Cuadernos 11: Familia y milicia/Cor unum et anima una

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COR UNUM ET ANIMA UNA


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Dios Nuestro Señor, al inspirar el Opus Dei, quiso fundamentar la fisonomía espiritual de la Obra en la filiación divina; nos invitó así a imitarle como hijos suyos queridísimos, hermanos de su Unigénito. Concedió además a nuestro Fundador una paternidad espiritual —consecuencia y camino de esa filiación divina— destinada a configurar uno de los rasgos más íntimos de nuestra llamada, capaz de fundir en una gran familia a personas de toda edad, lengua, raza o condición: una familia sobrenatural, por cuyas venas corre la misma sangre, la de Cristo.

No puedo dejar de levantar el alma agradecida al Señor de quien procede toda paternidad, toda familia, en los cielos y en la tierra (Ephes. III, 15 y 16), por haberme dado esta paternidad espiritual que, con su gracia, he asumido con la plena conciencia de estar sobre la tierra sólo para realizarla. Por eso, os quiero con corazón de padre y de madre 1.

Al considerar la generosidad de su correspondencia a la gracia divina, de nuestros corazones se levanta un sincero agradecimiento a Dios, y recordamos a aquel varón a quien ala-

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ba la Escritura, porque en la prueba fue hallado fiel. Por eso el Señor le confirmó con juramento que los pueblos serían bendecidos en su descendencia y que le multiplicaría como el polvo de la tierra. Y como los astros sería levantado su linaje, y que le heredaría desde un mar hasta el otro mar, y desde el río hasta el cabo de la tierra2.

Así es hoy esta Obra que nuestro Fundador contempla desde el Cielo con mirada paterna: una familia extendida por todo el orbe de la tierra; querida por Dios universal, para que dé abrigo y sea luz, guía y camino de muchedumbres.


Genuit filios et filias

Algunos (...) recordarán —decía nuestro Padre en su sesenta y seis cumpleaños— lo que yo decía a los hijos míos —pocos entonces— que había a mi alrededor, previendo este extenderse de la Obra de polo a polo, esta expansión, este formar una gran familia...

Les decía: hijos míos, no pongáis mi nombre sobre la losa cuando tengáis que enterrar este pobre cuerpo mortal. ¿Y qué ponemos?, me respondían. Poned: et genuit filios et filias (cfr. Genes. V, 16); engendró hijos e hijas, como los Patriarcas. Y no era soñar. ¿No veis cómo los sueños se han hecho realidad? La Obra es hoy una familia sin límites de raza, de lengua, de nación; con una hermandad real y sobrenatural de maravilla, en la que cada uno tiene un gran amor a la libertad y a la responsabilidad personales 3.

Una semilla de Dios, una familia todavía muy joven, en la que día a día se repite a la letra el relato evangélico del Buen

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Pastor. Durante su vida terrena, nuestro Padre fue el Pastor bueno que conducía la grey de la Obra entera: conocía a sus hijos y los guiaba hacia pastos tiernos y abundantes. Era placer suyo cuidar de este ganado, cuya guarda nunca abandonó: Pastor de buen grado /yo siempre sería, /pues tanta alegría / me da este ganado, / que tengo jurado / de nunca dejalle / mas siempre guardalle 4.

Existen dos clases de pastores, nos hacía considerar. El pastor que se queda detrás de las ovejas, y las conduce azuzando los perros, tirando piedras a las que se desvían, gritando a las que se quedan rezagadas. Y existe el pastor que va delante, abriendo camino y vadeando obstáculos, animando al rebaño con sus silbos. Yo he procurado ir delante siempre. Ir por delante —daros ejemplo— es más difícil, pero es más eficaz 5.

Muchos —cada vez más, por ley de vida—, no le hemos llegado a conocer en esta tierra, pero sabemos que desde el Cielo nos mira con el mismo cariño que a los primeros. Y por eso sentimos como dirigidas también a nosotros sus palabras. ¡Cómo os quiero a todos, hijos míos! Cara a cara no me atrevo a decíroslo. Os quiero con toda mi alma, os quiero más que vuestros padres, aunque no os haya visto nunca (...).

Os quiero porque sois hijos de Dios, porque habéis decidido libremente ser mis hijos, porque tratáis de ser santos, porque sois muy fieles y muy majos: todos mis hijos lo son. Os quiero con el mismo cariño que sienten vuestras madres: con vuestros cuerpos y vuestras almas, con vuestras virtudes y vuestros defectos.

Hijos míos, ¡me da mucha alegría hablaros así! Cuando os vea por ahí no seré capaz de hacerlo, y os confieso que a veces tengo que forzarme para no enternecerme, para no dejaros el recuerdo de unas lágrimas, para no repetiros que os amo tanto, tanto... Porque os quiero con el mismo corazón con que amo

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al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y ala Virgen Santísima; con el mismo corazón con el que quise a mi madre y a mi padre. Os quiero como todas las madres del mundo juntas: a todos igual, desde el primero hasta el último 6.

Desde el Cielo, igual que hizo en la tierra, nos trata con un corazón que la gracia de Dios quiso hacer grande, para dar cabida a una muchedumbre; corazón universal, de varón destinado a ser padre de multitud de naciones7.

Una familia siempre pequeña

La filiación a nuestro Padre no ha sido nunca una circunstancia casual, debida a un episódico desbordamiento de afecto. Es patrimonio de toda la Obra, en todos los tiempos; una joya que no podrá faltar jamás en el tesoro de esta familia nuestra. Ese sentimiento filial pertenece a la entraña más honda de nuestro espíritu, enlaza con nuestra filiación divina: nos hace verdaderamente cor unum et anima una8.

La unión con el Padre —quienquiera que haga cabeza en la Obra— es parte integral y esencial del espíritu del Opus Dei, como lo son el sentimiento de nuestra filiación divina o el amor a la sencillez y a la sinceridad: nació con el primer latido de nuestra familia y no faltará mientras la Obra exista sobre la tierra. A los que vengan después nos pedía nuestro Padre, hay que amarles más que a mí: unirse a ellos, quererles humana y sobrenaturalmente, obedecerles, consummati in unum! (Ioann. XVII, 23).

De ordinario, en muchas instituciones, cuando desaparece el fundador sobreviene una especie de terremoto. Yo no tengo

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ninguna preocupación: en el Opus Dei no ocurrirá así. Besad los pies del que venga detrás, queredle y rezad por él, para que sea muy alegre y muy santo, porque docto será 9.

Tras la marcha al Cielo de nuestro Fundador, la unidad en torno al Padre se hizo más firme incluso que antes, aunque esto pueda parecer increíble, si se piensa en que nuestra ligazón espiritual ha sido siempre monolítica, sin grietas ni fisuras. Me atrevo a decir que quizá sea también más teologal, puesto que ahora tenemos la Cabeza en el Cielo, actuando con eficacia paterna 10.

Dondequiera que llega la Obra, enseguida, las personas que se cobijan bajo su sombra se sienten partícipes de una honda unidad, propia de una familia pequeña, aunque seamos tantos y estemos dispersos por los cinco continentes. Nuestro Fundador ha dejado los medios para fomentar esta unión. Se reza por el Padre en las Preces, y también en la Santa Misa; y a lo largo del día hay que ofrecer alguna mortificación (...). Después, a esto —que es el mínimo dispuesto por nuestro Fundador—, puedes añadir lo que quieras11. Al cumplir estas Costumbres, fomentamos en su raíz el ambiente de hogar, porque sin filiación no hay fraternidad. Sintamos todos, como primario deber de familia, la necesidad de crecer en unión estrecha de mente, afectos e intenciones con el Padre. Queredle mucho, sea quien sea, salía a menudo de la boca de nuestro Fundador. Queredle con toda el alma; rezad y ofreced sacrificios por su persona e intenciones 12.

Ya hemos comprobado dos veces cómo se fortalecía la unidad de la Obra, precisamente al pasar el testigo de un Padre a su sucesor. Como nos anunciaba nuestro Fundador, todo ha sucedido sin ningún terremoto, sin que se resquebrajara la cohesión entre nosotros, que siempre seremos como una familia pequeña, y quiero que la Obra sea siempre así: una pequeña fa-

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milia muy unida 13.Gracias a Dios, siempre sucederá de esa manera si nos mantenemos apiñados en torno a quien haga las veces de nuestro Fundador aquí en la tierra.

La sombra de nuestro Padre

Hace años, escribía nuestro Padre en una carta, cuando en la Obra éramos menos, temí alguna vez que, al crecer el número de mis hijos, no sería posible querer a todos con aquel mismo cariño intenso —sobrenatural y humano—, pero os aseguro que el Señor ha dilatado mi corazón y que puedo dirigirme a vosotros con aquellas palabras del Apóstol: os nostrum patet ad vos... cor nostrum dilatatum est (II Cor. VI, 11) 14.

Aquel mismo desvelo de nuestro Fundador, que fue heredado por don Álvaro, lo notamos también ahora en el Padre. Le vemos interesarse por todo lo que se refiere a cualquiera de sus hijas e hijos: cuando nos pide oraciones por los que pasan por algún momento difícil, o en esa debilidad tan paternal por los enfermos de la Obra. A mis hijas y a mis hijos enfermos, escribía en una de sus cartas, les digo que cuento especialísimamente con el ofrecimiento de sus penas y dolores, al tiempo que les aseguro que me acuerdo constantemente de ellos 15.

El afecto y unión con el Padre garantiza la autenticidad del cariño a nuestro Fundador. Don Álvaro constituía el primer eslabón de la cadena de la continuidad: ahora, su sucesor sigue siendo la sombra de nuestro Padre, el instrumento visible con que continúa velando por la Obra desde el Cielo. El Beato Josemaría es y será siempre el Padre por antonomasia en el Opus Dei: el que nos engendró en Cristo para esta vocación específica en el

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seno de la Iglesia, con su respuesta fidelísima, con su entrega ejemplar a los designios divinos; es el modelo de la plena identificación con Jesucristo que la Santísima Trinidad desea para sus hijos del Opus Dei. Por eso, podemos escuchar como salidas de su boca, para cada uno de nosotros, aquellas otras palabras del Apóstol: os ruego que seáis imitadores míos, así como yo lo soy de Cristo (I Cor, II, I)16.

Es la confirmación de aquella enseñanza tan gráfica de don Álvaro, cuando nuestro Padre le advertía algún pequeño detalle en el que no necesitaba imitarle, recordándole que sólo tenía que imitar a Cristo: sí, Padre, pero por el conducto reglamentario, contestaba don Álvaro. Durante los diecinueve años en que gobernó la Obra, su primer sucesor continuó siendo el conducto reglamentario por el que nuestro Padre nos hacía escuchar sus silbidos de pastor, para indicarnos el camino hacia los pastos más frescos y tiernos.

El Padre ha tomado ahora el testigo, y desde el mismo día de su elección, nos repite con frecuencia una consideración que despierta en nosotros un mayor sentido de responsabilidad y el deseo de estar cada vez más unidos a nuestro Fundador en el Cielo: dad muchas vueltas, todos los días, al pensamiento de que la Obra está en nuestras manos, y que la hemos de transmitir a los demás con la misma fuerza y santidad con que Dios se la hizo ver y llevar a cabo a nuestro Padre, y luego a don Álvaro 17.

Con sus palabras, con sus disposiciones de gobierno, con su presencia física junto a nosotros siempre que le es posible, endereza nuestros pasos para que sirvamos mejor a Dios y a la Iglesia, espolea nuestra entrega, aviva nuestro afán proselitista, nos advierte de los peligros, y constantemente nos ofrece alimento bueno para el alma.

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En justa correspondencia, nosotros procuramos manifestarle nuestro cariño filial de mil maneras: le escribimos con frecuencia, hablándole de nuestra vida y de nuestra labor apostólica; leemos con inmenso interés y deseos de ponerlo en práctica todo lo que nos llega del Padre o al Padre se refiere; gozamos cuando se nos presenta la ocasión de estar a su lado... Y siempre, nos esmeramos en demostrar ese afecto como el Padre prefiere: rezando por su persona y por sus intenciones, obedeciendo con delicadeza extrema a quienes le representan y empeñándonos de verdad en la lucha ascética de cada jornada. Nuestro Padre Dios se goza de esta unión estrechísima que hay en la Obra, y nos bendice, porque —como decía nuestro Fundador— la mejor manera de amarle a Él es que estemos muy unidos por la filiación bendita que hay en el Opus Dei18.

Una maravillosa sinfonía

Hay fechas en las que el sentido de la filiación se reaviva particularmente en todos los hijos e hijas del Padre, como los aniversarios de su nacimiento, de su Primera Comunión, de supitaje... Hijos míos, nos decía don Álvaro cuando se cumplían tres años de su elección, más que vuestros auguri! —que agradezco de todo corazón—, necesito que me digáis: Padre, rezamos mucho por usted, pero de ahora en adelante vamos a rezar más... Tengo absoluta necesidad de vuestra oración para ser buen instrumento de Dios 19.

También ahora el Padre nos pide con insistencia el apoyo de la oración. En una ocasión, nos animaba a no desfallecer en esta obligación de hijos, sugiriéndonos un modo eficaz de hacerlo: Hija mía, hijo mío, ya sé que rezas cada día por mis inten-

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ciones, pero ¿no es cierto que podrías aumentar un poco más? A la hora de acabar el trabajo, cuando quizá estabas a punto de dejarlo a medias (...), cuando llega la enfermedad, la contradicción o la dificultad inesperada; cuando se presenta el cansancio; cuando el desaliento intenta colarse de rondón en tu alma, porque no recoges el fruto de tu esfuerzo, acuérdate del Padre y ofrece por sus intenciones lo que te cuesta: te encontrarás fortalecido para seguir luchando y también yo me sentiré más fuerte20.

La generosidad del Padre que, como Buen Pastor, entrega su vida por sus ovejas21, sin reservarse nada, nos espolea a corresponder más y mejor. Siempre es posible rezar más por el Padre, ofrecer por sus intenciones el trabajo bien hecho, poner diariamente en la patena de su Misa un número mayor de mortificaciones y de sacrificios, de obras hechas con amor; así, la plegaria continua por quien hace cabeza, todos al unísono, se convierte entonces en una maravillosa y divina sinfonía22.

Consummati in unum!23, para mantener siempre fuerte la unidad. Refiriéndose a la especial intensidad con que rezamos, durante años y años, por la solución jurídica definitiva, don Álvaro comentaba: la Obra, firme, compacta y segura, bien unida a nuestro Padre en la misma intención, ha rezado, ha sufrido, ha esperado, ha trabajado. Y esto ha significado un inmenso bien, para el Opus Dei, y para la Iglesia entera, pues únicamente nos mueve el espíritu de servicio a esta buena Madre 24. Eran circunstancias particulares, en las que el sucesor de nuestro Padre nos urgía a no desperdiciar ni la más pequeña ocasión de rezar o de ofrecer mortificaciones por aquella gracia. Pero, por otra parte, siempre y en todo momento habrá motivos de mucho peso para encomendar las intenciones del Padre, que son

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muchas y muy buenas, dirigidas todas a mejorar aún más la calidad de nuestro servicio a la Iglesia y a las almas 25.

Omnia bona pariter cum illa

También el crecimiento espiritual de cada uno de nosotros se alimenta de este cariño y oración por quien hace cabeza en la Obra. El Señor ha dispuesto que muchas gracias nos lleguen por medio de sus palabras, de sus indicaciones, de sus consejos. Así nos lo decía don Álvaro: si tengo que ser el arcaduz, el conducto por donde llegue hasta vosotros el espíritu específico del Opus Dei —en el sentido de conservarlo y transmitirlo tal como lo he recibido—, es evidente que no puedo ser obstáculo. Si el arcaduz se obstruyera (...), sería un desastre 26.

El espíritu de filiación nos debe mover a pedir continuamente por las intenciones del Padre, que tanta confianza deposita en nuestro apoyo: no me importa ser repetidor y machacón en este ruego, nos dice una y otra vez: arreciad en vuestra petición y mortificación por mis intenciones 21.

La oración por el Padre es además una fuente inagotable de gracias para toda la Obra y para cada uno de sus hijos. Omnia bona pariter cum illa 28: de ella se derivan numerosos bienes. Esa plegaria unánime nos mantiene unidos, como una pina en torno a quien hace cabeza en la Obra, y en la unidad, nos encontramos arropados por la fortaleza de los demás.

Nuestro Fundador señalaba otra razón que nos debe impulsar a rezar incansablemente por quien hace cabeza en la Obra: todo lo doloroso que pueda suceder cada día en la Obra, me llega: la pena de cada uno, el dolor humano, noble y lim-

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pio; las injusticias que sufren algunos de mis hijos, los malos tratos, las calumnias... Todo me llega. Y lo sufrimos. Ayudadme, porque yo os ayudo. No os dejo solos nunca 29.

Tampoco nosotros queremos dejar solo al Padre. Nos gustaría decirle, en charla confiada y filial, que se puede apoyar en nuestros hombros, porque donde no llegan nuestras fuerzas personales llega la caridad de Dios.

Unirse a sus intenciones permite vivir con extraordinaria eficacia la Comunión de los Santos. Nuestra oración se hace presente allí donde más se necesita, y los horizontes se ensanchan mientras la unidad se hace cada vez más apretada y la labor siempre más fecunda: más grande nuestra alegría y más íntima nuestra unión con Dios 30.

Que Nuestra Madre Santa María nos alcance la gracia de incrementar la unión con el Padre, de modo práctico y concreto, en todas las incidencias de la jornada: en los momentos fáciles y en los difíciles, en el trabajo y en el descanso, en la enfermedad y en la salud, en las alegrías y en las penas... Veréis qué suave, qué fácil se hace lo que iba a resultar desagradable, si os viene el pensamiento: vamos a ofrecerlo por las intenciones del Padre. En lugar de enfadaros, os saldrá una sonrisa. Quizá haréis primero un gesto de disgusto, pero la sonrisa llega, llena de paz y de alegría. Y el Señor, mientras tanto, nos irá uniendo con unión de intenciones y de afectos, porque hay unión de oración y de sacrificios 31.

1. De nuestro Padre, Carta 6-V-1945, n. 23.
2. Eccli. XLI, 21-24.
3. De nuestro Padre, Homilía Los sueños se han hecho realidad, 9-1-1968; En diálogo con el Señor, p. 90.
4. Juan del Encina, Tan buen ganadico.
5. De nuestro Padre, Crónica, V-66, p. 14.
6. De nuestro Padre, Crónica, 1971, p. 10.
7. Eccli. XLV, 20.
8. Act. IV, 32.
9. De nuestro Padre, Tertulia, 9-VII-1967.
10. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 105.
11. Don Álvaro, Tertulia, 26-III-1978.
12. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 286.
13. De nuestro Padre, Oración personal en la Villa de Guadalupe, 17-V-1970.
14. De nuestro Padre, Carta 6-V-1945, n. 23.
15. Del Padre, Carta 1-IV-1997.
16. Del Padre, Homilía, 24-IV-1994.
17. Del Padre, Carta I-VI-1994.
18. De nuestro Padre, Tertulia, 9-1-1975.
19. Don Álvaro, Tertulia, 15-IX-1978.
20. Del Padre, Carta 1-II-1996.
21. Ioann.X, 11.
22. Don Álvaro Cartas de familia (1), n. 10.
23. Ioann. XVII, 23.
24. Don Álvaro, Cartas de familia (2),n. 312.
25. Del Padre, Carta 1-XII-1994.
26. Don Álvaro, Crónica, 1976, pp. 10-11.
27. Del Padre, Carta 1-IV-1996.
28. Sap. VII, 11.
29. De nuestro Padre, Tertulia, 16-XI-1972.
30. De nuestro Padre, Tertulia, 10-XI-1969.
31. De nuestro Padre, Tertulia, 31-XII-1974.