Sintiendo con mis sentidos

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Por Books, 22.06.2009


Cuando el horizonte se divisa oscuro, cuando una situación parece imposible de afrontar, se suele decir "ésto lo veo muy negro". Es una forma algo abstracta de expresar un sentimiento en el que se construye una frase, sin usar, con el sentido de la vista.

Cuando salí de allí, empecé a ejercitarme, a hacer uso del sentido común, de los demás sentidos, de otra manera, de un modo tan real que casi era capaz de guardarlos en los bolsillos...

Al pensar en ello se me ocurrió preguntarme si a lo largo de tantos años me olvidé del sentido común. Descubrí que era difícil darme una respuesta, ya que si durante tanto tiempo yo no fui yo, sino que fui otra ¿se podría decir que en una situación tan irreal actuaba alguna vez con sentido común? Y decidí que no era posible, ya que yo "funcionaba" concectada a una máquina de gran engranaje. Esto no es algo que digo yo, creo que lo decía sanjosemaria, que "éramos como tornillos o piezas de una gran maquinaria" "si alguna pieza se sale de su sitio, todo se resiente".

Pero haciendo un esfuerzo y queriendo recordar algo positivo, me di cuenta de que en mi trabajo (la administración) sí utilicé muchas veces el sentido común, "mi sentido común". Y era así porque de alguna manera se trataba de mi espacio y gozaba de cierta autonomía, era yo la que dirigía, la que ponía y quitaba, la que pensaba y organizaba. Y en situaciones verdaderamente complicadas era capaz de encontrar una salida, haciendo mucho caso a mi sentido común. Nadie me echaba un cable, ahí sí que estaba yo sola para comerme todos los marrones, que la mayoría de las veces no provocaba yo.

Fuera de estos límites la cosa cambiaba. En "mi casa" ya todo era impuesto: horarios, encargos apostólicos y materiales, salidas, entradas y papelitos amarillos. Ya todo era obedecer. Y como no conseguías nada si no estabas conforme, llegaba un momento en que lo dejabas pasar y te convertías en un sujeto totalmente pasivo.

Todos mis sentidos sentían distinto. Porque yo no miraba con mis ojos, ni escuchaba con mis oidos, ni hablaba con mi boca. Todo era algo así como alquilado, todo provenía de la misma casa de alquiler.

Cuando me fui, y recuperé mi vida, me deshice de todo lo prestado y recuperé mis sentidos que habían estado una muy larga temporada en letargo. Y lo maravilloso es que lo conseguí en un abrir y cerrar de ojos y no hablo en sentido metafórico.

Me di cuenta de que mi mirada era mía, porque veía y miraba con mis ojos, claros y sinceros. Esa especie de humo o de cortina que me separaba de los demás desapareció. Y ví un cielo distinto. Y el campo era distinto, y qué decir del mar. Y empecé a ver personas y dejé de ver seres extraños. Antes la gente estaba muy lejos. Una especie de muro me separaba de los demás. Y ahora esa gente estaba a mi lado, los tenía muy cerca y antes aunque me rozara con ella, estaba muy lejos.

Cuando veo una película o leo un libro ¡qué maravilla!, es que disfruto de verdad. Y no porque no haya censuras, es porque mis ojos ven las cosas de otro modo, de un modo real. Porque veo y miro con mis ojos.


Dice Eugene O'Neill que creer en el sentido común es la primera falta de sentido común. Pero digo yo, que entonces él cree que el sentido común existe.

Cuando en invierno paseo por alguno de los pueblos blancos de mi Andalucía aspiro con ganas el aire lleno del aroma de la hierba y del humo de las chimeneas. Disfruto oliendo un perfume o una flor. Y en Sevilla en primavera me explota en la cara el olor a azahar. Sí, en aquellos tiempos también había naranjos en mi tierra, pero a mí me olían diferente...

¡Qué distinta me sabe una cerveza! Sin prisas, sin horarios, cualquier día, disfrutando con algún amigo. Espasito, saboreándola y llenándome los labios de espuma.

Al escuchar la música, las canciones me dicen algo. Me hacen sentir y soñar. Cuando beso toco las mejillas. Cuando abrazo, mis manos tocan y mis brazos aprietan a los que quiero. Ahora beso y abrazo a los míos. Antes no, porque no había amistad ni lazos de sangre, todo era excesivamente o interesadamente espiritual, o mejor, todo era demasiado falso.

Lo que cuento no es una historia novelada, es algo real que me ocurre cada día aunque no sea consciente de ello, porque es algo natural, que sale solo como el respirar.

A veces sí que me paro a pensarlo. Es entonces cuando me entran ganas de escribirlo, aunque no me podía decidir a hacerlo ya que me parecía dificil de expresar.

Cuando recuperé mi yo, no solo recuperé mi conciencia, mi corazón, mi voluntad. Recuperé todos mis sentidos. El hombre es espíritu y materia. Aquella mujer que fue engullida por aquella máquina que transformó su cuerpo y su alma, un día dijo "basta" y fue al letargo a buscar el cuerpo que le dieron sus padres y el alma que Dios le dio. Y volvió a ser aquella mujer que creó Dios, con su capacidad de amar. Una mujer capaz de decir no, y que dejó de devanarse los sesos "buscando el sentido sobrenatural".

Decía alguien, del que no recuerdo su nombre, que el sentido común es el instinto de la verdad.

Lo negativo de todo ésto, según yo, positivo según otros, es que también recuperé unos kilos, materia grasa pura, que no soy capaz de perder. Pero en fin no lo veo motivo suficiente para volver a pedir la admisión. Tendré que hacer la dieta de la alcachofa o la de la sandía, o leerme un libro magnífico escrito por una amiga mía que se llama "adelgaza como quieras", así no tendré que dejar esas frías y maravillosas cervecitas, y menos ahora con esta caló.

Y empiezo a contaros algo con toítos mis sentíos. Sí, estoy harta de estar harta de tanta tontería. Me refiero a esa entrevista que le hicieron a no sé qué directora, de no sé qué colegio.

Y no estoy diciendo que dijera tonterías, que esta chica debe de ser la mar de inteligente, o mu lista. Y digo que estoy harta de que inventen argumentos, cuando lo único que les importa es la separación de los cinco mil kilómetros, tanto dentro como fuera de la obra. Pero claro, eso de que yo esté harta, a ellos no les importa un pedo de violinsta.

En fin, cada vez veo menos, porque estoy en una habitación muy fresquita pero también muy oscurita, y ya no veo ni las teclas. Es que con cuarenta grados, mejor no subir las persianas hasta las diez de la noche, y ni asín. ¡Bendita tierra! ¡Pero vaya siestazo! que no sé por qué dicen los médicos que no más de media hora...


El fin de los colegios, obras corporativas, internados, clubes, suma y sigue, no es más que conseguir miembros, en especial numerarios, agregados y numerarias auxiliares. Para ello, niños y niños han de estar separados siempre. Si el rendimiento es mayor en lo que se refiere a la educación ¿por qué hermanos y hermanas, amigos y amigas que van a clubs distintos, nunca pueden ir de excursión juntos? En una actividad donde van a divertirse ¿también se divierten más yendo cada uno por su cuenta? ¿por qué en un colegio femenino no hay un solo profesor y en uno masculino no ni una sola profesora? ¿también rinde más el profesorado?...

Yo estudié en una obra corporativa en la que el único hombre era el cura. Hace bastante tiempo, pero creo que todo sigue igual. Era increible que hasta les pareciera mal que viniesen a buscarnos nuestros amigos, y jamás entraban en el centro. Estaba prohibido que subieran incluso la escalera que daba al jardín, ante la puerta de entrada.

Pero claro, ellos con decir que "rinden más", se quedan tan contentos, cuando saben que ésto ocupa un segundo, tercer, o cuarto lugar. Si pudieran, la universidad de pamplona también estaría dividida por sexos, pero ésto sería demasiado descarado.

Dí clase en otra obra corporativa en la que ya intentaban meter a niños, pero salían espantados cuando les enseñaban el uniforme y les decían que había clase de costura.

Me tocó vivir de cerca el apostolado en seis o siete administraciones en colegios mayores. Las niñas iban a todos sitios acompañadas, no usaban pantalones, las faldas las llevaban por las rodillas y lo primero que le endosábamos era una agenda. ¡Qué manera de comerles el coco!.

Empezábamos con lo bien que les iría una clasecita de virtudes humanas, después lo conveniente de que se confesaran, que fueran a misa, que se comprometieran al círculo que era más serio, que se preguntaran si Dios las llamaba, para acabar insistiéndoles en que Dios quería más de ellas. Y caían engañadas a montones. Pero de éstas que yo sepa ya no queda ni una dentro. Niñas sacadas de sus pueblos, con el fin de que ayudaran a sus padres en lo económico, para que se formaran. Y por arte de magia, todas habían sido llamadas desde la eternidad para que fueran numerarias auxiliares.

¡Cómo disfruté hace un par de años! Una amiga me pidió que fuera a informarme a un colegio mayor, pues quería que un hijo suyo residiera allí durante la carrera. Me lo pasé en grande. Para empezar, la portera no me dejaba pasar. Cuando lo conseguí y me ví allí con el subdirector, me entró la risa, aunque conseguí mantenerme seria. La de cosas que me contó, siempre con verdades a medias. El numerarito no sabía que hablaba con alguien que estuvo veintidos años en la obra. Tuvo que admitir después de un rato, que la convivencia previa a entrar en el colegio mayor era obligatoria. "No podemos meter a cualquiera" Claro, para hacer la selección que les conviene necesitan tres o cuatro días.

¡Cómo me arrepiento de tantas cosas que hice mal! Lo más grave, obligar a una señora a que escribiera la carta pidiendo la admisión. Menos mal que salió por pies y me dejó allí plantada. Tengo a mi favor, que a mí me obligaron a obligarla.

También tengo a mi favor que no tuve nunca "excesivo celo apostólico" del estilo que allí se practica y que no seduje a demasiada gente.

Pero hoy quiero pedir perdón a toda aquella persona que engañé aunque no fuera con mala intención, aquellas personas con las que disimulé, a aquellas personas a las que conté tantas cosas, sin creerlas ni pensarlas.

No era mi boca la que hablaba, ni mis oidos los que escuchaban, ni mis labios los que sonreían, pero al fin y al cabo aunque yo era otra, para vosotras fui yo.

Hoy tengo el suficiente sentido común y las suficiente vergüenza, como para pediros que me perdoneis.

"Cuando los sentidos no son veraces, toda nuestra razón es falsa", decia Tito Lucrecio Caro. Yo, en la distancia pienso igual que él.



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