Carta al Cardenal Lucas Moreira Neves

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El cardenal Lucas Moreira Neves contestó a esta carta de un modo muy sucinto, en una única página, eso si con sello de la Santa Sede. Después de los saludos de rigor, habituales en la curia, utilizaba un párrafo de 4 ó 5 líneas para decirme que rezaba por mi. Luego en un párrafo de dos líneas decía: «Como usted comprenderá yo no puedo hacer más, y confío en que sabrá entenderme». Después la despedida. Me ahorro los comentarios, prefiero que cada uno saque sus conclusiones después de la lectura de la carta.


Madrid, 17 de marzo de 1999

Antonio Esquivias
Sacerdote de la Prelatura Opus Dei
Tajamar-Residencia
C/Pio Felipe, 12
28038 Madrid
tf. 914788408
(España)


Em.za Rev.ma Cardenal
Lucas Moreira Neves
Prefecto de la Congregación para los Obispos


Me pongo a escribirle con toda confianza porque me encuentro en un callejón sin salida y me gustaría recibir de su Eminencia un consejo sobre la mejor vía a seguir. No quiero en este momento emprender ninguna acción, sino simplemente ver el mejor modo de obrar para ser fiel a Dios, a mi sacerdocio y también a la Iglesia y a la institución a la que pertenezco el Opus Dei. Con el consejo o línea de acción que me indique ya vería las acciones convenientes a tomar en la tesitura en que me hallo. Le abro mi alma con confianza esperando una atención para quien solo quiere servir a Dios y a la Iglesia y procurando ser plenamente sincero y dentro de lo que me es posible objetivo y realista. Le abro mi corazón y le cuento cosas dolorosas para mi, no se trata de una defensa de mi actuación, porque se que he cometido muchos errores, sino una búsqueda de justicia, que debe poder existir en la Iglesia. Por mi formación canonista siempre he pensado que los derechos de cada persona son la base del respeto que merece y forman el entramado de justicia donde la convivencia humana puede darse. Desde luego, si lo ve necesario o conveniente estoy dispuesto a ampliarle la información que aquí le envío en todo o en cualquiera de sus partes.

Resumo mi situación...

Soy un sacerdote ordenado el 28 de mayo de 1989. Pertenezco a la Prelatura Opus Dei con la condición de miembro numerario desde el 6 de diciembre de 1970, fecha en que pedí la admisión en la Obra. Tengo el título de Ingeniero Agrónomo por la Universidad Politécnica de Madrid y además soy Doctor en Derecho canónico y tengo el título de Abogado de la Rota de Roma. Tengo actualmente 44 años, soy español y vivo en Madrid.

El problema en que me encuentro es el siguiente: ya por tercera vez de un modo serio los directores de la Obra me han conminado con un “ultimátum” (en dos de esas ocasiones han utilizado esta palabra) para que dejase la Obra o modificase mi actitud en relación a ciertos problemas internos en los que he tomado postura. Realmente no se me ha pedido un cambio de conducta, no pienso que hay realmente motivos para pedir tal cosa, pues vivo, en la medida de mis limitaciones humanas todo lo previsto para mi situación y realizo mis tareas pastorales lo mejor que se y entiendo. Como se me ha dicho en el último de estos ultimátums, se piensa que no tengo “el estilo de un sacerdote numerario” del Opus Dei.

El problema se podría resumir del modo siguiente: se me ha puesto en una disyuntiva que considero injusta: o consigo ciertas metas, que provisionalmente podríamos considerar ascéticas, o dejo la Obra. Es decir se enfrentan materias que los Directores quieren mantener dentro de los límites de lo que se considera dirección espiritual con la pertenencia a la Obra; es decir, materias de vida ascética o espiritual, con elementos de gobierno cuidadosamente medidos por el derecho. Como es fácil deducir se trata de una situación en que, por lo menos, mi libertad en el terreno espiritual es francamente conculcada, pues se amenaza en el terreno ascético con lo que durante más de 25 años ha sido mi vida, sin excluir que me encontraría, después de todo ese tiempo en que he trabajado y empeñado todas mis posibilidades profesionales y personales, sin ningún medio para subvenir a mis necesidades económicas más elementales, ni seguro de salud, ni derecho a subsidio ni pensión (si el can. 1350,1 pide subvenir a la honesta sustentación de un sacerdote cuando hay un caso penal, pienso que aún más aquí donde ni siquiera hay proceso penal alguno).

Voy a tratar ahora de sintetizar, reduciendo a lo fundamental, la historia de este desacuerdo.

  1. Durante muchos años he vivido muy feliz en la Obra y sin dificultades relevantes. He desempeñado diversos cargos de dirección, prácticamente durante toda mi vida de numerario (desde 1974 a 1989): director en diversos centros de Madrid, trabajo en el gobierno de la Obra para España, subdirector en el seminario internacional en Roma (1985-1989), etc.
  2. Las desavenencias comienzan poco después de mi ordenación, cuando en diferentes ocasiones encontraba trabas para la atención de personas que me pedían atención sacerdotal. Consideraba, y aún lo pienso, que mi conciencia de sacerdote se veía comprometida: no podía sin motivo dejar sin atender a personas que habían acudido a mi como sacerdote. Siempre he considerado, y lo he aprendido del fundador de la Obra, que el sacerdote está para atender a todas las almas y que, por tanto, no se puede impedir, con las normas de prudencia que cada caso requiera, que las almas se acerquen al sacerdote. Hay algunos para mi dolorosos episodios, en aquellos dos o tres años primeros de mi sacerdocio en las que vi comprometidos puntos que veía esenciales en un sacerdote. Explicarlos en detalle haría esta carta excesivamente larga, como ejemplo le puedo hablar de una mujer, con la que coincidí en un tren durante un largo viaje que yo hacía en compañía de otro sacerdote, que con motivo de la conversación que se mantuvo en el departamento, me pidió hablar más detenidamente y a la que se me prohibió atender. Podría relatar más situaciones si lo considera necesario.
  3. El resultado de ese tiempo fue que me trasladaron de Roma y me enviaron a España. Perdí de ese modo mi puesto como profesor y secretario de la Facultad de Derecho Canónico de la Pontifica Universidad de la Santa Cruz. El Decano entonces me aseguró que la Facultad no tenía nada que ver en mi salida, que estaban contentos conmigo y con mi trabajo allí. Aunque en un primer momento un director central de la Obra me dijo que el motivo era que hacían falta sacerdotes en España, el Prelado entonces, Mons. Alvaro del Portillo, me dijo en una entrevista a la que me convocó que era “porque no obedecía”.
  4. La historia en España, a donde llegué en el verano de 1992, ha sido una sucesión de traslados siempre por el mismo motivo, quizás difícil de sintetizar, pero que se podría resumir, según esta última entrevista, en que mi “estilo” no encajaba en los moldes que los directores consideran adecuado y, pienso personalmente, también por una actitud personal que no transigía, y denunciaba cada vez que lo consideraba oportuno, algunos problemas del funcionamiento interno de la Obra relacionados, a mi entender, con la fidelidad al espíritu fundacional.
  5. El primer año en Valencia (1992-1993) atendí pastoralmente una residencia de chicas, fui cambiado al finalizar el año, y nunca he vuelto a atender numerarias de la Obra. Algo similar ha pasado en cada traslado: no volvía a atender el tipo de labor que dejaba.
  6. En los años 1993-1995 atendí un centro de agregados en Xirivella un pueblo cercano a Valencia y desarrollé una labor de asesoramiento a parejas en dificultad, aprovechando mis estudios y compaginándolo con mis tareas pastorales en la Obra. En esta tarea me rodee de la colaboración de cuatro abogados y dos psicólogas. Los abogados comenzaron a trabajar en el tribunal eclesiástico, a petición de D. Vicente Subirá, Vicario judicial de la diócesis con quien colaboré durante toda mi estancia en Valencia. Colaboré también con pastoral Familiar y con su vicario el ahora obispo de Castellón d. Juan Antonio Reig. Se formó un interesante grupo que además de trabajar en la resolución de casos, impartía cursos, amplió estudios en la Rota de Madrid, etc. Contra mi opinión dejé la dirección de ese grupo, que había formado con el conocimiento constante de lo directores de la Obra en Valencia y fui trasladado a Madrid en junio de 1995.
  7. El primer año en Madrid atendí pastoralmente un centro de universitarios, de donde fui nuevamente trasladado al terminar curso. Se me achacaba, aunque nunca se me ha dicho claro y expreso, el que algunos numerarios dejaran la vocación en aquel año o, al menos, que no les había ayudado convenientemente ya que había calificado de correctas algunas de las críticas que hacían, que a mi parecer eran constructivas, ya que buscaban el bien de la Obra, que siempre pensaron que era un instrumento querido por Dios para encontrarse con Cristo en la vida diaria.
  8. En octubre de 1996 fui trasladado a Tajamar, un colegio de segunda enseñanza en Vallecas, Madrid, donde estoy desde entonces atendiendo a los alumnos en su vida espiritual. Aquí pienso que sin dificultades excesivas, salvo elementos formales, que están siempre presentes.
  9. A base de traslados y las restricciones que conllevaban y que se iban sumando, he visto cada vez más reducido el campo de actividad pastoral que los directores están dispuestos a confiarme, hasta no poder atender a nadie que pertenezca a la Obra, salvo si por su propia iniciativa acude a mi. Esto ha hecho que haya pasado un tiempo largo, que se me ha hecho difícil personalmente, sin apenas labor pastoral, pues, atendía solo a las personas que espontáneamente acudían a verme e incluso en esto se me ponían trabas, especialmente si la persona había dejado de pertenecer a la Obra. En la poca labor que conseguí comenzar a hacer con mis propias relaciones, pero sin ningún medio material, fui calificado por un director de la Obra en España como “apóstol de pata libre”, expresión utilizada por el Fundador. Por ello dejé también esta incipiente labor. Además en una ocasión se me prohibió expresamente dar charlas relacionadas con la materia de mi especialización: matrimonio y familia.
  10. En los últimos meses de 1997 pedí un cierto tiempo para poner por escrito mi postura, es decir lo que pensaba sobre la institución. En realidad no hice eso en modo directo, no me referí a dificultad alguna, sino que escribí un libro centrado en la escena del evangelio donde una pecadora derrama perfume en los pies de Cristo (Lc 7, 36-50). Su tesis central, que me parece se desprende claramente de la escena, es que la persona está siempre por encima de la institución, cualquiera que sea esta y especialmente en la Iglesia, que mantiene como central en su enseñanza el respeto a la persona. El libro no cita a nadie, ni pone nombres de nada, por ejemplo, no sale la palabra Opus Dei, solo contempla la escena y saca consecuencias. Termine de redactar en febrero de 1997 y lo envié a 5 directores de la Obra (de España y de Madrid), nunca he recibido contestación.
  11. En noviembre de 1998 decidí obtener para el libro la aprobación eclesiástica en la diócesis de Valencia, según el canon 824,1. El Obispo de Valencia informó al vicario del Opus Dei de esa localidad de mi petición y he sido presionado para retirarlo de su aprobación, diciéndome que es “difamatorio”. He decido no retirarlo, ya que el acto de pedir una aprobación eclesiástica nunca puede ser considerado difamatorio y, además, en mi opinión, el libro no lo es, ya que, como he dicho, no se utiliza referencia alguna y solo se busca contemplar principios extraídos del Evangelio. Así me lo han confirmado algunas personas a las que he pedido un parecer. Ya he dicho que solamente busco el bien de la Iglesia y el de la Obra, en la medida en que soy capaz.
  12. En junio de 1998 en sucesivas entrevistas con directores de la Obra de Madrid y de España se me conminó varias veces a abandonar la Obra y a buscarme un obispo. Además se me comunicó verbalmente que se me habían retirado las licencias ministeriales y se me prohibió la predicación y cualquier labor pastoral, además se me prohibió el acceso a la parroquia de San Alberto Magno, se me advirtió que debía prepararme para un nuevo traslado de ciudad y se me hizo estar dos meses fuera de Madrid. Posteriormente se me prohibió, citando de palabra la autoridad de la Obra de Roma, porque en ningún caso se me dio nada por escrito, también atender ningún caso matrimonial. Además se añadieron remedios penales y penitencias que debía realizar durante el verano.
    Mi postura fue, desde un primer momento que todas esas medidas penales debían ser tomadas en un proceso, con posibilidad de defensa y comunicadas por escrito. Que mientras no me llegara por escrito el correspondiente decreto que las consideraba como no recibidas. Ese escrito no llegó nunca. En septiembre se me pidió perdón por las medidas tomadas en Madrid, no por las de Roma.
    Los motivos invocados para estas actuaciones fueron dos sucesivos. El primero, y aquí tengo que hacer público algo que creo todo el mundo tiene derecho a mantener privado, se debe a que comuniqué a mi director espiritual (y solamente a él, aparte de la confesión) para que me ayudase que había descuidado mi corazón y la prudencia con una mujer a la que atendí algo antes, con motivo de su nulidad matrimonial. Estaba arrepentido y le pedí su ayuda para recomenzar y ser fiel a mi vocación.
    Cuando dije que algo comunicado en la dirección espiritual no podía ser nunca utilizado para tomar medidas de gobierno sobre una persona, se esgrimió un segundo motivo: lo sucedido en los últimos años, es decir lo sucedido desde después de la ordenación.
  13. Hay muchos otros episodios, llamémosle menores, que sería prolijo relatar. Baste otra vez poner un ejemplo. Durante un tiempo, debido precisamente a estas dificultades, sufrí algunos trastornos de sueño. Se me aconsejo acudir a un médico del Opus Dei. Este al poco de comenzar la entrevista me diagnosticó una personalidad de tipo anancástico-obsesiva: rígida, con tendencia a las manías y a la inseguridad e instalada en la “verdad”. Lo que podía ser leído como que todas mis opiniones no eran tales sino producto de una personalidad de tipo patológico. Como prácticamente ninguno de los rasgos que describen esa personalidad encaja con la mía, acudí por mi cuenta a una psicóloga, sin relación con la Obra, pero que ha realizado diversos trabajos para la Conferencia episcopal, etc. Esta profesional hizo un diagnóstico de normalidad completa y de hecho los problemas de sueño desaparecieron simplemente con el descanso estival. Posteriormente una psiquiatra ha vuelto a confirmarme la inexactitud del diagnóstico de personalidad. Aquel médico no se conformó con el diagnóstico, sino que me hizo fuertes afirmaciones sobre mi fidelidad, etc., para terminar preguntándome sobre qué debía informar a los Directores de la Obra. Aunque parece muy fuerte así fue y eso me preguntó.


Realmente no me gustaría nada más que el derecho fuese respetado. Pienso que en el transcurso de esta historia hay algunos episodios de grave conculcación de normas jurídicas y por ello de los derechos de las personas. Ya no reivindico tener una voz que sea respetada, que haya un sano y real pluralismo en la Obra, sino algo mucho más básico: que la autoridad respete las normas generales de la Iglesia: que no se puedan tomar procedimientos penales sin posibilidad de defensa, que no se pueda amenazar con sanciones que solo pueden ser penales en temas que competen a la mera libertad personal de cualquier fiel, que, y esto lo veo como muy importante y central, no se puedan tomar medidas de gobierno sobre las personas con datos tomados de la dirección espiritual, aún más: no debe haber comunicación entre los dos ámbitos, las cosas dichas en dirección espiritual no pueden pasar a ser información para el gobierno. En síntesis: que sea respetado el derecho humano fundamental a la propia intimidad, del que también habla el código de derecho canónico (can 220 en general y otros específicos, por ejemplo, 630 y 240,2).

Ahora quisiera ponerle mi opinión personal. Este no es un problema simplemente mío. Hay muchas otras personas que podrían relatar episodios semejantes a los que me han sucedido a mi. A pesar de todos mi errores personales pienso ser justo cuando digo que hay algo en la praxis habitual del Opus Dei que no es conciliable con el Evangelio. En la medida de mis posibilidades he tratado de mostrarlo durante todos estos años, ya se ve que sin mucho éxito. No se trata del espíritu ni de la entrega total que se pide. El espíritu del Opus Dei es algo precioso y a mi entender necesario para las necesidades de la evangelización hoy. Con el contrapunto de mi debilidad he tratado de vivirlo y difundirlo durante toda mi vida y pienso seguir haciéndolo, como el mejor tesoro que he hallado en mi vida. Para mi el centro del problema está, si lo enfocamos a nivel práctico, en que de modo habitual los contenidos de la dirección espiritual se comunican a quienes tienen función de gobierno. Este punto lo he señalado mucho antes de que me sucediese a mi. Pienso que podría probar que es así. El punto me parece gravísimo. Si mis esfuerzos y también, porqué no decirlo, sufrimientos, de estos años dieran como fruto que se mejorase el problema, al menos que se afrontase, daría todo por bien empleado.

Esperando su contestación le pide sus oraciones y su bendición. Solo decirle que recuerdo haberle saludado personalmente hace bastantes años, cuando acababa de ser nombrado arzobispo de Bahía. Antes de partir para Brasil vino en verano con Mons. Alvaro del Portillo a una casa de ejercicios que el Opus Dei tiene en los Apeninos. Lógicamente no se acordará de mi, pero yo si le recuerdo bien y a aquel día tan grato, en que cantamos canciones brasileñas y quiso saludarnos uno a uno.

Affmo. in Cristo,

Antonio Esquivias


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