Un caso más de protagonismo de los directores

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Por E.B.E., 8 de julio de 2011


Una de las cosas que me parece más interesantes de los testimonios es dejar asentado como procede el Opus Dei en todo lo que tiene que ver con el manejo de las personas. La lectura de testimonios como los de Vallelaencina, U2 o novaliolapena me han hecho recordar mi propio caso, el cual paso a relatar. Debo reconocer que me cansa y aburre pensar en ello, pero todo lo que han hecho los directores los retrata de manera tan clara que me da pena no dejarlo bien asentado.

Inconscientemente, tal vez, buscaba dar con “la naturaleza del Opus Dei”, es decir, con lo que hay en el fondo de cada cosa ¿qué es el Opus Dei en última instancia? Creo que a ello respondía mi inquietud y el modo en que procedí.

De todo lo sucedido ha quedado registro en la Santa Sede, pues asesorado por un alto eclesiástico, me dijo que dejara todo por escrito, con nombres y apellidos. Creo que es un buen consejo...

Desconcierto

El contexto, para entender lo que sucedió a continuación, era el siguiente, resumidamente. Desde hacía tres años había dejado de ser útil al Opus Dei, pues no ingresaba ni dólares ni vocaciones. Mi estado de salud había desmejorado. Lo que le ha sucedido a muchos: psiquiatras, pastillas, etc.

El problema era que no resultaba eso del psiquiatra y las pastillas. Bueno, en ningún caso funciona dentro del Opus Dei, pues hay una causa exógena muy clara y que no se ataca de raíz: el Opus Dei mismo.

Para peor, cuatro meses antes –de lo que voy a contar- me había quedado sin empleo, por reducción de presupuesto. Ninguna causa que tuviera que ver con mi desempeño, simplemente la situación económica general había desmejorado. Trabajaba con contratos mensuales, un tanto estresante.

Un día, después del desayuno, el director me dice que me tiene que leer “una nota” que ha llegado de la Delegación. Cada vez que un director te llamaba, no era para darte buenas noticias ni felicitarte. Uno temblaba. Y no sin razón.

La nota decía que “a partir del mes próximo” dejaría de vivir en ese Centro. No decía nada más. No decía qué iba a ser de mí. No decía dónde iba a ir a vivir. Era una nota de “desalojo”, así nomás. Me la leyó muy tranquilo y se fue a su trabajo. Yo me quedé hecho trizas, solo en el centro.

No recuerdo si en ese mismo momento o un día más tarde, el director me dijo que “no comentara nada esto con nadie” ni mucho menos dijera en la tertulia que el mes próximo me iba. Es decir, todo tenía que permanecer en secreto y “un día” yo tenía que desaparecer sin que nadie se enterara (se acercaban los cursos anuales, época en la que desaparece gente “misteriosamente”).

La situación era muy extraña. Era fin de año y todos hablaban de los cambios de centro. Yo tenía que permanecer en silencio como si nada pasara. De todas maneras, se lo fui comentando a los más cercanos. Uno me dijo con miedo: “¿y a mí cuándo me tocará?”.

Una vez que me leyeron la nota, pues jamás la pude ver, le empecé a decir a mis padres y hermanos que me iría a vivir a un departamento. Pero antes para ello, debía conseguir empleo.

Hay que tener en cuenta que el fin de año no era la mejor época para encontrar empleo. Pese a esto, me puse en marcha para buscar ambas cosas, un lugar donde vivir y un trabajo del cual vivir.

Mi sorpresa fue darme cuenta que ningún director el Opus Dei hizo el mínimo esfuerzo por ayudarme. La pasividad de los directores era llamativa, no se podía entender.

Pasaba el tiempo y no conseguía ninguna de las dos cosas, ni trabajo ni vivienda. La situación se estaba tornando cada vez más angustiante. Me di cuenta entonces que me habían dejado solo. Así como cuando me leyeron la nota y me quedé solo en el centro.

El último recurso que tenía, y que pensaba usar justamente sólo en última instancia, era ir a vivir con mis padres. Jamás se me había pasado por la cabeza que ese era el plan de los directores. Por eso la falta de ayuda. Pero esto lo comprendí mucho más tarde.

Finalmente llegó el día, hice mis maletas y me marche a vivir con mis padres. Recuerdo que nadie me ayudó a cargar mi equipaje (estaban en la tertulia del mediodía, un sábado), todo eran muy frío. Solamente una persona se retiró en ese momento porque estaba muy angustiada y no pudo siquiera ayudarme. Se fue a su cuarto. Lo que se llama vivir la naturalidad, todos muy normales.

Pero el asunto no acaba aquí. Esto recién empezaba.

La traición

Los superiores dicen que los que abandonan el Opus Dei son otros Judas (A. del Portillo, carta 19-III-1992, n. 41). Y sin embargo, sucede lo contrario...

Llegué a lo de mis padres y allí me enteré cómo había sucedido todo. Como suele suceder, nada había sido producto de la casualidad sino que todo había sido planificado muy bien por los directores.

Un mes antes, aproximadamente, de que me leyeran la nota “de desalojo”, los directores se habían reunido en secreto con mis padres, para que yo no supiese nada. Mis padres eran supernumerarios. En esa reunión los directores les dijeron a mis padres que no me estaba haciendo bien vivir en un centro y que “por mi bien” lo mejor era ir a vivir con ellos.

Esta decisión de los directores les cayó fatal a mis padres (pasaron la peor Navidad de su vida, me dijeron). No estaban de acuerdo y les dijeron a los directores que si se equivocaban, deberían hacerse cargo de las consecuencias. Pero el Opus Dei no se hace cargo nunca de nada, menos de las consecuencias. Dicho y hecho.

Y otra cosa que me enteré, por mi terapeuta, es que los directores se reunieron en secreto con ella y le consultaron –de manera confusa, como corresponde al Opus Dei- “si sería bueno” para mí dejar de vivir en el Centro, como posibilidad que estaban evaluando sin fecha. Como pregunta así general y aislada, creo que todos diríamos “por supuesto, cuanto antes”.

Mi terapeuta –que había sido elegido por mí y no era del Opus Dei- fue así engañada para que diera su aprobación a algo que jamás hubiera aprobado, como medida de inmediata implementación y del modo en que se implementó. Estaba sorprendida de lo que había sucedido. No entendía nada.

Le consultaron si sería “buena idea” que dejara de vivir en ese centro, y a continuación (en un acto de disociación absoluto), los directores no sólo ejecutaron el desalojo sino también el abandono. Jamás de los jamases mi terapeuta habría aprobado eso, ni nadie con un sentido moral básico. Pero el Opus Dei dejó asentado que la terapeuta había apoyado la medida.

Es que los directores necesitan salvar su conciencia –como los fariseos- aunque para ello recurran al engaño. Forma parte de la falsificación que es todo el Opus Dei a nivel institucional.




No podía creer que los directores me hubieran traicionado de esa manera, usando a mis padres y a mi terapeuta, a mis espaldas.

La falta de ayuda además, para buscar departamento y trabajo, no era casual, formaba parte del plan. Es en estos momentos cuando uno dice qué hdp, pero bueno, tal vez “lo vieron en la oración” y no podían “más que obedecer a Dios”. No, no me la creo.

Desde ese momento, comprendí que los directores sólo esperaban que me fuera voluntariamente.

La sorpresa fue para ellos, al comprender que no me iría jamás. Si la vocación existía, entonces no podía desaparecer de un día para el otro, aunque los directores así lo desearan.

Una aclaración: mis padres vivían en otra ciudad, en la cual yo no tenía ningún tipo de contactos, ni laborales ni de amistad. Había quedado bastante aislado. Imposible que esto “me ayudara” en algo.

Otra aclaración: los directores tomaron una decisión y de los costos de esa decisión se los hicieron pagar a mis padres (los gastos de salud, los gastos de vivienda, los gastos de alimentación, etc.) sin que yo hubiera podido intervenir para impedirlo. Si mis padres se hubieran negado (como yo les hubiera aconsejado hacer), ¿qué hubiera hecho el Opus Dei? El Opus Dei nunca paga nada, siempre le hace pagar a otros.

En el Limbo

Pasaron cuatro años más hasta que todo concluyó. Largo fue el proceso.

En ese tiempo los directores se desentendieron de todo lo que tenía que ver conmigo. Tanto a nivel económico como a nivel espiritual. No se interesaron más por mi salud psíquica ni por mi salud interior. En concreto, no tenía dinero para pagar mi tratamiento terapéutico y una vez fuera del centro, los directores se desentendieron completamente. Mi terapeuta comenzó a atenderme gratis, entonces, lo cual estoy sumamente agradecido.

En resumen: el Opus Dei le hizo pagar a mis padres por mi mantenimiento y a mi terapeuta por mi tratamiento. Los directores no se hicieron cargo de nada.

Fue un corte sorprendente. Es lo que se llama abandono de persona, creo recordar. Llevaba dieciocho años en el Opus Dei.

Para ser más precisos, me venían a visitar cada tres meses más o menos. Al principio vino el director de mi ex centro junto con el de San Miguel de la Delegación, principal ejecutor de la medida de fuerza, para ver “cómo estaba”. A quien menos quería ver era a ese nefasto director de San Miguel y encima que invadiera la casa de mis padres. Era de una violencia increíble toda esa intervención.

Venían en “plan de amigos”. Yo no podía creer lo que veía. Hablaron sólo con mis padres, ya que yo no tenía el más mínimo interés en recibirlos (no sé de qué hablaron ni me interesó nunca). ¿Me había desalojado y ahora venían a hacer “la inspección” en plan de “amigos”?

Era parte de la rutina: primero ejecutar la medida de desalojo y luego “cumplir” con la visita “domiciliaria”, para que luego “no se diga que lo abandonamos”. Todo lo querían arreglar con “palabras”, que no cuestan nada, pues de ayuda material efectiva, nada de nada.

En los primeros dos años, quien más se movilizó fui yo, yendo al centro donde había vivido, para seguir manteniendo algún tipo de contacto (ya que con los de mi centro no tenía ningún tipo de problemas, nos llevábamos lo más bien y me quedaba a dormir sin problemas). Sin embargo, otro nefasto director de la Delegación me dijo un día, que estaba de “inspección” por el Centro: “si no haces la visita al Santísimo con todos, no vengas más, porque das mal ambiente”. Al resto del centro no le importaba nada si yo hacía la visita al Santísimo o no, me querían igual.




Hago una digresión. Es interesante notar aquí el “brutal verticalismo” del Opus Dei: aunque los de mi centro quisieran ayudarme y desearan mi permanencia en esa casa (estoy seguro que lo deseaban), en la práctica no tenían ninguna posibilidad de hacer nada. ¡Tampoco de ayudarme económicamente!

Cada centro vive en una situación de “intervención permanente” por parte de la jerarquía del Opus Dei. Los directores locales no tienen prácticamente ningún poder (y los regionales tampoco, respecto de Roma). Los centros no tienen ningún tipo de autonomía “como comunidad” o “como familia”. Ni autonomía afectiva ni autonomía económica. No deciden nada como comunidad, sólo obedecen órdenes que vienen “de bien arriba”.

Esto atenta directamente contra cualquier tipo de fraternidad básica (hace imposible vivir propiamente la virtud de la fraternidad), ya que cada miembro responde “directamente al Opus Dei” (según una cadena de mandos muy rigurosa: local, regional, central) antes que a nadie y por lo tanto toda fraternidad es “mediatizada, supervisada y regulada” desde arriba (esta es la consecuencia, en última instancia, de que todo haya de “pasar por la cabeza y el corazón del Padre”: no es nada romántico el asunto, es el control absoluto de las conciencias). El “Padre” (esa entidad totémica) lo tiene que “saber todo” y “controlar todo” y por eso “ningún rincón del alma” decía Escrivá debía de quedar sin desnudar frente a los directores para así “no tener un secreto con el diablo” (control que también ejercía Maciel, según ha salido a la luz hace poco, copiado del Opus Dei seguramente).

No hay espontaneidad de ninguna forma sino que la fraternidad que se vive es “la indicada” desde arriba. Y si desde arriba “no se indica” que haya que ayudar a alguien, pues entonces no se lo ayuda. Esto es terrible, y es una de las notas características de “la fraternidad” del Opus Dei. De la cual hay testimonios de sobra aquí en Opuslibros.

En resumidas cuentas, sólo existe una “filiación” (patológica), sin fraternidad. La figura de “el Padre” –a la que los hijos deben inmolar todo, incluso su vida y su fraternidad- es monstruosa. Aquél verticalismo brutal responde a ésta figura monstruosa.




Con el paso del tiempo, comprendí que con las visitas domiciliarias más o menos trimestrales, lo que venían a hacer los directores era “chequear” mi decisión de permanecer en el Opus Dei. A medida que pasaban los meses, los directores pensaban que yo me cansaría y un día diría, “aquí está la carta”. Error.

No llegó nunca ese día. Tantos años machacando sobre la eternidad e inmutabilidad de la vocación, no me vendrían ahora con otro cuento.

Por otra parte, los directores no tenían ninguna causa grave para echarme, por lo cual yo era un problema para ellos. Habían hecho todo lo posible para que me fuera, pero yo no me iba. Como en una partida de ajedrez, estábamos en “tablas”. Yo no movía una pieza y ellos tampoco. ¿Quién se cansará primero? La situación era bastante absurda vista desde afuera (aunque no para mi conciencia, claro).

Irme del Opus Dei era algo que no cabía en mi cabeza. Tomar esa decisión iba contra mi conciencia. Y estaba dispuesto a defender mi conciencia contra cualquier tipo de presiones, ya sean indirectas (por abandono de persona) como directas (la solicitud explícita de mi dimisión).




Pasaron tres años luego de abandonar el centro por desalojo. Un día me llaman de la Comisión Regional para “hablar conmigo”. Pensé que tendrían algún plan, alguna idea original. De vuelta me volví a equivocar.

Como dije antes, los directores justificaron mi “desalojo” diciendo que todo “era para mí bien” y que de esa decisión saldrían buenos resultados. Lo de siempre.

Ahora, luego de tres años, otro director me venía decir que “era mejor para mí” pedir la dimisión, como si nada hubiera pasado, olvidándose de todo “el bien” que aquella decisión no produjo jamás.

Yo no salía de mi asombro. Le dije algo así como “¿esto es todo lo que se te ocurre?”. Le dije que no pensaba hacerlo, y frente a mi negación el director quedó desconcertado.

Según los directores, ellos “esperaban que con esa medida del desalojo mejorara” pero al no resultar, tampoco se hicieron cargo de nada. Lo de siempre.

Jamás esperaron que “mejorara” sino que “me fuera”. Ahí estaba la verdad.

El Padre

Ese mismo mes, un sacerdote amigo, numerario también, me dijo que “el Padre” estaba por viajar al país en los próximos meses y que por lo tanto podía llegar reunirme con él personalmente y arreglar todo este asunto.

Ese viaje de “el Padre” me motivó a escribir una larga carta contando todos los detalles de lo sucedido (que aquí no cuento para no aburrir). La carta me llevó varios meses escribirla, pues no quería decir nada de manera imprudente y al mismo tiempo quería dejar asentado el máximo detalle posible. La carta cuenta con casi 30 folios.

A principios de Junio salió mi carta hacia Roma. La envíe por correo comercial, no por correo interno. Quería seguramente que esa carta al menos llegara a Roma. Ya no confiaba en los directores de mi país, por obvias razones. Hasta ese momento guardaba una última esperanza.

“El Padre” llegaría en Septiembre, por lo cual consideré que había tiempo suficiente para que leyera mi carta (tres meses).

Para hacerla breve, la síntesis fue la siguiente: “el Padre” vino en Septiembre y se quedó todo el mes. Jamás nadie me llamó de parte del “Padre” para hablar conmigo, menos aún para hablar con “el Padre”.

Lo único que me dijeron telefónicamente era que mi carta era “muy importante” y que el Padre la contestaría en su regreso, pues la carta no la había podido leer porque había estado de viaje todos esos meses. Absurda contestación. Muy bien, me dije, me seguiré haciendo el idiota y dándole crédito a esa excusa, a ver dónde acaba todo esto. Quería tocar fondo, conocer al Opus Dei en “su esencia” misma. Continuar con la farsa era esencial para que finalmente el Opus Dei mostrara sus cartas.

Recién en el mes de Noviembre, cuando ya “el Padre” no estaba en mi país (había regresado a Roma a fines de Septiembre), me llamaron de la Comisión Regional para “hablar conmigo”. Habían pasado casi cinco meses.

Si hay algo que caracteriza al Opus Dei es “su valentía”, el “dar la cara”, nunca eso de ser cobardes. Sigamos con la farsa.

Pensé que había llegado una carta del “Padre” para mí. De vuelta volví a equivocarme. Lo que había llegado era “otra nota” que debía serme leída. Jamás vi la nota.

Ahora estaba hablando con otro director que no tenía ni la menor idea de toda la historia (por eso de ser valientes, dar la cara, no ser cobardes, etc.). Su función era leerme “los apuntes” que había tomado en su agenda “de la nota” que habían recibido de Roma. Demencial.

Era increíble. Luego de cinco meses toda la respuesta era “una nota” dirigida a la Comisión Regional –no a mí-. En esa nota se me debía comunicar tres ideas: 1) aprender a perdonar, 2) ser más sobrenatural, 3) hablar abiertamente con directores. Primero querían que me fuera, ¿y ahora esto?

Ni aunque se quisieran hacer los tontos les hubiera salido tan bien la estupidez. Era hablar con seres alienados, fuera de la realidad. Como cuando el Windows larga esa pantalla azul de error: “FATAL ERROR” o “FALLO GENERAL DE SISTEMA”. Estaban diciendo cualquier incoherencia, ya no sabían qué responder a mis preguntas.

En ese momento fue cuando se acabó todo.

Había agotado todas las instancias. No había ya nadie que fuera inocente en la cadena de mandos. Roma no era distinta de los directores regionales. El Opus Dei se desvaneció delante de mis ojos. No tuve necesidad de pedir ninguna dispensa, el Opus Dei había dejado de existir para mí.

Había buscado la respuesta y la había obtenido: en lo más profundo, el Opus Dei se había mostrado como una institución siniestra. No me lo había contado nadie, yo mismo lo había experimentado en carne propia. Era lo que me pedía mi conciencia, llegar hasta las últimas consecuencias.

El testamento

Al mes siguiente los directores querían volver a conversar conmigo (cuando no, tan insistentes). Pero el Opus Dei nunca tiene intereses altruistas. Si necesita algo, es porque él lo necesita, no otro ni en nombre de otro. Los directores necesitaban cerrar el expediente y para ello necesitaban mi firma y yo no quería dárselas.

Aproveche la ocasión para solicitarles mi testamento. Pero les aclare que no íbamos a hablar de nada, que ya estaba todo dicho.

Días más tarde, un director vino a entregarme el testamento. Mientras me lo entregaba, me comenzó a decir que ya no había ninguna relación entre el Opus Dei y mi persona. En ese momento le corté abruptamente su discurso y le dije que no me interesaba nada de lo que me estaba diciendo. Me dijo también, que lo que me tenía que decir, “me lo debía repetir dos veces”, aunque no lo iba a hacer porque no lo iba a escuchar. A mí no me interesaba aunque lo repitieran quince veces, no lo iba escuchar. Nos despedimos y ahí acabó todo.

Luego me di cuenta, que eso que debía repetirme dos veces, era probablemente algún tipo de admonición, para poder así “cerrar internamente el expediente”, pues yo no había escrito ninguna carta de dispensa y por otro lado el Opus Dei no podía expulsar a un miembro sin causas graves. Por eso tuvieron que inventar algún tipo de admonición, cuyo contenido desconozco y tampoco me interesa.

Conclusión

Mi intención ha sido dejar plasmado el protagonismo de los directores y superiores, quienes procedieron de una manera que nunca, jamás, en absoluto, puede ser justificada. En segundo lugar, dejar en claro que el mío es un caso más.

No pueden deshacerse de las personas como si fueran desechos o basura. No pueden abandonar a personas que han entregado su vida entera al Opus Dei.

Y si lo hacen, tarde o temprano pagarán un precio, porque todo abuso tiene sus consecuencias.

También, señalar que la responsabilidad es de toda una gran cadena de mandos. El responsable no es “sólo uno”, son varias las manos que se ensuciaron aquí, dejando a entender que es “el Opus Dei mismo” el que actúa de esta manera y no “alguien en particular”. No hay posibilidad de chivo expiatorio.

Los superiores no pueden decirle a alguien, después de entregarlo todo durante años, que “nos equivocamos y en realidad tú no tenías vocación”. Es el comodín que usan todo el tiempo para justificar la salida de muchísimas personas. Si se equivocaron, entonces tienen que reparar por su equivocación. Cuando dicen “nos equivocamos” a continuación agregan tácitamente “y te tendrás que hacer cargo tú por nuestra equivocación”.

Tampoco pueden deshacerse de aquellas personas que, aunque parecieran tener vocación, “no dan el perfil” o “han dejado de ser productivas”, o “la exigencia de la vocación” es superior a sus fuerzas.

En síntesis, no hay nada que pueda justificar el modo con el cual actuaron. Y además lo hicieron de una manera –¿como diría?- transparente, inconfundible.

Y aquí ya no pueden decir de vuelta “nos equivocamos”. Si anteriormente se equivocaron, en el discernimiento vocacional que “los directores hacen por uno” (en lugar de ser uno el que discierna), más tarde procedieron con una planificación y una racionalidad que le quita toda posibilidad de inocencia o “ignorancia invencible”.

Así funciona el sistema.

No sé si ha habido propiamente malicia en el actuar de los directores y superiores, pues la malicia implica un daño querido por sí mismo y generalmente por razones personales (vale la pena recordar aquí el interesante artículo de Jacinto sobre la inocencia de los directores y su debate posterior).

Sin embargo, pueden decirte que “te quieren mucho” al mismo tiempo que te clavan un puñal. No creo que sea hipocresía, simplemente para sus mentes “son cosas distintas”. En medio de esa grave disociación psicológica viven los superiores del Opus Dei. Por eso creo que es un fenómeno psicótico el del Opus Dei, viven disociados de la realidad. No se puede entender esta patología institucional sin estudiar la personalidad de Escrivá.

Lo que hay seguro, es el recurso a medios inmorales (¿delictivos, criminales?) con tal de alcanzar sus propios objetivos e intereses. Y esos medios los justifican debido al fin. Todo lo hacen en nombre de Dios. Por eso no tienen problemas de conciencia ni arrepentimiento alguno. Todo el daño que produce el Opus Dei, en general lo hace por “razones de necesidad”. No hay nada personal. El Opus Dei es una suerte de monstruo impersonal.

Los superiores tenían un objetivo claro, que era -no ya mi desalojo del Centro- sino mi desalojo del Opus Dei mismo, objetivo que era mucho más difícil de lograr, aunque los directores no lo sabían y pensaron que sería el más fácil.

“Lo dejaremos morir y listo.” Así funciona el sistema normalmente, desde una pasividad muy efectiva. Dejar que la gente se vaya, dejar que la gente se muera. Y el Opus Dei siempre con las manos limpias, relucientes.

“Pero, ¿y si no se termina de morir?” Al parecer, el sistema no tenía prevista dicha situación y se quedó sin respuestas, y entró en pánico. Como sucede con las computadoras, al Opus Dei “se le colgó el sistema”. Empezaron las incoherencias y los avisos del tipo “espere un momento…” que significa “espere una eternidad y ni aun así obtendrá respuesta”.

El Opus Dei tenía que dar el golpe de gracia, y es precisamente lo que no querían: no querían dejar en evidencia su verdadera intención, no querían ensuciar sus manos y por eso pedían a toda costa mi solicitud de dispensa voluntaria. Finalmente tuvieron que ensuciarse las manos y crear alguna mentira para cerrar todo el asunto (las supuestas admoniciones “en mi ausencia”).

Siempre podrían justificar que la falta de ayuda se debió a que “no sabíamos cómo ayudarlo” (tienen razones para todo), pero el recurso al abandono para provocar el “aborto” de la vocación, eso no tiene justificación alguna. Es la maldad del Opus Dei en su esencia.

Ni hablar del viaje de “el Padre” (Septiembre de 2003, Argentina). Fue ponerle el sello a toda esa situación de abandono. Faltaba la firma de la máxima instancia, que la puso con su valioso aporte de ausencia. Cabe aclarar que si “el entorno” lo mantuvo aislado de todo esto, significaría que él es una marioneta y que el entorno gobierna, por lo cual da lo mismo.

Uno de los responsables de todo este proceso ignominioso, C.C., fue ascendido. Pasó de la Delegación de Buenos Aires al Consejo General. ¿Hay alguna duda o sorpresa? Sí, en su momento nos sorprendimos casi todos -pues lo que se esperaba, entre los mismos numerarios, era que este sujeto abandonara su cargo, pero no que, encima, ascendiera- pero ahora está claro que su ascenso no fue casual ni un error. Era un soldado, que hacía lo que le decían, aunque fuera criminal. Y así se forma la cadena de mandos del Opus Dei, con gente que no duda en obedecer lo que sea. Tanto el Consiliario como el Vicario de la Delegación no han ascendido sino que han dejado su cargo sin mayor gloria, según me dicen mis conocidos.

En temas neurálgicos, el Opus Dei no improvisa, no se equivoca. Se pueden haber equivocado al principio –con la selección de alguien no apto- pero luego no se equivocan –no tienen ninguna duda- en cómo proceder para eliminarlo.

Además, una cosa es equivocarse con alguien durante los primeros años (lo que llamaríamos “el noviciado”), pero luego al cabo de casi dos décadas, no pueden decir que “se equivocaron”. Otra mentira.




De mi experiencia aprendí que los superiores del Opus Dei no se hacen responsables de nada ni mucho menos pagan los costos de ninguna de sus decisiones. Los que pagan siempre son otros.

Van a lo útil y el resto lo descartan sin problemas (me refiero a personas).

No tienen escrúpulos porque se sienten justificados en todo lo que hacen. Son persistentes hasta el cansancio. Van a lo suyo y el resto no les interesa para nada.

Cuando hablo de “superiores del Opus Dei”, me refiero a aquellos incondicionales, que nunca se irán, que son el hardcore del Opus Dei. Personas que no tienen vuelta atrás.

No son leales, pese que reclamen fidelidad incondicional. Te pueden traicionar sin ningún problema si “una razón superior” lo justifica. No tienen ningún compromiso de lealtad para con sus dirigidos. Funcionan según una “moral superior”, que les dispensa de cumplir la moral básica de cualquier persona. No se les puede confiar nada importante, menos aún la propia vida y destino.

Hablar con ellos es tortuoso. Es como si uno hablara con tontos, pero la diferencia es que están obstinados en funcionar así, como si hubieran hecho un voto sagrado. Por eso no es recomendable dialogar de manera prolongada con ellos, pues resulta perjudicial para la propia sanidad.

Es muy desagradable tomar conciencia de que uno no está hablando con una persona sino con un ente que tiene un casete metido en la cabeza y solo sabe repetirlo hasta el hartazgo.

Tomarse en serio a estas personas es una experiencia alienante, de la cual uno necesita luego salir a tomar aire fresco durante mucho tiempo. Y no tomar contacto nunca más con ese ambiente.




Finalmente, tres consideraciones se me vienen a la cabeza:

  1. Cuánto bien habría hecho el Opus Dei si hubiera sido una institución sana como todos creímos en un principio: cuánta entrega y energías desperdiciadas;
  2. Qué profunda decepción y escándalo provocó en lo más hondo de cada uno el tomar conciencia de que el Opus Dei no era lo que decía ser;
  3. ¿Alguna vez será posible un proyecto como el Opus Dei debió ser, sin que sea necesario pagar un “tributo al mal” como el que el Opus Dei actualmente paga para subsistir? ¿Es viable un proyecto como el del Opus Dei, donde prevalezca la fraternidad y la entrega, o siempre será una meta utópica e imposible de alcanzar y por ello mismo susceptible de ser encausada sólo a través de algún tipo de fraude o engaño?



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