Visitas al psiquiatra siendo numerario

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Por Ruta de Aragón, 26.01.2007


Ya escribí hace unos días, sobre mi opinión personal, de cuales creo que son algunas de las causas, de los trastornos mentales y la visión que creo, que tiene el Opus Dei, de los tratamientos psiquiátricos para numerarios consagrados, en el Opus Dei.

Hoy quiero contar mi experiencia personal, de mis visitas al psiquiatra siendo numerario del Opus Dei, por si sirve de ayuda, a aquellos que se puedan ver en una situación similar.

Llegó un momento en mi estancia en el Opus Dei que me puse muy enfermo de la cabeza, me quería ir del Opus Dei y no me dejaban; la verdad, es que los directores me toreaban, y yo no me daba cuenta, me decían que no me preocupara de nada. Yo no sabia lo que me pasaba, y los directores y sacerdotes lo sabían menos, aunque me hablaban, como grandes entendidos en la materia.

Fui a hablar con el director y le dije que estaba muy mal. Como el director sabía que me quería ir del Opus Dei, lo interpretó en clave de estrategia para irme del Opus Dei, como el niño, que dice que esta malo para no ir a la escuela; o el trabajador. que dice que esta malo, para no ir a trabajar. Lo que yo jamás llegue a imaginar en aquel entonces, es que estuviera en la cabeza de los directores la idea de querer hacerme un hombre en sentido espiritual.

Tampoco había imaginado que si uno decía que se quería ir del Opus Dei, se le considerara un "maricón" en sentido espiritual, a lo Opus Dei, que nadie me mal interprete. Ya lo decía San Josemaria: "Hijos míos, soñad, y os quedareis cortos". Desde luego, yo me quedé cortisimo.

Lo mas gracioso es que, a día de hoy, alguno de esos directores ya no es numerario del Opus Dei y supongo, que andará por esos mundos de Dios, haciéndo el hombre... Uno tiene la seguridad interior de haber vivido con algunos de los tíos más cortos, y con algunos de los peores tíos del Siglo XX Como decía Don Quijote "Cosas veras amigo Sancho, que harán hablar las piedras."

Ni yo entendía los síntomas de mi enfermedad mental, ni los directores y sacerdotes muchísimo menos. El director me dijo que, para ir a un psiquiatra, se tenía que pedir una dispensa a no sé qué sitio del Opus Dei, y que ya se vería.

A los dos meses, el director me dijo que había llegado la dispensa [autorización] y que ya me podía visitar un psiquiatra.

Yo nunca dije nada de aquél proceso psiquiátrico a mis padres, pues sabia que si les decía algo, vendrían a buscarme enseguida. Quería intentar arreglar todo aquello, yo solo.

Nunca antes había estado en un psiquiatra, era como si de repente, te toca el gordo de la lotería, algo que no te ha pasado nunca.

Yo, sencillamente, no tenia ni idea de qué se hacía en la consulta de un psiquiatra. Para mí era algo increíble haber llegado a esa situación de tener que ir a un psiquiatra. Yo pensaba decirle que estaba muy mal y hecho polvo, y a ver qué decía el hombre, y si me podía curar.

El psiquiatra que me tenía que visitar era supernumerario, y el día que fui por primera vez, me acompañaron el director y el subdirector; yo entendía que los dos estaban muy interesados en intercambiar opiniones con el psiquiatra sobre mi salud mental.

En la sala de espera no había nadie, sería lo de menos; lo que me llamó la atención fue, que al pasar a la consulta, entramos los tres, el director, el subdirector y yo.

Yo creía que entraría solo a la consulta del psiquiatra, por lo menos, al principio de la visita, pero no fue así, entramos los tres: director, subdirector y yo.

En ningún momento pude hablar a solas con el psiquiatra. Ni se me ofreció esa posibilidad de hablar a solas con él, ni por parte de los directores, ni por parte del psiquiatra.

En un lado de la mesa de la consulta estaba el psiquiatra; en el otro lado de la mesa estábamos los tres: yo en el medio, y sentados uno a cada lado mio, el director y el subdirector; éstos, de una manera consciente tocaban con su pierna mis piernas, uno por cada lado. Enseguida comprendí el mensaje; era como una especie de control, sobre lo que yo pudiera o quisiera decirle al psiquiatra.

El psiquiatra me pregunto que qué me pasaba; yo dije que nada, que estaba mal y nada más, casi no podía hablar más.

Los directores, reían. No podía faltar, en esta comedia, el entrañable "Voto de alegría" del Opus Dei.

Me recetó varias pastillas, no me dijo si tenia esto o lo otro. En el centro me compraron las pastillas y les quitaron los prospectos para que no pudiera leer nada.

Volví, creo dos veces más al psiquiatra, con el mismo sistema, custodiado por el director y subdirector.

Enseguida comprendí, que el psiquiatra era un pobre hombre, donde prevalecía ser supernumerario y las instrucciones que tenia de los superiores del Opus Dei; a poder, tratarme como a un paciente más. Nunca me dijo que quería hablar a solas conmigo. Yo veía que la situación no le gustaba, pero aguantaba la comedia teatral.

Los cuatro escenificamos una de esas comedias, esas maravillosas comedias, tan bonitas para San Josemaria, cuyo único espectador es La Santísima Trinidad, como a San Josemaria le gustaba decir.

Estando en esta situacion, vino al convento donde yo vivia, a la tertulia de después de comer, un psiquiatra creo que también supernumerario. A mí me gustó lo que dijo en la tertulia, y le dije al director del convento, que me gustaría que me viera ese psiquiatra.

El superior del convento me dijo, enfadado, que qué me había pensado, que iría al psiquiatra que dijeran los superiores del convento, y que además el psiquiatra al que había ido me hacia el favor de visitarme gratis; y que si esa era mi forma de agradecerlo, queriendo ir a otro.

Días más tarde con 21 años por aquel entonces, llamé a mis padres, vinieron a buscarme, y se acabó el Opus Dei para mí, institucion donde el que entra no sale, y el que sale, da gracias a Dios.

Y fui a psiquiatras como Dios manda, que me trataban como un paciente más, y me cobraban como a un paciente más. Y no hacían esas comedias tan maravillosas, a lo divino, delante de La Santísima Trinidad, y que tanto gustaban a San Josemaria.

El psiquiatra, lo pagaron muchas veces mis padres. El Padre, no lo pagó.

Desde aquí le quiero dar las gracias a aquel psiquiatra supernumerario, que yo no elegí, por no cobrarme aquellas tres visitas.

Y para finalizar, esta comedia a lo divino, cuyo único espectador es La Santísima Trinidad, voy a ofrecer un número musical.

La canción, que más me gusta, del cancionero del Opus Dei.

PESCA SUBMARINA

1. En el mar hay peces grandes a millares,
tú lo sabes, tú lo sabes.
Hay que hundirse suavemente y sin pesares,
y de pronto se estremece el corazon:
se descubre un mundo mas maravilloso,
silencioso, misterioso,
donde viven muchos peces de colores.
¡ El sueño azul de un pescador!

(Estribillo)
A mi, me gusta la pesca;
pero pesca submarina,
que perseguir a los peces
es una cosa divina.
A mi, me gusta la pesca
sin anzuelo y sin sedal,
que eso de esperar que piquen
no me va, que no me va.

2. Para ser un pescador de garantia,
valentia, valentia.
Es preciso hundirse pronto y suavemente,
y meterse por las cuevas sin temor.
Cuando ves un pez, te pones a su altura,
con soltura, con finura;
le disparas el arpón con punteria,
lo agarras luego y se acabó.

(Estribillo)

A mi, me gusta la pesca........



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