De Santos y santurrones

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Por Simple-mente, 25.01.2012


Me gustaría hacer una comparación entre las palabras de San Pablo y las palabras de San Josemaría. Cuando leo al primero, me lleno de esperanza y alegría; cuando leo al segundo me lleno de desesperanza y tristeza:

San Pablo dijo:

“Porque lo que hago, no lo entiendo, pues no practico lo que quiero; al contrario, lo que aborrezco, eso hago.
Y ya que hago lo que no quiero, concuerdo con que la ley es buena.
De manera que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que mora en mí...
Yo sé que en mí, a saber, en mi carne, no mora el bien. Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
Porque no hago el bien que quiero; sino al contrario, el mal que no quiero, eso practico.
Y si hago lo que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo, sino el pecado que mora en mí.
Por lo tanto, hallo esta ley: aunque quiero hacer el bien, el mal está presente en mí.
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
pero veo en mis miembros una ley diferente que combate contra la ley de mi mente y me encadena con la ley del pecado que está en mis miembros.” (Romanos, 7: 15-25)

Sin embargo, San Josemaría dijo:

“Si obraras conforme a los impulsos que sientes en tu corazón y a los que la razón te dicta, estarías de continuo con la boca en tierra, en postración, como un gusano sucio, feo y despreciable... delante de ¡ese Dios!, que tanto te va aguantando.” (Camino, punto 597)

“Eres polvo sucio y caído. —Aunque el soplo del Espíritu Santo te levante sobre las cosas todas de la tierra y haga que brille como oro, al reflejar en las alturas con tu miseria los rayos soberanos del Sol de Justicia, no olvides la pobreza de tu condición. Un instante de soberbia te volvería al suelo, y dejarías de ser luz para ser lodo.” (Camino, punto 599)

“No olvides que eres... el depósito de la basura. —Por eso, si acaso el Jardinero divino echa mano de ti, y te friega y te limpia... y te llena de magníficas flores..., ni el aroma ni el color, que embellecen tu fealdad, han de ponerte orgulloso. —Humíllate: ¿no sabes que eres el cacharro de los desperdicios?” (Camino, punto 592)

Para San Pablo, quiero practicar el bien pero hago el mal que aborrezco (“Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”)

Para San Josemaría, quiero practicar el mal que me dicta mi corazón y mi razón. (“Si obraras conforme a los impulsos que sientes en tu corazón y a los que la razón te dicta, estarías de continuo con la boca en tierra”)

Para San Pablo, mi mente quiere hacer el bien (“pero veo en mis miembros una ley diferente que combate contra la ley de mi mente y me encadena con la ley del pecado que está en mis miembros”)

Para San Josemaría, mi mente quiere hacer el mal (“Si obraras conforme a los impulsos que sientes en tu corazón y a los que la razón te dicta, estarías de continuo con la boca en tierra”)

Para San Pablo, yo soy bueno, pero el pecado mora en mí (“no soy yo el que lo hace, sino el pecado que mora en mí”, “Por lo tanto, hallo esta ley: aunque quiero hacer el bien, el mal está presente en mí”)

Para San Josemaría, yo soy malo, y aunque a veces pueda parecer bueno cuando la luz del Espíritu Santo se refleja en mí, sigo siendo intrínsecamente “lodo” (“haga que brille como oro, al reflejar en las alturas con tu miseria los rayos soberanos del Sol de Justicia, no olvides la pobreza de tu condición”)

Para San Pablo el hombre interior es bueno, y aunque en nuestro cuerpo mora el pecado, no somos el pecado (“Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios“)

Para San Josemaría somos siempre intrínsecamente malos, aunque parezcamos buenos porque nos adorne el Espíritu Santo (“si acaso el Jardinero divino echa mano de ti, y te friega y te limpia... y te llena de magníficas flores..., ni el aroma ni el color, que embellecen tu fealdad, han de ponerte orgulloso. Humíllate: ¿no sabes que eres el cacharro de los desperdicios”)




Original