Yo también sufrí

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search

Por Ferita, 23 de noviembre de 2011


Quiero presentarme. Tengo 66 años y desde los 22 a los 38 fui numeraria del opus dei. Comparto la vivienda con una amiga y es la persona que más me ha ayudado en la vida. Gracias a ella, no me he suicidado en varias ocasiones en las que pensaba que ya no podía más.

Mi vida en la obra fue muy dura, especialmente los últimos 10 años, la salud no me acompañaba y se me exigía más de lo que podía...

Me hice de la obra en Madrid, en el colegio Alcor, con la oposición de mis padres, que me echaron de casa. Mi padre era muy duro, maltratador y mi madre no se atrevía a contradecirle. Salí de casa con las carreras de Bellas Artes, Magisterio, una maleta y mi caja de pinturas. El plan era hacer el centro de estudios en otra ciudad y, al mismo tiempo, trabajar en una escuela de decoración como profesora.

Después del centro de estudios pasé a vivir al centro que estaba en la misma escuela. Los 9 años que estuve allí fueron muy buenos, aprendí mucho y podía trabajar en algo relacionado con mi profesión. Cuando se cerró la escuela y me fui a vivir a otro centro, empezaron mis problemas, que más adelante, iré contando.


Fueron años duros, no solo por encontrarme enferma, sino por una serie de acontecimientos y de personas que me llegaron a descolocar la cabeza. Caí en una depresión, fui tratada en Pamplona (Dr. C.) y el tema fue a peor. Quería irme pero no me dejaban. Un día intenté escapar pero me pillaron en la puerta y no me dejaron salir.

Por fin, destrozada y enferma logré, después de escribir la carta, irme.

Como trabajaba en un colegio de los que “no son, pero son”, 4 días antes de empezar el curso, me llamó la directora y me dijo que habían encontrado otra profesora que, además de dar mis asignaturas podía dar matemáticas y que ya no me necesitaban.

Me fui de obra sin trabajo, con una maleta pequeña, una bolsa de plástico con dos pares de zapatos, sin dinero, aunque pleiteé y gané el juicio por despido improcedente (todo eso lleva un proceso), oyendo de todo, amenazada, insultada, diciéndome que era una mala persona, que me iba a condenar, que me esperaba una vida horrible y que me condenaría.

Suerte que una buena amiga estuvo a mi lado y me brindó su casa para poder vivir con su familia.

He seguido estando muy delicada de salud, llevo en mi cuerpo 26 intervenciones quirúrgicas, voy en silla de ruedas desde hace 10 años y ando con dificultad distancias cortas. Me dieron una pensión de gran invalidez que me permite poder cuidarme un poco pero, sin la ayuda de esa amiga, tendría que estar viviendo en una residencia. Sigo teniendo que ir al psiquiatra y medicándome. Todavía tengo sueños que me torturan, recaídas que vuelven y vuelven en momentos de tensión.

Desde hace pocos meses he empezado a entrar en Opuslibros y a darme cuenta que este pasado que me ha torturado no ha sido sólo mío, sino de mucha gente con la que me he sentido identificada y me ha impresionado mucho. Ahora es más fácil, si quieres, poder enterarte de muchas cosas (aunque yo no quería leer nada, porque aún tenía miedo).

En los años 60-70-80, no podías saber nada. Yo sólo sabía que no podía seguir allí, porque todo me parecía mentira, incoherente, falso, con unas faltas de caridad enormes. Tuve también problemas con sacerdotes y el sigilo sacramental, con personas de la delegación. No me creía lo que me llegaron a decir y ocultar. Me quedé varios meses muda, no podía hablar, sólo lloraba, trasladada de centro en centro (para ver si se me “pasaba”) y diciéndome que no contara a nadie lo que había visto, oído y lo que me habían dicho (en realidad, lo grave fue que me querían hacer creer que todo eso de lo que me había dado cuenta, era fruto de mi imaginación, que, según ellos, era enfermiza. Es decir, que estaba loca. Manda coj…).

Aunque mi vida ha sido muy difícil, suerte que he sido una buena profesional y no tuve problemas para encontrar trabajo y salir adelante. A pesar de que me dijeron que dónde iba a ir así, en mi estado, que el mundo estaba fatal y que en la obra había mucha gente como yo, que se quedaba porque siempre tendría una casa donde vivir. Eso me sacaba más de quicio y salí rebotada con todo, con la obra, con Dios (porque todo eso, me decían que era la voluntad de Dios). Salí aterrada, atemorizada, con miedos, sólo con la fuerza y el cariño que me daban mis amigas, que tampoco entendían nada. Mi familia se rió de mí y no tuve apoyo por parte de ellos.

Yo he perdonado a todos, a mis padres, a todos los que me hicieron daño y no guardo rencor pero, hay cosas que no se te olvidan y siguen ahí, y aparecen cuando menos te lo esperas.

Quiero contar mi historia, a trocitos. Tengo mucho escrito pues, hace unos años, me ayudó escribir mi biografía, simplemente para mí y guardarla. Pero, todo lo referente al daño que me hicieron y las cosas que vi, creo que debería contarlo. Igual que las cosas en relación a algunas personas maravillosas, muy buenas profesionales, entregadas, generosas, divertidas, anécdotas que también os harán reír. Por eso…


Empiezo a contar mi historia. Conocí el Opus Dei a través de una amiga que “se me hizo” estudiando Bellas Artes en Madrid. Ella me llevó a un centro, Miguel Angel, a una meditación. Iba de vez en cuando pero ella se enganchó a mis amigas y amigos, era supernumeraria. La verdad es que me impresionó, todo a oscuras, la voz, la lamparita, la mesa, tenía un algo de misterio que enganchaba. No paró hasta que me confesara, el sacerdote D. FFC., me gustó y salí muy contenta, nunca había oído hablar así de Dios. Comencé a tratar a Dios de una forma diferente, más cercana y profunda. En mi familia, con poca formación, íbamos a Misa, pero tenían una gran incoherencia de vida...

En ese centro eran muy jóvenes y “saltarinas”, las numerarias, siempre con la risa puesta. El ambiente no me gustaba porque la gente era bastante más joven que yo y, si iba, era sólo a meditaciones. Lo deje un tiempo hasta que mi amiga me sugirió fuera por un colegio mayor, Alcor. Dijo que conocía a una periodista, P., que me iba a encantar, además allí podía asistir a conferencias y actividades muy interesantes. Era verdad y me invitaban. Era gente universitaria, estudiantes más de mi edad. Surgió el hacer un curso de retiro, vamos era imprescindible ir porque el próximo tardaría mucho tiempo en organizarse, y así podría asistir a medios de formación que eran especiales, (desde luego acertaron conmigo con el planteamiento si no, no puedes…) me resistí, pues entonces tenía una gran infección respiratoria y era necesario, tres veces al día, hacerme vahos. Eso no era problema, y ya veis a la numeraria con un cacito de aluminio, dejando olor a eucalipto por todo el recinto arriba y abajo. Así me gané el poder entrar a un círculo.

Desde entonces mi amiga desapareció, ya había pasado el “testigo”. Empezó la captura. Me llamaban, me invitaban y allí encontré lo que en mi familia no tenía: cariño. Entendían mis ambiciones, mis proyectos, además la periodista hacía mucha vida social, entre varias le arreglaban el pelo, le pintaban uñas, cuando tenía que asistir a algún evento. Era estupendo, con su profesión estaba en medio del mundo, tanto, que al poco tiempo se fue y se casó…

Me ofrecieron un lugar para poder ir allí a pintar (en mi casa no tenía espacio), me invitaban a desayunar si iba a Misa y a una estupenda meditación. P. me animó a pensarme si quería ser de la obra. Yo siempre me quejaba de dolor de piernas, pies, llevaba plantillas y ella me aconsejaba que eso no lo dijera nunca… Todo muy sincero. Nunca debí ser numeraria pues mi condición física, como se verá, no era la más adecuada. Así, después de tanto acoso, tanta meditación dedicada a mí –me decían-, tanto círculo y tantas cosas positivas…

Yo quería, cuando terminara la carrera irme a estudiar a Roma y también ir a Paris para ver el Louvre, la ciudad de los pintores. Me decían que no habría ningún problema pues allí había una residencia de estudiantes en la que podría estar con una beca... Total un chollo. Pité.

Un día llevé a una amiga un poco “espectacular de físico” al colegio, le interesaban las actividades. Veníamos del cine y la presenté, contando lo mucho que nos había gustado la película. Ella se fue encantada y el día que volví me dijeron que las numerarias no íbamos al cine ni espectáculos, ni bodas, ni eventos… ni... ni… y que esa amiga no era el tipo de las personas que podían ser de casa. Me quedé de piedra, pues no sabía que había que tener una “clase especial” y lo del cine…, con lo que me gustaba y estar al día de todo…

Me empezaron a dar clases y empecé a saber en dónde me había metido. Yo estaba “acongojada” pero… “ya tenía vocación y la gracia para pasar por todo”.

Desde luego que mis padres notaron el cambio. Yo era perezosa, desordenada, contestona, siempre dando mi opinión, pero buena persona y de buena fe, cuestionando las cosas que me decían, incluso a mi padre, que según él todo lo hacía mal si no hacía lo que decía. Ahora tenía otra actitud.

Me hice de la obra pensando que toda mi vida seguiría igual. Santificarme en medio del mundo, con mi trabajo, mi pintura, mis amigos, mi familia, lo único era dejar al novio. Hasta me pareció mejor entrega pues muchas contaban lo mismo. Pité sin saber siquiera que tendría que vivir en un centro. Lo de no salir con chicos me costó pero, como veía el matrimonio de mis padres, mi madre siempre llorando y mi padre siempre chillando, me pareció una salvación.

Cómo anécdota y para que veáis hasta que punto desconocía lo que me esperaba dentro y dónde me había metido, os cuento: Estaba en 4º curso de Bellas Artes. Todos sabíamos que teníamos un compañero del Opus Dei, era serio, formal, pintaba muy bien y le queríamos mucho. A los pocos días de pitar yo, me lo encuentro a solas y le suelto “pax”. Él, alucinado, balbuceó “in aeternum” y, como si fuera un hermano mayor me dijo que ahora tenía que hacer mucho apostolado, pintar muy bien y llevar mucha gente a Dios. También debo explicar, que en las clases pintábamos cantando a pleno pulmón, con el modelo desnudo delante. Como, ingenua de mí, conté a medio curso que me había hecho del Opus Dei, incluido a mi medio-novio, cuando aparecía por la puerta del aula, entonaban todos el “tantum ergo” a grito pelado… (Madremiadelamorhermoso, que diría Forges).

Mi hermano mayor quiso hacerse dominico a los 18 años. Venían dominicos y hablaban con mi padre, que se sentía alguien importante y mi hermano se decidió. Nos hicimos una foto “con escenario”, mi padre en un sillón enorme, su hijo al lado, luego mi madre, mi hermano pequeño y yo, sentada en unas escaleras que no llevaban a ninguna parte. Fueron unos días de gran alegría, le compraron ropa nueva, ropa interior a estrenar y el joven se fue y duró una semana. Volvió y mis padres se mofaron de él. Desde entonces se volvió un chico problemático y sin motivación. Enseguida se buscó una novia guapísima y estaba por ella feliz. Mis padres se enteraron y después de unas situaciones un tanto especiales (ella no era de la clase social que esperaban) dijo que se quería casar. Le echaron de casa. Yo era ya adscrita y en el centro me ayudaron mucho a llevar este conflicto, sin dejar a mis padres, ni a mi hermano, que nos veíamos a escondidas. Fui a la boda, de madrina, pues mis padres no quisieron saber nada. Al terminar la ceremonia nos dijeron que mi padre había aparecido el último de la fila a comulgar con un bastón, que no necesitaba, y se fue, por supuesto, sin que nosotros sus hijos le viéramos ya que estábamos arriba en el altar y pasamos todo el tiempo llorando.

Todo esto lo cuento para que conozcáis en qué ambiente me movía y la responsabilidad de los padres que tienen ante las decisiones de sus hijos y el daño que se puede hacer, por no estar a su lado, pues yo, si hubiera tenido el apoyo de mis padres, me hubiera vuelto a atrás.

Antes de que mi hermano se casara aparecí yo un día diciendo que tenía vocación y que me había hecho del Opus Dei. La que se armó. Yo convencida que sería una alegría. Por más que quería traer un cura a casa y que les explicaran, no hubo manera. Mi padre me dijo que terminara mi carrera y que luego hiciera lo que quisiera, no entendían nada y tampoco querían saber. Si decía algo en buen plan y con cariño, la respuesta era que me fuera, igual que mi hermano. Dejaron de hablarme y me puse enferma, no comía, no tenía ganas de nada. Mi padre me decía que si me olvidaba del tema, me compraría un chaquetón de piel y mi madre que me hiciera monja, por lo menos con un hábito…

Después de terminar la carrera dije que tal día me iría, que me iba a Paris a conocer la ciudad, estudiar francés y ver museos. Seguían sin hablarme y ese día desaparecieron de mi casa. Yo esperé todo el día y como eran casi las 9 de la noche me fui en un taxi con una maleta, la caja de pinturas y un poco de dinero que había reunido. A los pocos días me fui a Paris…


Vivíamos en el último piso de la Escuela de Decoración, el ambiente que había y las personas de dirección eran estupendas C.Ll. era la directora del centro, “artista” con un gusto exquisito, profesora también en la escuela. Vivían allí, además, la subdirectora, jefe de estudios de la escuela y muchas profesoras, como yo. Había gente que trabajaba fuera, en un Banco, dando clases en colegios, una estudiante de música, otra que había estado 10 años en Colombia y que vino sin nada y con la ilusión de trabajar en la alta costura y cuando lo consiguió, se fue. Otra muy seria que estudiaba oposiciones y que no salía para nada de su cuarto, ni se la podía molestar… Pero fueron los años más bonitos que viví, me parecían gente normal, profesional y con mucho sentido del humor. Tengo buenas anécdotas que contar...

Voy a pasar a cuando el centro se cerró por obras y la Escuela de decoración también se iba a cerrar pero había que terminar los 3 cursos. Más adelante contaré ese periodo.

Me mandaron a un centro, Paris, de subdirectora; iba a abrirse como centro de numerarias y de agregadas. Aparecimos unas cuantas sabiendo que en cualquier momento vendría la directora. Estaba la secretaria, una persona mayor que yo, I. C con mucha experiencia, psicóloga, tenía una consulta privada, muy profesional, además era directora de un colegio para gente con problemas, (al principio me daba un poco de respingo, pues pensaba que me iba a fichar como caso “raro” por lo de “artista”, que ya contaré como era vivir con ese “sello”), pero no. Ella sabía cómo había que hacer todo, cómo limpiar, lo que era más importante y nos organizaba. Se marchaba a su trabajo pero mandaba a amigas suyas para ayudar, además tenía muchas, y un curriculum de pitajes impresionante. Las demás, como pringadas, al fregoteo, a poner todo reluciente, dimos cera a los muebles, suelos, lámparas, lamparitas, en fin todo quedó lo mejor que supimos.

I.C era una persona muy entrañable, cariñosa, divertida, que sacaba tiempo para todo menos para estar en la casa pero, cuando estaba se notaba mucho, era una persona buena. A mi me parecía muy valiosa, que tenía que atender su trabajo profesional lo mejor que pudiera. Estar en la casa tampoco era tan necesario, así había vivido yo en Llar.

A una de las amigas de I.C le pidieron venir con gente a mover armarios enormes. Apareció en la puerta con su hermano y unos cuantos amigos, todo un equipo de balonmano, jugadores de rugby y algún compañero de facultad. Llamó al timbre. Abrió la puerta una agregada que se quedó alucinada ante el panorama y con mucha delicadeza les dijo que se había suspendido el traslado. A esa amiga le costó invitar a todos a cerveza por el viaje en balde.

Un día por fin apareció la directora cuando estaba todo listo y limpito. Era R.V médico pediatra, mayor que yo, con un trabajo en la seguridad social que entraba a las 10 de la mañana y que al poco rato ya estaba en casa. También hacía visitas domiciliarias en lugares conflictivos de Barcelona, y pedía a alguien que la acompañara, pues no se atrevía a ir sola. Tenía, como I.C, pendiente la tesis, pero nunca podía trabajar en ella, pues por lo visto le dábamos mucho trabajo, sobre todo el centro de agregadas, que estaba en el piso inferior.

Yo no había visto en mi vida una agregada. De entrada me parecía una vocación rara, pero había gente estupenda que íbamos conociendo, pues el Oratorio estaba en ese piso. A mí siempre me ha gustado hablar mucho y bajaba para conocerlas. En ese piso había 2 habitaciones que eran las salitas, donde ellas contaban su vida pero además, el cuarto de dos numerarías que se las veían y deseaban para coger cualquier cosa, la biblioteca, un cuarto de estar y 1 baño. Y una habitación despacho para la secretaria de agregadas, donde creo que casi vivía, pues siempre estaba allí sentada.

La secretaria de las agregadas era una persona muy curiosa, siempre llevaba un gorrito puesto hiciera el tiempo que fuera, nunca supe si era por algún problema capilar y Dios me libre el preguntarlo. Estaba normalmente detrás de una mesa con varias cajas abiertas, y venga de talonarios. Fuera en el momento que fuera, ella estaba allí con una cola de agregadas que llegaba hasta el Oratorio. Yo pensaba, pues sí que gastan… o, sí que entregan… o, o… El caso es que siempre había movimiento y nuestra directora siempre ocupada, atendiendo a tanta gente.

Iba a mi trabajo, todavía en la escuela de decoración (antes de cerrarla había que terminar los 3 cursos que quedaban para terminar el ciclo) y luego estaba en casa haciendo cosas, estudiando, preparando clases, y por la gente, las numerarias que había, por mis amigas que siempre han sido muy buenas y he tenido muchas, dando círculos., etc. Nunca tiempo para pintar, ni tenía lugar para ello. Sólo dedicada a los murales, así me tenían entretenida, aunque había otra persona M.S muy valiosa, que también le tocaba hacerlos, pero tenía que estudiar mucho y estaba delicada de salud.

Como a la directora no se le veía el pelo y a la secretaria tampoco, la gente me venía a preguntar. Tomaba decisiones o decía “tú misma”, que en Cataluña se dice bastante. Decía lo que me parecía más lógico aunque sabía que nunca iba a acertar. Hacía muchas veces comidas o cenas, por la noche no teníamos a nadie ni los días de fiesta, no me importaba y siempre había alguien que echaba una mano. La verdad es que todo me venía grande, además no me encontraba muy bien. Con un médico en la casa, tan sana, era muy difícil ponerse enferma. Tenía un fiebrón de 40 y me hizo esperar levantada toda la tarde, pues había que preguntarle una chorrada de horarios al sacerdote y por lo visto sólo podía hacerlo conmigo.

Era complicado estar enferma y poder descansar un poco mas, de esto también contaré de cómo se cuidan a las personas enfermas.

En la casa había una gran tensión entre directora y secretaria, nunca se ponían de acuerdo y me hacían sentir muy mal, eran más mayores y creía que eran las que sabían.

Doy gracias porque nunca escribí un informe, ni sabía que existían, (bueno, si lo llego a saber… hubiera montado un pollo), pero ya os imaginareis por qué. Eran unos elementos de cuidado. Había voces, hablaban alto… cada una a lo suyo, exigiendo mas que nadie a las incautas que estábamos por allí. I.C le tomaba el pelo a la dire, con mucha gracia y la otra, sin enterarse. Alguna vez quise confiarme a I.C pero nunca estaba en casa y siempre se escaqueaba de todo, me daba miedo criticar a una directora y dar mi opinión. Me confesaba de juicio crítico en general y sin especificar.

Había que tener mucho cuidado con las amigas pues la directora, como te descuidaras, te las quitaba en un plis plas, con su risa estridente y haciéndose la graciosa. Luego un día te la veías con tu amiga, hablando a solas planteándole la vocación porque tú no sabías hacerlo. Hablaba con mucha autoridad, muy alto, como enfadada porque no hacíamos apostolado y que no pitaba nadie (eso sí, a ella no le conocimos nunca ninguna amiga, no las tenía), pero bueno fue pitando gente, amigas de I.C y 2 amigas mías de las que me robó. En la escuela intentaba hacer apostolado acercando la gente a Dios y haciéndome amigas que lo fueron durante mucho tiempo.

Esa casa era un desastre, siempre había cosas rotas, la secretaria, siempre fuera y yo tenía que llamar, arreglar, buscar, decidir, seguir, el dinero había que pedirlo, dejando mensajes de socorro, solo la directora tenía la llave, además de I.C, y yo no era de confianza, (es que ya debían saber lo de la cuenta de gastos que ya os contaré) y luego, todo estaba mal porque nada se hacía bien, ni yo, ni nadie. R.V. no podía controlar a I.C y eso le ponía de los nervios, pues es cierto que muy pocas veces se levantaba a la hora, aparecía en el oratorio sigilosamente a saludar, mientras estábamos casi terminando la Misa, desaparecía y no la veíamos hasta la noche.

Por otra parte I.C además, quería sacarse la tesis, como ella, y los fines de semana se iba con dos amigas, sin decir nada, a un pueblecito de la costa a trabajar. Desde luego que la sacó, valía un montón, era tan profesional que llegaba a todo, (incluso, el resumen económico del mes se lo hacía una amiga que trataba y así ella hacía otra cosa mientras). O sea que la niña en cuestión estaba más al día de los gastos de la casa que cualquiera de las que vivíamos en ella. No se decía nada porque ninguna nos atrevíamos. Mas adelante a I.C la tuvieron que echar, porque ella no se quería ir. Tiene también una buena historia. Cuando salí de la obra me ayudó mucho y entonces comentamos todas las cosas raras que se veían en aquella casa.

En relación a esa directora que hizo mucho daño, nunca había conocido en la obra a una persona tan egoísta y mal pensada, todo estaba mal, era malo, negativo. Era cobarde, ahora puedo decirlo, rarísima y mala. Sería muy médico pero no tenía ni idea de lo que era la caridad, se aprovechaba de la gente, utilizaba a nuestras amigas para que le resolvieran temas de su trabajo, personales y de familia. Aunque eso fue solo empezar, no me hubiera podido creer que esto iba a destapar el fraude de la vocación en mí y las personas que conocería después, que era otro tipo de maldad, mucho más dañina.

Yo estaba hasta las narices de aguantar tanta incoherencia y tantas faltas de caridad, tanta violencia, encima hablaba con ella y ¿cómo le iba a decir, eres una borde? Callaba y me ponía enferma ver como seguía igual con la secretaria y cómo trataba a las personas. No se me ocurría nada, pues ellas eran mayores y nunca hubiera pensado que pudiera pasar algo así. Cambiamos bastantes veces de sacerdote y nos llegó uno mayor, que había sido secretario del Padre, C.C, muchos años. Pensaba que se podrían cambiar las cosas pues este sí que sabía. Sus meditaciones eran de voz seguida, en el mismo tono y sobre todo, muy profundas, que yo, tan simple, no me enteraba de nada, mis amigas decían lo mismo.

Si I.C comentaba algo de él o alguna de nosotras le seguíamos el rollo, R.V. nos miraba con una cara…Tengo que decir que I.C me caía muy bien a pesar de todo, tenía muchos… y se salía con la suya. Además traía gente muy valiosa a casa y era divertidísima Siempre, cuando estaban juntas se vislumbraba un algo especial, vamos, envidia por parte de una y la otra como diciendo “a ver si te atreves a decirme algo”, con los brazos en jarra.

Un ambiente muy familiar y relajado, como veis. Las tertulias, un rollazo, nadie se atrevía a hablar por no meter la pata y cantábamos y venga cantar y cantar.

Por suerte I.C. trajo una televisión de su trabajo que estaba medio rota y funcionaba con unos toquecitos que sólo sabía hacer ella, hasta que un día que no le obedeció y del manotazo que le dio empezó a explotar y quemarse. Fue una pena, pues veíamos noticias, y alguna película que no hubiera besos y abrazos, donde todas mirábamos al infinito o nos mirábamos a los zapatos, para disimular.

Cuando estaba I.C. todo era más divertido, contaba cosas, anécdotas y nos relajábamos bastante más. Había una muy puritana, que, un día, viendo una película muy antigua de intriga, en que una de las pruebas policiales eran unas braguitas, se puso como loca y nos hizo apagar la TV. Éramos ya mayorcitas… y se nos trataba como a niñas. No nos enteramos del final de la peli, claro.


Empiezan los problemas.

En todos los años que estuve en los centros, nunca hice ningún informe, supongo que los haría la directora que sabía tanto, menos mal. Como yo era de buena fe, creía que todo era confidencial y nada se comentaba ni salía de ahí, y comprendía cualquier cosa que pasara y procuraba no darle mayor importancia. Más tarde pensaría que me utilizaban de tapadera porque sabían como era, que todo me parecía que estaba bien y luchando como todas.

Casi siempre, me dieron confidencias de supernumerarias. Una que estaba muy enferma con un niño, que ni siquiera podía coger en sus brazos. Iba a verla y me estaba un buen rato haciéndole compañía, impresionada de lo buena que era y como aceptaba su enfermedad. Salía casi siempre emocionada. También tuve a una persona paralítica que tenía una farmacia y muchas veces venía a Misa y la valoraba muchísimo, aunque había oído comentarios de “qué pesadita”. No tenían tiempo para hacer tanta norma y tantas cosas como se les pedía, yo decía que no pasaba nada, que ya las harían algún día.

Del tema sexo me dijeron que ese no era tema para hablarlo, sólo lo hacían con el sacerdote. Me pareció estupendo pues yo no tenía ni idea de cómo tenían que vivirlo y así mejor. Ya os contare anécdotas muy divertidas...

Ya quedaban 2 cursos para cerrar le escuela de decoración y empezaron a prescindir de profesores. El profesor de grafismo, fue el 1º, era su ayudante, yo no tenía ni idea de cómo lo iban a hacer. Cogió un cabreo fino porque le despidieron sin más y les puso una denuncia por despido improcedente, que tuvieron que pagarle, claro. Supongo que pensarían que se iba a ir así, sin decir nada, como todo se hacía en la obra, sin rechistar.

A los dos años, me tocó cerrar los cursos. Nos dieron a todos los profesores un talón con una indemnización bastante sustanciosa. Cuando llegué al centro, la directora ya me estaba esperando para entregarlo y pensé “pues sí que se ha enterado pronto” y lo entregué.

De los tres votos que hacíamos el que más me costaba era el de la obediencia, sobre todo ahora con ese elemento de persona.

Me iba a quedar sin trabajo y las cosas viejas de la escuela iban a tirarlas, pensé que era una buena ocasión para montar un estudio de pintura, donde formar a gente para entrar en Bellas Artes y dar clases de dibujo y pintura, pues tenía ya experiencia para poder hacerlo. Ese podía ser mi futuro profesional. Con que me dieran 10 caballetes y 10 banquitos que estaban bastante viejos más la esculturas que eran todas desnudos… y cabezas, y no las iban a utilizar, era suficiente. Sólo faltaba buscar un local amplio, tampoco grande, comprar estanterías, un mueble para guardar el material… y poco más. Contando con el dinero de la indemnización podía más que suficiente. Lo plantee en el consejo local y solo I.C. me apoyó y me dijo cómo tenía que hacer un escrito para que me lo aceptaran en la delegación. Tenía muchas amigas que me animaban y me decían que ayudarían a buscar gente para empezar.

Debían tener otros planes para mí. Envié presupuesto e información del proyecto, creo que 2 veces, pensando que era también una forma de hacer apostolado montar el estudio. Me dijeron, después de mucho tiempo, (pues ya me habían mandado a trabajar a Pineda, un colegio, de los que no son, pero son), que ese dinero era de la obra y que si quería hacer algo se lo pidiera a mis padres. Me causó una gran decepción e indignación. Creo que a partir de ahí empezaron mis dudas sobre la obra y mi vocación.

Ese verano y con esa situación, me tocó ir a un curso de agregadas, de subdirectora con C.C., una persona extraordinaria, se la veía feliz, risueña y muy divertida, con un gran amor a la obra, a Dios. Era decoradora y tenía una tienda de decoración y mucho trabajo, pues se dedicaba a montar centros, arreglos y decorar casas. Empezamos a recibir confidencias y me encontré que muchas agregadas de mi centro pensaban lo mismo que yo, respecto a R.V. No sabía que decir y cuando en mi charla le comenté a C.C. lo que yo veía y las quejas que me encontraba de las personas que pertenecían a mi centro, ella me comentó que no era cosa mía, que a ella también le habían hablado lo mismo, de esa situación y persona. Muy seria me dijo que esto había que decirlo a la delegación. C.C. me parecía de muy bien criterio, hacía muchos años que pertenecía a la obra.

Me animó a ser valiente y contarlo a la directora de la delegación que entonces era R.E. Me dijo que pensara, recordara, sobre situaciones concretas en que creía no se había actuado bien y escribiera todo pues si no, no me acordaría. C.C. me ayudó y comenté las cosas con ella, lo pensé con Dios y llamé para pedir una cita. Me la dieron para el día siguiente. Pasé buen parte de la noche recordando, escribiendo, cómo exigía, ocasiones que pensaba no se había obrado con caridad y comprensión, todas las broncas que nos metía injustamente. Estuve muchos ratos en el Oratorio, pensando delante de Dios, me di cuenta que estaba el sacerdote C.C. que era el de mi centro y fui a comentárselo, pues esto de hablar de una persona me costaba mucho. Este sacerdote me dijo que no me preocupara, que esto ya se sabía en la delegación, pero que de todas formas fuera a contarlo.

Al día siguiente fui a hablarlo, cogí el tren y me sentía fatal pues jamás me había pasado nada igual. Estuve toda la tarde hablando con R.E contando todo lo que iba leyendo en mi escrito, me escuchó, me consoló, me sentí comprendida y que hacía lo que debía, lloré mucho pues me dolía tener que pasar por esto. Al final me rogó darle todo lo escrito y me dijo, vamos a romperlo (lo rompió ella), y lo tiró a la papelera, que me fuera tranquila, que lo dejara en sus manos y que ya me diría algo.

Al volver a Castelldaura busqué a C.C, la persona que me animó a hablar, me tranquilizó y me trató con mucho cariño.

Pasé una noche horrible, de esas que me daban todos los meses, vomitando y como era de noch,e no tenía mis queridas buscapinas. Me levanté tarde, encontrándome muy mal. Por la tarde fui a hacer mi rato de oración y vi que estaba el sacerdote con el que me había confesado y contado todo lo que pensaba (yo no sabía que los curas contasen nada de lo que habías hablado en el confesionario). Entré para decirle que ya había hablado con la delegada, pero que aunque me habían tranquilizado, me sentía inquieta, que me aconsejara qué podía pensar y hacer. Cuando cual sería mi sorpresa que empezó a regañarme, diciendo que él nunca había dicho que en la delegación ya lo sabían, que era una persona con una sensibilidad enfermiza, que me inventaba las cosas y que como siguiera así iba a terminar muy mal, y más cosas que no recuerdo. En ese momento se apagó la luz de toda la casa y estuvimos bastante tiempo sin ella, a mí también se me fundieron los plomos de mi cabeza y solo acerté a decirle, que por dónde quería que saliera del confesionario, si por la puerta o por debajo de ella. Me levanté y me fui. Salí como pude casi a tientas me fui a ver a C.C, la directora, le conté y se indignó muchísimo, me dijo que esto era grave y tenía que ir a contarlo, pero que como al día siguiente terminaba el curso ya no me podía ayudar. Pensé con ella cómo tenía que contarlo a R.E. y que si no podía ir pues yo estaba fatal, se lo hiciera llegar por escrito.

Llegué a mi centro enferma, no me tenía en pie y vomitaba. Escribí por la noche una carta muy enfadada, entendí que todo se hablaba entre ellos pues, ¿cómo sabía el sacerdote lo que allí había dicho? Llamé a una amiga, Izas, para que me hiciera el favor pero que no se lo podía decir a nadie y que llevó la carta a Darsena a nombre de R.E, sin que se enterara nadie de la casa. Lo hizo y empezó a preocuparse por mí, porque todas mis amigas notaron que me había pasado algo. Estuve 3 días en cama sin poderme levantar con dolores y sin poder contar el gran disgusto que tenía y menos a la borde de la directora, que no entendía qué me pasaba, además era la causa de todo el lío en que me había metido. A los tres días recibí una llamada de R.E., me levanté de la cama y fui a dirección. Me dijo: tienes que irte de esa casa cuanto antes, a Travesera de las Corts, yo me voy a vivir a Pamplona, voy a rezar mucho por ti, pero sobre todo no cuentes nunca a nadie todo lo que ha pasado… y adiós.

Me fui al día siguiente, aunque esa noche mi cabeza empezó a preguntarse un montón de cosas. Siempre he sido muy lógica y me ha gustado analizar las cosas desde varios puntos de vista. ¿Cómo se come esto con la sinceridad salvaje? ¿Dónde están la justicia y la verdad? ¿Cómo se entiende eso que la verdad os hará libres? ¿Por qué esto ya no lo podía contar a nadie si era algo que me había afectado muchísimo?, ¿Qué iba a ser de mi vida de ahora en adelante? Y muchas cosas más. En el nuevo centro me “metieron” en una habitación sin luz natural, a mí, que toda la vida me había gustado la luz, oler el día, ver qué tiempo va a hacer…, la ventana estaba muy alta, imposible abrirla. Era un sótano y daba al patio interior. Una luz muy tenue. Me pareció una cárcel, castigada, por haber visto algo que no debía ver.

Todo ese tiempo, no lo recuerdo nada bien, me quedé bloqueada, solo tenía ganas de llorar. Suerte de mis clases, mi trabajo. Me pidieron llevar confidencias y dar círculos, pero me negué, yo no podía hablar de algo que se me había roto y que empezaba a dudar, hablando con una persona muy jovencita, entusiasta, qué le iba a decir… con lo que hacía y pensaba, prefería de momento ser consecuente conmigo misma.

Todas mis amigas abandonadas por el centro, sólo dos que me siguieron los pasos porque se dieron cuenta de que me había pasado algo. Una de ellas me iba a esperar algunos días al colegio que estaba bastante lejos, dos autobuses y luego andar, yo no podía con mi alma, de dolor moral y físico. De allí me mandaron a Infanta, un centro de la calle Paris, con personas mayores y muy buenas. Allí recobre un poco la calma. Un día exploté con la directora que era como mi madre y lloré hasta no poder más. Me tranquilizó y comprendió mi estado, sólo había una cosa que podía hacer, esperar, pues el tiempo lo cura todo y llegaría un día que se me olvidaría. Allí fui la secretaria, supongo que así me tenían entretenida, y yo, con el malestar que me causaban las cuentas. Además allí metía mano no sé quien y me encontraba papelitos en la caja, con notas, “esto para”... Empecé de nuevo con problemas ginecológicos, pastillas y más rollos, pero como siempre íbamos a un señor mayor que no nos cobraba, tampoco te decía mucho. No sé si era supernumerario, pero tenía una hija que creo era de la obra.

Debí dar el pego de que estaba bien y un día pedí ir a ver a mis padres, parar pedirles dinero. Me concedieron el permiso, pero yo no fui a dormir a un centro, me quedé en mi casa, mis padres encantados, ya estaba bien de decir que eso de que yo tenía una casa, que tenía que ir a ella… Le explique a mi padre que quería montar una academia y que me ayudara. Lo hizo, pero con una condición, que me abriera una cuenta en un Banco donde él trabajaba y que seguiría de cerca los movimientos y que no se me ocurriera dar nada porque ese era mi trabajo y si no, cerraba el grifo. Lo capté perfectamente.

Volví, dije lo de dormir y me dijeron también “que no lo comentara a nadie”, eso iba de peor en peor. ¿Había algún departamento en la cabeza en el que guardaras todo lo que no podías decir? Yo, ni idea.

Nadie me ayudó a buscar un local, ni nada, (di por hecho que ya podía hacerlo), solo mi amiga M. que me encontró y me ayudó a buscar el lugar. Encontró un estudio con una terracita, limpiamos, pintamos, encargué unos muebles a medida a un supernumerario que era carpintero, y de la casa solo vinieron el día de la inauguración. Muy bonito, se inflaron del pica-pica y tararí que te vi. Empecé a pintar con otras técnicas, pues tenía unos dolores de espalda tremendos. Tuve que llevar un corsé ortopédico, con collarín incluido, más de un año y debía pintar con los brazos apoyados. Puse a todas las alumnas a pintar sentadas y siguieron encantadas, pues no podía, al corregir, tener los brazos en alto. Aprendimos a pintar apoyando los cuadros en unos cubiletes que tenía, así nos veíamos las caras y lo pasábamos muy bien. No me importaba, aunque tenía muchos dolores, y tampoco ni un descanso extra para estirar la espalda.

Un día, domingo, que fuimos con M. para limpiar, la puerta de al lado de la mía estaba abierta, se oía música y en pleno rellano estaban dando cola a unos papeles de empapelar paredes de color rojo fuerte, que me costó un resbalón. Pensamos HUY!!! qué cosa más rara. Efectivamente, una casa de “señoras de vida alegre”. Como en nuestro estudio siempre había risas y música, los señores llamaban a la puerta y todas en coro, con los pinceles en las manos decíamos. “NO, es en la puerta de al lado”. Nunca dije nada, pues ya me sabía lo que me iban a decir, y yo tenía también derecho a tener mis secretos. Anda que no nos reíamos con el tema. Pensábamos: a ver cuántos pican hoy.

A pesar de mis buenas intenciones, me daba cuenta que no funcionaba, sólo me venía a la cabeza todo lo que había oído y me habían dicho. Además en el centro Paris todo seguía igual. No entendía nada. Empecé otra vez con mis dudas y queriéndome ir. En la casa no entendían que me quedara a pintar en el estudio y un día la delegada N.A. vino a comer al centro y me preguntó qué pintaba, le enseñé los cuadros, muy simples, pues estaba aprendiendo otra técnica y al verlo me preguntó ¿y esto, cuánto tiempo tardas en hacerlo? Esa pregunta no me la sabía… dije no sé, y ahí quedó la cosa.

Viendo, supongo, que no estaba bien, me llevaron a Llar que ya se había abierto de nuevo. Me gustó volver a la casa donde había estado tan bien, pero ya no era lo mismo, se me había ido la ilusión de vivir. Por supuesto le conté a la directora los problemas que tenía, ya no me importaba nada. Me quedé muy mal, no hablaba con nadie y solo lloraba, encerrada en la habitación, hasta que le pedí a M.L. que me llevara a un médico porque mi cabeza no me seguía. Me llevó a un médico de cabecera, y a este le escribí una nota diciéndole: necesito un psiquiatra. Me llevaron a Pamplona, estuve varios días, venga pruebas absurdas y rellenar cuestionarios, allí me preguntaban un grupo de gente qué me pasaba, personas más jóvenes que yo, y con cara de pipiolos. Yo repetía y repetía lo del dinero que me habían negado para montar mi trabajo, y no me sacaban de ahí, creía que a esos jovencitos no debía contarles nada. Hasta que un día, por fin, me llegó el turno para que me viera “el gran maestro” Dr. C. y me hizo contar lo que realmente me había pasado. Me escuchó y me dijo que no entendía cómo con ese coeficiente intelectual, todavía no había entendido que en la obra los criterios personales los guardas en un cajón, que yo no necesitaba ninguna medicación solo pensar lo que quería hacer.

Me fui con un palmo de narices. No podía dormir, lloraba todo el tiempo, no sabía qué hacer. M., mi amiga intentaba estar a mi lado porque me veía llorar todo el tiempo, que me quedaba en el estudio, a veces también se quedaba, porque también pintaba.

Un día recuerdo, cuando se quemaron los almacenes el Águila en Barcelona, no aparecí en el centro, me quedé embobada mirando las llamas y deseando estar allí dentro, no podía más. Desde una cabina llamé a Marga para despedirme y me fui andando hasta el rompeolas con la idea de suicidarme y acabar con mi vida.

Estuve allí hasta que se hizo de noche, llorando sola con un gran desconsuelo, la gente me miraba, pero me daba igual, yo mirando por dónde bajar… Pidiendo ayuda a ese Dios que había permitido dejarme en ese estado, porque ya empezaba a dudar, pensando que no era normal, que estaba loca, y me trataban como una loca, que todo había sido fruto de mi imaginación enfermiza, porque si no, por qué no se me pasaban los problemas?. Pasó mucho tiempo, no recuerdo bien, pero me volví hacia el estudio y allí estaba M. esperándome, me abracé llorando y no paraba de llorar con una crisis tremenda, fue el día que se lo conté todo. Me consoló, me tranquilizo, creo que me quedé dormida en un sofá que había allí. Luego me enteré que M. había ido al centro, se había encontrado con A.C, médico, contándole que no sabía donde estaba y que la había llamado muy rara, para despedirme. Estaba leyendo el periódico y ni se inmutó. M. le dijo que si me pasaba algo la denunciaría al colegio de médicos y se fue al estudio. Desde entonces se empeñó en ayudarme, habló con la directora, se fue a la Delegación contando que me veía muy mal y que podía hacer cualquier tontería (ella, entre otras cosas, era enfermera y sabía muy bien de lo que se trataba).

Decidí que no podía seguir allí, pedí a M. que me viniera a buscar el día que le dijera. Esperé un domingo que sólo estaba en la casa A.C. y ni idea de dónde estaba pues era como un fantasma, paseando por la casa, no hacía nada y nunca tenía trabajo, me preparé una maleta con cuatro cosas y bajé los cuatro pisos sin hacer ruido. Al llegar a la puerta de servicio, apareció como una loca chillando que no podía hacer eso, se puso delante de la puerta y no me dejó salir. Yo subí a mi cuarto y por lo visto salió al coche de M. y la dejó fina. Desde entonces Marga era persona non grata, pero a mi me daba igual, era la única persona normal, que me entendía y me ayudaba.

Mi amiga le dijo a la directora que yo necesitaba ayuda y medicación, le habló de un psiquiatra de la obra que había en Zaragoza y que había oído hablar muy bien de el. Como tampoco había mucho dinero en el centro ella se brindó a llevarnos en su coche a Zaragoza y me pidió hora. Llegué muda, sin poder hablar. Le había escrito en una hoja cómo me sentía, el médico me hacía preguntas y yo decía si o no con la cabeza, fue también la primera vez que hable a solas con un médico, pues siempre estaba la numeraria de turno al lado. Llamó a M.L. le dijo que estaba para ingresarme pero me negué. Tenía que ir todas las semanas, me dio una medicación para que pudiera dormir y estar más tranquila. Nos fuimos y cada semana antes de ir, le escribía una carta que por supuesto nadie leía, se la mandaba y luego cuando iba la comentaba, poco a poco empecé a hablar. Yo le decía que a mí me gustaba el espíritu de la obra, santificarse en medio del mundo, amar a Dios con mi trabajo, pero que no podía con tanta tensión y siempre escondida en mi habitación llorando. Me sugirió que escribiera al padre pidiendo pasar a supernumeraria, y lo hice, me dijo lo hiciera por correo externo certificado, que el padre lo entendería (incauto de él y de mí). Espere bastante, y por correo interno me llegó una carta diciendo que nones que o numeraria o numeraria.

Un día vino a hablar con el médico, (porque el lo pidió) N.A. de la delegación, le habló delante de mi diciendo que estaba mal, muy afectada y me planteaba dejar de ser de la obra, que no podía seguir el ritmo normal, que no me convenía ponerme en situaciones de tensión pues, estos episodios podrían repetirse. A ella, después de oír esto, sólo se le ocurrió decir ¿pero puede irse al curso anual? El médico y yo nos miramos y me di cuenta que, aunque ella también fuera médico, no se había enterado de nada, su poca sensibilidad, lo poco que le importaba yo, ni una pregunta de qué le conviene, cómo se le puede ayudar, qué es lo mejor para ella, que es lo que una buena madre o hermana le hubiera preguntado, le importó un pimiento lo que el médico le estaba diciendo, ella a lo suyo.

Empezaron también a decirme que la amistad de M. no me convenía, me hicieron creer que estaba apegada a ella y que ella no podría ser nunca de la obra (tenía los criterios demasiado “hechos” y “pensaba mucho por su cuenta”). Empecé a preocuparme, pues era una persona muy querida para mí, la única que había estado a mi lado cuando la necesité. Era una amiga que ha sido mi gran tesoro y si estoy aquí es por su ayuda, si no ya me hubiera suicidado.

Por supuesto que tuve que ir al curso anual, y cual no fue mi sorpresa que el sacerdote de turno, un día, al confesarme, empezó a preguntarme por esa amistad, qué hasta donde habíamos llegado, yo le dije ¿cómo? Y siguió, si, sí había habido, besos, abrazos, yo me acordé de todo lo que lloré junto a ella y tonta de mi se me ocurre decir, pues si, y va el tío y suelta ¡Por fin, ya lo has dicho!, yo diciendo, oiga pero a qué se refiere, y él, tú tranquila ya lo has dicho… Me fui y como mi cabecita no estaba muy bien, tardé en reaccionar y darme cuenta, pero ¡qué mal pensado!, volví a meterme al confesionario y le dije, oiga, pero qué se ha pensado, yo no he hecho nada malo, pero me dijo tú vete tranquila. Jamás de los jamases hubo una mala amistad, encima ahora me decían esto, bueno, eso fue ya lo último.

Luego iba a hablar con la dichosa N.A., tan lista ella, y me decía, mira si llegamos a saber que te ponías así, te hubiéramos dicho otra cosa, además a dónde vas a ir, estando tan mal, hay mucha gente como tu en la obra que se queda porque tienen una casa donde vivir, el mundo está fatal, tu como eres… yo me subía por las paredes, luego se lo contaba a M.L la directora y la pobre se ponía a llorar conmigo pues no sabía que decirme y si me decía algo, yo sabía que no eran palabras que ella pensara. No sabían como retenerme y yo queriéndome ir.

Mi amiga me ofreció su casa para vivir con su familia, pero había que escribir una carta y esperar a que me dieran “su bendición”, así que otra vez a esperar, mareando a la perdiz, ya casi muerta. Me insistían en que me fuera a Valencia, que me vendría bien un cambio de ciudad y yo pensaba que estaban locas, cómo iba a dejar el estudio de pintura que era lo único que me tenía en pie, y las clases del colegio Pineda donde tenía seguridad social y que también me gustaban mucho. Me marché de la obra con una maleta vieja y una bolsa con 2 pares de zapatos.

Cuatro días antes de empezar el curso en el colegio, me llamó la directora P.U. y fui a verla, me dijo que habían encontrado una profesora que además de mis clases podía dar matemáticas, que dejara por escrito toda la experiencia de mi trabajo y los trabajos con la programación, que ya no me necesitaban. Fui unos días y en el coche de M., saqué todo lo que era mío y por supuesto que no escribí nada que la siguiente se pudiera encontrar, pensé que lo hiciera ella que no le iba a dejar hecho encima su trabajo. Les puse una demanda por despido improcedente y el abogado me aconsejó no firmara ningún acta de septiembre y después, del juicio, firmé las actas y me dieron una indemnización.

Un día la directora del colegio Pineda P.U. se presentó en la puerta del estudio y me pidió que entrara en su coche, yo, incauta de mi, entré. Nadie me ha humillado jamás en mi vida como lo hizo ella. Me dijo que nunca en su vida había conocido a una persona tan mala como yo, que la vida me pagaría por lo que había hecho, que Dios me castigaría y que me iba a condenar, que nunca hubiera pensado todo eso de mi y muchas cosas mas que no puedo recordar. La cabeza me iba a explotar, le dije que yo quería seguir siendo de la obra, pero que no me daban otra opción, que estaba enferma y encima me dejaban sin trabajo. Sentí una enorme angustia, salí del coche llorando y me costó mucho superar todo esto, ahora tocaba que era mala, me pareció una maldición. Cuando más adelante mi salud física y psíquica ha sido tan delicada, siempre me quedaba la duda de que esto me pasaba como castigo de Dios, pero que en la obra no me habían querido y ya me daba igual.

Siento no haber sabido defenderme y enfrentarme a las personas y a las situaciones de otra forma, pero en aquellos momentos no tuve fuerzas para hacerlo, ahora después de tantos años, por vosotros que me habéis ayudado tanto, soy capaz de abrir mi corazón para contaros mi experiencia, para mi tan dura.

No se si soy un poco paliza pero espero que me entendáis. Mi fe ahí está, hecha pedacitos.

Tuve que ir mucho tiempo al Psiquiatra y aun sigo yendo, pero ya aquí en Barcelona. Les ha costado mucho desprogramarme y recaigo a veces cuando tengo alguna complicación. Me ha costado mucho recuperar mi autoestima, tomar decisiones sin miedo, ha sufrido mucho mi cuerpo por no haberme cuidado antes y por enfermedad. Este verano después de 10 años, he aprendido a andar otra vez, voy en silla de ruedas eléctrica (es como una moto) por la calle, ando con mucha dificultad espacios muy cortos, pero soy feliz, aunque tengo mucha pena dentro que no puedo olvidar. He aprendido muchas cosas y sigo aprendiendo. Tengo todo el tiempo del mundo para mí, para cuidarme, he pintado mucho y he enseñado a mucha gente mayor y joven a pintar, a descubrir su profesión. Hay muchas arquitectos, ingenieros, pintores, decoradores, diseñadores… y muchos niños a los que he enseñado lo que es ver la belleza en la vida, en todo lo que nos rodea, a desarrollar su creatividad, sus dotes, a los que he abierto nuevos horizontes, y eso no se paga con nada.

Me ha costado mucho contar todo esto y aún se me llenan los ojos de lágrimas al recordarlo. Aunque ahora me cuesta mucho llorar. Creo que me he hecho fuerte, valiente, mi vida ha sido dura, pero no más que la de tantas gentes que sufren en el mundo.

Lo malo ha sido que ese daño era innecesario. Y nadie me había enseñado a vivir la enfermedad como me ha tocado vivir. No tienen ni idea de lo que es sufrir y tener que seguir sin fuerzas detrás de la zanahoria que ponen al burro para que siga dando vueltas sin ir a ninguna parte.


Nunca podré olvidar el daño que me hicieron. Me engañaron, me confundieron, prefirieron hacerme creer que estaba loca y que todo era producto de mi imaginación. Conmigo lo hubieran tenido fácil, yo era una buena persona y confiada. No tenía familia ni a dónde ir. Un “lo siento”, los sacerdotes se equivocaron no se lo tengas en cuenta, uno era mayor, el otro impulsivo… es verdad que lo que has visto y vivido estaba mal, pensamos que esa persona cambiaría, pero se lo vamos a decir y cambiarán las cosas, no sufras, todo irá bien, estamos contigo. Pero no, dieron la vuelta a todo. Todo menos reconocer que se habían equivocado, era mejor maltratar a una persona que pedir perdón y yo, mientras, preocupada por no vivir el minuto heroico y por las demás normas, sin hacer correcciones fraternas, porque todo el mundo me parecía buenísimo.

Para mí fue un escándalo “más les valiera ponerse una piedra al cuello y tirarse al mar” (leía en el evangelio), ¿dónde estaba eso que decía Cristo, que dejaba a todo el rebaño para salvar a una oveja? No. A mí no sólo me abandonaron a mi suerte sino que me despojaron de todo lo que era mío, mi libertad, me destrozaron el alma, el corazón, me trataron como un pelele al que se puede pisar, dañaron mis sentimientos, toda mi vida...

Yo había dado toda mi vida, todo mi tiempo, había dejado todo, mi familia, mis ilusiones, esperanzas y me quitaron el sentido de mi vida, porque aquella sensación que tuve no la olvidaré jamás, ese encontrarse sola, vacía, sin ilusiones ni esperanza, y además enferma. ¿Qué podía hacer sino matarme? A dónde podía ir, en quién podía confiar, quién podría entenderme, y todo lo que me habían hecho era nombre de Dios.

Me quitaron hasta la fe en Dios y en su Iglesia, mi voluntad tan débil y mi cuerpo más y, encima machacando con lo de “querer es poder”. ¡¡¡MENTIRA!!!

¿Qué derecho puede tener alguien a quitarte la dignidad de ser persona? Para mí fue peor que una violación. Me violaron la conciencia, me trataron como una persona mala e indeseable por pedir una indemnización justa. ¿Qué derecho tiene una persona a insultar de ese modo y decirme que no había conocido persona más mala y con tan mala intención, que ya me pagaría la vida, que Dios me castigaría, que me iba a condenar y pasarlo muy mal, como el que te echa una maldición?

Tanto los sacerdotes como las personas de la Delegación y la directora del colegio Pineda en el que trabajaba entonces, me utilizaron para arrojar en mí toda su rabia, basura y maldad. Todo en nombre de Dios. Dejaron que pensara que estaba loca, que todo era cosa mía. Una amiga supernumeraria que gracias a mis clases entró en Bellas Artes y que nos queríamos mucho, me dijo un día por la calle que no podía ya verme, que se lo habían prohibido pues estaba loca.

Sí, consiguieron quitarme la fe, (ya no puedo entrar en una Iglesia sin sentirme mal, el olor a velas me pone enferma) pero mejor, busqué otro Dios que tuviera sentido, no ese que me enseñaron, tanta pureza y tanta gaita, materia grave, y una porra! ¿Cual es el mandamiento mayor? LA CARIDAD, EL AMAR AL PROJIMO. Qué pasa cuando matas el alma de otro y, no de golpe sino a poquitos, ¿eso no es materia grave? Pues sí, la más, porque tanto hablar y hablar de pensamientos impuros… ¿y eso de confundir y manipular los pensamientos de los demás? Estoy harta de tanta mentira, de tantos miedos, el miedo es lo que paraliza, lo que no deja actuar. Lo emplearon como medio de corrección y de manipulación, ¿eso no es pecado mortal? El miedo es lo que siguen utilizando para tenernos bajo su “pie” todos los que tienen poder, pero ahora ya no es lo mismo, puedes pasar o rebelarte, cada uno sigue su camino. Es verdad que la Iglesia ha pedido perdón por muchas cosas, como siempre, tarde, faltan muchas cosas aún, pero, ¿la obra? Son perfectos… nunca se equivocan, todo se hace en nombre de Dios…

Gracias a Dios ya no creo en todas esas historias, inventadas por los hombres, en nombre de Dios, para que tengamos miedo y dejarnos manipular. Así ha sido toda la Historia, pero no lo sabemos ver, ni entender.

Ya no creo en nada que me pueda poner normas que vayan contra la propia naturaleza humana. Hay que cambiar muchas cosas y no tengo ganas de esperar a que cambien, la vida es muy corta y más con todos los años que me han robado. Luego sueltan eso de que si tú crees que estas haciendo bien, que es lo que crees te pide Dios, no esta mal, venga ya… Por eso interesa no tener criterios personales, para que no puedas pensar y dudar de nada de lo que te dicen. Menos mal que gracias a Dios, la verdad deja un poquito de resquicio para ver las cosas y no perder del todo la luz. Yo la vi, pero me costó tanto tiempo poder marcharme, 5 años, siempre mareando la perdiz, hasta dejarla casi muerta y ahí estaba yo con mi buena fe.

No entiendo nada y deseo morirme para que Dios me cuente eso de cómo va la vida y todo lo que nos hemos inventado. Yo solo creo en el evangelio, los hechos de los apóstoles y las epístolas, que me dan que pensar, porque son muy machistas y me ponen de los nervios. A la Virgen la quiero mucho, era también de las que no entendían. Aunque sigo sin entender el hacer de Dios. Creo en las personas buenas que me han ayudado, en las que se que hay y, sobre todo por sus obras.

Me cuesta creer en este Dios tan bueno que mandó a su Hijo para que le matáramos y que como El, tantas personas eran crucificadas, como tantos mártires ha habido y habrá. Jesucristo vivió 30 años estupendamente, con unos padres maravillosos, con trabajo, con amigos y familia, no tuvo que pasar ni una gripe. En tres días le maltrataron, después en unas horas murió. Como tantos otros, El incluso antes. Lo único que me consuela es que Resucitó, eso es para mí, lo importante. “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra Fe”. Estoy un poco harta de sentirme tan pecadora. No me lo creo. De verdad que todo lo hago lo mejor que sé y puedo.

Pero me da igual, cada uno a lo suyo y acarrear con lo que nos toque. Me gusta eso que dicen, “si hay que ir se va, pero que no nos acojonen”, pues eso. Soy una buena persona y soy feliz con mis limitaciones, que son muchas, y nadie me va a decir más lo que tengo que hacer, soy libre, soy yo misma, soy como quiero ser, no quiero ningún patrón, me da igual no ser santa, yo quiero ser del montón, como todos, que somos muchos y del Barça. Aunque también del Madrid. Soy de allí, fui muchos años socia, así que tengo el corazón “partío”.

No he vuelto a ser la misma que antes, una persona confiada. Era y soy una persona que deja huella, muy querida por todos, que transmito paz y serenidad a pesar de tanto sufrimiento moral y físico, por el que he tenido que pasar y pasaré. No lo entiendo, pero me da igual, hay mucha gente que esta peor y me alegra formar parte de los que sufren y no entienden, que también somos muchos. Ya lo entenderemos algún día, pienso, y si no, me da igual, es lo que me ha tocado y no hay respuesta. Qué es eso que somos los elegidos de Dios, los enfermos, ná de ná…, Jesús curaba a los enfermos, si no les hubiera dicho: chicos sois mis preferidos, vamos a tomarnos unas copas...

Cuantas veces esta gentuza me han hecho pensar que tanto dolor y enfermedad me lo enviaba Dios para castigarme… Cómo es posible que con todo ese dolor no me haya muerto de pena…Cómo pueden saber lo que hace y quiere Dios y en su nombre maldecir, ¿eso no es tomar el nombre de Dios en vano?

Todavía me duele el alma y lloro con facilidad. Si, es verdad que soy muy sensible y creativa, estoy orgullosa de serlo, es el don más preciado que me ha concedido Dios y el ponerme amigas buenas que sí se portaron como unas madres y hermanas que me ayudaron a sobrevivir y seguir adelante.

A todas esas malas personas que pasaron por mi lado, manipuladoras, serpientes que se cubren con escamas de bondad para parecer algo y no son mas que escoria, vendedoras de mentiras, violadores de conciencias, sepulcros blanqueados, ladrones de identidad y de criterios personales, me robaron todo, la ilusión, las ganas de vivir, la esperanza, que dicen es lo último que se pierde, me rompieron por dentro y por fuera. Hay cosas que ya no se pueden recomponer, lo sé bien porque llevo 3 prótesis y nunca es lo mismo. Mercachifles de dinero de los que Cristo echaría del Templo a latigazos. Les haría un buen juicio para denunciarlas como se merecen. Mentirosas, con doblez, cuando me puse tan mal me llegaron a decir que si sabían que me iba a poner así, me hubieran dicho otra cosa, ¿qué otra cosa? ¿Otra mentira mayor…? Por qué no me dijeron “la otra cosa”. Aún la estoy esperando.

Espero que todas esas acciones que hicieron y que veo siguen haciendo, se les vuelvan contra ellas y exploten de vergüenza. Espero que la vida les haga justicia y no lo digo como una maldición, sino que se tendrán que arrastrar ante Dios para conseguir sus migajas de perdón. Y si no lo hay, ya he visto que la vida te da lo que siembras y me ha tocado vivir, en otros, finales de vida muy duros, solo hay que esperar…

Tampoco entiendo la actitud de la Iglesia con este tema. Después de todo lo que se ha enviado, escrito, de lo que han oído. Pero ¿a qué esperan? ¿De qué tienen miedo? ¿De haber canonizado a alguien que no era canonizable, con un proceso falso? ¿Qué pasa? ¿Tampoco sabe rectificar? Si, ya, también son humanos. Pero con pruebas tan abrumadoras como las que tienen, leen o reciben…Les debe convenir seguir como tapaderas.

No sé, no creo que sea prudencia, más bien tibieza y… “a los tibios los vomitaré de mi boca”. Nos escandalizan más con este comportamiento. Creo que no harán nada, es muy difícil hacer las cosas bien y hay que ser muy humilde. Ha de pasar mucho tiempo, con eso juegan, con el tiempo, a ver si se nos olvida dejar de darles la paliza

Ya, me da igual. Todo es lo mismo. La vida sigue igual. Nos repetimos, yo ya no entiendo nada, pero sigo como todos, haciendo lo que puedo. Se que llegará el final y “quizás” me entere de algo, aunque entonces me seguirá dando igual.

Os decía que he perdonado todo a todos. A mi padre sí, porque me pidió perdón llorando, arrepentido de cómo me había tratado… Después de escribir todo esto, me estoy cuestionando el perdón a la gente de la obra, y a la Iglesia, pero no veo arrepentimiento por su parte. Y sin arrepentimiento no hay perdón.




Original