De nuestro Padre, Tertulia, 30-V-1974.

(20) Es Cristo que pasa, n. 25.

(21) Juan Pablo II, Exhort. apost. Familiaris consortio, 22-XI-1981, a 28.

(22) De nuestro Padre, Tertulia, 10-IV-1969.

(23) De nuestro Padre, Tertulia, 29-VI-1974.

(24) Surco, n. 846.

(25) Amigos de Dios, n. 182.

(26) Es Cristo que pasa, n. 24.

(27) Act. XXIV, 25.

(28) San Juan Crisóstomo, In Matthaeum homiliae 7, 7.

(29) Amigos de Dios, n. 184.

(30) Conversaciones, n. 105.

(31) Camino, n. 121.

(32) De nuestro Padre, Crónica, 1970, p. 392.

(33) Amigos de Dios, n. 185.

(34) Del Padre, Carta, 9-1-1978, n. 16.

(35) Del Padre, Tertulia, 18-IV-1984.

(36) Del Padre, Crónica, 1978, p. 576.

(37) De nuestro Padre, Crónica, 1970, pp. 396-397.

(38) Del Padre, Crónica, 1985, pp. 1445-1446.