Confidencialidad y aborto en la Obra

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Por E.B.E., 15.05.2006


Con motivo de la publicación del texto sobre Silencio de oficio y de los diferentes comentarios que recibió por parte de Agustina y Oráculo, me pareció oportuno reflexionar sobre una aplicación directa de esos criterios allí contenidos, en especial el citado punto o nota 65:

65. Si se entiende bien que quien imparte la dirección espiritual es el Opus Dei, fácilmente se comprende que no tendría sentido, por ejemplo, que al hacer la charla fraterna alguien pusiera como condición, para tratar un tema determinado, que quien la recibe se comprometiera a “no contar a nadie” lo que va a decirle; o que éste último, pensando facilitar la sinceridad, equivocadamente dijera al que hace la charla: “cuéntamelo todo y no te preocupes, porque no se lo voy a decir a nadie más”. En estos casos hipotéticos, la persona que recibiera la charla dejaría de ser instrumento para hacer llegar la ayuda de la Obra: esa conversación no seria una charla fraterna de dirección espiritual.

Cuidar la intimidad es un tema muy importante y más aún dentro de la prelatura Opus Dei. Creo que es importante que se tenga conciencia de esto y exigir el respeto de los propios derechos, en particular en lo que hace a la intimidad.

Pienso que much@s supernumerari@s se sentirán alarmados o perturbados, ya sea porque les toca de manera directa o porque simplemente les afecta la sola idea o posibilidad de que esto que aquí se escribe sea cierto. No es para menos.


La supremacía del control

La Obra es sobre todo Gobierno, más que dirección espiritual. Esta idea es clave.

Una experiencia compartida por varios, es que desde el momento en que un/a numerari@ –agregad@s y supernumeari@s no les es permitido- entra a trabajar en una Delegación o en una Comisión Regional la sorpresa que se lleva es absoluta, cuando toma conciencia de que esa organización desorganizada –como le gustaba llamar a su fundador- esconde dentro de sí un grado de control desconocido hasta entonces (luego, uno se acostumbra a ello, como si viera llover).

A partir de aquí se entienden muchas cosas y si no se tiene en cuenta este hecho, se puede vivir engañado durante años.

Lo que sucede es que a ese gobierno no se lo ve ni se lo siente (un gobierno en las sombras), por eso pasa desapercibido (‘leitmotiv’ del fundador, pasar oculto) y lo que se percibe en cambio es una cataratas de meditaciones, charlas, etc. sin advertir la estructura que organiza todo aquello. Así como un club de fútbol es una pantalla que esconde el motivo real (la meditación de los sábados), la formación es otra pantalla que hace posible el gobierno. ¿Cuál es la verdad detrás de todos estos mecanismos de simulacro?...

El mismo estilo suave y delicado de decir y hacer, por parte de la Obra, logra un efecto narcotizante y hasta muy placentero, que impide tomar conciencia de lo que está pasando o a lo que se está sometiendo (razón por la cual uno puede pasar años dentro sin reaccionar; de ahí la necesaria labor de crítica). Una muestra de ello es el estilo paternalista con el cual está escrito el texto de gobierno que cita Oráculo: todo allí pareciera estar al servicio del bien de los demás, cuando en realidad es el modo como la Obra encubre sus intereses de gobierno: tomando como excusa el amor al prójimo.

Hay una apariencia y una realidad profunda. Y la Obra se vale de este doble estándar: vive del engaño. En apariencia la Obra parece una familia, pero en los momentos claves emerge su realidad profunda: como un régimen de gobierno pragmático y utilitarista.

Alguien (de la Obra) podría decir «¿cuál es el problema del punto 65? Yo confío plenamente en mis directores y ellos sabrán lo que hacen». Ciertamente, los directores asumen para sí mismos la imagen de Dios-Padre, o sea una imagen rebosante de bondad sin mezcla de mal alguno. Pienso que fue un error común creer incondicionalmente en los directores y pensar que ellos no tenían otros intereses que nuestro bien. La realidad fue bien distinta, en una alarmante cantidad de casos.

Sucede que los directores no son Dios, son el Estado (y no democrático, sino más semejante al Absolutista). Aspiran al control, no al servicio. Alguien que controla y que por eso necesita ser controlado de alguna manera. Para aspirar a aquélla imagen paternal, los directores deberían renunciar al control: es decir, no se puede mezclar la dirección espiritual con el gobierno. Son aspiraciones incompatibles: una terminará subordinando a la otra. No habría problemas si fuera el gobierno quien se subordinara a la dirección espiritual (y de hecho, creo que debería ser así).

¿Cuál es entonces el (tipo de) interés de la Obra por la intimidad de sus miembros?

El poder de la Iglesia hoy no pasa por el control de las conciencias –tal vez en otra época sí-, mientras que en el caso de la Obra allí se resume toda la clave de su hegemonía. Por eso es tan importante para la Opus Dei subordinar la dirección espiritual al gobierno, pues el poder de coacción que ejerce esta institución sólo es posible si la conciencia está sometida a la autoridad hegemónica de la Obra, y tal subordinación se logra mediante mecanismos que no son transparentes (en especial, cuando manipula la dirección espiritual). De allí su eficacia.

El día que haya libertad de conciencia adentro de la Obra, adiós Opus Dei.

En general, la formación espiritual apunta a subordinar la conciencia a la autoridad de la Obra (por eso, irse de la Obra es considerado algo tan grave por el fundador, es un hecho violento, implica rebelarse al poder). Este es el fin político de un objetivo en apariencia tan espiritual.

La nota 20/80

¿Alguien sabe cómo se maneja la confidencialidad en la Obra? Sí, seguramente alguien sabe. Pero lo importante es si lo saben los interesados, los que depositan su confianza en la Obra. Y de eso no estoy tan seguro.

En cierta forma, la lógica de la Obra es todo lo contrario a lo que se espera de ella: lo privado lo hace público (a nivel de gobierno) mientras que lo que debería ser público lo mantiene en secreto (las Constituciones, por ejemplo). Dentro de esta lógica se encuadra aquél punto 65.

Imaginemos que los sacerdotes de la Iglesia católica llevaran un registro de los mayores pecados que ha confesado cada católico en confesión e informara nominalmente de ello al Vaticano, quien tendría a su vez una gran base de datos de los pecados del mundo católico ¿no sería este un mejor argumento para un libro que el del Código Da Vinci?

En los años 80 surgió en la Obra una nota de gobierno destinada a, por llamarlo de alguna manera, la selección del personal, en particular a los futuros supernumerarios. Fue la conocida nota “20/80”, nombre que cambió con el surgimiento de los vademécum, hacia fines de esa década. Ya no se hablaba del asunto o situación “20/80”, posiblemente porque había quedado muy estigmatizado y era mejor diluir esta clasificación dentro de un documento más general, como el Vademécum de Consejos Locales, en su capítulo Incorporaciones.

Una aclaración que me parece oportuna: hablando con un amigo, me decía que existen asociaciones u órdenes dentro de la Iglesia que imponen como condición para ser admitidos a ella el no haber cometido abortos, por lo cual la Obra estaría ubicada dentro de ese mismo rango. Pero la cuestión es cómo la prelatura maneja esa situación. Más adelante veremos qué dice el CIC en situaciones semejantes.

Son cinco puntos los que se enumeran en dicho vademecum: esterilización, divorcio, aborto, hijos naturales, concubinato, situaciones que si se hubieran dado en la vida pasada del candidato debían ser reportadas a la Delegación o Comisión Regional para solicitar la debida dispensa antes de admitir a los candidatos.

«Los Consejos locales han de tener en cuenta algunos hechos personales que impiden la Admisión: personas estelirizadas, o que hayan consentido o inducido a la esterilización del propio cónyuge; personas divorciadas civilmente o que estén en circunstancias que hagan prever razonablemente que llegarán a esa situación; solteros o casados que han consentido o inducido al aborto de un propio hijo; personas que tienen algún hijo natural; quienes han vivido en concubinato. (…)
Por otra parte, no se puede cerrar las puertas a personas que manifiestan un arrepentimiento sincero (…) teniendo siempre muy presente el buen nombre de la Obra y remoto scandalo. Por tanto, puede haber excepciones, pero, por la importancia de la materia, antes de permitir que pidan la Admisión, es necesario elevar la oportuna consulta a la Comisión Regional y solicitar la correspondiente dispensa ad validitatem, con los datos necesarios para poder estudiarla»

Es muy interesante esa extraña mezcla y contradicción que se da en la Obra, entre vocación divina otorgada desde la eternidad y vocación institucional administrada por los directores.

El CIC y los ordenandos

Veamos qué dice el CIC para los ordenandos sobre los impedimentos, pues es semejante a lo que sucede en la Obra, y sin embargo el criterio es muy diferente (hasta donde llega mi conocimiento).

Hay que tener en cuenta, además, que estos impedimentos son públicos, aparecen en el CIC, mientras que los impedimentos para entrar en la Obra no eran conocidos públicamente hasta recientemente, cuando aquí se publicó el Vademécum de Concejos Locales.

El canon 1041, 4 del CIC habla del aborto como impedimento y el canon 1043 habla de la obligación del candidato de revelar dicha situación al ordinario o al párroco.

El punto 1048 es significativo: «En los casos ocultos más urgentes, si no se puede acudir al Ordinario, o a la Penitenciaría si se trata de las irregularidades de que trata el can. 1041, nn. 3 y 4, y si amenaza peligro de grave daño o de infamia, el que está impedido de ejercer un orden, puede ejercerlo, quedando firme sin embargo la obligación de recurrir cuanto antes al Ordinario o a la Penitenciaría, sin indicar el nombre y por medio de un confesor».

El tema de la confidencialidad está clarísimo: sin nombre y por medio de un confesor.

En la Obra es al revés, con nombre y por medio de los directores (cualquiera que haya estado en consejos locales sabe que es así). La exposición de la intimidad es inversamente proporcional, más aún si el candidato no sabe que su nombre aparecerá en los papeles.

En concreto, quienes conocen tal situación son: el que lleva la charla del miembro en cuestión, el concejo local en pleno, la delegación, la comisión regional y finalmente el gobierno de Roma. ¿Cuántas personas son? Depende, pero en general se puede decir que son demasiadas. Por todos ellos pasa la identidad del protagonista. En todos los casos, es importante puntualizar, se trata de personas de gobierno, no de directores espirituales ni de confesores (el que lleva la charla podría ser denominado director espiritual pero sabemos que en realidad trabaja para los directores como informante).

Por supuesto, hay un juramento de silencio de oficio, pero lo preocupante no es que el tema pueda salir a la luz, sino cómo la Obra lo maneja internamente.

El secreto al servicio del gobierno

Por eso son tan necesarios los libros de encriptación, que en algún momento se citó en la web, libros llamados «San Agustín» (otros hablaban del San Gerolamo, pero en definitiva el nombre es lo de menos). Esa encriptación es necesaria para que la información, si se pierde en el camino que va de las comisiones regionales a Roma, quien lo lea no entienda nada, pues se armaría un escándalo tremendo al ver el grado de intimidad de la vida de los miembros que los directores manejan a nivel de gobierno. Es esto lo crucial y no el respeto a la intimidad de las personas.

Y sin embargo, qué simple es la fórmula que propone el CIC: «sin indicar el nombre y por medio de un confesor». ¿Por qué no podría ser así en la Obra? Pienso que por razones ‘políticas’ o también llamadas de control y gobierno.

Me gustaría conocer la opinión de otras personas que han estado en la denominada labor de San Gabriel, pero mi experiencia me dice que los supernumerarios suponen que la confidencialidad de la Charla es todo contrario a lo que sucede, que lo que allí se habla no trasciende ese ámbito y si lo hiciera en general sería de manera anónima, como en el CIC, sin indicar el nombre.

Ciertamente la Obra cuida en exceso que la información se mantenga confidencial –está en juego su imagen institucional-, de manera tal que no trascienda los muros de los lugares de gobierno. Pero el asunto no es ese, sino lo que sucede puertas adentro:

  1. ¿Por qué razón exige que en los casos de aborto –entre otros-, se solicite la dispensa de manera nominal? No es descabellado pensar que se debe al control que la Obra cree indispensable ejercer sobre las conciencias y su intimidad.
  2. La otra pregunta es ¿por qué la Obra quiere llevar ese registro? Pues está claro que lo lleva, de lo contrario la consulta sería anónima, como anónimo es el sacramento de la penitencia.
  3. ¿Advierten los directores explícitamente a los interesados que la consulta será hecha con nombre y apellido? ¿Se les pide su consentimiento? Posiblemente si lo hicieran ya no podrían llevar a cabo ese control (nominal) de la información que hoy ejercen, porque se basa en el desconocimiento de quienes son controlados. No existe lo que podríamos llamar un «habeas data».

Estas preguntas pueden ayudar a transparentar los procedimientos con los que gobierna la Obra.

Mientras que en la confesión se pueden confesar los pecados de manera anónima –mediante el confesionario- y obtener el consiguiente perdón, en la Obra las razones de gobierno exigen la exposición de la intimidad frente a los directores.

¿Si la confesión puede ser anónima (el aborto ahora lo pueden perdonar los párrocos y levantar la excomunión, según me ha confirmado mi párroco), cómo no podrá serla una dispensa para ingresar a una institución?

Es que la confesión tiene que ver con la dirección espiritual, mientras que la dispensa tiene que ver con el control, el gobierno. Esa es la gran diferencia.

Según sea el nivel de control que busque el gobierno, será el grado de exposición de la intimidad que exija.

Mientras la Iglesia tiende a descentralizar el poder de curar las almas (el aborto es un caso claro), la Obra tiende a todo lo contrario: centralizar, porque su fin es controlar, no curar.

Contrariamente, para la lógica de la Obra, falta de confidencialidad es revelar aquello que los directores ocultan a los miembros de la prelatura. Lo que habría que preguntarse es ¿al servicio de quién está ese secreto? y ¿en perjuicio de quién existe el secreto?

Conclusiones

Mientras el confesor lo olvida, el gobierno lo registra (en su memoria burocrática).

Esto es lo inquietante. Es una muestra más de cómo la dirección espiritual está subordinada al gobierno. Como si el perdón de Dios no fuera suficiente.

El nombre de Confidencia es engañoso: sugiere confidencialidad, pero lo que no da a entender es que los temas espirituales están subordinados al orden que impone el gobierno. Pues la Obra quiere tener control sobre las personas y si alguien cometió un aborto quiere saberlo. Esto forma parte de la obscenidad que supone entregar la intimidad.

Mientras no haya escándalo o no sea una situación públicamente conocida, creo que el tema del aborto debería ser considerado exclusivamente de fuero interno, sin que el gobierno tuviera derecho a entrometerse.

Tal vez la Obra tenga todo el derecho, si se lo ha concedido la Iglesia, a actuar de esa manera nominal, pero en ese caso también tendrá el deber de dar a conocer abiertamente la existencia de ese procedimiento a los interesados. Lo que no puede es aparentar una confidencialidad anónima y practicar una confidencialidad con nombre y apellido. Lo que no puede es actuar a espaldas de los interesados.

¿La prelatura Opus Dei hace inteligencia entre sus miembros? Parece disparatada la pregunta, pero tiene su sentido. No me refiero a inteligencia política al servicio de un país o partido. Es inteligencia al servicio de la misma institución.

  • en la medida en que la dirección espiritual está subordinada a los intereses y fines de gobierno, es un sistema de inteligencia al servicio de los directores. Esto es hacer inteligencia: manejar en forma discrecional información privilegiada, que sólo se puede obtener en el marco de una dirección espiritual, o sea, en un marco que podríamos denominar sagrado;
  • la charla es hacer inteligencia;
  • además, nota fundamental, los miembros desconocen la existencia de tal proceder. El hacer inteligencia siempre es clandestino.

La Opus Dei no es una democracia pero se le puede limitar el poder que se le concede. En la medida en que las personas ignoran lo que sucede, tampoco pueden reclamar nada.

Hay tantas cosas de la Obra que no se saben, que no se terminan de saber o que se saben cuando ya es demasiado tarde. Si un tema tan delicado como el aborto es tratado de manera nominal, es lógico pensar que, en temas menores de dirección espiritual, la intimidad esté mayormente expuesta aún a las necesidades de gobierno o razón de estado.


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