Una visión particular del Opus Dei

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Por Guttemberg, 24 de septiembre de 2007


Con el paso de los años fuera del Opus Dei (y van casi los mismos de los que estuve dentro) me he ido dando cuenta de la gran cantidad de mentiras, eufemismos, de engaños a los que fuimos sometidos. Cuando pité todo me pareció muy bonito, al menos así me lo pintaron. Recuerdo que conocí más de cerca el Opus Dei en el UNIV de 1994 (ver mi escrito de 27 de marzo de 2005) al que asistí con bastante gente, algunos de los cuáles siguen dentro y otros no.

Pero poco a poco me fui dando cuenta de que las cosas no eran tan bonitas como las pintaban (tuve que renunciar a cosas a las que en ningún momento me dijeron que tenía que renunciar, nadie me habló de cilicios ni disciplinas, de madrugones los fines de semana y veranos, de duchas de agua fría, de filosofías ni teologías,…)...

Uno de los temas que más daño me llegó a hacer, y creo que es algo que aún no he conseguido superar plenamente es el exhaustivo control al que uno se veía sometido, que llegaba hasta el punto de anular tu capacidad de decisión (algo que me ha acarreado más de un problema), la intimidad (ver escrito de 2 de junio de 2004). Todo estaba plenamente estructurado, no había lugar a la improvisación, y cualquier atisbo de la misma era cortado de raíz (sobre todo en el CdE). Te hacían sentir alguien inferior, sin autoestima. Sin embargo todo lo que me rodeaba tenía gran dosis de inmadurez, infantilismo, falsedad… Me hicieron perder completamente mi personalidad, mi forma de ser, mi alegría,… Creo que esa sí la he recuperado, gracias a Dios

Pero el control era recíproco ya que estábamos obligados a controlar al resto “por el bien de las almas”, para que nuestros queridísimos hermanos (la única hermana que aún se preocupa por mí realmente es mi hermana de sangre, numeraria, pero que me quiere y respeta muchísimo) cumplieran su plan de vida, sus obligaciones, no desentonaran, vivieran el espíritu…. Cuántas Cfr (correcciones fraternas) absurdas me habrán hecho y habré hecho porque había que hacerlas. Cosas de lo más peregrinas como que arrastras los pies cuando andas, ensucias mucho la servilleta del desayuno, haces ruido al cerrar una puerta o estás muy activo por la mañana y eso molesta a los demás).

Todo era un conjunto de criterios absurdos, de prohibiciones sin sentido en cuestiones triviales y no tan triviales (cosas que cualquier persona del mundo hacía y hace sin que en ello les vaya la vida) de hacer las cosas porque hay que hacerlas, porque sí, no porque algo nos guste. A quién no le han dicho eso de “haz deporte para desengrasar”, “vamos a ver esta película para desconectar”, “deberías tomar café para no dormirte en las tertulias o estudiando”, “vamos de excursión, que veo que necesitas airearte”, “deberías leer más y cultivar la mente”, “acuéstate pronto que tienes que recuperar sueño”. ¡Qué absurdo! Ahora hago y veo deporte porque me apasiona, me siento bien y me ayuda a conocer a mucha gente; voy al cine o veo películas porque me apetece verlas sólo o con mi pareja; leo una media de 40 libros al año porque me distrae, me hace los trayectos en metro y tren más amenos (y lo mejor de esto es que nadie me dice lo que tengo o no que leer en cada momento, porque, menudos ladrillos me recomendaban); voy de excursión cuando me apetece; el sueño no se recupera, duermo poco actualmente, pero si un sábado o domingo puedo, me quedo en la cama dormido o despierto hasta las tantas descansando; eso sí, no tomo café (me sienta fatal), directamente duermo una ligera siestecita que según los médicos (salvo los de la secta) es buena para la salud.

El tiempo de la noche, el tiempo de la tarde, no se podía hablar, sólo recitar mentalmente jaculatorias y palabras sin sentido, llevar la mente al Sagrario, estudiar o trabajar, en definitiva no pensar, no tener la cabeza en las preocupaciones ordinarias. Las pérdidas de tiempo que suponía el retiro mensual, los cursos de retiro (que lo único bueno que tenían era que desconectabas y dormías un par de horas más al día), el curso anual (las vacaciones soñadas por todo ser humano), convivencias de estudio (en las que lo que menos se hacía era estudiar, metiendo con calzador todas las normas), y un largo etc…

En muchos casos rozaban la paranoia, como por ejemplo con el tema de la pureza, el trato con el sexo opuesto (e incluso con el propio), medidas de prudencia, el trato con la administración (prácticamente las únicas personas a las que deberíamos estar agradecidos), la forma de vestir, el pudor (que no se te ocurriera ir a la ducha sin el albornoz),…

Las parafernalias que se montaban en fiestas, cumpleaños y demás eventos que estaban llenos de hipocresía y artificialidad. Esos momentos, amén de los detalles de servicio que debías tener para con tus hermanos (ver mi escrito de el 8 de abril de 2005), me hacían ver más claramente la falsedad con la que se vive en el OD.

Por otro lado, se supone, o al menos eso me dijeron siempre, que en el OD todos los miembros éramos iguales. ¡Y una mierda! Yo no tenía habitación individual ni baño completo en mi habitación como los directores y los curas. Yo no tomaba ninguna decisión en mis centros (y eso que el gobierno era colegiado). A mí nadie me rendía cuentas y yo las tenía que rendir a 4-5 personas distintas. Yo no podía vestir de marca y otros sí. Te enterabas de la misa la mitad mientras ellos se enteraban de tu vida y algo más.

En definitiva, me doy cuenta de que estuve viviendo engañado, que fui programado para hacer lo que ellos querían que hiciera en cada momento, ser un proselitista fanático, me elegían los amigos, que no fui feliz pese a que todos los directores me decían que el sufrimiento era parte del camino y que daba la felicidad, siempre me dijeron que tenía vocación, pero el caso es que yo me encontraba siempre como un pulpo en un garaje. Por qué se empeñaron en engañarme. Es algo que nunca llegaré a entender. Luego me dieron la patada en el culo y me dejan en la puta calle, simplemente porque no me callaba y les desquiciara que hablara sobre las patentes contradicciones que había dentro, incluso en público. Llegué a ser un problema. Antes de irme lo pasé muy mal, pero ahora me alegro de haber roto con eso. El pasado es historia y me limito a vivir el presente y pensar en el futuro.

Para mí esto es el Opus Dei, un gran montaje en el que muchos son los perjudicados y muchos los beneficiados en nombre de Dios. “Cumplirán” el dulcísimo precepto del decálogo (porque les interesa tener contentos a los padres de sus miembros), pero el primero y el segundo va a ser que no. Es muy fuerte, pero es así.



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