Sobre Antonio Petit y la crueldad de la Obra

Por E.B.E., 25.04.2007


El relato de lo que le aconteció a Antonio es un testimonio invalorable. Más allá de los detalles jurídicos –pues creo que el prelado y sus consejeros difícilmente dejen por escrito pruebas en su contra-, este testimonio refleja –así como algunos detalles muy semejantes contados por Carmen Tapia- la crueldad de la Opus Dei.

De la misma manera como los primeros cristianos se distinguían por el «mirad cómo se aman», la dirigencia de la Opus Dei se distingue por su crueldad siniestra. «Mirad qué crueles son», podría resumirse.

En el momento en que debería hacer su presencia la caridad, en la Opus Dei aparece la venganza.

No es maldad ciega, es muy calculada. Responde a las consignas que enseño el mismo Escrivá. La crueldad y la venganza de la Obra tienen justificación teórica y ética (por eso los directores no se sienten mal ni culpables al hacer estas cosas). En la Obra todo es Voluntad de Dios.

Una de las enseñanzas de Escrivá dice que «hay que pedirle al Señor que nos mande la muerte antes que no perseverar», o también dicho de otro modo, desear «morir en casa», especialmente para el caso de los sacerdotes, entre otras cosas, por el escándalo que podría significar para la Obra que sucediera lo contrario. Por eso, por ejemplo, se organizó un funeral «por todo lo alto», según se relata en el escrito de Líbero.

Daría la impresión, entonces, que la Obra hubiera querido, por un lado acelerar indirectamente su muerte (para así morir en casa) y por otro lado retenerlo jurídicamente lo más posible para así impedir que su dimisión se hiciese efectiva antes de su muerte (lo cual supone la conciencia clara de su precario estado de salud). El médico que lo atendió, al parecer, no hizo mucho por retrasar el deterioro.

Para la Obra, lo de Antonio fue como si hubiera decidido «suicidarse» (dejar la Prelatura) y entonces pareciera que la Obra le facilitó «la muerte natural», que evitaría semejante locura. Locura, en realidad, es el modo en que pensaba Escrivá y piensan sus fieles seguidores.

Más allá de cuál sea la más profunda de las intenciones, pareciera ser que el obrar de los directores y el prelado apuntara a que la salud de Antonio desmejorara y a que su dimisión no se hiciera nunca efectiva, atando los cabos sueltos en un solo nudo: la muerte de Antonio. Esta es la versión benigna de la crueldad de la Obra.

También está la maligna, la que ya no se fija tanto en ayudar a morir en casa como en castigar al infiel. Como si el prelado y sus directores hubieran sentenciado: decidió irse, entonces merece morir. ¿O no es acaso esta la lógica de Escrivá? «Si te sales [de la Obra], caerás entre las olas del mar, irás a la muerte» (Meditación Vivir para la Gloria de Dios, 21-XI-1954). La severidad de esta advertencia es proporcional a la crueldad con que la Obra actúa en este tipo de situaciones.

Para que Antonio pudiera «morir en casa», había que lograr primero su perseverancia jurídica y luego su muerte efectiva. Y, como dice el título de la meditación, que todo esto sea para la Gloria de Dios. Verdaderamente, una predicación demencial.

Lo que no queda claro hasta el día de hoy es si la crueldad de la Obra hacia Antonio fue benigna o maligna. Pero que fue crueldad, no quedan dudas.



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