Tráfico de personas, maltrato, manipulación de documentos, curas de sueño

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Este es el testimonio de una ex numeraria que vive en un país de América del Sur. Hasta su jubilación, hace ya bastantes años, tuvo un cargo importante en el ministerio de Asuntos Exteriores de dicho país.

30.09.2022


Yo tenía acceso a lo que llamábamos “vuelos diplomáticos”, podía meter personas en esos vuelos, que llevaban normalmente a personal de embajadas que se transferían, o a funcionarios del ministerio que iban en una delegación a otro país, cosas así. Un día la directora me dijo que había varias chicas que tenían que ir a trabajar a XXX (la administración del centro de estudios de un país vecino) y que mirara de colocarlas en un vuelo, porque no tenían dinero para el pasaje. Eran cinco o seis, no recuerdo bien. Las metí en un avión, llegaron al otro país y ahí acabó la historia...

Eso se repitió varias veces: me decían que XX o SS tenía que ir a trabajar a tal o cual sitio, y no tenía dinero para el pasaje, que si podía colocarla en un vuelo. Años después me enteré de que esas chicas no sabían a lo que iban. A una le dijeron que iba a hacer un curso de retiro y la retuvieron tres años, pasado ese tiempo y, visto que no hacía más que llorar, la devolvieron a su país. A otras les dijeron que iban a visitar algo, o de excursión, y las cambiaron de lugar de trabajo y de país. Las llevaban engañadas.

Lo peor, sin embargo, fue enterarme de que la gran mayoría de esas chicas eran menores de edad y no tenían documentación. Por llevar menores indocumentadas en esos vuelos, yo podía haber perdido el trabajo, y podía haber ido a la cárcel, y estoy segura de que a nadie le hubiera importado. A veces todavía tengo pesadillas con este hecho.

Íbamos a lo más profundo del país a buscar chicas para las escuelas de hogar. Ni carreteras había, en carretas tiradas por bueyes teníamos que ir, a veces teníamos que bajarnos de la carreta y seguir a pie. En una ocasión visitamos a una familia con diez hijos, la madre estaba enferma y la hija mayor, que debía tener quince o dieciséis años, era quien se encargaba de todo. Cuando vi el panorama me aparté con la directora y le dije que igual podíamos buscar a otra chica, esa chica era todo lo que la familia tenía para seguir adelante. La directora me miró como si hubiera dicho una tontería y, bien enfadada, me dijo “pues por eso precisamente nos la tenemos que llevar, porque es la mejor”. Nos la llevamos, efectivamente, y no sé qué fue de ella.

La región a la que yo pertenecía estaba compuesta por varios países y, lógicamente, había bastante movimiento de gente entre ellos. Yo estaba en XX, uno de los países de la región, cuando me llamó mi familia y me dijo que mi hermana había fallecido en un accidente de tráfico. Me pidieron el pasaporte “para sacar el pasaje”, y lo di. El vuelo no era directo, hacía escala en otra ciudad, y en esa primera escala había que pasar el control de pasaportes porque era el primer punto de entrada al país. A mí me llevaron a un lado y me dijeron “su pasaporte se ve manipulado, ¿qué ha pasado?” Yo ni reaccioné, solo miré al empleado y dije “no sé de qué me habla, voy a casa porque mi hermana ha muerto y voy a su entierro”. Creo que le di pena al empleado y me dejó pasar. Por manipular un documento oficial podía haber ido a la cárcel. A fecha de hoy sigo sin entender por qué lo hicieron. Evidentemente, cuando acabó el funeral de mi hermana, fui a la oficina de pasaportes, dije que había extraviado el mío, y me expidieron uno nuevo que no volví a entregar jamás, bajo ningún concepto.

Una tarde pasé por la administración y oí voces. Carmen P (no es su nombre verdadero), una numeraria, estaba reprendiendo a una auxiliar y, de repente, delante de mí, la pilló por los pelos y le hizo dar varias vueltas. La zarandeó de lo lindo. Me quedé tan asombrada que me paralicé. Dio la casualidad de que Carmen P era con quien yo hacía la charla, y yo ya estaba con la idea de marcharme dándome vueltas por la cabeza. Cuando hice la charla le insistí en que quería irme, y me dijo, “¿De verdad quieres irte a tu casa?”, le dije que sí y me contestó “Puedes irte a hora mismo”. La miré, incrédula, y repitió “Puedes irte ahora mismo”.

Ni corta ni perezosa fui a buscar un bolsito, puse ahí alguna ropa y salí. Ella me siguió. Por el camino nos encontramos a Laura F, otra numeraria, y Carmen P le pidió que me acompañara. Laura F me llevó en la camioneta, y me hizo un favor porque el trayecto era bastante largo. Pasó un mes y encargaron a Susi G, una numeraria con quien me llevaba muy bien, por eso la eligieron, que viniera a verme para pedirme que volviera. Venía todos los días, y yo siempre decía que no, que Carmen P me había echado. Como a los tres meses regresé.

Pasó un tiempo y yo volví a decir que quería irme. Me dijeron que lo que sucedía es que estaba muy cansada, que tenía que descansar, y me enviaron a Buenos Aires, que sabían que era una ciudad que me encantaba. Cuando llegué (cerca de veinte horas en autobús duraba el trayecto), me dijeron que al día siguiente tenía cita con YYY, una médico numeraria, a la que yo conocía bien. Pregunté por qué, si a mí no me pasaba nada, y me dijeron que ahí nomás tenía que ir, así que fui.

A la mañana siguiente entré en el despacho de la doctora y le dije “mirá, no sé qué estoy haciendo aquí” y me dijo “no, solo es para que conversemos un poco, y que sepas que podés contarme lo que quieras”. Yo empecé a contarle todo lo que me molestaba y por qué quería irme. Hablé un buen rato, ella no comentaba nada, y ya cuando terminé me dijo “mirá, lo que vos necesitás es una cura de sueño”. Ahí yo me asusté y le dije que no quería, para nada, y se lo dije enérgicamente. Ella contestó “bueno, no te preocupes, yo te voy a dar un sedante, pero lo más importante es que, durante una semana, vos no te levantás de la cama”. Ahí yo vi que lo que querían era administrarme la cura de sueño, sí o sí.

No sé qué me dio. Yo me sentía, a la vez, embotada y despierta, y no podía dormir ni de día ni de noche. Nadie del centro sabía que yo estaba allí, porque yo no podía salir de la habitación. Una numeraria me llevaba la bandeja con el desayuno, el almuerzo y la cena, y esa fue la única persona a la que vi durante toda esa semana. La directora del centro jamás apareció ni le vi la cara.

Al cabo de la semana yo tenía que regresar porque en mi trabajo me habían dado solo esa semana de permiso, me dijeron que me habían sacado el pasaje de vuelta, me llevaron al autobús y regresé. Nadie, nadie excepto la doctora y la numeraria que me llevaba la comida, supo que yo había ido a Buenos Aires, ni muchísimo menos a qué.



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