Vidas cruzadas

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Por Satur, 21 de mayo de 2007


Le conocí cuando él era un joven profesor encargado de 3º de Primaria en un colegio de provincias. Hijo único de familia humilde, criado en un pueblín que está donde el viento da la vuelta, en aquellos años parecía que todas sus aspiraciones personales y profesionales estaban más que satisfechas. Terminado magisterio había encontrado un puesto de trabajo, se había casado con una mujer de exótica belleza y, supongo, en su ambiente, se le veía como alguien que había llegado a ser “muy principal” en el colegio de la opus. Era un tipo muy ambicioso: un trepador nato. Hay peces que “arriban”, migran hacia el naciente para asegurar su descendencia, pues este pececillo comenzaba entonces su largo recorrido de bocaneos y braceos, siempre hacia arriba, superando saltos y escollos de la manera más asombrosamente natural, sin reparar en medios que le justificaran, costase lo que costase...

Se llama Joan.

El colegio, la verdad, era un auténtico circo. Fui allí desterrado y en una situación personal muy parecida a la del preso con la condicional. Esto significa que mi implicación con aquella tropa de profesores fue, el primer año, nula. Sin embargo, la peña que allí trabajaba era para darles de comer aparte: la tropa de Pancho Villa. El primer profesor que me encontré al llegar allí fue un tipo con nombre bíblico que llevaba una camisa rusa kachachof, de esas sin cuello, cuyos botones se atan a la hombrera izquierda, de color rosa fuerte, mocasines de pala corta y … ¡calcetines blancos de deporte!. En pleno mes de septiembre. Con un par, sí señor.

Había tres grupos. Unos, los afines a la dirección, mejor al director. Otros, los más, los enfrentados - ¡y de qué manera¡- contra el grupito del director… y unos terceros que deambulábamos por allí.

El director era un tipo mesiánico, perfeccionista, muy perfeccionista, inmensamente perfeccionista, decimonónico en sus gestos, feo y nacionalista de campanario. Tenía la conciencia de que nuestro Señor le había elegido a él para darle una vuelta al mundo de la pedagogía, una revolución. Alguien – ignoro el pedazo de cabrón que le introdujo en ese mundo- le iluminó enseñándole la doctrina de un tal Bloom y su taxonomía, y nuestro hombre decidió dedicar su vida entera a Bloom. Era una auténtica obsesión. Todo nacía, se desarrollaba, se contemplaba y se realizaba según la perspectiva de Blom: en Bloom nos movemos, existimos y somos.

No exagero. La primera entrevista que mantuve con él me preguntó.

- ¿Te gusta la pedagogía?

A mi, la verdad, esas preguntas tan así me ponen muy nervioso. Es como una vez una superdirectota de proyectos de Fomento que me mira muy de seria y me pregunta “¿crees en el PROYECTO?- se refería a los proyectos de Fomento llamados Optimist, Snipe, aceitera, creados por las mentes microcefálicas de unos cuantos cracks … y que actualmente descansan en el sueño de los justos. Amén.

La miro muy de serio también y le contesto “¡ sí, CREO!”. Y ella, entonces, y sólo entonces, me sonrió (mejor se le cuarteó la cara y se le lleno de horribles arrugas que surcaban aquí y allá, como un plato de gulas) y me dijo “¡¡¡bieeeeeeeeennnnnnn!!!”. Y yo sonreí aplaudiendo con mis manitas entusiasmado.

- Sí, bueno, más o menos – contesté al director.

- ¿Conoces a Bloom?.

- ¿El del matamoscas?....

Dejó de hablarme durante un tiempo. Había blasfemado sin darme cuenta.

Este hombre tenía una capacidad maravillosa de meterse en charcos. En aquella misma entrevista me hizo la siguiente consideración “oye, mira… ¿a ti te llaman Suso?... porque, no sé, me parece que con ese nombre te van a faltar al respeto… quizás mejor que te llamen Don Jesús… es que lo de Suso suena a nombre de perro…”. Auténtico el tío. Un trancas de cagarte. Ganando amigos.

- Prefiero tener nombre de perro a cara de conejo – le contesté.

Y es que al tío le ponías una zanahoria en la boca y sólo le faltaba decir “¡qué hay de nuevo viejo!”.

Como se ve, nuestro primer encuentro no fue muy amoroso.

Se llamaba Miquel.

Los que estaban enfrentados con la dirección eran profesores con crustáceos en el casco y el freno de mano puesto. Iban a la greña y en cuanto podían montaban una huelga salvaje, o liaban un cisco por menos que canta un gallo. Si la dirección enviaba una nota sobre la vestimenta del profesorado, los tíos se presentaban con vaquerillos y desarrapados; que se daba un toquecillo sobre la piedad en las formas en el oratorio, pues los tíos se cruzaban de piernas en las pláticas; que había reunión de padres y se aconsejaba asistir para atender a los padres, pues allí no iba ni su agüela.

Una manera que tenían de que se notase que ellos era “otra cosa dentro de la Cosa” era que iban con bata blanca. Esto, como es sabido, en Fomento pone del hígado a más de uno. Y así se les hacía notar, pero, ¡quiá!, ellos con su bata. A más de uno alguna madre que venía de la aldea a hacer preceptoría le llamaban “Doctor Chivurri” (el profe se apellidaba Chavarri), y el tío, sin cortarse, le decía, “cuénteme su caso, señora, cuénteme…”. Éste, que era un guasón, decía que había llegado a auscultar a una…

La peña ésta había fundado una asociación que se llamaba la “UDEA” (Un Día Estuvimos Allí): la formaban todos los profesores que alguna vez pasaron por el colegio y que, o bien se fueron, o les fueron, y que con los que seguían dentro celebraban una cena al trimestre donde se ponía a caer de un burro al colegio, la institución, la dirección y el planeta Tierra. La presidía el director espiritual del colegio, un sacerdote agregado que hacía piña con ellos. Las cenas solían terminar con cantos falangistas, vivas a Franco, a Muñoz Grandes, besos, abrazos, lágrimas … y sin sed.

El cura, que era muy suyo, se tenía por alguien muy muy porque pertenecía al Cabildo de la Catedral y, además, era algo así como el predicador oficial de la misma. Canónigo de Nosequé y de no Sécuántos. Tenía unos modos muy castrenses predicando, muy exagerados y barrocos, y cuando estaba así como muy chutao se daba unos golpes en el pecho de aúpa y decía “¡¡¡MI CORAZÓN SACERDOTAL SE CONMUEVE VIENDO CÓMO OS QUERÉIS, MI CORAZÓN SACERDOTAL SE CONMUEVEEEEEEE!!!...

La verdad es que si en España se crease una asociación de ex opus con el nombre de UDEA – Un Día Estuvimos Allí- , yo creo que barremos: ¡¡¡lo menos 20 millones!!!

La dirección, lejos de amilanarse, se enrocaba y hacía fuerte en sus castillos. Por ejemplo, a finales de curso, y de manera totalmente injusta, se repartían unos sobrecillos a aquellos que se habían distinguido por su dedicación a la causa y buen hacer pelotil. Pero, en ocasiones, iban a hacer sangre. Así un año llamaron a dirección a uno de los cabecillas de la contra que se llamaba Moisés y le dijeron que habían considerado su dedicación y entrega y se lo agradecían con la entrega del sobrecillo. El hombre, todo coloradote y algo perplejo, agradece el detalle y se marca un discurso diciendo que si con él pueden contar para lo que quieran, que no hacía falta el detalle, que su vida era el colegio, los niños y las familias, que estaba seguro que muchos otros profesores también merecían la misma consideración… y se marchó estrechando la mano del comité directivo y haciendo reverencias con la cabeza antes de salir del despacho.

Al poco entró, encolerizado, cagándose en la madre que parió al comité directivo, a Fomento Todo y a la Cuarta Intercostal…. ¡¡¡el sobre contenía 1000 pesetas!!!.

El colegio en eso que se llama “tono humano” dejaba mucho que desear. En realidad la media de asilvestrados era elevadísima y su influencia en el profesorado se notaba: allí con el paso de los años te volvías uno más. Perdías sensibilidad. No me resisto a contar una anécdota.

Estaba en mi despacho. Cerca de él había una clase que, ignoro el por qué, en ese momento estaba sin profesor – allí era muy normal que el profe se fuese a echar un pitillo, o a tomarse un café, dejando la clase sola unos minutos. Derrepenete, depronoto, se escucha una alarido de chavales y uno viene corriendo a mi despacho, gritando, y se me pone delante de mi mesa enseñándome la cabeza. Lo que vi no me gustó nada y, puestos a pensar bien, se me ocurrió que aquel fluido blanquecino que colgaba del cabello del chaval era cola de pegar… pero no, no era cola de pegar: era semen.

Me dio una arcada. El chaval seguía gritando y yo perplejo, alucinado.

Entonces yo era muy del opus y pensé “ joder, ¡vaya pecado mortal!”. Así que me fui a la clase y, efectivamente, allí estaba el “mono”, un tipo que se llamaba Marc y que los chavales, jugando con el apellido, le apodaban “Tiesa” (huelgan explicaciones), y que estaba justo en el pupitre detrás de nuestro protagonista. El tío se reía que no veas. Se la había pelao y, hala, se limpia en la cabeza del delante. Lo engancho por el pescuezo y me lo llevo a dirección hecho un basilisco.

Llego a dirección con la criatura y exijo la expulsión inmediata del pecador. Miquel no da crédito a lo que escucha. En estas estamos cuando aparece la cabecita del sujeto paciente – no sabía que nos había seguido hasta el despacho del director-… ¡¡¡con el churretón todavía colgando del cabello!!!. La escena la pilla Almodóvar y hace un peliculón.

Miquel hace salir a los chavales y me endilga la consideración de que son cosas de la edad, que no hay que darle más importancia, que merece una sanción, pero no tan drástica…

Ya digo: te acostumbrabas a todo.

Joan había decidido seguir la estela del barco de Miquel y pronto fue su discípulo más sobresaliente. Aunque el grupo de afectos al régimen eran unos cinco o seis, Joan destacó enseguida entre todos ellos. También estos acostumbraban a cenar en compañía de sus esposas – aunque en este caso ni se cantaba, ni se besaban, ni se cogían peonzas - y allí soñaban con repartos de poder, tiempos de gloria Bloomera y un colegio sin “gentuza”.

Joan tenía un don y un defecto. Su don era la voluntad; una voluntad dirigida única y exclusivamente a alcanzar una meta: llegar más alto. Y un defecto: era – es – muy inseguro. La inseguridad, cuando no se tiene cabeza se suple imitando gestos, actitudes, palabras y modos de los que crees que son seguros, de los que admiras, de lo que te parecen líderes para los demás. Y eso es lo que hacía nuestro hombre. Era un copión.

Al principio se le notaba un poco, pero pronto perfeccionó sus errores, sus equivocaciones, las faltas de sus malas imitaciones: comenzó a saber vestir (iba hecho un pincel), a saber saludar, saber presentarse en sociedad, a saber aparentar seguridad, a saber dominar sus tics, sus angustias, sus miedos. Supo dominar la escena preparándose durante horas charlitas de diez minutos que debía impartir a los padres, no dejando nada a la improvisación, interiorizando y repitiéndose el mismo guión durante días, el tiempo que hiciese falta para dar la imagen exacta que quería aparentar de sí mismo, y la que quería que los demás advirtiesen.

Hay que tener cuidado con lo que se sueña porque es seguro que un día ese sueño se nos presentará. A Joan un día su sueño se le hizo realidad pero, ¡ay!, a qué precio, porque hay sueños que su consecución significa dejar de vivir con el alma intacta, fresca, inocente… en el retrato de nuestra vida, desde aquel día, y para siempre, hay una bolsa de monedas que tratamos de ocultar de las miradas de los amigos de aquella última cena.

De todas formas, lo primero que hizo nuestro buen hombre fue pitar de supernumerario. Esa lección la aprendió deseguida deseguida.


En nuestro hombre, Joan, se intuía un algo de artificio en su manera de hablar, de saludar, de escuchar. No sabías qué era, pero se presumía que aquello era más de pose que algo natural: no era de cuna.

Una tarde, tomando un café, se nos acercó una madre del colegio que tenía dos restaurantes muy conocidos en la ciudad. Se sentó a darle a la hebra y en un momento dado le dice a Joan…”¿sabes dónde te conocí a ti por primera vez?”: en el Hotel Tal, en un curso que se impartió sobre cómo ganar amigos e influir sobre las personas del Carneggie ése”. El tío se azoró un poco, pero se sobrepuso…

Así que era eso. Efectivamente, toda su estrategia era “comercial Carneggie”. La seguía al dedillo, por el libro, y no se le escapaba detalle. Por ejemplo, de manera difícil de percibir, te acariciaba con frases que daban a entender lo inteligente que tú eras, lo simpático que tú eras, lo maravilloso que tú eras – que son estrategias barato-chungas de los cursos esos… parecía que estabas con un buen recepcionista de un Hotel de cinco estrellas Gran Lujo, uno de esos que te hacen sentir un tío importante…”caballero, por favor, si es usted tan amable, ¿podría hacerme entrega de su carnet de identidad?... muchas gracias, señor, muy amable…

Me temo que hizo más cursos acelerados porque cuando alcanzó una pluma y llegó a subdirector te llamaba al despacho, te hacía sentar, te observaba con una sonrisa en silencio durante unos segundos y, sin dejar de sonreír, te amonestaba y a continuación, después de otros breves segundos en silencio, añadía: “sin embargo, seguimos teniendo una gran confianza en ti, a todo buen escribano le cae un borrón, y esperamos que no se volverán a repetir actitudes de éste tipo”.

Y uno tenía la impresión de haber leído eso mismo en “El Ejecutivo Mernabo, de cabo a rabo”.

Aceptaba mal que la vida le llevara la contraria, no digamos cuando los que le contrariaban era las personas humanas cuerpos. Se hundía y se quedaba sinceramente perplejo. Alguien lo escribió mejor: la señal de mala voluntad en una persona es que no puede sufrir su fracaso. Así, un año se presentó por la candidatura oficial de la dirección del colegio a las elecciones sindicales. El hombre se lo curró, y visitó uno a uno todos los despachos, y a todo bicho viviente: personal docente y no docente. Por supuesto, también se presentó la candidatura de la contra. Ya se sabe, los hijos de la Tinieblas son más listos que los hijos de la Luz. Y ganaron.

Le encontraron después del recuento de votos llorando en un aula vacía. Para su desgracia el que lo encontró era Chivurri “colmillo blanco”. Le intentó animar, pero nuestro hombre, presa del desánimo y de la sorpresa que le había provocado su derrota, le enseñó un papel con todos los que él presumía que le iban a votar, los más seguros, los dubitativos… ¡y estaba convencido de su victoria!. Pero le habían fallado, le habían mentido, se habían mofado de él.

Entonces era un maestro de primaria …

En Fomento hay una norma no escrita que dice que para ser directivo de un colegio hay que poseer título universitario. Y a eso se pusieron algunos de los afines a la dirección.

El núcleo duro del digamos bando de Miguel Bloom eran tres: Joan, Jordi y Ramón. Los tres jóvenes, los tres ambiciosos, los tres recién casados, los tres supernumerarios, los tres muy amiguetes. Una piña. Eran como el Trium Puerorum.

Jordi era, y es, un trepilla de tres al cuarto, y como Miguel, feo, nacionalista de campanario y con un estilo enredador y ventanero. No tenía la voluntad de Joan y, lo que es peor en alguien ambicioso, la envidia le podía. Ser ambicioso y envidioso es, sencillamente, incompatible. Por esa razón Joan le ganó la partida; Joan no era envidioso. Joan sólo tenía una idea. Y Jordi perdía fuerzas y energía en quedar bien con todo el mundo, en dejar caer aquí y allá infundios y calumnias, y en dispersarse hacia no se sabe donde por culpa de los celos. Era muy celosete.

Ramón, de los tres, fue el más ingenuo. Miguel vio en él una capacidad enorme de gestionar, de organizar, de encauzar los problemas y comerse los marrones. Y lo nombró secretario del Comité directivo. Era el perro de presa, el que se metía en todos los charcos, el que gestionaba absolutamente todo. Le hizo ser el malo de la película, y él, gustoso, porque le iba la marcha, se prestó a ello con todas sus fuerzas. Nada se movía sin Ramón.

Poco sospechaba que tanto Jordi, como Joan, cuando las cosas iban mal, le echaban la culpa de todo.

Miguel dispensaba cacahuetes a los tres, de vez en cuando y, también de vez en cuando, les tascaba el freno. Miguel, en eso de motivar era un tanto curioso, pues le gustaba jugar a psicólogo de chichinabo y, mientras te motivaba, te explicaba el por qué de tus comportamientos: mira, tú eres muy extrovertido y esa extroversión, unida a un cierto comportamiento histriónico de tus dotes artísticas, hace que atraigas a las personas del otro sexo, cosa muy interesante en un colegio, pues son las madres el motor de lo bueno y lo malo que en él existe.

Y se quedaba tan ancho.

Y decidieron cursar la difícil licenciatura de Psicopedagogía en la universidad de Tarragona. Y durante años, por la tarde, se cogían el coche y, hala, dale que te pego, a por el título universitario. Fueron años donde la piña se unió más que nunca: se repartían apuntes, se hacían los trabajos juntos, rezaban el rosario como buenos cristianos durante el viaje, celebraban sus aniversarios, cenaban con sus parejas… y soñaban, entre abrazos y guiños de complicidad, con un pastel fantástico.

En la vida, ya se sabe, el hombre propone y Dios dispone. Eso es en la vida. En Fomento hay una tercera vía, que no sé exactamente a quién se debe, pero que se da con la tozudez de los ciclos de la naturaleza. Parece como si alguien desde un despacho, un día cualquiera, le da el puntazo y grita “ ¡a tomal pol saco todo!. Y, pimba, a miles de personas – familias, profesores y alumnos -, les cambia la vida toda. Así que diremos eso de “el hombre propone, Dios dispone, y Fomento “¡¡¡ahórale, mi veyyyyy, que voy voyyyyyy!!!”. Y es que aquel curso habían cambiado la Dirección General de Fomento y se había nombrado Director General, o Consejero Delegado, a un crackscatacracks de lo más que no veas llamado Santiago, aunque se le conocía por Santi.

Santi era un tipo agresivo ejecutivo que comenzó como muchos han comenzado en Fomento, en plan “¡deháme zolo que ezto me lo como en un plis plas!”, y que años después salió como Paquirri en Pozoblanco y eso de “uzté tranquilo dotó, mi vida depende de uzté….”. Un botón de muestra: cuando Don Santiago entró se peinaba con raya en medio, muy ajustada y de fino dibujo. Y al salir se peinaba patrás, a bulto, fruto de la desesperación diaria.

Y éste Santi un día cualquiera de un mes de abril de aquel curso escolar llamó a Madrid a Miguel. Abril en Fomento es un mes de expectativas, de planteamientos futuros, de diseños de estrategias… y allá se fue Miguel, con su mejor traje, su mejor colonia, su cartera de cuero y su sonrisa dispuesta a adornar el más que previsible ascenso.

Cuando regresó le habían cesado fulminantemente. Así, en vena, en abril, y sin motivo aparente. Nunca olvidaré la cara de aquel hombre que entró al colegio sin abrir la puerta, por debajo. Había ido sacando pecho para que le colgaran la medalla y, a cambio, le habían metido un collejón en la nuca y le habían dicho “ ¡¡¡hala, a cagar a la vía!!!”.

Imaginaos el bombazo que fue aquello en un colegio de provincias: todo el comité directivo cesado en abril .

Íbamos a ver muchos cambios en muy poco tiempo.


El impacto del cese del comité directivo fue como el fogonazo de magnesio que quedará impresionado en las retinas de generaciones y generaciones de profesores y alumnos. Nadie podía pensar qué había sucedido, qué habrían hecho, para que fueran fulminados de esa manera. Parecía que se repetía la escena neotestamentaria de Ananías y su mujer delante de San Pedro, esa que en dos líneas se van los dos a la mierda sin contemplaciones.

Y, lo que era peor, no se les echaba del colegio: se les cesaba, pero seguían como profesores de a pie . Eso era una humillación en toda regla. Y un regocijo y alegría festiva para el resto que se frotaban las manos sólo de poderles mirar cara a cara y decirles “a ver, a ver, ¿cómo era eso del sobrecito de las mil pesetillas, pedazo de cabrón?”…

Se resistieron como gato panza arriba. Escribieron a Comisión, fueron a Comisión, escribieron al Padre, fueron a la delegación, movieron todas sus influencias, amenazaron con todo tipo de querellas, apelaron a las más altas instancias… y, nada, a la puta aula. ¡Pues bueno era el tal Santiago!

Santiago que, por cierto, además de la raya en medio poseía un bigote de color rubio que destacaba sobre su negro natural (¿bote?, ¿nicotina?, ¿sorbetes?...) era un hombre que pensó que Fomento necesitaba de auténticos profesionales que supieran gestionar los colegios. Y para Santiago los colegios eran empresas, así que… quién mejor que los empresarios para dirigir un colegio. Dicho y hecho: buscó entre los padres de los colegios empresarios de prestigio que dirigieran los centros según criterios de empresa, y no poetas y licenciados en pedagogía que no tienen ni puta idea de qué es eso de un balance y que habían llevado a la bancarrota a la Institución.

Se empeñó en ello y al cabo de un año tenía decenas de colegios en manos de empresarios locales, en general padres prolíficos además de supernumerarios entregados a la causa. El problema era que, la verdad, cuando un empresario triunfa en su empresa es muy difícil que la abandone por un colegio, por muy grande y bonito que sea, así que los fichajes, en general, eran de medio pelo - acorde al sueldo que ofrece Fomento a sus directores - y, todo hay que decirlo, no sabían donde se metían. Un colegio no es una empresa.

En el colegio que nos ocupa el director que se buscó era, efectivamente, un peso pesado, y un fichaje de primera. Trabajaba en Madrid, pero su mujer – los dos ya eran mayores – vivía en nuestra ciudad y por razones familiares decidió asentarse y estar cerca de los suyos. Se puede decir que perdió mucho a cambio de nada. Demasiado buena persona, demasiado buen profesional, demasiado honrado para la panda de navajeros, vagos, malagente, tristes aves de corral, cobardes, envidiosos y mediocres de distinto signo que allí se iba a encontrar.

El que lo vio, lo sabe.

Doy gracias Dios de no haber estado allí para ver el final profesional de aquella grandísima persona.

Pero sí vi, y desde el palco, lo que a continuación se cuenta.

Habíamos dejado a Miquel y a Ramón – director y secretario del comité directivo – cesados y con cara de “pero cómo é que ma pasao esto a mi”. Pero la cosa se complicó más. Resulta que Ramón, mira tú por donde, aunque a todos los efectos ejercía de secretario del comité directivo, y durante seis años, no había sido nombrado de manera oficial por Fomento. Digamos que Miquel le ascendió, pero no lo comunicó a las oficinas centrales, de tal modo que, aunque de facto lo era, y así se le reconocía autoridad en el colegio, de iure no lo era.

Cuando Fomento te nombra directivo te lo hace saber mediante comunicación escrita. En el caso de Ramón no era así. Y de eso se hace valer Don Santiago and friends para comunicarle a Ramón que pasa a ser profesor de 2º de primaria y que a efectos de contrato y sueldo que se olvide de su antiguo puesto porque no hay nada. Y si no te gusta, pues vete.

¿Quién entra a formar parte del nuevo comité directivo?, ¿hein?... ¡bingo!: nuestro amigo Joan. Joan es el nuevo subdirector.

Misterio grande saber cómo aparece el licenciado Joan en la nueva terna. Pero allí está. Mientras tanto, Jordi, que ve que pintan bastos, cambia rápido de chaqueta, se quita los tatuajes de Bloom, se pinta nuevos tatuajes, se aleja de Ramón – está enloquecido con el cese y amenaza con querellarse con Fomento, con Santiago, con la Prelatura y con todo el que se le ponga por delante -, y se arrima zalamero al nuevo director y a Joan, palmea a profesores y alumnos, y dice que no le extraña nada el cese de Miguel, que había ido demasiado lejos…

Ramón, en una espiral de obsesión por su causa y sintiéndose muy solo, decide llevar a magistratura a Fomento. Está seguro que serán muchos los que declararán que, efectivamente, él ejerció durante seis años de secretario del comité directivo, por lo tanto sus derechos como directivo serán respetados y su antigüedad en sueldo admitida- Mientras tanto, seguía en el colegio de profesor de un curso de primaria.

Llegó el deseado juicio. Yo no presencié los hechos, pero sí el resultado. Horas después de la vista fui a visitar a Joan a su flamante despacho de subdirector - ¡cómo les gusta cambiar decoraciones y disposiciones curiosas a muchos directivos!- y me lo encuentro abatido, casi lloroso, hundido. Acababa de declarar en el juicio representando a Fomento como directivo y su mala conciencia le delataba. Sabía que había traicionado una amistad de años… pero como le dijo santo Tomás Moro a su traidor amigo en otro juicio, siglos antes,… “¡si es por Escocia!”. Y así me lo contó.

Le preguntó el juez – que no sé si era jueza – refiriéndose a Ramón, “¿conoce usted a Ramón Tal y Tal”. Y Joan contestó “ no”.

Ramón, su abogado, el mismo juez, le miraron incrédulos. “¿Que no conoce usted a Ramón Tal y Tal?”. – insistió.

“No. No le conozco. Quiero decir que no le conozco como Ramón Tal y Tal secretario del comité directivo. Le conozco como profesor del colegio… pero como Secretario, no, no le conozco. Para mi siempre ha sido un profesor más…”

Creo que nunca más rezarían el rosario juntos estos dos… Espejo de justicia… ¡¡¡RUEGA POR NOSOTROS!!!

A la salida del juicio se tuvo que tragar muchos, pero muchos sapos. Pero, ¿qué?, él allí ni siquiera era Joan Tal y Tal, era un directivo representando a su empresa.

La bolsa con las treinta monedas de plata ya está pintada desde entonces en sus retratos, aunque quisiera ocultarla.

La vida siguió para cada uno de ellos.

Miguel dejó el colegio, previo acuerdo económico, a inicios del siguiente curso. Hay que decir que fue un señor hasta el final. Supo retirarse con dignidad, a pesar de su soledad y del abandono de sus mejores amigos (¿amigos?). Sigue siendo supernumerario, que yo sepi.

Jordi sigue jugando al básquet y moviendo muñeca. En cada cambio ha sabido dar el salto a última hora, se ha limpiado tatuajes para dibujarse otros nuevos, y ha dejado unos cuantos cadáveres en la cuneta. Sigue siendo supernumerario.

Ramón sigue en el colegio. Le ha ido un poco mejor desde aquel día del juicio. No mucho mejor. Durante un tiempo, en su despacho, tenía un tríptico: en un lado había una alfa, en otro una omega, y en medio una foto de Santiago. Era un modo de esperar su venganza: estaba convencido de que volvería algún día al comité directivo. Sigue siendo supernumerario.

Santiago salió por la puerta de atrás, como tantos en Fomento. Le echó la culpa a las directoras de los colegios, y así lo escribió en una carta de despedida que envió a todos los directores de todos los colegios de Fomento. Si alguien le ve, es mejor no recordarle esos años. Creo que ha vuelto a peinarse con raya en medio.

Joan , después de dos años de subdirector, fue nombrado director en otro colegio. Allí mejoró su condición, afinó la puntería, esmeró estrategias y supo “arribar” hasta lo más alto en Fomento. El gran recepcionista ha llegado muy lejos y muy alto, también dejando unos cuantos cadáveres en el camino – unos cuantos muchos-, saltando de aquí para allá, acertando siempre en el último momento… pero qué importa eso cuando sólo se tiene un propósito en la vida y como el conejo de Duracel, dura y dura y dura... Sigue siendo supernumerario.

Le sigue delatando un pequeño detalle que no ha sabido corregir. Es bruxista. Normalmente el bruxismo se da durante el sueño, pero a éste le da a todas horas. Los bruxistas, cuando se ponen nerviosos, o algo no sale como ellos desean, o se contrarían si las cosas no acaban de tirar, de manera incontrolada, frotan las mandíbulas unas con otras produciendo un ruido seco, sordo y muy potente. Como si se arrastrase un mueble por el suelo sin encerar.

Esto, el que lo sabe, lo usa a su favor. Se dedica a ponerle nervioso, a llevarle la contraria, por el gozo de escuchar el croccotocroccroc de un tío que te mira en silencio, sonriendo y aparentemente sereno… y por dentro se está cagando en tós tus muertos.

El bruxista piensa que no se oye el crocrotocroc que producen sus mandíbulas, pero sí se escucha sí: más de uno encoge los hombros y achina los ojos pensando que se le cae el techo encima.

Vivimos en tiempos donde los mediocres se aúpan y escalan clavando sus garfios a cambio de un poquito de poder, de un mucho de vanidad y de océanos de estupidez , eso sí, con la seriedad de los mulos. Están en la política, en el periodismo, en la universidad, en la banca, en la educación… a diario somos testigos de biografías vacías y huecas que han llegado miserablemente a puestos que dan miedo. No hay nada.

Como canta el gallo en la versión de Wal Disney en Robin Hood: “ciudades hay, que pasan tiempos bien, y pasan tiempos mal… pero nunca hay tiempos bien, jamás en Nottingham


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